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Andrei Kolychkine, el mundo en una vida y una vida para el judo cubano

Andrei Kolychkine

Fernando Martínez Martí

Octubre 15, 2021

 

Introducción

El introductor del judo en Cuba no fue un asiático, como pudiera sugerir la paternidad y supremacía vigente de este deporte. El arte marcial creado por el japonés Jigoro Kano llegó a nuestro país con el empeño de un europeo. Y no precisamos su nacionalidad, porque se desplazó por varias naciones del Viejo Continente, hasta viajar a Cuba y permanecer en ella durante 46 años hasta su muerte, acaecida en 1997.

Es Andrei Kolychkine Thompson, quien además de deportista y educador es considerado como un filósofo. Trasciende por su calidad humana y la obra que contribuyó a edificar. A pesar de su inmensa labor en el surgimiento del judo en Cuba, para muchos es un desconocido, cuya biografía constituye una misión pendiente para los historiadores en general y para quienes abordamos los temas deportivos en particular.

Nació en Rusia, pero vivió buena parte de su vida en Finlandia. Residió algún tiempo en España antes de trasladarse a Bélgica. Allí se incorporó al equipo de judo de aquel país y luego a la Escuela de Cinturones Negros de Bélgica, donde recibió la misión que, al decir del periodista Joel García, cumplió con “disciplina, inmediatez e impacto increíble”. Su tarea era difundir el judo en Cuba, crear la Federación Panamericana de Judo y desarrollar el primer torneo continental de la disciplina. Y en apenas año y medio de trabajo consiguió avances significativos en los tres propósitos que le trajeron a estas tierras. Pero no se conformó y buscó más, mucho más: de ello versan estas páginas.

Conozcamos mejor la vida de esta importante presencia europea en Cuba, que contribuyó a que el judo de la Mayor de las Antillas sea hoy una potencia de talla mundial.

Una historia breve con miles de kilómetros

A Andrei Kolychkine Thompson, introductor del judo en Cuba, se le debe una investigación acuciosa. Sin embargo, nos concentraremos en su llegada desde el Viejo Continente para ofrecer sus conocimientos a los cubanos, de un arte marcial creado a finales del siglo XIX por el japonés Jigoro Kano.

Kolychkine nació el 11 de marzo de 1913 en Petrogrado, Rusia. Está por precisarse el momento en que viajó desde su país natal hasta Finlandia, pero en tierras finesas vivió buena parte de su niñez y la juventud. Otros autores plantean que se inscribió en Rusia, pero era finés, lo cual no ha podido precisarse. Antes de llegar a Bélgica, donde se consagra como artista marcial, tuvo un breve paso por España.

En enero de 1951 llegó a Cuba con un mandato de Mikinosuke Kawaishi, cinturón negro séptimo dan, profesor de la Escuela de Cinturones Negros de Bélgica. La misión era difundir el judo en Cuba, crear la Federación Panamericana de Judo y desarrollar el primer congreso de dicha agrupación. La esposa de Andrei Kolychkine era cubana; esto influyó en la decisión de Kawaishi, pero fundamentalmente tuvo en cuenta la disciplina de su alumno, dentro y fuera de los tatamis, para emprender una misión tan compleja.

En febrero de 1951, apenas un mes después del arribo de Kolychkine a La Habana, ya se conforma el primer club de judo. Se denominaba Jiu Jitsu Club Habana, un nombre que tiene objetivo unitario, por dos razones. La primera, que el judo se deriva del jiu jitsu, pero durante muchos años los practicantes del judo se negaron a convertir su arte marcial en un deporte. La segunda, que el jiu jitsu sí era conocido en La Habana, de modo que resultaba conveniente aunar los esfuerzos de ambas fuentes para el crecimiento y difusión del judo en Cuba. Desde este club se organizaron exhibiciones dentro y fuera de sus instalaciones, para ir ganando público y practicantes.

Luego del establecimiento de la primera academia, el maestro Kolychkine viaja por la isla a divulgar el judo y a conocer practicantes del jiu jitsu. Como resultado de su gestión, en 1952 se organiza el primer Campeonato Nacional de Judo en nuestro país. Y en alianza con otras naciones del continente, el 8 de octubre de 1952 se organiza en La Habana el Primer Campeonato Panamericano de Judo, con sede en La Habana.

A dicha cita concurrieron representantes de Argentina, Estados Unidos, Canadá y el equipo anfitrión. Los cubanos compitieron con Francisco Moc, Juan Portuondo y Heriberto García. Este último sería el representante cubano en el primer Campeonato del Mundo de Judo, cuya celebración comenzaría en 1956, en buena medida por la presencia del judo en varios continentes y debido a la labor de promotores como Andrei Kolychkine.

Pero volvamos al torneo panamericano de 1952. En esta oportunidad, las competiciones se realizaron en dos grupos, sin importar el peso corporal de los contendientes. Un primer grupo, con los judocas que poseían grados kyu, o niveles elementales. El segundo agrupamiento fue el de los grados de primer y segundo dan, rango de los más avanzados. El profesor Masato Tamura, cinturón negro quinto dan, fue el jefe de árbitros y el profesor Andrei Kolychkine dirigió la parte técnica.

La celebración del torneo de La Habana se aprovechó para ratificar la Federación Panamericana de Judo, que se había convocado el 12 de julio de 1951, y que agruparía en su seno a la Asociación Argentina de Judo, la Federación Brasileña de Judo, la Federación Canadiense de Judo, la National A.A.U. Judo Committee of USA y la Federación Cubana de Judo.

Con la ratificación y fundación de la Federación Panamericana de Judo, quedó integrado su primer Comité Ejecutivo. El doctor Carlos de Lejarza, de Cuba, asumió como su presidente; Mr. Donn Draegger, de los Estados Unidos, vicepresidente; al igual que el canadiense Bernard Gauthier y el argentino Carlos Chávez, en tanto como tesorero asumió el cubano Miguel Porcel.

La llegada de Kolychkine al continente americano posibilitó la rápida difusión del judo y su establecimiento en varias naciones. Eso hizo posible que doce años después del primer contacto con el Nuevo Mundo, durante los Juegos Panamericanos de São Paulo 1963, se convocara dentro de dicho evento el torneo de judo en cuatro divisiones del sector masculino. Y un año más tarde, en los Juegos Olímpicos de Tokio, se convocó por vez primera la cita del judo. Ningún sitio mejor, que la capital de la nación cuna del judo. Aunque se ha comentado poco al respecto, estas son otras dos victorias de Andrei Kolychkine Thompson.

La semilla de Andrei Kolychkine

Como resultado de su labor, se desarrollaron seis torneos nacionales de judo en nuestro país, entre 1952 y 1958. Esto posibilitó la participación cubana en los mundiales de dicho arte marcial, cuya primera edición fue en 1956, con la incursión de Heriberto García Gómez. Nuestros primeros representantes fueron solo del sector masculino, pues a García Gómez le siguió Reinaldo Mompellier, en 1958, lo cual ratifica la concepción inicial de la práctica del judo en Cuba, solo para hombres, como expresión de lo que sucedía a nivel mundial.

Debe destacarse que entre los alumnos de Kolychkine hubo un joven que se destacó sobremanera como atleta, para luego destacar como patriota y revolucionario. Hablamos de José Ramón Rodríguez, quien llegó a alcanzar el cinturón negro, segundo dan, elevada calificación para el poco tiempo en que pudo practicar el deporte. Era conocido entre sus compañeros como “el temerario”. José Ramón compartió las enseñanzas de Kolychkine entre sus compañeros de lucha contra la dictadura de Batista en la Universidad de La Habana. En 1957, fue asesinado con apenas 20 años, por oponerse al régimen de atropello al que estaba sometida Cuba por entonces. Un Torneo Internacional de Judo para hombres, con sede en Cuba luego del triunfo de la Revolución, llevó el nombre de este joven mártir.

Al producirse el triunfo revolucionario en Cuba, en 1959, se unifican las tres Federaciones de judo que existían en la Federación Cubana de judo y jiu jitsu. Al frente de dicha Federación estuvo Kolychkine, quien se mantuvo como presidente de la misma hasta 1969, cuando pasó a desempeñarse como profesor en el Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana. Con todo lo conseguido desde la llegada del maestro europeo, y luego del arribo a Cuba de Han Shang Ji, entrenador sudcoreano con cinturón negro sexto dan en 1966, se combinan todos los elementos para que, junto a una política deportiva acertada, comience el despegue y la masificación del deporte. Como resultado de todo esto, se obtiene la primera medalla para nuestro país en Campeonatos Mundiales de Judo, con la presea de bronce de Héctor Rodríguez, en la división de 63 kg.

En los Juegos Olímpicos de Montreal, 1976, Cuba obtiene su primera medalla de oro en las competencias de judo, siendo precisamente Héctor Rodríguez el protagonista, al conquistar el título en la división de 63 kg. Resulta muy simbólico que Héctor nació en el mismo año de introducción del judo en Cuba, 1951; en tanto se convertía en el primer latinoamericano y primero de la raza negra que accedía a lo más alto del podio en citas bajo los 5 aros. Con posterioridad, varios atletas han logrado preseas en las citas cuatrienales, pero ningún otro representante cubano ha llegado al primer puesto de su división.

Si bien no resultó fácil quebrar la hegemonía asiática, fundamentalmente japonesa entre los hombres, los resultados de las mujeres cubanas a nivel mundial y olímpico son muy superiores a los de los hombres y constituyen una proeza, sobre todo por desarrollarse en menos tiempo. A nivel panamericano, el judo femenino debuta en los Juegos de Caracas, 1983. Allí se convocaron siete divisiones y las cubanas alcanzaron una medalla de plata, por intermedio de Regla Povea en los +72 kg, y cuatro de bronce, repitiendo Regla Povea en la división libre, así como Nilda Espinosa, en los 72 kg, Inés Dantín en los 56 kg y Cecilia Alacán, en los 52 kg. Precisamente, Cecilia Alacán resultó nuestra primera campeona panamericana, al dominar la división de los 56 kg en los Juegos Panamericanos de Indianápolis, 1987. Junto a ella consiguió dos medallas en esa lid Estela Rodríguez, posteriormente nuestra primera campeona mundial, al conseguir el título en el Mundial de Belgrado 1989.

Durante los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, Odalys Revé se convirtió en la primera campeona olímpica del judo cubano, tras coronarse en la división de los 66 kg. A partir de ahí, otras cuatro mujeres han llegado a lo más alto del podio bajo los cinco aros, en los últimos 25 años, buena parte del tiempo bajo la tutela de un heredero del maestro europeo. Nos referimos a Ronaldo Veitía Valdivié, que de todos los entrenadores cubanos durante los últimos 50 años, ha sido el que más incorporó a su magisterio la filosofía y la huella educativa de Andrei Kolychkine.

Durante un cuarto de siglo, el introductor del judo en Cuba trabajó en el Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana, donde se le considera en elevada medida por sus aportes. Muchos de sus alumnos le recuerdan no solo como el profesor de judo, sino como alguien que le transmitía enseñanzas y ejemplo en cada clase. Con más de 60 años, nadaba diariamente dos kilómetros, corría, continuaba enriqueciendo sus conocimientos. Con casi 80 años, demostró su perseverancia y disciplina, al alcanzar el grado de Doctor en Ciencias.

Entre los aportes más importantes para la enseñanza del judo realizados por Kolychkine se encuentra el libro Judo: nueva didáctica. Con él se pone de manifiesto una de las características fundamentales de las artes marciales: el principio de imitación e innovación. Luego de que el maestro recibiera encumbrados conocimientos, de imitar los movimientos fundamentales hasta la perfección, fue capaz de innovar en la teoría y la práctica, lo que le coloca en planos superiores del conocimiento en la materia que desde joven lo atrapó.

Una de sus frases preferidas era la siguiente: “Para ver paisajes bonitos, hay que subir lomas altas”. Con ella iniciaba algunas de sus clases. Era una convocatoria al sacrificio, a la disciplina, a la exigencia. Y nunca le exigió a sus pupilos nada que él mismo no fuera capaz de cumplir. Por todo esto, en cada triunfo del judo cubano está presente la semilla, sembrada y cultivada, de Kolychkine. Recibió la ciudadanía cubana por su amor demostrado hacia nuestro país.

El 12 de marzo de 1997, una jornada después de haber cumplido 84 años, dejó de existir en La Habana Andrei Kolychkine Thompson. Aquí quedó su huella, como legado para las generaciones presentes y futuras de cubanos. Ningún triunfo en la arena internacional hubiera resultado posible sin su misión; los eventos internacionales que iniciaron en la década del cincuenta y el sesenta del pasado siglo tampoco hubieran podido convocarse, sin el apoyo invaluable de maestros como él. En el Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana, una Cátedra Honorífica lleva su nombre y se estudia su presencia en ese centro y el legado que trasciende su arte marcial.

Conclusiones

Las victorias del judo cubano tienen la paternidad de Andrei Kolychkine, un europeo que contribuyó al auge de nuestro deporte a nivel planetario. Sirva esta ponencia como homenaje a un cubano por adopción, cumpliendo una misión de la vida, la que le hizo inmortal ante la historia del deporte universal.

Los estudios más amplios sobre el apoyo al deporte cubano desde Europa se centran en los años fundacionales de la Revolución Cubana. Sin embargo, un deporte nacido en Asia y llevado a la máxima expresión por los de aquellas tierras, llegó a nuestra nación mediante un hijo de la Rusia zarista, y lo hizo 8 años antes de producirse la alborada de 1959.

Queda pendiente mucha más investigación, pero no pasará nunca inadvertida la huella en Cuba de este europeo, que fue atleta, entrenador, maestro, filósofo y ejemplo, dentro y fuera de los tatamis. Un europeo que fue fundador, perseverante, disciplinado, que sembró la semilla para obtener los frutos que hoy puede mostrar orgulloso el judo cubano. Y además aportó para que el judo tuviera Campeonatos Panamericanos, Mundiales, que fuera un deporte olímpico: el impacto de su labor hace válida la frase martiana “Patria es Humanidad”, pues laborando desde la mayor de las Antillas fue un hombre universal.

Notas

* Conferencia presentada en el II Coloquio Presencias Europeas en Cuba, 2018, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.

Fernando Martínez Martí: Licenciado en Economía por la Universidad de La Habana. Fue profesor en la Facultad de Economía y en la Dirección de Extensión Universitaria de esa casa de altos estudios. En la actualidad se desempeña como comentarista deportivo en la emisora Radio Habana Cuba. Ha sido ponente en varios eventos científicos nacionales.

Juana María Rodríguez Cruz. Labor social de las Hijas de Canarias en Cuba

Juana María Rodríguez Cruz. Labor social de las Hijas de Canarias en Cuba

Juana María Rodríguez Cruz. Labor social de las Hijas de Canarias en Cuba

Dolores Guerra López

Octubre 8, 2021

 

Durante las primeras décadas de la centuria decimonónica, en Cuba existieron algunas manifestaciones de asistencia social organizadas por la iniciativa privada, de carácter preferiblemente religiosa o mutualista, sin la participación gubernamental, salvo escasos servicios como el hospitalario —concentrados en la capital—, además de algunas instituciones con propósitos caritativos. Es un complejo sistema de prestaciones de corto y largo plazo sujetas a constantes modificaciones y ampliaciones, que marcha conjuntamente con la elevación del nivel material y cultural de la vida.

La asistencia social ha registrado una profunda evolución en el tiempo, e históricamente ha tomado diversas tipologías asociativas, tales como el socorro mutuo, la protección profesional, gremial, religiosa, la caridad y la beneficencia pública, entre otras.

La siguiente investigación, centra la atención en la profesora Juana María Rodríguez Cruz, una convencida asistente social, que nace el 23 de junio de 1897, en la parroquia de San Vicente Ferres del pueblo de Valleseco, en Las Palmas de Gran Canaria y que muy joven emigra a Cuba junto a sus padres, Juan José Pantaleón Rodríguez Pérez de 53 años, de ocupación labrador y María de la Luz Cruz Cerpa de 47 años, empleada doméstica [1].

En 1924, con 27 años, contrae matrimonio con el doctor Andrés Blanco, profesor de Artes y Oficios y de las escuelas del Centro de Dependientes, con quien comparte intereses para la protección de las mujeres canarias.

Formación profesional

El 17 de septiembre de 1920, se gradúa de la Escuela Normal para Maestras de La Habana y comienza a ejercer, hasta 1936, como educadora en escuelas públicas en la capital; por su destacada labor como profesora, entre 1936 y 1945 la ascienden a Inspectora Escolar.

Se matricula en la Universidad de La Habana el 30 de septiembre de 1920 y en 1934 se titula de Doctora en Pedagogía en este centro de altos estudios. En 1937 se inscribe en otras especialidades, como Licenciatura en Derecho Diplomático Consular y Especialidades en Estudios Pedagógicos [2].

En 1945 solicita registrarse en la Escuela de Servicio Social como aspirante al título de asistente social, y manifesta su interés en brindar apoyo a familias pobres y gestionar becas para niños desamparados.

Entre las observaciones recogidas en su expediente académico, al titularse en Doctora en Pedagogía, se consigna que posee una personalidad dinámica, cualidades de líder y una inteligencia natural que le posibilitó trabajar por varios años como Inspectora Escolar. Se agrega que colaboró con el Club de Mujeres Profesionales en proyectos para la protección de los niños y se interesa por ayudar a las escuelas públicas desplegando un buen trabajo social.

Labor social. Fundación de la Asociación Hijas de Canarias

Una diferencia principal que marca la pauta para estudiar el núcleo que integran las féminas canarias es su participación en diferentes esferas de la vida social de la isla. Sus actividades económicas se limitaron, en la mayoría de los casos, a los trabajos de servicios.

Casi todas las mujeres iban a trabajar a casa de un familiar para ayudar en el negocio, o de empleada doméstica en el hogar de un pariente, donde recibían alimentación, vestuario y alojamiento. Su situación inicial era difícil, pues se encontraban desprovistas de atención médica, sobre todo para la maternidad y el parto.

Ante estas necesidades, el 13 de julio de 1930 se aprueba el reglamento [3] de la primera organización de inmigrantes canarias y el día 20 del propio mes, se reúne el grupo organizador en Basarrate No. 12, domicilio de Juana Rodríguez Cruz, presidenta de la naciente institución femenina, para fundar la sociedad Hijas de Canarias [4].

La Junta Directiva fue elegida por unanimidad el 20 de julio de 1930 en su nueva dirección: Avenida de la Republica No. 98, para el desempeño de sus funciones.

Junta Directiva de la entidad Hijas de Canarias

Presidenta: Doctora Juana María Rodríguez Cruz; secretario general: Juan B. Hernández Concepción; tesorera: Celestina Hernández Sosa; vocales: Teresa Hernández Concepción, Dolores Hernández Sosa, Elia Sosa Concepción, María Cruz Serpa, Guillermina Torres de Silva, Hortensia Silva y Torres, María Martínez Costa, Luisa González Ferrán, Armonía Acosta Perea.

Fue una institución creada por su directiva para ejercer la acción tutelar sobre las inmigrantes de esta procedencia y el propósito queda recogido en cuanto a la expresión de sus fines en el primer Reglamento General cuando precisa:

Proporcionar a sus asociadas asistencia sanitaria, instrucción, recreo y auxilio en la medida de sus fuerzas; contribuir con la Asociación Canaria de La Habana al realce y progreso de las Islas Canarias. [5]

Este concepto surge por la iniciativa de un grupo de féminas con instrucción y ciertos recursos económicos, como un medio de proteger a las mujeres de los sectores de la población carentes totalmente de recursos para cubrir sus necesidades más perentorias; es una actividad destinada a prevenir, atender y remediar a las desvalidas, cuya miseria lleva a la prostitución, delincuencia y peligro cierto de desintegración social.

Llegadas al país de destino, condicionada en su elección por la presencia en este de otros paisanos, e incluso determinado en algunos períodos por la existencia de un familiar que la reclamara, o apegada a la emigración familiar, la emigrante se enfrenta, por primera vez a un universo ajeno al suyo. En este nuevo mundo que están descubriendo adquieren especial importancia los centros asociativos de la propia comunidad étnica, organizadores de actos sociales por excelencia, donde puede encontrar viejos y nuevos amigos con comunidad de intereses. También la mayoría de estas instituciones proporcionaban asistencia social que, para el caso de la instrucción, ofrecían la posibilidad de completar tardíamente la escasa o a veces nula formación cultural de la emigrante, así en las pocas horas libres de las que disponía podía asistir a cursos para adultos que les permitan promocionarse laboral y socialmente.

Esta asociación en un inicio fue concebida con fines de recreo a los efectos de facilitar su inscripción como institución femenina en el registro de Asociaciones; sin embargo, sus objetivos sobrepasaban esta intención y fue aprobada para su funcionamiento con el interés esencial de lograr asistencia sanitaria, auxilio, protección e instrucción y recreo para las mujeres inmigrantes canarias en la medida que los fondos sociales de la institución lo permitieron, incluyendo la creación de la escuela de enseñanza elemental Leonor Pérez Cabrera fundada en 1931 [6], también dirigida por esta profesora canaria.

Un conjunto de capítulos regulaba las cuotas normativas de organización, en los cuales se excluían a los socios varones fundadores y de número, pero sí admitían empleados hasta en la Junta Directiva, siempre que fuesen miembros de la Asociación Canaria.

Entre sus artículos se establecían los trámites de ingreso, derechos a la asistencia sanitaria y demás beneficios como escuelas, recreo y festividades; pero la característica fundamental era la composición social de su directiva, donde encontramos esencialmente doctoras en pedagogía, medicina y derecho, con gran interés en socorrer a la mujer desvalida.

No permitió la nominación de socios fundadores ni de números del sexo masculino, pero sí emplearon algunos como miembros de las directivas. Además, en diferentes poblaciones de la isla se constituían delegaciones bajo la orientación de una junta Directiva y otra Consultiva integrada por doce asociadas.

En su primer año de trabajo, la atención a la salud se realiza a través de convenios con hospitales privados, pero a partir del 19 de junio de 1931 se instala un sanatorio, con idéntico nombre al de la Asociación, situado en la calle Aguilera, en Lawton, residencia de Rafael de Cárdenas, general del Ejército Libertador y su familia. Con posterioridad, este inmueble, denominado Finca La Generala, fue abandonado por su viuda Antolina Culmell, y quedó deshabitada durante un tiempo hasta que fue rentada por el sanatorio para enfermas mentales del Doctor José Baralt Barnet y, más tarde, alquilado por la Asociación Hijas de Canarias.

No obstante estas nuevas mejoras, el 20 de junio de 1931 se vieron en la necesidad de realizar reformas a su reglamento para cubrir otros intereses de sus afiliadas. El nuevo proyecto hace extensiva la acción protectora a la mujer no asociada e insiste en contribuir en los beneficios moral y material, estrechar las relaciones con la Asociación Canaria y entre las dos islas.

En poco tiempo, la Asociación Hijas de Canarias, con el apoyo de la Asociación Canaria de Cuba de 1906, obtuvo importantes logros de indiscutibles méritos en la historia de los isleños en Cuba. Sin embargo, la atención médica continúa en el centro de sus preocupaciones, por lo que nombran un director como jefe superior del sanatorio, donde las asociadas se atendían de aquellas enfermedades contraídas después de su inscripción, con excepción de los accidentes fortuitos y las dolencias de carácter agudo que reclamaban atención urgente.

Además, recibían tratamientos por facultativos de la institución, así como visitas a domicilio, facilitándoles las medicinas en la farmacia de la clínica. Otro de los derechos que asistía a las afiliadas era la atención en el parto, tanto en el hospital como en su domicilio, en cuyo caso la atendía una comadrona social.

Para disfrutar de los beneficios que se consignan en el nuevo reglamento era indispensable ser de condición obrera, empleada, oficinista, artesana, periodista, estudiante, entre otras, y solo contar con recursos para el sostenimiento de su hogar.

Existieron también otras posibilidades para las asociadas que llevaran, ininterrumpidamente, más de tres años afiliadas. Cuando el Cuerpo Médico de la Sociedad, reunido en junta médica, declaraba de absoluta necesidad para la curación de una enferma un viaje de rehabilitación fuera de la isla, y la paciente carecía de recursos, según criterio de la Directiva, la Asociación costeaba, por una sola vez, el viaje en barco preferiblemente en la categoría de tercera que resultaba más económico. Además, cuando los recursos de la institución lo permitieron, le entregaban a bordo 50 pesos para costear sus necesidades a la llegada. Ese derecho solo podía ser ejercitado por una vez en un término de 10 años.

Por otra parte, en caso de fallecimiento de una afiliada en la Casa de Salud, la Asociación se responsabilizaba con otorgarle un entierro modesto, pero decoroso a todas por igual. Los accidentes por intentos de suicidios le impedían el derecho de atención y de ocurrir el fallecimiento, no se cubrían los gastos del funeral. Además, según disposiciones dictadas por la Secretaría de Sanidad, no se atendían a las que padecían de enfermedades infecciosas, males por embriaguez o por consumo de sustancias heroicas. En caso de accidente de trabajo, tenían que consultarse con la compañía aseguradora del lugar donde eran empleadas.

Este centro hospitalario, según sus fundadoras, se constituye con el propósito de facilitar a la mujer de escasos recursos la posibilidad de afrontar los gastos que ocasiona una enfermedad, de acuerdo con lo que estipula la Federación Médica de Cuba, la cual no admitía a personas con solvencia económica como componentes de esta clase de instituciones.

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos que realizó para sostenerse, lo exiguo de sus capitales impidió continuar con sus labores médico-asistenciales. De modo que se cancela la inscripción por resolución del Gobernador Provincial el 3 de diciembre de 1952, procediendo a la disolución del centro.

Hay que tener en cuenta, que la década del treinta no fue una etapa fácil para las mujeres que recién estaban alcanzando su representación social. Además, esta institución femenina sale a la luz entre los años 1929 y 1933, en medio de la gran crisis económica mundial que afectó profundamente la economía cubana y, de una manera u otra, a todas las capas sociales, lo que contribuyó, entre otros factores, a la desaparición temprana de este Centro.

 

Notas

* Conferencia presentada en el II Coloquio Presencias Europeas en Cuba, 2018, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.

[1] La edad y empleo de sus padres consta en la fe de bautismo.

[2] Archivo Histórico de la Universidad de La Habana. Expediente académico de Juana María Rodríguez Cruz, Facultad de Letras y Ciencias, No. 19.564.

[3] El primer reglamento presentado al Gobernador Provincial se aprobó el 13 de julio de 1930 por el Comité Gestor de la misma y fue inscrito en el Registro de Asociaciones el día 17 de ese mes con el No. 9248 y cancelada por resolución del Gobernador Provincial el 3 de diciembre de 1952. Archivo Nacional de Cuba. Fondo: Registro de Asociaciones. Expediente de Fundación “Asociación Hijas de Canarias”.

[4] Expediente de Fundación de la Asociación Hijas de Canarias. Archivo Nacional de Cuba. Registro de Asociaciones, No. 54, Expediente 10269, Legajo 346, p. 7.

[5] Reglamento de la “Asociación Hijas de Canarias” de La Habana, Archivo Nacional de Cuba, Fondo: Registro de Asociaciones. Expediente de Fundación “Hijas de Canarias”, Fondo: 54, Expediente 10269, Legajo 346.

[6] Tierra Canaria, febrero de 1931, La Habana, p. 8, C. 1.

Dolores Guerra López: Doctora en Ciencias Históricas. Licenciada en Educación en la especialidad de Historia y Ciencias Sociales por el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona. Se desempeña como Investigadora y Profesora Titular del Instituto de Historia de Cuba y de la Universidad de La Habana. Es autora de varios libros y artículos relacionados con la asociatividad de los inmigrantes españoles en Cuba en los siglos XIX y XX. Entre sus principales obras se encuentran: La Quinta Canaria. Legado de la inmigración canaria a Cuba; Labor social de los españoles en Cuba; Canarios en Cuba. Sus asociaciones insignes y Sociedad de Instrucción Naturales del Ayuntamiento de Puentes de García Rodríguez.

guillermo de mancha

El artista andaluz Guillermo de Mancha y su quehacer teatral en Cuba entre 1922 y 1946

guillermo de mancha

MSc. Joney Manuel Zamora Álvarez

Septiembre 24, 2021

 

La historia en la riqueza incalculable de sus fórmulas, reserva siempre una sorpresa y una variante a todos los esquemas del desarrollo individual y colectivo. No es ocioso aseverar que es muy eficaz e interesante el conocimiento de todas las vidas que se agitaron en un pasado pugnaz y polémico, cualesquiera que fueran sus sombras y sus pequeñeces.

La posibilidad de reconstruir con generosidad y placer la vida en común de los artistas teatrales antillanos y españoles, es una de las más ingenuas y nobles alegrías que puede disfrutar quien produce obras de historia. El trabajo del actor, el cómico o cualquier intérprete de los escenarios y aquellos cambios de personalidad de los mismos, siempre despertaron la curiosidad del pensador, el espectador y el aficionado.

Debe tenerse en cuenta que siempre resultará imprudente destinar al olvido, o no encontrarle un lugar en la memoria del país, a determinados componentes del universo social cubano y foráneo del siglo XX.

No es incorrecto aseverar que, a pesar de los diversos matices de los nacionalismos criollos, laboró junto a los histriones de la mayor de las Antillas, una figura foránea que, en esas convulsas décadas de 1920, 1930 y 1940, ganó el respeto y la consideración en los escenarios de nuestro país. Se trata de Guillermo de Mancha, quien nació y realizó sus primeros estudios en Sevilla, pero se trasladó a Madrid para estudiar el Bachillerato y cinco años de la carrera de Medicina. Pero pronto se convenció que el verso se prestaba mejor a su temperamento y a sus facultades.

Según el periodista Germinal Barral y López, el actor y director sevillano de radio y teatro Guillermo de Mancha tenía el aspecto reposado, sereno, sonriente y pulcro de un individuo que se encontró a sí mismo.

Gracias a los textos publicados por el mencionado cronista y el libro La radio en Cuba de Oscar Luis López se pudo saber que esta figura artística inició su carrera teatral a la edad de 17 años. Pero existen imprecisiones si esta iniciación acaeció en Málaga o en la capital española. Lo que sí pudo ser comprobado fue su temprana insistencia en el arte del teatro por confiar en la necesidad del público de volver a emocionarse. Poseyó desde su pubertad verdaderas esperanzas en el teatro lírico y tuvo la ambición de tener un cuadro de excelencia para interpretar las grandes obras del teatro universal.

Guillermo de Mancha en su juventud actuó en el Teatro de la Comedia de Madrid con la Compañía Guerrero-Mendoza y también realizó interpretaciones como barítono en la obra El Húsar de la Guardia. A la edad de 20 años debutó como galán cómico en un escenario matritense. En España intervino en la película Los muertos viven junto a la afamada actriz María Guerrero. En su natal Andalucía compartió trabajos en el teatro con el célebre actor cómico Juan Espantaleón y realizó giras con los famosos artistas Paco Fuentes y Lola Membrives.

Vino a Cuba por vez primera en 1922 con la artista italiana Mimí Aguglia, con quien recorrió toda la República, pero en Santiago de Cuba, el actor se quedó en la mencionada ciudad del oriente cubano cuando aquella actriz embarcó para España. Pero más tarde, el intérprete español formó una compañía y fue a México.

Este artista encontró en Cuba un lugar, confortable y plácido como un hogar. Llegó a decir que La Habana tenía sobre él influencias curativas para su corazón. Sus emociones se destinaron a Cuba. Acató las leyes cubanas e hizo vida común con los criollos antillanos. Sobrevino en él un amoldamiento a la nueva fórmula de vida. Compartió alegrías y lágrimas con los cubanos después de conocerlos. Se acopló a la dinámica nacional y no se consideró un turista que descendió con visado de tránsito para esperar otro barco. Dejó de ser extraño para ser compañero de vida y de trabajo de los caricatos cubanos. Con él, estos últimos sostuvieron la lucha diaria y lo apreciaron como el compañero de trinchera en la guerra por la existencia.

En la década del veinte la sociedad Pro Arte Musical le encargó la organización de un cuadro dramático con espectáculos inolvidables. Con esta entidad de élite colaboró durante cuatro años. Aseveró que su trabajo allí acabó por falta de calor necesario. Con posterioridad, organizó un cuadro de comedias para la radio. Este actor fue el primero que hizo diariamente una obra completa por las ondas hertzianas desde la capital cubana. Trabajó en las emisoras CMK del Hotel Plaza, en CMX Radio Lavín y posteriormente en CMQ. Puede afirmarse que fue una de las personalidades que forjó la radiodifusión cubana. Ofreció su saber a los colegas antillanos del arte radiofónico y escénico. De Mancha consideró el panorama de la radio en Cuba —en la década del treinta— como un terreno prometedor y un fenómeno en escala ascendente.

Su experiencia fue respetada por los empresarios de las emisoras cubanas por ser producto de la antigua escuela de la farándula.

En el otoño de 1933 fue uno de los miembros de la comisión redactora de los estatutos de la Asociación Cubana de Artistas Teatrales (ACAT). Fue el primer vicepresidente que tuvo ese naciente gremio, que luchó durante 27 años por la dignificación del actor y la actriz de la mayor de las Antillas. Pero tuvo que renunciar a ese puesto por su condición de extranjero. También los artistas Ervigio Pena y Mariana Fort, que eran compañeros asociados no nacidos en Cuba, tuvieron que dejar sus cargos directivos en la ACAT, en noviembre de 1933, al ponerse en vigor la Ley de Nacionalización del Trabajo por el gobierno de Ramón Grau San Martín. Desde entonces la mayor cantidad de responsabilidades laborales debían ser llevadas a cabos por ciudadanos cubanos.

A pesar de tener que abandonar una importante tarea como dirigente gremial, el 5 de octubre de 1936 fue electo presidente de aquella organización de la cual él era un notable fundador. Precisamente, en la Asamblea General Extraordinaria del día señalado, sus compañeros agremiados le dieron un voto de confianza para que presentara su carta de ciudadanía cubana. En esa especial reunión de asociados, De Mancha obtuvo 179 votos a su favor. Su presidencia, según lo reglamentado en los Estatutos de la Asociación, duraría hasta octubre del año siguiente. Sus colegas esperaron de él que nivelara el erario social y que las cajas de la organización tuvieran la misma cantidad de efectivos que a principios de su mandato.

En 1937, con el objetivo de captar dinero, alquiló una pequeña finca que la Asociación poseía en la capital cubana. En ese año, sus propios compañeros comenzaron a hacer apuestas sobre la duración del período presidencial de este artista español; ya pronosticaban que el artista cienfueguero Eddy López sería el posible sustituto en las elecciones de octubre. Según Oscar Luis López, Guillermo de Mancha no tuvo una actuación digna como líder de los actores y actrices de Cuba, pues se caracterizó por la indisciplina, el desorden administrativo y por no haber alcanzado ventaja alguna para el sector artístico. A pesar de este aspecto negativo en su trayectoria política a nivel gremial, no fueron vilipendiados sus méritos profesionales de actor y director artístico brillante. Estas potencialidades de peso afortunadamente quedaron por encima de sus errores como dirigente de la ACAT. Gracias a sus potentes virtudes gozó de generales simpatías y del más amplio crédito en la radioaudiencia.

Fue director de la Escuela de Declamación de Películas Cubanas. Afirmaba que el cine era una industria que reclamaba capitales para afianzarse definitivamente. Aseguraba que ninguna producción extranjera había logrado en sus primeros intentos los éxitos económicos de la película cubana.

Murió el 30 de diciembre de 1946 en plena actividad profesional. Este fallecimiento produjo hondo pesar en los centros artísticos de La Habana. Al menos, fue recordado por dar un paso adelante en la conformación de una trinchera honesta en defensa de la dignidad profesional teatral y un cuerpo de lucha de los artistas de los espectáculos. Intentó redimir a sus colegas de la escena de sus largas pruebas de martirio; brindó un buen pan espiritual a un pueblo lejano al suyo, y puso a prueba su capacidad de sacudirse sus egoísmos para juzgar serena y honestamente lo que les sucedía a sus compañeros. Puede finalizarse que entregó en las noches los secretos de su existencia milagrosa.

Notas

* Conferencia presentada en el II Coloquio Presencias Europeas en Cuba, 2018, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.

Joney Manuel Zamora Álvarez: Máster en Historia Contemporánea y Relaciones Internacionales por la Universidad de La Habana y Licenciado en Historia. Investigador del Instituto de Historia de Cuba desde 2007. Ha desarrollado trabajos sobre las políticas culturales del Estado cubano en el período comprendido entre 1933 y 1961 y sobre la influencia de las artes melódicas populares en la segunda mitad del siglo XX.

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Prácticas culturales religiosas e identidad en Camagüey

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Bárbara de las Nieves Oliva García

Septiembre 17, 2021

 

La cultura cubana se ha conformado en una larga y compleja carrera de préstamos y transferencia que implican procesos de desconstrucción de los modos de vida ya establecidos y la reconstrucción de prácticas culturales asociadas a los referentes sociales más cercanos y a herencias patrimoniales que se van trasmitiendo de generación en generación, en especial las relacionadas con el patrimonio cultural vivo.

Los procesos migratorios desde España hacia Cuba tuvieron una significativa repercusión, desde los inicios de la conquista y colonización en el siglo XV hasta la primera mitad del siglo XX, no solo en el orden cuantitativo por el peso alcanzado por este trasvase humano desde el período colonial, sino desde el punto de vista étnico y cultural. El investigador Manuel Martínez Casanova, en el ensayo titulado Cultura popular e identidad: una reflexión, apuntaba sobre el tema:

Nos estaríamos refiriendo a un resultado, o más bien un proceso, en el que diversos factores, movilizados en el devenir dialéctico de lo casual y lo necesario, confluyen incidiendo específicamente en la conformación de componentes y matices, así como en las posibilidades de proyección ulteriores del sistema dado. [1]

Las leyes españolas de restitución de nacionalidad y el actual contexto económico, social y político cubano ha favorecido el crecimiento en cuanto a la ciudadanía española de descendientes o naturales, la mayoría se afiliaron a la nueva propuesta por mejoras económicas y las posibilidades de viajar fuera del país. No obstante a estos motivos iniciales, alejados de un proceso de identidad enraizado con la cultura española, es indiscutible que su ascendencia favoreció la presencia en el seno familiar de tradiciones, costumbres y expresiones culturales que en algunos casos se trasmiten hasta las nuevas generaciones de descendientes y no han sido estudiadas con sistematicidad.

Lo expuesto anteriormente permite identificar como objetivo general: Caracterizar la práctica cultural religiosa de los cántabros en Camagüey asociada a la celebración de la Bien Aparecida entre 1996-2018.El concepto rector de prácticas culturales ha cobrado importancia desde varias ciencias como la Antropología, la Psicología y la Sociología; especialmente en esta última desarrollado por Pierre Bourdieu, en 1970. Algunos autores coinciden con sus postulados o establecen similitudes con los conceptos de prácticas cotidianas, entre ellos, Michel De Certeau, y Martín Barbero, o prácticas sociales como lo denomina A. Giddens, al comprender dentro de las prácticas sociales las acciones recurrentes ordenadas en tiempo y espacio.

La teoría Bourdiana distingue las prácticas culturales como:

Las actividades específicas que realizan las personas dentro de un campo cultural determinado (artístico, académico, religioso, deportivas, escolares, científicas, etcétera), que están orientadas a la formación  y/o a la recreación, lo que presupone que son espacios sociales que se van abriendo y consolidando históricamente, que al interno de cada campo hay lógicas específicas, así como en cada uno de ellos hay procesos de formación “disciplinaria” (…) nivel de práctica para el dominio técnico, conocimientos de ciertos códigos de esas prácticas y las formas de participación y organización de cada campo. [2]

En el orden epistemológico su concepto de “habitus” y “campo” se interrelacionan con las prácticas culturales como el producto de la relación dialéctica entre ambos, referidas con el accionar del individuo, las colectividades y las instituciones en la vida cotidiana, el molde cultural que adquieren significados en los marcos de la sociedad. Concibe el habitus al plantear que lo individual, e incluso lo personal, lo subjetivo, es social, es un saber, colectivo, generador de prácticas objetivamente enclasables proyectadas por las condiciones de vida de los grupos sociales, así como la forma en la que éstas prácticas entrevén una relación concreta con la estructura social, el espacio y los estilos de vida. Postulado que resulta imprescindible al trabajar las prácticas culturales religiosas [3].

La representación que se proyectan individual o en comunidades, denominados por Bourdieu, distinción simbólica, no sostiene un análisis objetivo sin desentrañar el posicionamiento identitario de representaciones que individuos y grupos se transmiten a través de sus prácticas culturales como rasgos de la realidad social común que puede ser transformada. Presupone también que mientras mayor es el grado de estas prácticas a nivel social, las personas amplían su visión cultural.

Las prácticas culturales incluyen otras formas de expresión y participación no solo las institucionalizadas por la cultura oficial, sino también las que responden a la “cultura popular”. En este contexto, Raymond Williams, apunta el carácter dinámico y constructivo de lo tradicional, acentuando la necesidad de visualizar que lo residual se toma del pasado, pero se halla en actividad dentro de los procesos culturales presentes, donde se le asignan nuevos significados y valores, lo que genera nuevas prácticas y relaciones sociales, este enfoque antropológico posee puntos de contactos con los postulados de Bourdiu anteriormente explicados.

Entre los principales desafíos de las investigaciones antropológicas contemporáneas en Cuba, se encuentra las prácticas religiosas entendidas como una parte de la identidad del grupo que las produce y en otra dirección, pero no en dicotomía las que aluden a las evidencias del patrimonio cultural vivo que se manifiestan en disímiles prácticas culturales a lo largo del país.

Estudiosos del tema religioso cubano [4] describen el fenómeno como un proceso ininteligible por la heterogeneidad de expresiones religiosas que existen desde la conquista y colonización. Un país conformado por una mixtura cultura tan amplia que se incrementa con el discursar del tiempo no podría tener una praxis religiosa menos compleja.

De modo que los diferentes grupos religiosos fueron delineando sus prácticas culturales en un paralelismo que conlleva a una expresión muy popular en la actualidad, cuando muchos cubanos refieren que creen “a su manera” [5], una forma de explicar que mayoritariamente concurren a iglesias católicas o protestantes, a la vez que participan en ceremonias religiosas de Palo Monte, Regla de Ocha o Santería, espiritismo, entre otras, demostrando el abanico de espiritualidad que los caracteriza.

En sentido general, el contexto cubano actual ofrece una realidad en el plano religioso, similar con el pasado colonial o republicano. Los inicios áridos de Revolución triunfante en 1959 en los debates políticos de un marxismo a ultranza y la religión, conllevaron a determinadas políticas intolerantes frente a la religiosidad, en especial a la católica, que, si bien no se manifestaban explícitamente en las nuevas leyes adoptadas por el gobierno, se ejecutaban a través de una praxis discriminatoria. El silencio y las “prohibiciones” [6] que imponía la política estatal oficial chocaba contra una expresión religiosa de resistencia con nuevas prácticas culturales, lo que posibilitó casi tres décadas después, un mejoramiento de las relaciones en este sentido, fundamentalmente con la Iglesia católica [7] que había quedado rezagada con relación a otras religiones. 

Los años posteriores a 1990, con el recrudecimiento de las condiciones económicas, el incremento de la religiosidad católica expresó la necesidad de sobrellevar una crisis de valores de la sociedad en su conjunto. Así mismo se revitalizan y visualizan prácticas religiosas por grupos e individuos que contribuyen a subrayar la significación de las tradiciones, costumbres y experiencias colectivas, en la definición de los rasgos de una comunidad, y la construcción grupal de referentes identitarios, puntos de partidas insoslayables para la apreciación de un fenómeno tan complejo como las prácticas culturales asociadas a la religión católica camagüeyana.

La otrora villa de Santa María del Puerto del Príncipe, es conocida por diversos epítetos, entre ellos uno de los más divulgados por los urbanistas es el de la Ciudad de las Iglesias [8], por la alta presencia del repertorio religioso católico compuesto por iglesias, conventos y colegios, aunque debe tenerse en consideración la labor de las figuras religiosas de Fray Ollao Valdés, José Cruz Espí, Monseñor Arteaga y recientemente Monseñor Adolfo, entre otros. Todos fueron admirados y queridos por los camagüeyanos; algunos se encuentran ligados a hechos históricos y a leyendas de trascendencia en la ciudad [9], constituyen así parte indispensable del patrimonio y la memoria cultural del pueblo.

Las festividades religiosas católicas también ocupan un lugar prominente en la idiosincrasia del camagüeyano. La celebración de La Candelaria, como patrona de la región, es un referente obligatorio que traspasa los límites de un patronato que coincide con las festividades de Cataluña, para perdurar junto a los festejos de la fundación de la vetusta villa.

El investigador Marcos Antonio Tamames Henderson [10], en su artículo Religiosidad en las Ordenanzas Municipales de Puerto Príncipe aprobadas en 1856, plantea ideas muy sugerentes sobre la conmemoración de la Semana Santa [11], en la colonia, normas que según el autor convocaba a la comunidad desde la práctica a ser partícipes directos del simbolismo que porta el Santísimo Sacramento. Tamames, recoge los patrones que se establecen para la celebración de la Eucaristía, la representación de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo durante la Semana Santa hasta los patrones de comportamientos que deben tener los vecinos.

La Convención para la salvaguardia de los bienes culturales inmateriales en el 2003, revalida que las manifestaciones por tradición, hábitos y costumbres, enriquecen la memoria histórica de los habitantes o comunidades de una región, un país o nación y estas llegan a convertirse en signos y símbolos que ratifican su identidad. Dentro de estos bienes uno de los más significativos es la expresión religiosa, que conduce a su reconocimiento social.

Celebración de la Virgen la Bien Aparecida. Una práctica cultural de los inmigrantes españoles cántabros: signos a redescubrir en Camagüey

El flujo migratorio desde España no se mantuvo como un proceso constante, los datos obtenidos en los censos demuestran que Cuba fue el lugar preferido por la emigración hispana hasta 1898 y posteriormente entre 1920-1930. Los motivos fueron disímiles, pero en sentido general, el movimiento migratorio español se caracterizó por la alta presencia de adultos, con elevados índices de masculinidad, un predominio de agricultores y comerciantes [12]. Llegar a Cuba con sus familias completas era casi imposible, el costo del pasaje o la estancia en el país obligaba a la mayoría, especialmente los más jóvenes a emigrar solos, aquí formaban sus familias, pero tanto ellos como sus descendientes directos, no abandonaron las prácticas culturales religiosas de su lejana patria a las que incorporaban nuevas expresiones como parte del proceso de adaptación. Una de las más significativas eran la de asociarse con sus coterráneos, con sentir comunitario, comprendido a la manera de los teóricos Emile Durkheim, Carlos Marx, Porzecanski, Fernández de la Rota, Ander-Egg, Quintana, Nogueiras, que resaltan aspectos distinguibles en cuanto a estructuras físicas-geográficas, administrativas y sociales, vínculos, fines comunes que caracterizan los diferentes grupos sociales.

De esta forma el contexto cultural cubano se nutrió de un constante y creciente proceso  de cambios que condicionó una influencia significativa en la sociedad cubana en todos los  órdenes de la vida [13] y gradualmente los inmigrantes conformaron una especie de mosaico que se distinguió por los sentimientos y percepciones acerca de una cultura común que va ajustándose a nuevos patrones, donde emergen reproducciones de costumbres y tradiciones españolas  sedimentadas en el modo de pensar y sentir colectiva o individualmente.

Los cántabros gozaron de gran aceptación en la sociedad cubana y entre los propios españoles radicados en el territorio. El diario Correo Español [14] lanzó un concurso que preguntaba ¿Cuál es la provincia de España que cuenta con más simpatías en Cuba?, donde ganó con una cifra de 67.179 votos la provincia Santander. La inmigración cántabra en la isla mantuvo un fuerte y profundo sentido de pertenencia hacia su cultura, sus relaciones se manifestaron en celebraciones de festividades, intenso arraigo hacia los hábitos alimentarios, unido a una sólida posición económica que posibilitó imprimir su huella en la sociedad cubana. Las artes, el comercio, la industria, etc., ofrecen figuras cántabras de verdadero relieve. La Habana, Cienfuegos, Matanzas, Camagüey y Holguín, fueron las zonas donde mayor asentamiento de cántabros existió, y actualmente continúan siendo los territorios con mayor número de descendientes que existen en el país.

El asociacionismo de los inmigrantes españoles montañeses estuvo marcado por la creación de La Sociedad Montañesa de Beneficencia y el Centro Montañés de La Habana, las sedes más antiguas de las Casas de Cantabria en América Latina, creadas a mediados del siglo XIX que funcionaron junto a otras asociaciones como: Club Tierruca, Juventud Montañesa, Unión Liébana y Peñarrubia y la Unión hijos del Pechón [15].

En Cuba, la primera referencia para celebrar la festividad de La Virgen la Bien Aparecida [16] aparece en las Memorias de la Sociedad Montañesa, que recoge los intentos fallidos desde 1884 para realizar fiestas en su honor. No es hasta 1907, dos años después de ser reconocida como la patrona de la diócesis y región, con la repercusión del artículo Nuestra Patrona y la Beneficencia donde se convoca a los cántabros y sus descendientes a participar en una romería para tales fines. Finalmente, el 25 de agosto se da a conocer que celebrarían por primera vez estas fiestas. Se solicita por parte del Sr. Rufino Cano que le envíen la imagen de la virgen que se colocaría en el altar construido para estos menesteres en el parque Palatino. Para la ocasión los padres montañeses Francisco Revuelta y Camarero oficiaron la primera misa. Posteriormente se hizo costumbre que los montañeses en sus trajes de pasiegos, tamboneros y con otros aditamentos típicos, engalanaran las calles habaneras dirigiéndose a los Jardines de la Tropical, al parque Palatino, a los terrenos de Luyanó, entre otros lugares escogidos para su conmemoración.

Lamentablemente en Cuba, solo existe imágenes de la Virgen en la Capilla del Cementerio de Colón, construida por los montañeses radicados en la capital y en la iglesia Santo Ángel Custodio, de La Habana, lugar donde se comenzaron hacer las celebraciones a partir de 1918 dada la prohibición emitida por las autoridades católicas para realizar fiestas religiosas fuera de los templos. No obstantes, las romerías continuaron efectuándose hasta el triunfo de la revolución que disminuyeron en presencia e intensidad. Existen algunas referencias que en La Habana se han oficiado algunas misas los 15 de septiembre a la que asisten los cántabros y sus descendientes, así como algunas autoridades de la embajada española en Cuba.

Un análisis de esta práctica cultural religiosa en La Habana arroja interesantes hipótesis sobre la significación de la celebración, llama la atención el hecho que solo a dos años de ser reconocida como patrona de la región de Cantabria, se publique en Cuba un artículo que su título denota sentimientos de pertenencia y respeto a la tradición por la comunidad de montañeses. Los paseos por espacios citadinos importantes de la capital demuestran la aceptación que debe haber tenido como práctica religiosa de los españoles dentro de la sociedad habanera que tal vez con su presencia compartía tales festividades. No se ha encontrado otras referencias sobre celebraciones de forma similar por españoles radicados en la capital del país.

En otra dirección existen incógnitas sobre la creación de una asociación de ese tipo en Camagüey cuando existían varias familias de origen cántabro con descendencia en la zona.  Sobre la festividad, la mayoría (73%) de las fuentes orales expresaron recordar que sus padres y familiares asistían en ocasiones algunas fiestas por esa época del año en La Habana, aunque no pueden asegurar que estén relacionadas con la Bien Aparecida.

En la actualidad el número de ciudadanos españoles ha crecido por el reconocimiento oficial que otorgan las leyes de naturalización desde finales de la década de 1990. Los datos aportados por el Registro del Consulado Jurídico Español en Camagüey, hasta el 2018, reconocen la existencia de más de 83 naturales, 9 796 personas que son descendientes en primera y segunda generación de españoles y de ellos más del 84% ostentan la nacionalidad de este país y un 37% han viajado a España. Cifras que son las más elevadas en cuanto otorgamiento de otras nacionalidades en la provincia.

En diciembre de 1994, nació la Casa de Cantabria de Camagüey, bajo el aliento de un grupo de descendientes, en especial de Orlando González Beares, presidente de la misma desde su fundación hasta la actualidad, a la vez miembro del Consejo Mundial de las Casas de Cantabria. Constituye junto a la sede de La Habana las dos únicas Casas de Cantabria en el territorio nacional. Hoy cuenta con más de 300 asociados –mayor asentamiento de cántabro en Cuba-  la mayoría descendientes de las regiones de: Treviso, La Vega, Cabezón de Liébana, Labarces, Torrelavega, Laredo, Bárcena de Cicero y Santander, entre otras zonas [17].  Desde su creación desarrolla un amplio proyecto cultural para mantener vivas las tradiciones de la región de Cantabria y aquellas que se han incorporado a las costumbres camagüeyanas, niños, adultos y adultos de la tercera edad son colaboradores y beneficiarios del proyecto. Poseen una biblioteca que se encarga de divulgar todo lo relacionado con Cantabria, en correspondencia al artículo No 6 del estatuto de Autonomía para Cantabria, de 1981, que enuncia: “Las Comunidades montañesas asentadas fuera del ámbito del territorio de la región, así como sus asociaciones y centros sociales tendrán el reconocimiento de su origen cántabro y el derecho de colaborar y compartir la vida social y cultural de Cantabria” [18].

Una de las primeras tareas que asume la directiva de la Casa de Cantabria en 1995 es organizar la celebración de la Virgen de la Bien Aparecida, patrona de Cantabria, en ese año se hace de forma muy sencilla y a partir de 1996 hasta el presente, se reúnen en la iglesia de San José donde inicialmente el padre Mariano Tomey- de origen montañés- ya fallecido, oficiaba misas con estos fines. A esta celebración se añaden acciones en instituciones culturales como: concursos, muestras expositivas, conferencias, proyecciones de peregrinaciones al Santuario dedicado a la Virgen en la Iglesia del convento de San Felipe el Real.

A partir del 2008 con la presencia de la Coral Ijujú se ofrecen recitales en varias iglesias de la ciudad. La Casa de Cantabria lleva su imagen de la Bien Aparecida y personas de la tercera edad fundamentalmente le enciende velas, rezan y hacen pedidos. Para los más jóvenes y adultos se lanzan concursos sobre la religión, siempre vinculados a las prácticas culturales de Cantabria y su presencia en Cuba, especialmente en Camagüey, se reparten folletos confeccionados en la Casa y se finaliza con una cena e intercambios donde participan las familias que asisten a la ceremonia.

Un estudio de esta práctica durante los últimos 5 años realizado por la Casa de Cantabria, arrojó que se había incrementado la asistencia progresivamente hasta alcanzar en el 2018 un 72% de los asociados. Cifra que tiene en cuenta desde sus inicios para el análisis del público los siguientes aspectos:

  • Asociados que se hallan en la ciudad.
  • Personas que pueden asistir por estado de salud
  • Personas que asisten por primera vez
  • Tipo generación a la que pertenecen
  • Conocimientos que tienen de la ceremonia
  • Evaluación de la liturgia
  • Grado de satisfacción
  • Otros datos generales (edad, sexo, nacionalidad)

Un análisis estadístico de los resultados de las encuestas permite confirmar el crecimiento de los participantes, así como la colaboración y asistencias en las actividades colaterales que se realizan.

Un dato de interés que se asume para el estudio es la búsqueda dentro del imaginario colectivo de la significación de la celebración, de allí que resultó interesante el intercambio con algunas de las personas que viajaron a España y se pudo comprobar que de ellos el 47 % había visitado lugares donde se halla su imagen, algunos suvenires adquiridos que se refieren a la tradición cántabra y hasta fotografías que guardan como recuerdo de su estancia en el lugar.

En las encuestas se constata que en el período estudiado el 96% de los invitados expresan un grado de satisfacción elevado con las actividades en las que participan, siendo la celebración de 2014 la de mayor nivel de satisfacción. Otro aspecto que fue positivo en los 5 años recientes ha sido la incorporación de jóvenes que pertenecen a la tercera y 4 generación de descendientes, a su vez, hubo un incremento en un 13% de personas que asisten en calidad de invitado.

En el caso de los invitados las preguntas de la encuesta están encaminadas a indagar sobre los conocimientos que poseen de la Casa de Cantabria, de la Virgen de la Bien Aparecida, entre otros datos de interés. En cuanto a la Casa de Cantabria solo el 54 % responde con elementos substanciales que indican conocimientos de su quehacer, el 39 % poseen nociones generales y el 7 % era totalmente desconocedor. Con respecto a la ceremonia el 78% desconocía de la misma, el 19 refería un nivel bajo de conocimiento y un 3 % demostró tener suficientes dominios. Sobre la Virgen de la Bien Aparecida solo un 12 % conocía que era la patrona de Cantabria, sin poder añadir otros datos, aunque establecían nexos de conocimientos con la Virgen de la Caridad, el resto alegaban no conocer nada de ella.

Otro aspecto de interés que requiere un estudio más profundo está referido al vínculo que se constató en las actividades festivas de la patrona de Cantabria con la Virgen del Cobre, patrona de Cuba. La revisión de programas culturales concebido para la Celebración, demostró las referencias musicales dedicadas a la Virgen del Cobre, así como en las muestras expositivas y conferencias la relación que se estableció en cuanto a algunas coincidencias entre las imágenes en cuanto a los mantos, coronas y el hecho de tener en sus regazos al niño Jesús. Para mayores coincidencias solo una semana distancia ambas celebraciones.

Por los resultados obtenidos en las encuestas y la observación directa a la práctica cultural se puede inferir que ha marcado pauta en los descendientes de Cantabria en la ciudad agramontina y ha fortalecido los lazos inter generacionales, comprensible si se toma en cuenta la significación de la praxis, el etnólogo, antropólogo e historiador Fernando Ortiz tempranamente expresó: “Toda cultura es esencialmente un hecho social. No sólo en los planos de la vida actual, sino en los de su advenimiento histórico y en los de su devenir previsible” [19]. Este vínculo entre el pasado y el futuro a través del presente, solo es comprensible desde la percepción cultural los criterios de la Dra. Martha Arjona cuando señaló:

Entiendo por cultura no sólo la suma y sedimentación de experiencias propias y heredadas, sino el grado de conciencia de sí que tenga determinado grupo humano. Este reconocimiento, tamizado a través de las condiciones históricas y sociales se convierte en identidad cultural. (….) La identidad cultural es una riqueza que dinamiza la posibilidad de realización de la especie humana, al movilizar a cada pueblo y a cada grupo a nutrirse de su pasado y acoger los aportes externos compatibles con su idiosincrasia y continuar así el proceso de creación. [20]

Consideraciones finales

La práctica cultural religiosa de celebración de la Virgen La Bien Aparecida cada 15 de septiembre en Camagüey a partir de 1996 abarca no solo la liturgia de la misa que se realiza en la Iglesia San José, sino que a su alrededor se materializan otras actividades que enriquecen esta práctica cultural. El estudio de público muestra datos que corroboran el incremento gradual de los participantes, sentido de pertenencia y la partición de generaciones más jóvenes como expresión de continuidad.

Como signo cultural representativo de la festividad de la Virgen La Bien Aparecida, sobresale los nexos que se existente entre la patrona de Cantabria y la Virgen del Cobre, patrona de Cuba, aspectos que subrayan un proceso histórico que visualiza en la praxis el mestizaje cultural que investigadores han señalado e invita a repensar en las prácticas culturales religiosas modernas asociadas a los descendientes españoles.

 

Notas

* Conferencia presentada en el III Coloquio Presencias Europeas en Cuba, 2019, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.

[1] Manuel Martínez Casanova. Cultura popular e identidad: una reflexión, p.1.

[2] Bordiu, P. (1990). Sociología y cultura. p: 23-47.

[3] Bordiu, P. (1990). Sociología y cultura. Bourdieu asume el concepto de práctica, para ofrecer argumentos que permiten superar la tensión dinámica de las relaciones entre la estructura y el individuo. Sus conceptualizaciones de habitus y campo son compartidas por la autora en cuanto para el sociólogo el habitus es una subjetividad socializada y el campus un sistema relacional objetivo, instituido socialmente, una red o configuración de relaciones objetivas entre posiciones, ambos presentes en el fenómeno religioso.

[4] Entre los estudiosos se encuentran Fernando Ortiz, Olga Portuondo, Alain Basail y M Yoimy Castañeda Seijas, Miguel Barnet, Jesús Guanche, Ana Díaz, entre otros.

[5] Alain Basail y M Yoimy Castañeda Seijas en el ensayo: Conflictos y cambios de la identidad religiosa en Cuba citan las declaraciones de Monseñor Jaime Ortega, en 1982, en el Encuentro Diocesano de Pastoral que reconoce la religiosidad del pueblo con fundamento católico, pero sin práctica ortodoxa.

[6] La posición de algunas autoridades eclesiásticas en cuanto a la Revolución y la postura inflexible de algunos dirigentes de la Revolución se manifestó en actitudes gubernamentales de discriminación, y críticas a posturas religiosas interpretadas como rezagos de la burguesía. Aún no se ha develado en toda la dimensión a través de los estudios antropológicos las consecuencias de estas actitudes para el panorama sociológico y cultural del país.

[7] La posición de algunas autoridades eclesiásticas en cuanto a la Revolución y la postura inflexible de algunos dirigentes de la Revolución se manifestó en actitudes gubernamentales de discriminación, y críticas a posturas religiosas interpretadas como rezagos de la burguesía. Aun no se ha develado en toda la dimensión a través de los estudios antropológicos las consecuencias de estas actitudes para el panorama sociológico y cultural del país.

[8] En el Centro histórico declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad existen las iglesias: Nuestra Señora de la Merced, Nuestra Señora de La Soledad, La Catedral, la del Sagrado Corazón de Jesús, San Juan de Dios, Santa Ana, y El Carmen. Otras como: Santo Cristo del Buen Viaje, la Capilla de San José y La Caridad son representativas de un crecimiento urbano y demográfico significativo en los siglos XVII y XIX.

[9] Datos históricos demuestran la presencia del Padre Olallo en los momentos que llega el cadáver de Ignacio Agramonte al Hospital de San Juan de Dios, la memoria cultural refiere que fue él quien limpió su rostro. Fue beatificado en el 2008. Por su parte el padre Valencia se halla vinculado a la leyenda del Aura Blanca, una de la más conocida en la ciudad.

[10] Marcos Antonio Tamames Henderson: Monografía Religiosidad en las Ordenanzas Municipales de Puerto Príncipe aprobadas en 1856. p: 6-8.

[11] El investigador Marcos Tamames enfatiza en el texto como se pueden apreciar temas tan diversos en los artículos que recogen las Ordenanzas desde la limpieza e iluminación de las calles por donde transitaba la procesión del Santo Sepulcro hasta la llamada de atención para garantizar la solemnidad religiosa.

[12] Jesús Guanche: Componentes Etnos de la nación cubana, p.27.

[13] Ídem, p. 33.

[14] Fundado en La Habana en 1908 y terminó a finales de la década de 1920.

[15] Datos ofrecidos por el Registro de Asociados de la Casa de Cantabria de Camagüey.

[16] El Diario curioso, erudito, económico y comercial, de 1786 y el Diario de Madrid, 1807 hacen referencia a La Bien Aparecida, asumida por los cántabros como su protectora desde el siglo XVIII, de forma popular, mucho antes de que fuera declarada oficialmente casi un siglo después en 1905, como la patrona de la diócesis y región, coronada canónicamente por el obispo Eguino Trecu, en 1955. La leyenda refiere su presencia desde el año 1605, cuando unos niños ven su imagen con el Niño Jesús irradiando luz a su alrededor en una ermita situada en el alto de Marrón, en el municipio de Ampuero. La historia no fue aceptada por el pueblo, el alcalde y todos los moradores parten a la ermita en procesión el 15 de septiembre, comprobando lo descrito por los infantes, y de esta forma quedó establecida la festividad y trascendió la veneración a María Santísima con el título de la Bien Aparecida. Desde entonces su celebración congrega a montañeses dentro y fuera de España, en especial en el Santuario dedicado a la Virgen en la iglesia del convento de San Felipe el Real, donde se halla su imagen, una talla de madera de reducidas dimensiones: 21,6 centímetros (incluido el pedestal). Se desconoce quién modeló y su origen.

[17] Registro de Asociados. Casa de Cantabria de Camagüey.

[18] Casas de Cantabria. Embajadas del mundo. P-58-59.

[19] Norma Flores: Fernando Ortiz y la cubanidad, p: 11.

[20] Martha Arjona, Patrimonio e Identidad. 2003.

Bárbara de las Nieves Oliva García: Licenciada en Historia en 199 y Máster en Cultura Latinoamericana en 1999. Especialista en investigaciones históricas aplicadas en la dirección de investigaciones de la Oficina del Historiador de la ciudad de Camagüey. Vicepresidenta de la Filial de Camagüey de la Unión de Historiadores de Cuba. Miembro del CODEMA. Investigadora de temas relacionados con la historia, cultura y el patrimonio cultural. Trabaja en el proyecto cultural Encuentro de la Casa de Cantabria de Camagüey desde 1998. Ha realizado diversos cursos relacionados con la cultura popular, antropología, museología, género, patrimonio cultural, trabajo comunitario, entre otros. Docente de la Universidad de Camagüey y del Centro Provincial de Superación para la Cultura y el Arte.

Sancti Spíritus

La ruralización del refrán en Trinidad y Sancti Spíritus. Aproximación histórica

Sancti Spíritus

MSc. Bárbara Oneida Venegas Arbolaez

Septiembre 10, 2021

“Nuestro refranero viene de muchas partes, y viene

—y sigue viniendo—, de nuestra diaria experiencia,

de los medios rurales casi siempre”.

Samuel Feijóo

 

Breve conceptualización sobre el refrán

En 1950 Julio Casares define el refrán en su libro Introducción a la lexicografía moderna y lo incluye, junto con la frase proverbial, dentro de los tipos fundamentales de “combinaciones estables de palabras” [1]:

El refrán es una frase completa e independiente que en un sentido directo o alegórico, y por lo general en forma sentenciosa o elíptica, expresa un pensamiento —hecho de experiencia, enseñanza, admonición— a manera de juicio, en el que se relacionan al menos dos ideas” [2].

Otros autores, como Zoila Victoria Carneado, reafirman ese criterio de que los refranes forman una unidad que por su estructura gramatical constituye combinaciones predicativas de palabras y oraciones. Esta investigadora establece la denominación “expresión fraseológica” para los refranes, proverbios, clichés y otras formaciones, como “aquellos giros que en su composición y uso no sólo son semánticamente divisibles, sino que están compuestos de palabras con significación libre”, en cita del lingüista ruso M. M. Shanski [3].

En este caso, ¿qué se entendería de esa última expresión? Precisamente, la riqueza y perdurabilidad del refrán en condiciones históricas y socioculturales diferentes radica en el carácter polisémico del enunciado en el discurso del hablante, en las múltiples posibilidades de la comunicación y en la connotación que pueden adoptar las palabras para nombrar las cosas o explicarlas dentro de una nueva realidad. En este punto hay que preguntarse si estas características del refrán lo asemejan, en su proceso de configuración, al del lenguaje tropológico en su “doble conformación —gnoseológica y lingüística— que le confiere un alto grado de universalidad: entidades como el símil, la metáfora, el símbolo, etcétera, existen en todas las tradiciones literarias, manifestándose en estructuras semejantes” [4]. Son recursos que se emplean, más allá de fronteras clasistas o de otro tipo; para Dorothy Mack “Los hablantes usan la metáfora cada vez que explicar algo literalmente resulta muy largo, algo es muy complejo de analizar o, más aún, resulta imposible” [5]; y para Mirta Aguirre “la poesía, en suma, es un esfuerzo por abarcar, con pocas palabras, gran número de cosas” [6].

Sobran ejemplos en nuestro refranero para argumentar estas afirmaciones: una metáfora tan usada que ya los hablantes la perciben como lenguaje común en “Candil de la calle, oscuridad de la casa”, para referirse al que se ocupa más de las cosas ajenas que de las propias; imágenes del lenguaje coloquial guajiro como “La yagua que está pa’ uno no hay vaca que se la coma”, para proclamar el ineludible destino humano; personificaciones del estilo de “En lo que el hacha va y viene, descansa el palo”, en la referencia a la necesidad de ganar tiempo para algo; o la simpática “Como la gatica / de María Ramos, / que tira la piedra / y esconde la mano”, para criticar la hipocresía y la manipulación.

Pienso que el refrán comparte con la poesía su intención de decir mucho con pocas palabras y de comunicación de un conocimiento, la utilización del lenguaje figurado y también recto. Desde ese punto de vista, no pertenece a ningún estrato en particular, posee movilidad social y cultural, transita por diversas épocas y puede caer en desuso o lograr vigencia de acuerdo con las circunstancias históricas que contribuyen a su existencia. De ahí el uso, en muchas ocasiones, de combinaciones alusivas a realidades del pasado, por ejemplo: “Tanto va el cántaro a la fuente, hasta que se rompe”; “De casta le viene al galgo”; “Agua pasada no mueve molino”; o “Matrimonio y mortaja / del cielo bajan”.

Contexto histórico del refrán como representación cultural

La llegada de los contingentes hispánicos a América a finales del siglo XV y la fundación de las primeras villas a continuación significó un choque cultural donde el español como lengua de los vencedores devino el más activo vehículo de penetración cultural, el logos dominante como expresión de poder y legitimidad de toda actividad de habla y de escritura.

Al igual que otras villas de tan antigua estirpe, Trinidad y Sancti Spíritus fueron tierras de promisión para oleadas de hidalgos sin fortuna, burgueses emprendedores, eclesiásticos, campesinos, moros y judíos de la diáspora posterior a la reconquista española; y también aventureros y presidiarios. Llegaron transculturados, pero aquí lo fueron aún más, al incorporarse al ajiaco el indígena y el esclavo africano. La suya fue la palabra del otro, del que no tiene voz oficial, y sin embargo, nutrió de formas y decires de allende el océano el habla regional —vocablos y giros idiomáticos de origen árabe, kikongo, yoruba, castellano y otras lenguas romances y anglosajonas— e incorporó la base aruaca, náhuatl, quechua, a un léxico que se hacía día a día en el trasiego de mercancías, en el desmonte del bosque para fomentar fincas ganaderas e ingenios, en el ruido vocinglero e insolente de las calles y el mercado.

La palabra recrea cualquier imagen y su poder inmanente recorre las vías públicas y también se despliega en los rincones más recónditos de la vida de los ciudadanos. Sin el verbo la comunidad no tiene identidad. Su valor como expresión de la memoria es lo que inmortaliza los acontecimientos de la vida cotidiana e, indudablemente, es lo primero, que nombra, comunica, construye, destruye y reconstruye la representación de la realidad.

Procedentes de una cultura básica de producción y servicios agrícolas, los conquistadores-colonizadores la introdujeron en Cuba y hasta principios del siglo XX el componente étnico hispánico predominante fue de origen campesino, con marcas muy fuertes en los inmigrantes canarios en regiones de la provincia espirituana, registrados ya en el XVIII y el XIX en Trinidad y de afluencia notable en las primeras décadas del XX en Cabaiguán y Guayos, por ejemplo.

Este campesinado, que, como se sabe, es una de las savias nutrientes del criollaje y se integra en el campesinado cubano, aporta su aprehensión cultural del mundo que lo rodea desde sus experiencias vitales en un medio rural; sus signos lingüísticos y sus imágenes representativas son, por tanto, propios de ese medio y viajan con ellos por campos y ciudades, son acogidos y transformados por la práctica de cada día. En ellos se cumple lo que planteara el teórico Yuri M. Lotman:

El objeto que se presenta a sí mismo (que sirve para fines prácticos) ocupa, en las estructuras del código cultural, los niveles de valor más bajo, a diferencia del objeto que es signo de otra cosa (del poder, la santidad, la nobleza, la fuerza, la riqueza, la sabiduría, etcétera) [7].

Si se analiza el refrán desde este punto de vista, es posible comprender la humildad de su representación y a la vez su importancia como recurso gnoseológico en el habla de todos. Dentro de la temática rural sus indicadores son variados: la naturaleza y en ella, plantas y animales, fenómenos naturales y accidentes geográficos; filosofía de la existencia y la muerte, el de mayor amplitud, que se puede desglosar en la vida, la muerte, el destino, la religión, la suerte, las virtudes y los defectos humanos; y oficios y profesiones, donde se incluyen los instrumentos de trabajo.

Conclusiones

El predominio de tópicos rurales no admite discusión; en ellos están presentes la naturaleza con sus componentes, flora, fauna, accidentes geográficos, fenómenos naturales; la filosofía de la existencia y la muerte, con sus referencias al destino, la religión, la suerte, las virtudes y los defectos humanos; los oficios y profesiones con los instrumentos de trabajo como su correlato.

El componente étnico de raíz hispánica posee una base social campesina de gran densidad en Trinidad y Sancti Spíritus, con gran fuerza en la oralidad, y transmite códigos culturales vinculados con los objetos y la práctica de la vida cotidiana en el mundo rural.

La ruralización del refrán en Trinidad y Sancti Spíritus es una característica común que comparten con otras regiones del país, y responde a razones históricas y socioculturales avaladas por la permanencia de una cultura agrícola. Constituye además un rico reservorio de recursos poéticos propios del lenguaje tropológico que emplea el hombre para dotar de significado las palabras para aprehender y explicar la realidad circundante.

 

Notas

* Conferencia presentada en el III Coloquio Presencias Europeas en Cuba, 2019, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.

[1] Alfaro Echevarría, Luis. “Fisonomía y estilo de un refranero”. Revista Islas, nº 103: 126, sept.-dic. 1992.

[2] Ibídem, p. 125-126.

[3] Carneado Moré, Zoila V. La fraseología en los diccionarios cubanos. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1985, p. 40.

[4] Rodríguez Rivera, Guillermo. Sobre la historia del tropo poético. La Habana, editorial Letras Cubanas, 1985, p. 11.

[5] Citada por Rodríguez Rivera, p. 49.

[6] Ibídem.

[7] Citado por Rodríguez Rivera, op. cit. (6), p. 36.

Bárbara Oneida Venegas Arbolaez: Licenciada en Filología y Máster en Ciencias de la Educación. Diplomada en Filosofía por la Universidad de La Habana. Investigadora auxiliar. Es profesora auxiliar adjunta del Centro Universitario Municipal de Trinidad y correctora de la revista Tornapunta y otras publicaciones de la Oficina del Conservador de Trinidad y el Valle de los Ingenios. Es miembro de la Uneac, la Unión Nacional de Historiadores de Cuba y la Sociedad Cultural José Martí. Posee el premio nacional Emilio Roig de Leuchsenring, 2012; y el provincial Pérez Luna, 2014; ambos de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba. Su desempeño profesional se ha concentrado en el sector de la cultura, sobre todo como especialista de literatura y bibliotecas, investigadora de historia y cultura regional y promotora cultural. Tiene publicaciones en revistas y libros. Actualmente trabaja como especialista en la biblioteca municipal de Trinidad.

Gustavo Pittaluga

Gustavo Pittaluga Fattorini eminente hematólogo y ensayista italo-hispano-cubano

Gustavo Pittaluga

Pablo Andrés Pitaluga Pitaluga

Septiembre 3, 2021

 

El profesor Gustavo Pittaluga Fattorini nace en Florencia, capital de Toscana, Italia, el 10 de noviembre de 1877, en el seno de una familia notable por la cultura de sus miembros. Su bisabuelo, el doctor Balestero, fue médico de Napoleón I en la campaña de Rusia; su padre, el general Giovanni Pittaluga, profesor de Topografía Militar, tuvo el mando de Venecia durante la Primera Guerra Mundial; su hermano Mario fue un destacado abogado en Roma y su hermana Rosa, una distinguida profesora de Historia Natural en Florencia.

Gustavo Pittaluga estudió la carrera de Medicina en la Universidad de Roma y en 1901 alcanzó el Doctorado en Medicina y Cirugía con la tesis Acromegalia y tumores de la hipófisis, trabajo citado como uno de los primeros acerca de la Enfermedad de Pierre Marie.

Ya graduado, decide cambiar de orientación y comienza a trabajar como ayudante de la cátedra de Anatomía Comparada de su Alma Máter, junto al eminente profesor Giovanni Batista Grassi (1854-1925), sabio con el que llevó a cabo sus primeros estudios sobre insectos trasmisores del paludismo, estudiando profundamente esta enfermedad y especializándose en entomología médica y epidemiología.

En 1903 arriba a Madrid para asistir al Congreso Internacional de Medicina, donde presenta su estudio Etiología y epidemiología del paludismo, trabajo que llamó la atención de los congresistas y que fue determinante en el curso posterior que tomará su vida.

Entre los asistentes al Congreso se hallaba el sabio histólogo español don Santiago Ramón y Cajal, quien admirado con la disertación del joven investigador, lo invita a trabajar al Instituto Nacional de Higiene Alfonso XIII de Madrid, iniciando así la etapa en España de su brillante carrera, que se consolidaría aún más con su matrimonio con la madrileña María Victoria González del Campillo, de cuya unión nacerían tres hijos y uno de ellos, Gustavo, se convertiría con el devenir de los años en músico de prestigio internacional.

Su larga estadía en España lo hizo acreedor del reconocimiento de prestigiosas instituciones médicas europeas; entre sus obras aparece Estudios acerca de los dípteros y los parásitos que trasmiten enfermedades a los hombres y animales, editado por la Real Academia de Ciencias de Madrid en 1906, en el que cita los trabajos del doctor Carlos J. Finlay Barres (1833-1915) y defiende la prioridad del cubano en la concepción de la teoría metaxénica del contagio de enfermedades.

El resultado de sus estudios convirtió a Pittaluga en uno de los primeros hematólogos que revolucionaría, con sus ideas, lo que hasta ese momento se tenía sobre la Hematología.

Fundador de la hematología moderna, su Manual de enfermedades de la sangre y hematología clínica, publicado en 1922, marcaría un viraje en algunos conceptos y teorías de la Hematología, ya que había en aquella época un concepto muy pobre sobre sus estudios.

En el año 1937, el destacado ensayista cubano Fernando Ortiz, a través de la Institución Hispanocubana de Cultura, invitó a acreditados intelectuales españoles para ofrecer conferencias o cursos cortos en Cuba con el objetivo de dar a conocer diversos temas de gran interés en las especialidades de las Ciencias Sociales y, particularmente, sobre importantes temas científicos. El doctor Pittaluga fue uno de ellos. Llegaría a La Habana en diciembre de 1937, para dictar un ciclo de conferencias entre diciembre y enero del 1938. Ese año, la Facultad de Medicina de la Universidad de La Habana y el Instituto Finlay lo invitan a dar un curso sobre Hematología que fuera antologado por el doctor Víctor Santamarina Salanueva, en un volumen de 205 páginas titulado Conferencias de Hematología, publicado por la Universidad de La Habana en 1938.

A pesar de su intensa labor en las ciencias y la cultura en las cuales tuvo un relevante papel, no fue indiferente a los problemas políticos que aquejaban a España; en el año 1931 resultó electo delegado a la Asamblea Constituyente por la provincia Badajoz, Extremadura. A la República Española sirvió fielmente, por convicciones muy arraigadas, en las distintas misiones que le encomendó, hasta su caída en 1939.

Ante la victoria del franquismo, es acogido por Francia, donde llegó a ser presidente de la Sociedad Francesa de Hematología; pero Francia también era víctima de la invasión fascista. Su vida como la de cientos de luchadores antifascista corría peligro en tierras galas, por lo que el doctor Domingo F. Ramos Delgado, quien se desempeñaba como profesor de Patología en la Universidad de La Habana y ministro de Defensa en esa época, intercedió para buscar una salida, lo que permitió que el gobierno entreguista de Vichy autorizara su salida del país.

En septiembre de 1942 arriba a La Habana como exiliado republicano; todo hacía presagiar que la presencia de Pittaluga daría motivo al surgimiento de una Escuela de Hematología de tanto prestigio, en el futuro, como la de Madrid. Pero le faltó grandeza y patriotismo al ambiente médico cubano de aquel momento, no vieron en él al gran Maestro, sino al competidor que afectaría sus intereses económicos y prefirieron rodear su labor con un muro de indiferencia hasta llegar a anularla.

No hubo más cursos en la universidad; la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, de la que era miembro correspondiente, lo ignoró, al igual que las demás sociedades científicas. Pittaluga recibió la nueva situación, quizá por lo mucho que ya conocía a los hombres, sin apenas darse por enterado.

Aceptó un cargo en el Instituto Finlay, en el que tampoco tendría oportunidad de desarrollar, como merecía, su labor. Colaboró durante un tiempo con el profesor Pedro Kouri Esmeja, que le abrió generosamente las puertas de su cátedra de Parasitología y Enfermedades Tropicales de la Universidad de La Habana y el Instituto Nacional de Hidrología y Climatología Médicas. Lo invitó, desde su fundación en 1945, a formar parte como miembro asesor de su Consejo Científico, nombrándolo jefe del Departamento de Investigaciones Biológicas e Hidrológicas yjefe de redacción de su boletín, en el que aparecieron no pocos trabajos suyos.

Pero a pesar de todo, no detuvo el sabio su labor. En 1946 publica su primer libro Clínica y laboratorio, en colaboración con los doctores Enrique Galán Conesa y Antonio Guernica de Roux; en 1948 aparece Vitaminas y sangre, volumen de 770 páginas en el que se mezclan sus grandes conocimientos en estos dos importantes aspectos de la Medicina.

Otra tarea que desarrolló el profesor Pittaluga en el campo de las ciencias fue la de traductor. Por encargo de editoriales cubanas tradujo, del inglés al castellano, el Diccionario práctico de medicina del doctor Stedman, voluminosa obra de 1444 páginas.

Pero si importante es esta labor científica desarrollada en Cuba, no fue menos la que llevó a cabo en el campo de la cultura. Si bien es cierto que las instituciones científicas del país le cerraron veladamente sus puertas, no ocurrió lo mismo con los centros culturales de gran importancia, como la Academia de Historia de Cuba, a la que fue llamado como académico correspondiente y en la que ingresó en 1948 con su formidable estudio Ensayo para una historia de los sentimientos; la Academia Nacional de Artes y Letras en la que ingresó como académico correspondiente, en 1950; su libro más conocido dedicado a Cuba Diálogos sobre el destino, obtuvo el premio Ricardo Veloso en el concurso organizado por la Cámara del Libro Cubano en 1950.

Su preocupación por la mujer lo llevó a una profunda meditación sobre su proyección en la historia que le hizo escribir en Cuba el libro Grandeza y servidumbre de la mujer, obra apenas divulgada que lo acredita como historiador y filósofo de cualidades notabilísimas, que se afirma y confirma en la personalidad más destacada de la mujer, no ya en relación con el hombre, con el mundo masculino, sino como ser humano, como miembro autónomo de la comunidad.

Grandeza y servidumbre de la mujer lleva un subtítulo que define la temática del libro: Situación de la mujer en la historia. En él su autor no pretende resaltar los hechos, sino algo mucho más delicado y difícil de captar y expresar, me refiero a situaciones concretas de cada cambio histórico desde una genérica y más profunda visión: la de la mujer en toda la historia que se conoce.

La introducción del texto es la osamenta ideal del libro, donde la acción primera y primaria de la mujer tiene como escenario el comienzo mismo de la historia, en los primeros pasos en que el hombre se desprende de la vida nebulosa “Natural” para afirmarse en lo que tiene (posee) de peculiar y humano.

Autenticidad, tiempo y destino son los puntos centrales del libro. El primero se enlaza con el sentido de los valores que preside la visión histórica de Pittaluga. La mujer aparece —y esa es la mayor audacia, que consideramos de su pensamiento— como percibiendo los valores, sugiriéndolos, haciéndolos triunfar, en suma, convirtiéndolos realidad. Convierte a la mujer en la mediadora entre el reino de los valores y la cruda realidad social que traen consigo los avatares y dramas de cada época.

La filósofa española más universal de todos los tiempos María Zambrano, al referirse a la obra de Gustavo Pittaluga escribió:

Grandeza y servidumbre de la mujer pertenece a esa especie de libros musicales en los que la medida lo es todo: es una obra con número y ritmo, y, por tanto, algo secreta y misteriosa, donde prevalece la imagen de la mujer.

Gustavo Pittaluga Fattorini vivió los últimos 14 años de su vida en Cuba como exiliado político antifascista, y desarrolló una labor científica de indiscutible relieve avalada por la publicación de 10 libros, así como varios centenares de artículos y conferencias en periódicos y revistas del país o dictadas en prestigiosas instituciones nacionales.

Catalogado por el destacado Doctor en Ciencias Gregorio Delgado García, como la personalidad más importante del exilio republicano español en Cuba en la primera mitad del siglo xx, hoy, a 62 años de su muerte, el 27 de abril de 1956, los historiadores e investigadores rendimos tributo a quien la mayor de las Antillas acogió en su seno como a un hijo, de quien recibió, generosa y amorosamente, el fruto maduro de su talento extraordinario.

 

Notas

* Conferencia presentada en el II Coloquio Presencias Europeas en Cuba, 2018, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.

Pablo Andrés Pitaluga Pitaluga: Escritor e investigador sobre la inmigración y presencia italiana en Cuba. Forma parte del Comité Científico de los Seminarios sobre Emigración y Presencia Italiana en Cuba y del Consejo Editorial del periódico digital Ecos de Mantua. Ha publicado numerosos textos en revistas, periódicos, compilaciones y espacios digitales especializados, entre ellos Náufragos italianos devenidos artífices de una historia. Junto a Miguel Ángel Díaz Catalá es coautor del libro Cuentos de Camino. En la actualidad se desempeña como Especialista Principal en la Dirección de Eventos y Servicios Académicos Internacionales de la Universidad de La Habana. Es miembro de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba.

Copia 2 Altolaguirre y Zambrano

Dos malagueños, una isla. Un acercamiento a las obras de María Zambrano y Manuel Altoaguirre durante su estancia en Cuba

2 Altolaguirre y Zambrano

Anet González Valdés

Yohannia Pérez Valdés

Junio 11, 2021

 

Durante la guerra civil española, y luego del establecimiento de la dictadura de Francisco Franco, se produjo un éxodo de intelectuales hacia otros países, tanto europeos, como americanos. Uno de los destinos elegidos fue Cuba, lugar donde no solo encontraron refugio, sino también un espacio en el que podían seguir desarrollando sus competencias intelectuales y mantener la lucha por España, ahora desde el otro lado del Atlántico.

María Zambrano y Manuel Altolaguirre no solo comparten el lugar de origen, Málaga, sino que también sufrieron el exilio. Ellos encontraron en la isla un sitio donde continuar sus quehaceres literarios, filosóficos, políticos. Durante este período convivieron en el mismo círculo intelectual, lo que los llevó a colaborar en disímiles ocasiones, así como a compartir con otras destacadas figuras tanto cubanas como españolas. La temática del exilio se encuentra convertida en poesía en sus textos, ambos poetas la aprehenden y vuelcan en sus creaciones.

Zambrano, Altolaguirre y grupo Orígenes

En diversos momentos, el exilio trajo de la mano a Zambrano hacia Cuba. Así la isla la acogió en varios períodos, un total de 13 años. Durante sus viajes a Cuba se vinculó al movimiento intelectual y se desempeñó en varias actividades docentes. Impartió clases, cursos y conferencias en universidades, como el Instituto de Altos Estudios e Investigaciones Científicas en La Habana (1940) y el Ateneo, donde ofreció un curso sobre Ortega y Gasset, de quien fuera discípula, y otro sobre San Juan de la Cruz. De igual manera, se vinculó al movimiento de exiliados españoles que existía en la isla y desarrolló un curso sobre ética griega en la Escuela Libre de La Habana, fundada entre cubanos y españoles, y dirigida por Doctor J. Miguel Irisarri.

El contexto espacio-temporal, sus indagaciones intelectuales y su sensibilidad poética y filosófica la vincularon con un grupo de poetas, novelistas y ensayistas cubanos que luego se aglutinarían en la revista Orígenes. El primer día de su llegada a La Habana conoció a José Lezama Lima, con quien mantuvo una relación muy especial, que puede apreciarse en un extenso epistolario que advierte la profunda amistad que nació entre estos dos escritores.

Orígenes conforma una parte indisoluble de la obra y el pensamiento zambraniano y, además, significó el primer encuentro de la poeta con la creación de Lydia Cabrera, Virgilio Piñera, Wifredo Lam, Cintio Vitier, Fina García Marruz, etc. La revista funcionó como una bisagra donde se articularon y retroalimentaron obras de la malagueña y muchos cubanos. Tal es el caso de La Cuba secreta, ensayo donde define las virtudes y singularidades poéticas de los miembros de Orígenes, que pone en evidencia su cercanía con el grupo [1]. En este ensayo, además, establece su relación con la isla, sobre la que llega a afirmar: “Y así, sentí a Cuba poéticamente, no como cualidad sino como sustancia misma. Cuba: sustancia poética visible ya. Cuba: mi secreto” [2].

Ella era parte de lo que llamaría Eliseo Diego:

Toda una constelación de ingenios como habrá habido pocas en lo que va de siglo, aunque entonces no nos percatáramos de ello […]. Nos reuníamos en torno a nuestra María solo por el placer de escucharla. Hasta el propio José Lezama Lima callaba para oírla [3].

Altolaguirre también mantuvo un estrecho vínculo con los intelectuales de la isla. Él y Concha Méndez, su esposa también poeta española, enseguida volvieron a tener contacto con quienes habían conocido en Europa, como Alejo Carpentier, José María Chacón y Calvo, Juan Marinello y Nicolás Guillén, además de establecer nuevas relaciones. En Cuba encontraron el espacio idóneo, pues los cubanos se sentían cercanos con la guerra civil no solo por los lazos que aún se tenían con España, sino por los sucesos revolucionarios que habían acontecido recientemente en la isla.

El matrimonio enseguida encontró auxilio en muchos de sus amigos, quienes buscaron los medios para brindarle apoyo. En poco tiempo ya le habían agenciado varias conferencias y lecturas, además, recibieron varios donativos, como el brindado por una de los mayores mecenas del arte cubano, María Luisa Gómez Mena, que les permitió comprarse una imprenta. Con La Verónica, nombre que recibe la máquina, comienza uno de los capítulos más fructíferos en el arte de la impresión, no solo para el matrimonio, sino para Cuba.

En La Verónica verían la luz dos números de Espuela de plata, dirigida por Lezama Lima, una de las primeras revistas donde confluyen personalidades como Virgilio Piñera y Cintio Vitier. Además, una vez establecido en México continuó colaborando con ellos. En 1954, en una de sus visitas a la isla, publica un texto en la revista Orígenes.

De impresores y revistas

Desde la llegada de Zambrano a Cuba, sus escritos aparecieron en prestigiosas publicaciones periódicas de la isla. Ya desde Espuela de plata mantuvo una estrecha colaboración con Lezama Lima, que aumentaría con la llegada de Orígenes. Pero sus ensayos pueden leerse también en revistas como Bohemia, La Gaceta de Cuba, Ciclón, Credo, Crónica, Cuadernos de la Universidad del Aire, La Torre, Nuestra España y Universidad de La Habana. Sus ensayos “Las dos metáforas del conocimiento” y “San Juan de la Cruz”, fueron publicados en La Verónica, publicación dirigida por Manuel Altolaguirre en colaboración con Concha Méndez. Esta revista, que llevaba el nombre de la imprenta, fue una de las tantas que nació bajo el celoso cuidado del matrimonio.

Y es que Altolaguirre desde muy joven se vinculó con la labor de impresor. En su haber tiene varios títulos de revistas que resultan claves para estudiar la literatura española de la etapa, como Ambos (1923) y Litoral (1926-1929), que recogen a los escritores que luego serían conocidos como la Generación del 27, en la que él se incluye, entre otras. Además, varias colecciones de cuadernos de poesía en las que pueden encontrarse desde autores españoles como Federico García Lorca, Luis Cernuda, Jorge Guillén y Miguel Hernández; también escritores latinoamericanos que aún eran poco conocidos como Pablo Neruda, César Vallejo y Nicolás Guillén.

Una vez en Cuba, con su imprenta La Verónica se realizaron varias publicaciones, como Nuestra España (1939-1941), revista que se convirtió en portavoz de los republicanos exiliados en Cuba, Atentamente (1940) y La Verónica, entre otras. Se imprimieron dos colecciones: “El ciervo herido”, dedicada a autores españoles tanto clásicos como recientes, en donde aparecen los poemarios Nube temporal, del propio Altolaguirre y Lluvias enlazadas, de Concha Méndez, y “Héroe”, que se nucleaba con autores de la isla. Aquí aparecieron títulos tan cruciales para la literatura cubana como Cuentos negros de Cuba, de Lydia Cabrera, Indagación al choteo, de Jorge Mañach, Sabor eterno y Júbilo y fuga, de Emilio Ballagas, entre otros. Entre todas estas ediciones, uno de los primeros textos que vieron la luz fueron Versos sencillos y luego Versos libres de José Martí.

Pero en La Verónica no solo se imprimían textos vinculados a la literatura, sino también catálogos de galerías y pintores. Y es que las artes todas confluyeron en un momento en el que se respiraba cultura, talento.

El exilio como espacio de creación

Las obras más importantes de Zambrano vieron la luz lejos de su patria o fueron motivadas por su condición de exiliada, que para ella no comienza al abandonar el país, sino que el expulsado se forma mediante diferentes fases (refugiado, desterrado, exiliado). Así, desde su pensamiento poético y filosófico, da una nueva definición de exilio. En su poesía, el camino hacia el exilio no se inicia con el abandono de la tierra natal, porque un ideal de ella acompaña al expulsado. Luego, este sentimiento se va transmutando primero en resistencia (en el estado de refugiado), para devenir aceptación (desterrado). En la condición de desterrado ya no se anhela la lejanía, se crea un nuevo sentir de expulsión y distancia, y es esta pérdida la que construye el estado de exilio:

Y mientras, el desterrado mira, sueña con los ojos abiertos, se ha quedado atónito sin llanto y sin palabra, como en estado de pasmo. Y si atiende a su oficio, sea el mismo o diferente de aquel que tenía, no le saca de esa mudez, aunque para cumplirlo haya de hablar. Ningún quehacer le hace salir de ese estado en que todo se ve fijo, nítido, presente, mas sin relación [4].

Al finalizar la dictadura española, Zambrano regresa a su tierra natal, y en 1979 ve la luz Los bienaventurados, obra cumbre donde formula todas sus teorías y experiencia como exiliada. En esta publicación logró condensar sus vivencias y dio un nuevo sentido y definición a la condición de exiliado. El libro describe la etapa del exilio:

Como una peregrinación y como un desierto, como símbolo de lo desconocido, es un espacio infinito, donde hallar una nueva patria y también donde poder encontrarse a sí mismo.

Así, en la poesía de Zambrano, el viaje del expulsado traspasa las fronteras de un viaje físico hacia el exilio, para convertirse también en un viaje espiritual, donde reencontrarse lejos de la tierra natal.

Pero para el exiliado existen varias clases de viajes, además del físico y el interior, hay otro que ronda como una constante la obra de Zambrano: el regreso. El reencuentro con los sitios abandonados, pero no olvidados. Al volver, como en un viaje hacia la nostalgia, nunca se llega al lugar imaginado, añorado, porque tras la partida solo existe en el recuerdo, en la poesía, y es a través de ella que Zambrano lo alcanza.

En esta búsqueda de sí, se pasa por un período de metamorfosis, dejando atrás parte de la patria para luego hallar una “patria prenatal”, como Zambrano llamó a Cuba por sus años y experiencias vividas en La Habana:

Y siempre pensé que al haber sido arrancada tan pronto de Andalucía tenía que darme el destino esa compensación de vivir en La Habana tanto tiempo, pues que las horas de la infancia son más lentas. Y ha sido así, en La Habana recobré mis sentidos de niña, y la cercanía del misterio [5].

En 1940 Altolaguirre publica Atentamente. Se trata de una revista de un solo autor, de dos números que cada uno cuenta con dos capítulos. Aquí dio a conocer sus memorias, sus vivencias y su experiencia como exiliado. Desde el distanciamiento que le brindaba Cuba, ya pasado el tiempo prudente, decide escribir sobre sus experiencias al tener que abandonar España. No solo se trata de tener que dejar su patria, del fracaso de la guerra, aquí refleja lo que tuvo que atravesar. Él narra a viva voz sus experiencias, las que comparte con otros exiliados. Su estancia en el campo de concentración en Francia, lo que vio sufrir a los otros españoles, no es parte de su pasado, sino el presente que lo impulsa a escribir estas páginas.

Apuntes finales

María Zambrano llega por primera vez a Cuba en 1936, Manuel Altolaguirre lo hace en 1939, cuando ya los republicanos habían perdido la guerra. El arribo de ambos tiene varios puntos en común, llegaron por cuestiones del azar, Zambrano iba en camino a Chile cuando deciden hacer una escala; Altolaguirre, por su parte, tomó un barco rumbo a México, pero debe desembarcar en Santiago de Cuba para que su hija recibiera atención médica. Estos dos malagueños colaboraron en más de una ocasión. Zambrano escribió un hermoso prólogo para El solitario, misterio en un acto, de Concha Méndez, y en La Verónica se publicaron ensayos de ella.

Era el azar quien los trajo por primera vez, pero ellos decidieron quedarse y retornar. Como ha quedado demostrado, la Isla se convirtió en un espacio de espera en el exilio, pero también de creación y reflexión. Patria prenatal para Zambrano, terreno fecundo para Altolaguirre. A decir de Nicolás Guillén, recibieron en el rostro el “sol cubano, tantas veces entrevisto […] desde su Málaga natal, sumergida también en la misma blanca luz de nuestra isla” [6].

 

Notas

* Conferencia presentada en el II Coloquio Presencias Europeas en Cuba, 2018, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.

[1] Este ensayo nace tras la publicación de Diez poetas cubanos, 1948, de Cintio Vitier.

[2] Publicado en Endymion, Madrid, 1996.

[3] María Zambrano en Orígenes, Ediciones del Equilibrista, México D.F., 1987.

[4] María Zambrano: Los bienaventurados, Ediciones Siruela, 2004.

[5] María Zambrano: La Cuba secreta y otros ensayos, ed.cit.

[6] Matías Marchino Pérez y María Rubio Martín: Nicolás Guillén: hispanidad, vanguardia y compromiso social, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 2004.

Anet González Valdés: Licenciada en Letras por la Universidad de La Habana. Fue redactora-editora de Ediciones Boloña, en la Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana y coordinadora del Premio Casa Víctor Hugo, que estimula la investigación y la creación artística y literaria referidos a los contactos e influencias recíprocas entre las culturas francesa y cubana. En 2017 participó en el Congreso Internacional de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA), realizado en Lima, Perú.

Yohannia Pérez Valdés: Licenciada en Letras por la Universidad de La Habana. Profesora Instructora de Español básico de la Facultad de Artes y Letras y editora de las publicaciones académicas de la Editorial Universidad de La Habana. En 2010 se graduó del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso y en 2011 obtuvo la Beca de Creación Literaria “Caballo de Coral”.

Francisco Prat Puig

Francisco Prat Puig. Su esencia universal

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Yaumara López Segrera

Mayo, 28, 2021

 

El 11 de noviembre de 1906 en la Pobla de Lillet, provincia de Barcelona, Cataluña, España, nace el mayor de los tres hijos del matrimonio de Conrado Prat Fábregas y Luisa Puig Metó que fue inscrito con el nombre de Francisco Conrado Prat Puig en la partida de nacimiento número 67, tomo 8, folio 29, como certificó Don Pedro Barral Pedrals, juez municipal de la villa, en el acta expedida el 4 de junio de 1939, año de la Victoria.

Muy joven se traslada con su familia a Santa Coloma de Farnés, provincia de Gerona, donde conjuntamente con jóvenes contemporáneos a él, y gracias a la intensa preparación brindada por su padre, se presenta a los exámenes libres del Bachillerato y obtiene dicho título en 1926 [1].

El interés por continuar estudios, por una parte, y los escasos recursos familiares por otra, lo precisan a trabajar como pasante de abogado, mozo de botica y ayo de colegios privados para poder pagar sus estudios superiores. Así cursó las especialidades de Licenciatura y Doctorado en Filosofía y Letras [2] y Licenciatura en Derecho, en el período de 1926 a 1930 en la Universidad de Barcelona.

Se titula Licenciado en Derecho el 21 de enero de 1931, como se certifica en registro especial de la Sección de Títulos con el número 37 y folio 108, y de Licenciado en Filosofía y Letras, sección de Historia, como se asevera en el certificado número 150 de folio 101. Ambos documentos están refrendados con la firma del rector Don Jaime Leiva [3].

En 1931 se presenta en oposición para la Cátedra de Segunda Enseñanza del Instituto de Mataró, comarca catalana, y ya con la categoría de Profesor Titular desempeña su labor como docente hasta 1937. Conjuntamente con esta actividad, trabaja como auxiliar de la Cátedra de Arqueología Antigua de la Universidad de Barcelona, simultáneamente ejercía como secretario en el Instituto de Segunda Enseñanza de Mataró y se prepara para su Doctorado. Debido a su empeño personal logró que a dicha institución educacional pudieran incorporarse alumnos pobres en igualdad de condiciones.

Su continua labor de investigación tiene como resultado el descubrimiento de un acueducto romano en Pineda, acerca del cual presenta un trabajo en un concurso convocado por el Instituto de Estudios Catalanes, por el cual recibe el premio “Martorell” [4] en el año 1933.

En el año 1936, el Departamento de Memorias de la Sección Histórico-arqueológica del propio instituto, publica dicho trabajo; por este mérito la Universidad Autónoma de Barcelona, tenía el propósito de otorgarle la categoría de Doctor, hecho que no tuvo lugar por el estallido de la Guerra Civil Española, en 1936.

Como militante activo de los partidos políticos catalanistas de izquierda se alista en el frente del Pirineo como voluntario. Fue nombrado “Miliciano de la Cultura”, especie de comisario político, de la brigada 131, segundo Batallón, el 11 de octubre de 1938. Desempeñó, además, transitoriamente, la jefatura de una base de instrucción militar.

Al ser derrotadas las tropas republicanas por las fuerzas franquistas, el Gobierno francés ofrece refugio a los partidarios de la malograda República Española. Prat fue detenido y enviado a un campo de refugiados en Agde [5], departamento de Hérault, Francia, donde trabajó como enfermero, conjuntamente con varios médicos refugiados, en la enfermería conformada por ellos mismos.

El caudal de conocimientos de Prat y su espíritu resuelto propiciaron el intercambio intelectual con el jefe del campamento de refugiados, Monsieur Georges Benoit-Guyod, por intereses afines a la arqueología y la cultura en general.

Transcurre entonces un período de trabajo y descubrimientos arqueológicos en Agde hasta que se le hace oportuna la salida de Francia con los documentos de identificación de su cuñado que había fallecido. Su salida sería por el puerto de Burdeos hasta Nueva York, y luego a Miami de donde parte hacia La Habana.

Con 33 años llega a Cuba. Esta sería su patria adoptiva y el lugar en donde transcurrió la mayor parte de su laboriosa y fructífera vida.

Cuba. La Habana (1939-1948)

Entre los principales propósitos de Prat figuraría establecer relaciones con personalidades de la cultura habanera que pudieran introducirlo en la intelectualidad cubana, y así lograr trabajar para el sustento de la familia, siempre pensando en su irrebatible preparación profesional y su competencia. Su acercamiento e identificación con esta, su segunda patria, lo conducen a adoptar la ciudadanía cubana el 16 de abril de 1947 [6].

En su afán de profundizar sus conocimientos acerca del fenómeno cultural cubano, concurrió a cursos impartidos por la institución Hispano Cubana de Cultura y en la Universidad de La Habana sobre tópicos de Cultura Latinoamericana y cubana. Paralelamente a su superación profesional y a la labor como docente, iniciaría su obra como restaurador en nuestro país.

La restauración de la iglesia de Santa María del Rosario, en el año 1940, a la que dedicaría sus más denodados esfuerzos, es considerada como el punto de partida de dicha faena. No tardaría entonces en ser reconocida la figura de Prat entre los intelectuales de todo el país, quienes no tuvieron reparos en solicitar su concurso en diversas ocasiones.

Así ocurrió en 1942 cuando Pedro Cañas Abril y Felipe Martínez Arango, presidente y secretario respectivamente de la Comisión Pro Monumentos, Edificios y Lugares Artísticos de Santiago de Cuba, requieren su presencia para que impartiera conferencias sobre arquitectura colonial; marco este que fue propicio para invitarlo a formar parte del claustro de profesores de la ya esbozada Universidad de Oriente.

Esta visita a Santiago de Cuba se sumó a sus disímiles periplos realizados a través de toda la isla, con el propósito de estudiar la arquitectura cubana. Su agudo sentido de la observación le permitió detectar en uno de los extremos de lo que fuera la Plaza de Armas de la ciudad, un edificio a todas luces muy antiguo al cual, luego de exhaustivas investigaciones, identificó como la casa más antigua de Cuba y quizás de América, la cual según sus palabras: “Es el primer paso o punto de partida de una tradición constructiva criolla”.

En 1947, en el Congreso de Historia Local en San Juan, Puerto Rico, el Doctor Francisco Prat Puig recibiría los Votos de Gracias por su libro El Pre Barroco en Cuba. Actualmente dicha obra es considerada bibliografía básica a consultar por todos los interesados en el estudio de la génesis de la arquitectura en nuestro país.

Prat, con el conocimiento del proyecto de instauración de la Universidad de Oriente, visita nuevamente Santiago de Cuba para dar conferencias en la Sociedad de Estudios Superiores de Oriente (SESO) y participa en la fundación de dicha Universidad en 1947. Un año después se establece definitivamente en Santiago.

Santiago de Cuba (1948-1997)

El 20 de febrero de 1948 se incorpora a la Universidad de Oriente, donde ejerce como profesor en la entonces Facultad de Filosofía y Letras. Su labor no se limitaría solamente a la docencia, pues en 1951 tomó parte en el concurso para el proyecto del nuevo Ayuntamiento de Santiago de Cuba, cuya solución estuvo inspirada en un diseño de Cabildo para esta ciudad en el siglo XVIII y el cual le valió el polémico primer lugar.

A inicios de la década del sesenta se le confiaría la restauración del Castillo del Morro de Santiago de Cuba, con el total amparo de la recién creada Comisión de Monumentos y la disposición y apoyo de dirigentes de la misma y del Ministerio de Cultura.

Toda actividad llevada a cabo por Prat no constituyó un obstáculo para el total desempeño de su más anhelado propósito: la docencia. La pasión por su profesión como maestro, aprendida desde muy niño, lo encaminó a participar en la obra más humana de la Revolución Cubana: la Campaña de Alfabetización.

Desde inicios de los sesenta desempeñó múltiples cargos tales como: decano de la Facultad de Filosofía y Letras (1961-1963), decano de la Escuela de Historia (1963-1968), decano de la Facultad de Humanidades (1963-1965), director del Departamento de Historia de la Cultura y asesor de la Biblioteca Central de la Universidad de Oriente y del Archivo de Historia de la misma (1966).

Sus inquietudes profesionales lo llevan a interesarse por eventos de su especialidad en el extranjero, así participó en el Congreso de Historia de Sevilla, donde su presencia se limitó a intervenir en las discusiones y formar parte de las comisiones que le designaron. En 1973, se suscribe al XXIII Congreso Internacional de Historia del Arte en Granada, donde presenta como ponencia “La casa de Diego Velásquez y el Museo de Ambiente Histórico” [7], publicado en las actas de dicho evento. Su estancia en España fue favorable para que 50 discípulos de hacía 30 años se valieran de la misma con el fin de rendirle homenaje al apreciado e inolvidable profesor.

En la segunda mitad de la década del setenta continuó su análisis acerca de nuestra arquitectura y profundizó sus estudios para determinar el carácter y naturaleza de la cultura material cubana de los siglos XVIII y XIX para publicar una edición ampliada del Pre barroco (1975-1977), la cual no se llevó a cabo.

Proseguía su labor con la Comisión Nacional de Monumentos, donde ejercería como asesor durante 3 años. Su trabajo en la provincia de Santiago de Cuba comprendió restauraciones de casas de vital importancia histórica, varias ambientaciones además de montajes de museos como, por ejemplo: Casa del Poeta José María Heredia, Fuerte de Yarayó, Casa Museo de Ambiente Histórico Cubano, entre otras.

Una etapa culminante en la faena de este infatigable hombre, maestro entre maestros, apasionado y sensible, comenzaría en la década del ochenta. El 17 de febrero de 1981, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, se le otorgó el Doctorado en Ciencias del Arte que, de acuerdo con la ley promulgada en 1974: “Podrá ser conferida como especial excepción a las personas que, sin ser candidatos a Doctor en Ciencias, sean reconocidos notoriamente por su trabajo científico destacado, innovaciones o descubrimientos”. Un año más tarde sería nombrado Profesor de Mérito de la Universidad de Oriente.

La Oficina Técnica de Restauración del Centro Histórico de Santiago de Cuba contó con su asesoramiento en los años 1988 y 1989, dos años después de haber sido fundada. Su tarea como consultante de especialistas, pertenecientes a dicha oficina técnica, le permitió transmitir sus experiencias y conocimientos, y formó discípulos que hoy figuran dentro del equipo profesional de la Oficina del Conservador de la ciudad de Santiago de Cuba, encargados de rescatar, restaurar y preservar nuestro patrimonio arquitectónico.

La realización de uno de sus más preciados sueños se llevaría a efecto con el proyecto futuro de un museo de arte con objetivos pedagógicos, en el cual serían expuestos un cúmulo de piezas de alto valor recopiladas por él a lo largo de toda su vida profesional. El Centro Cultural Francisco Prat Puig de Santiago de Cuba, inaugurado el 1ro. de agosto de 2003, guarda celosamente esta colección y realiza numerosas acciones culturales destinadas a enriquecer la espiritualidad de los santiagueros.

Retirado de la docencia directa en su casa de El Caney, pero dispuesto a recibir a todo aquel necesitado de una consulta, una valoración o una crítica, transcurrirían sus últimos años de vida. Es entonces cuando España, su primera patria, vuelve sus ojos hacia uno de sus ilustres hijos cuya vida profesional no pasaría inadvertida. Así le honra con la Orden Isabel La Católica el 6 de diciembre de 1991, dada en Madrid el 8 de mayo de 1992.

Fue la primera condecoración de esta jerarquía que en el presente siglo se le otorga a un cubano y cuyos antecedentes se remontan a 1880, cuando las autoridades coloniales por mandato de la Real Corte Ibérica se la impusieran al senador santiaguero Don José Bueno y Blanco.

En Barcelona, por acuerdo del 9 de marzo de 1993, la Generalitat de Catalunya le otorga su más alta distinción La Cruz de San Jorge: “Por su seria contribución al estudio, la difusión y recuperación del arte en Cuba, por su trabajo de restauración y la fundación de dos museos. Por los serios y rigurosos aportes eruditos en el ámbito de la Arquitectura, la Arqueología y la Historia del Arte”. Dada en Barcelona el 27 de abril de 1993, por los señores presidentes y secretario de Gobierno.

El 28 de mayo de 1997 fallece el Doctor Francisco Conrado Prat Puig, maestro, restaurador, hombre de mente preclara y luminosa; quien, aun cuando su partida fue silenciosa, se mantiene presente entre nosotros cual celoso vigía de la obra engendrada en Santiago de Cuba, que un buen día lo hechizara y atrajera a sus mestizas calles.

 

Notas

* Conferencia presentada en el II Coloquio Presencias Europeas en Cuba, 2018, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.

[1] Expediente docente de Francisco Prat Puig, situado en el Departamento de Recursos Humanos de la Universidad de Oriente.

[2] Por beca otorgada por Botet y Liró y Francisco Montsalvatge, archivo personal.

[3] Estos títulos se encuentran en poder de la familia.

[4] Famoso arqueólogo catalán, presidente del jurado que otorgaba el premio en su nombre en el Instituto de Estudios Catalanes.

[5] Prat llega a Agde el 15 de marzo de 1939 y es ubicado en la barraca Año 2 del campo No. 1.

[6] Como se signa en el acta No. 66, t. 9, Folio 213 de la sección de ciudadanías del Registro de Marianao.

[7] Actas del XXIII Congreso Internacional de Historia del Arte, CIHA, Separata, Granada 3-8 de septiembre, 1973, “La casa de Diego Velázquez y el Museo de Ambiente Histórico Cubano”, Francisco Prat Puig, Universidad de Oriente, Cuba (publicados solo 2 capítulos centrales de 7 iniciales).

Yaumara López Segrera: Doctora en Estudios Ibéricos e Iberoamericanos en cotutela por la Universidad de Oriente, Cuba y la Universidad Michel de Montaigne, Burdeos 3, Francia, con la investigación Del Paradigma Tecnológico al Paisaje Arqueológico: presencia francesa y cultura del café en el sudeste cubano en la primera mitad del siglo XIX. Licenciada en Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Desde 2014 es codirectora del proyecto de cooperación internacional Los caminos del café, financiado por la Unión Europea, la Fundación Malongo y la Oficina del Conservador de la ciudad de Santiago de Cuba. Es directora del Centro de Interpretación y Divulgación del Patrimonio Cultural Cafetalero: Casa Dranguet.

Fachada de la fábrica de tabacos y cigarros H. Upmann y Cía. Calle de Carlos III No. 159

La contribución de la inmigración alemana a la cultura material habanera durante los años 1901-1930

Fachada de la fábrica de tabacos y cigarros H. Upmann y Cía. Calle de Carlos III No. 159

Michael Cobiella García

Mayo 21, 2021

 

En los años que corren de 1901 a 1930, Alemania tuvo un importante peso en las distintas actividades económicas que surgieron y se desarrollaron en La Habana, así como en los vínculos comerciales que se propiciaban entre este país y Cuba. Tanto la Alemania kaiseriana, o Segundo Reich alemán, primeramente, como la posterior Alemania de Weimar ocuparon de facto posiciones cimeras en los vínculos económico-comerciales con la Isla durante todos estos años [1]. En Cuba, y en especial en La Habana, también existió una pequeña pero muy importante comunidad de inmigrados y residentes alemanes que mucho contribuyó al desarrollo de este tipo de actividades y vínculos. Es por estas razones que la ponencia tiene como objetivo esencial estudiar cuáles fueron las principales contribuciones e influencias de la inmigración (componentes étnicos) alemana a la cultura material habanera durante este período de tiempo específico. El análisis de estos aportes será abordado teniendo en cuenta algunas áreas concretas de la llamada cultura material, en estrecha relación con la presencia económico-comercial alemana, y la coexistencia de una colectividad de inmigrantes y residentes temporales de esta nacionalidad en la capital. Con el estudio de los aspectos esenciales de la contribución alemana a la cultura material habanera se busca propiciar una nueva arista investigativa con la cual continuar el largo camino cognoscitivo que debe determinar, y tratar de evaluar, antropológicamente, el significado verdadero de la impronta de estos inmigrantes en la historia etnocultural de la nación cubana durante la primera mitad del siglo XX.

La contribución alemana a la cultura material habanera no solo dependió de las inversiones monetarias directas que este país realizó en la urbe capitalina, si bien se puede afirmar que esta jugó un papel fundamental. La existencia misma de un amplio comercio trasatlántico entre la mayor de las Antillas con Alemania, posibilitó que un importante número de corporaciones industriales, comerciales, financieras y de servicios de diverso tipo, procedentes de esta nación, se establecieran directamente en La Habana, o estuvieran representadas por comerciantes comisionistas alemanes o, incluso, en muchos casos, por cubanos e hispanos que actuaban en este contexto económico-comercial. De hecho, Alemania ocupaba, y ocupó durante todos estos años, posiciones importantes, solamente superada por los Estados Unidos, Gran Bretaña y España [2].

A lo largo de estos 30 años, numerosas compañías alemanas incursionaron en el creciente mercado importador habanero, buscando crear potenciales consumidores nacionales, y tratando de penetrar varios importantes sectores económico-comerciales de la ciudad, en franca competencia con la hegemónica presencia empresarial estadounidense y británica. Sus ofertas incluyeron numerosos productos industriales, agrícolas, textiles, de ferretería, materias primas de primera necesidad, combustibles y servicios de diverso tipo, y muchos de ellos estuvieron respaldados por una acertada publicidad, por la calidad y el prestigio de las marcas registradas en los diferentes renglones [3]. Por otra parte, en estos mismos años, varios miembros de la comunidad alemana asentados en La Habana constituyeron una serie de compañías, algunas de ellas con capital mixto cubano, hispano o estadounidense, o establecieron negocios privados y personales de mediana o gran envergadura, generalmente de tipo industrial-comercial, con el objetivo de importar productos manufacturados o semimanufacturados de variada diversidad, provenientes de Alemania o del pujante y creciente mercado exportador estadounidense; además, con vistas a exportar productos agrícolas, materias primas y otros recursos naturales del país. Fue, entonces, gracias a las distintas operaciones de estas compañías, con sede permanente y registro legal en la capital, que fueron introducidos cuantiosos productos industriales, materias primas y combustibles de procedencia fundamentalmente alemana y estadounidense [4].

En este período de más de un cuarto de siglo, los principales aportes alemanes a la llamada cultura material estuvieron centrados principalmente en los renglones económicos de la producción agroindustrial y de los servicios públicos, dirigidos hacia las áreas específicas de la técnica, tecnología e instrumentos de trabajo, y del transporte. Esto no quiere decir que se niegue o desestime otro tipo de aportes a la cultura material habanera fuera de estas categorías. Sin embargo, entendemos que la información documental y bibliográfica analizada nos afirma que dichos aportes, como había venido ocurriendo desde el siglo xix, estuvieron dirigidos, y se hicieron mucho más evidentes, en las áreas de la cultura material referidas antes.

Al menos hasta donde se tiene información, el aporte alemán en esta área de la cultura material se orientó principalmente hacia el transporte terrestre, en especial el vinculado con los automotores o vehículos propulsados por motores de petróleo-diesel, gasolina o gas. Razones sobradas existen para constatar el porqué de este comportamiento. Una de ellas fue el hecho innegable del potencial tecnológico y constructivo de la industria automovilística teutona en esa época. A comienzos del xx, la industria del automóvil y de los motores de combustión interna en Alemania era una de las más poderosas a nivel global, con una capacidad de fabricación para la exportación ascendente, con marcas registradas de autos y camiones bien establecidas en el mercado internacional, y muy reputadas por los expertos del ramo. En el transcurso de estas tres décadas, se constató la presencia de los destacados fabricantes Benz & Cie. (motores, accesorios, autos y camiones marca Benz), Daimler Motoren Gesellschaft (motores, accesorios, camiones y autos marca Mercedes) y, a partir de su unificación, en 1926, Daimler-Benz AG; también los autos con pieza-patente Heymann para usarlos sobre líneas de FC, vía estándar.

Además, entraron productos importados, por lo general bujías, carburadores y magnetos, de los también renombrados fabricantes de accesorios R. Bosch GmbH y Ernst Eisemann & Cie. GmbH, ambos de Stuttgart, así como neumáticos y llantas Continental, producidas por la afamada compañía Continental AG. Para lograr sus objetivos, de conformar un gusto y predilección por sus ofertas comerciales, y de crear una necesidad cultural consumista en cierto sustrato de la población habanera, los futuros clientes potenciales contaron, como ya se ha dicho, con la colaboración de compañías de comerciantes importadores establecidas en la capital [5].

En cuanto al sector del transporte marítimo, las contribuciones alemanas fueron muy limitadas si las comparamos con las realizadas en los vehículos de motor de explosión. La documentación consultada, no obstante, permitió establecer la introducción de algunas pocas embarcaciones, en este caso de tipo y con fines militares, por vía de la capital. Se trató de barcos de guerra de pequeña envergadura, comisionados por la marina cubana y fabricados por el astillero naval alemán J. W. Klawitter de Danzig, Prusia. También, se emplearon 4 barcos de vapor de mediano tonelaje de fabricación y tecnología alemanas en el período aproximado de 1918-1921. Estas embarcaciones, Adelheid, Bavaria, Kydonia y Olivant, habían sido capturadas por las autoridades habaneras a finales de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, los documentos estudiados solo precisan el fabricante de uno de ellos, el Kydonia, construido en el astillero AG “Neptun” Schiffswerft & Maschinenfabrik de Rostock. Tampoco se conocen los tipos de labores en los que se emplearon dichos navíos durante el período mencionado [6].

Por su parte, en el transporte terrestre ferroviario, las contribuciones alemanas fueron mucho más importantes, quizá a un nivel semejante a las del transporte automotor. Estas se hicieron más evidentes en los ferrocarriles vinculados con la agroindustria azucarera. La no existencia de inversiones directas o indirectas en el sector de los servicios públicos, vinculados al ferrocarril urbano o rural, condicionó que estos aportes solo se manifestaran en la transportación de distintos tipos de mercancías, cargas, así como en otras labores varias, que se realizaban en algunos centrales azucareros y colonias cañeras pertenecientes a compañías privadas, tanto nacionales como extranjeras. Por lo general, estas propiedades industriales o agrícolas azucareras estuvieron fuera de los límites territoriales de La Habana. La mayoría de las contribuciones realizadas en los ferrocarriles estuvo vinculada con la introducción del más avanzado material rodante de fabricación alemana, en especial de locomotoras de vapor para acoplar a trenes de carga de diversa tipología y de vagones para la transportación básicamente de caña y de azúcar, aunque algún que otro material rodante halado pudo haberse introducido. Este material rodante consistió en locomotoras de vapor fabricadas por las firmas Berliner Maschinenbau AG, de Berlín, A. Borsig GmbH, de Berlín, Henschel & Sohn GmbH, de Kassel, Orenstein & A. Koppel AG, de Berlín, y por la R. Wolf AG, de Magdeburg, que a partir de 1921 asumió el nombre de Maschinenfabrik Buckau R. Wolf AG, así como vagones de carga de la firma radicada en los Estados Unidos, pero fundada con capital alemán, Koppel Industrial Car & Equipment Co., con sede en Pennsylvania. Es decir, ellas tuvieron el sello identitario tecnológico teutón, pero se diseñaron y construyeron siguiendo las necesidades estructurales y técnicas de los ferrocarriles azucareros cubanos, a pesar de que en este sector las importaciones de material estadounidense controlaron el mercado habanero y cubano por extensión [7].

La agroindustria azucarera fue uno de los renglones donde más se puso de manifiesto la entrada y utilización de los aportes técnicos y tecnológicos alemanes durante estos 30 años, a pesar de que en esta área de la economía cubana, la de mayor importancia en el país, no hubo inversiones directas teutonas en este período. La información consultada nos permitió sacar a la luz la presencia en el mercado cubano de un total de 8 grandes corporaciones alemanas fabricantes de variado tipo de maquinaria eléctrica, de vapor e hidráulica, para la producción del azúcar, así como de tractores, arados de vapor y numerosos implementos agrícolas para el cultivo de la caña, y para otros fines agrícolas no cañeros, ejemplo de ellos, las mochas y machetes de la celebrada marca Luckhaus & Gunther de la ciudad de Remscheid [8].

Las firmas más destacadas en la fabricación de maquinaria azucarera fueron, por orden alfabético: A. Niedlich & Cie., Maschinenfabrik & Eisengießerei, de Breslau; A. Wernicke Maschinenbau AG, de Halle; Braunschweigische Maschinenbauanstalt AG, de Braunschweig; Burckhardt & Weiss, de Sangerhausen; J. Kemna-Breslau, de Breslau; Sangerhausen Maschinenfabrik & Eisengrießerei AG, de Sangerhausen; Vogel & Balcke, de Hamburg y Wegelin & Hübner Machinenfabrik & Eisengießerei AG, de Halle.

También, se introdujeron algunos tractores motoarado sistema stock de manufactura alemana. Estos fabricantes tuvieron su base de operaciones principal en la capital, pero las ventas de sus productos industriales se destinaban a todo el país. No obstante, como en el caso de los británicos, fueron innegables sus contribuciones a la cultura material habanera, pues en la ciudad era donde se recibían, ensamblaban, comercializaban y transportaban estas maquinarias. En el mercado nacional se introdujo, entonces, maquinaria industrial azucarera de manufactura alemana, que estableció un paradigma por la calidad de su manufactura y por la gran eficiencia obtenida en las distintas operaciones en las que se emplearon. A su vez, en los campos cañeros del país, y en otras áreas de la agricultura, se emplearon instrumentos de trabajo de procedencia alemana, como machetes, azadones, segadoras y arados de diferentes tipos fabricados en la ya mencionada ciudad de Remscheid [9].

Como se ha podido apreciar, el capitalismo alemán incursionó con mucho ímpetu en importantes esferas de la economía y el comercio que ya se desarrollaban, o comenzaban a articularse, en La Habana de principios del siglo XX. Su presencia, sin duda de importante magnitud y fuerza, marcada por la eficiencia y experiencia, les permitió competir, a pesar de la rivalidad, frente a los principales antagonistas imperialistas, los Estados Unidos y el Reino Unido de la Gran Bretaña, durante todos estos años.

La existencia de una pequeña comunidad, pero muy significativa desde el punto de vista económico-social, coadyuvó en igual medida a propagar los patrones culturales e ideológicos esgrimidos por este capitalismo de ultramar y, sobre todo, sirvió de instrumento para reafirmar su presencia económico-comercial. Su objetivo primordial, acorde con los postulados más fieles del ideal imperialista en boga, fue tratar de crear una especie de necesidad subjetiva, que iba muchas veces más allá de las verdaderas urgencias materiales de la población cubana, sobre la trascendencia de adquirir, consumir y aplicar toda una serie de productos, técnicas, tecnologías y conocimientos prácticos made in Germany, como medios “lógicos” de garantizar la edificación de una nueva sociedad, a tono con los sacrosantos postulados civilizatorios de la cultura occidental de la época. Premisas que, en definitiva, eran pensadas, elaboradas, esgrimidas y propagandizadas por los centros del poder económico, político-ideológico y cultural, uno de los cuales, sin duda alguna, era Alemania.

Notas

* Conferencia presentada en el I Coloquio Presencias Europeas en Cuba, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.

[1] Véanse Luis Valdés-Roig: El comercio exterior de Cuba y la guerra mundial, Imprenta Avisador Comercial, La Habana, 1920, pp. 142-143, 145,151-156,160-161 y 290-292; Oscar Zanetti Lecuona: Los cautivos de la reciprocidad. La burguesía cubana y la dependencia comercial, Ediciones ENPES, La Habana, 1989, pp. 15-16, 24-25 y 78-79.

[2] Para un primer acercamiento al tema, en el caso de las contribuciones alemanas, véanse Michael Cobiella: “Los componentes británicos y alemanes y los procesos étnico-culturales en la ciudad de La Habana (1901-1930)”, tesis de Doctorado en Ciencias Históricas, Facultad de Filosofía e Historia, La Habana, 2013, pp. 100-112; Michael Cobiella y otros: Presencia alemana en Cuba, Fundación Fernando Ortiz y Ediciones GEO, La Habana, 2008, hojas anverso y reverso.

[3] Véanse Luis Valdés-Roig: ob.cit., pp. 142-143, 145, 151-156, 160-161 y 290-292; Oscar Zanetti: ob.cit., 1927, pp. 15-16, 24-25, 78-79.

[4] Véanse Directorio de Cuba 1927: ob.cit.; Directorio de información general de la República de Cuba 1912, Imprenta Rambla, Bouza y Cía., La Habana, 1912; Directorio de información general de la República de Cuba 1914, Imprenta Rambla, Bouza y Cía., La Habana, 1914; Directorio de información general de la República de Cuba 1916, J. A. Borges del Junco, La Habana, 1916; Directorio de información general de la República de Cuba 1918, s/e, La Habana, 1918; Directorio general de la República de Cuba, Imprenta Rambla y Bouza, La Habana, 1907-1908; El Libro de Cuba 1925, República de Cuba, La Habana, 1925, p. 788; Guía Comercial e Industrial de Cuba, Imprenta La Prueba, La Habana, 1926; Guía Directorio del comercio, profesiones e industrias de la Isla de Cuba, Bailly-Bailliere e Hijos, Madrid, 1909; Guía Directorio de la República de Cuba, Publicada por Bailly-Bailliere-Riera, S. A., Barcelona, 1920; Guía Directorio de la República de Cuba, Anuarios Bailly-Bailliere y Riera reunidos, S. A., Barcelona, 1924; Guía Directorio de la República de Cuba, Anuarios Bailly-Bailliere y Riera reunidos, S. A., Barcelona, 1926; Libro azul de Cuba 1917, s/e, La Habana, 1917; Libro Azul de Cuba 1918, s/e, La Habana, 1918; Libro de Cuba. Cincuentenario de la independencia 1902-1952, s/e, La Habana, 1954, p. 910.

[5] Véanse Directorio de Cuba 1927: ob.cit.; Directorio de información general de la República de Cuba 1912: ob.cit.; Directorio de información general de la República de Cuba 1916: ob.cit.; Directorio general de la República de Cuba: ob.cit., 1907-1908; Adolfo Dollero: Cultura cubana (Cuban culture), Imprenta El Siglo xx, La Habana, 1916, p. 472; Guía Comercial e Industrial de Cuba: ob.cit.; Guía Directorio de la República de Cuba: ob.cit., 1920; Guía Directorio de la República de Cuba: ob.cit., 1924; Libro azul de Cuba 1917: ob.cit., pp. 168-169, 196-198.

[6] Véanse ANC. Fondo Secretaría de la Presidencia. Leg. 44, orden 77; Leg. 84, orden 20; Leg. 90, orden 35.

[7] Véanse ANC. Fondo Donativos y Remisiones. Leg. 402, orden 8; Directorio de información general de la República de Cuba 1912: Ob.Cit.; Directorio de información general de la República de Cuba 1916: ob.cit.; Directorio general de la República de Cuba: ob.cit., 1907-1908; Leach, G. A. P.: Industrial steam locomotive of Cuba, Industrial Railway Society, s/l, 1997, pp. 7, 10-14, 79-105.

[8] Véanse Directorio de Cuba 1927: ob.cit.; Directorio de información general de la República de Cuba 1918: ob.cit.; Guía Directorio de la República de Cuba: ob.cit., 1920; Guía Directorio de la República de Cuba: ob.cit., 1924; Reginald Lloyd: Impresiones de la República de Cuba en el siglo xx. Historia, gente, comercio, industria y riqueza, Lloyds Greater Britain Publishing, Londres, 1913, pp. 265; Hendrick C. Prinsen: Cane sugar and its manufacture, Norman Rodger, London, 1924, s/p.

[9] Véanse Libro azul de Cuba 1912, ed.cit., p. 166; Guía Directorio del comercio, profesiones e industrias de la Isla de Cuba, ob.cit.; Libro de Cuba, ob.cit., p. 792; Reginald Lloyd, ob.cit., pp. 265 y 469; George Clark Musgrave, Cuba: the land of opportunity, Simpkin, Marshall, Kent, London, 1919, p. 40.

Michael Cobiella García: Doctor en Ciencias Históricas y Máster en Antropología. Diplomado en Antropología Cultural e Investigador Asistente. Profesor Auxiliar en la Facultad de Español para no Hispanohablantes y de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana.

25 Pablo Andrés Pittaluga

Tras las huellas de la presencia italiana en las minas de Cuba

25 Pablo Andrés Pittaluga

Pablo Andrés Pitaluga

Abril 30, 2021

 

Para los investigadores que durante años hemos profundizado en aspectos medulares de la historia local y su vínculo con sucesos que hoy forman parte de la historia de la nación cubana, el fenómeno de la emigración ha constituido una premisa para conocer la peculiaridad y las tradiciones de cada región.

Con el descubrimiento de América, la explotación de los recursos naturales por parte de los colonizadores españoles, trajo consigo el exterminio paulatino de la población originaria de la Mayor de las Antillas, carencia resuelta con la llegada de negros africanos, obligados, como sus antecesores, a trabajar bajo un régimen de esclavitud en las minas de la Isla.

En el siglo XIX, la decadencia de mano de obra barata obligó al gobierno español a la contratación de trabajadores extranjeros en la extracción de minerales; italianos con experiencia en esta rama, obligados por las penurias que afrontaban en su país de origen, engrosaron la larga lista de inmigrantes que arribaron a la isla.

Sobre esta presencia, el investigador italiano Doménico Capolongo, en el octavo volumen de su obra Emigración y presencia italiana en Cuba, al hacer referencia a las tragedias de la emigración italiana en la mayor de las Antillas, escribió:

Otro peligro para los emigrantes en Cuba lo constituían las minas. El problema se puso preocupante en el año 1860 en particular por un grupo de toscanos. El Cónsul Arruga da la noticia al Ministerio en Italia en un despacho del 24 de marzo, concerniente a los trabajadores italianos en las minas de Cuba. El 27 de mayo el Ministerio le comunica a Arruga que se ha informado al Gobernador General de la Toscana de la suerte infeliz encontrada por los trabajadores toscanos en La Habana, mientras se confía en el celo del Cónsul por su protección.

Se tiene confirmación de este asunto en una posterior comunicación, enviada por el Ministerio (italiano) al Cónsul en fecha 28 noviembre 1860, en la cual se trata el caso particular de una mujer de Liorna que se queja del comportamiento del marido, el cual, partido para trabajar en las minas de cobre con un grupo de toscanos en noviembre de 1859, son cinco meses que no le envía la remisa mensual.

Exhortados por el amigo Capolongo e interesados en profundizar sobre un tema apenas abordado por los historiadores e investigadores cubanos, nos dimos a la tarea de examinar en los archivos todo lo relacionado a la contratación de trabajadores italianos en las minas.

Para nuestra sorpresa, en el año 2012, tras largos meses de prolongada búsqueda, en el Archivo Nacional de Cuba en La Habana, fue hallado entre documentos de la Secretaría de Gobierno Superior Civil de la Isla de Cuba, del año 1860, un expediente y una carta del Gobernador del Departamento Oriental, el brigadier Antonio López de Letona, en la que describe un suceso prácticamente desconocido, se trata exactamente de lo referido antes por Capolongo.

El expediente se abre como consecuencia de haberse resistido a cumplir sus contratos varios operarios italianos en la empresa minera Consolidada del Cobre, cuya clase de trabajo es enteramente desconocida en el país y en el cual se han venido desempeñando durante 7 meses.

Contratados en Liorna (Livorno) por la empresa minera Consolidada del Cobre, estos jornaleros italianos zarparon de la península itálica con destino a La Habana en noviembre de 1859, donde se desempeñarían como mecánicos y peritos en las minas del oriente cubano.

Meses después, en julio del año 1860, ante el descontento por el incumplimiento del pago acordado, los mineros italianos paralizaron las labores de extracción y se presentaron ante el Capitán del Partido del Cobre quejándose de los atropellos a que eran sometidos. Tras varios días de protestas y de paro total, la empresa se vio obligada a realizar nuevos ajustes.

Inducido por los sucesos, el gobernador del Departamento Oriental, oído el criterio del Ayuntamiento y amparado en el acta de conciliación celebrado por capitanes ante capitanes del partido, los cuales solicitan su intervención como máxima autoridad, dirige una carta a la Secretaría de Gobierno Civil de la Isla de Cuba, junto a un expediente, manifestando su preocupación por la actitud de los trabajadores italianos, declarando nulo el contrato contraído con estos operarios y disponiendo, conforme al carácter del mismo, reembarcarlos por cuenta de la empresa a no ser que, prefiriendo domiciliarse en el país, obtengan la licencia del gobierno. He aquí la carta:

Excelentísimo Señor:

Elevo a las superiores manos de V. E. el expediente formado de este gobierno con motivo de resistirse al trabajo varios operarios italianos contratados por la empresa consolidada del Cobre.

Según se dignara V. E. observar al instruirse de esas diligencias, el síndico de este ayuntamiento declaró nulo el contrato celebrado entre esos trabajadores y la empresa, resolviendo que se procediera sin pérdida de tiempo al reembarque de los operarios que se nieguen a ratificarlo a no ser que, prefiriendo domiciliarse en el país, obtengan el permiso con arreglo a lo prevenido en las disposiciones vigentes en el particular.

Dispuesta la notificación, ha representado la compañía minera consolidada, apelando ante la superioridad de lo resuelto por el síndico, con mi conformidad en el expediente del asunto.

Al cursar de los antecedentes considero oportuno informar respecto de uno de los extremos que dicha instancia contiene.

Efectivamente, manifestando en ella que mi antecesor declaro el 15 de octubre del 1858, que las disposiciones del Gobierno Superior acerca de los extranjeros no eran aplicables a los mecánicos y peritos contratados por la empresa minera; lo cual elevo a V. E. el espíritu y letra de aquella declaratoria, que en copia se halla en el expediente, siendo muy extraño que tan violenta interpretación halla confundido a los capitanes, ingenieros, etc. (que son los peritos facultativos) con los grupos de jornaleros y trabajadores que es la clase a que corresponden los italianos

V. E. en su vista se dignara resolver lo que considera de justicia.

23 de mayo de 1860

Excmo. Sr. Antonio L. de Letona.

Ante esto, el representante de la empresa minera se queja y pide la renovación de la medida del gobernador, y recibe la respuesta siguiente: “La disposición del gobierno de Cuba del 10 de octubre de 1858, no deroga, ni podía derogar. Porque no estaba en sus facultades la disposición de este gobierno sobre introducción de trabajadores extranjeros”.

Al conocerse la noticia, los fundidores criollos en desacuerdo con la medida tomada, detuvieron sus labores, protestando enérgicamente en defensa de sus colegas italianos, lo que originó una fuerte represión por parte de la policía para el restablecimiento del orden, muchos fueron acusados de provocadores y de iniciar la huelga, siendo expulsado el fundidor Manuel Gutiérrez.

Hasta aquí los documentos. Aún se desconoce el paradero de este grupo de toscanos, una vez finalizadas las protestas: ¿retornaron a su país de origen?, ¿se domiciliaron en el país? Quedan, pues, todavía interrogantes por develar. Una cosa es cierta: nunca antes los jornaleros italianos estuvieron tan unidos a los criollos de la isla.

Con el estallido de la guerra en octubre de 1868, desapareció toda actividad en las minas situadas precisamente en Puerto Príncipe y Santiago, las zonas más afectadas por las operaciones.

El ciclo del cobre cubano del XIX podía darse por concluido al finalizar la década del sesenta. No es hasta principios del siglo XX que se inicia un nuevo período en la historia de la minería en Cuba.

El descubrimiento de nuevos yacimientos en la zona más occidental de la Isla y la constitución de la empresa minera Matahambres S. A. el 24 de febrero de 1913, abría un nuevo ciclo en la extracción del mineral en Cuba; a los inicios, el reclutamiento de la fuerza de trabajo era deficiente. Se utilizaba el procedimiento de anunciar los contratos en la prensa habanera. Pocos hombres, sin embargo, quedaban como trabajadores de las minas al constatar la situación en Matahambre: lo penoso del trabajo y el bajo salario. Uno de los asesores de la empresa propuso modificar la escala salarial, establecer la jornada de trabajo de 8 horas y anunciar estas condiciones en los periódicos de los centros mineros de Europa, los Estados Unidos y América Latina. La recomendación fue aceptada en lo que se refiere a la importación de trabajadores, ya que, a partir de 1920, la fuerza de trabajo de la mina se componía de 27 nacionalidades, fundamentalmente europeas, destacándose un gran número de italianos procedentes de la provincia de Potenza situada en la Italia meridional; entre ellos los hermanos Garofalo y los Amalfi, quienes llegaron a desempeñarse como mecánicos y suministradores de madera para la elaboración de polines destinados a las minas. Apellidos cuya descendencia llega a nuestros días.

Con la creación en el año 2014 del grupo de estudios sobre la Presencia italiana en Vueltabajo, integrado por destacados historiadores e investigadores pinareños como el Doctor Jorge Freddy Ramírez Pérez, se abre un nuevo período en el estudio de una emigración que, aunque menor, marcó pautas en el quehacer cultural, político y económico de la nación cubana, dando continuidad al trabajo realizado por el investigador italiano Doménico Capolongo en su obra de 9 volúmenes sobre Emigración y presencia italiana en Cuba.

Los aportes de estos estudios son significativos, lo que nos ha obligado a realizar cuatro seminarios en los últimos años; debemos destacar el papel desempeñado por el Doctor Ernesto Marziota, Oscar Zanetti y Emilio Cueto, así como el apoyo de la embajada de Italia en Cuba, sin la cual no hubiera sido posible la realización de estos seminarios.

Perpetuar la historia, ha sido el legado de nuestros ancestros, que nos enseñaron, que la identidad de un pueblo, está en sus raíces.

 

Notas

* Conferencia presentada en el I Coloquio Presencias Europeas en Cuba, 2018, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.

Pablo Andrés Pitaluga Pitaluga: Escritor e investigador sobre la inmigración y presencia italiana en Cuba. Forma parte del Comité Científico de los Seminarios sobre Emigración y Presencia Italiana en Cuba y del Consejo Editorial del periódico digital Ecos de Mantua. Ha publicado numerosos textos en revistas, periódicos, compilaciones y espacios digitales especializados, entre ellos Náufragos italianos devenidos artífices de una historia. Junto a Miguel Ángel Díaz Catalá es coautor del libro Cuentos de Camino. En la actualidad se desempeña como Especialista Principal en la Dirección de Eventos y Servicios Académicos Internacionales de la Universidad de La Habana. Es miembro de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba.