Lonja del Comercio

Lonja del Comercio

Lonja del Comercio

Mayo 10, 2021

 

La Lonja del Comercio, construida en 1907 e inaugurado en 1909 en la Plaza de San Francisco, fue el lugar más concurrido por mercaderes en la época colonial cubana. Fue erigida por el arquitecto valenciano Tomás Mur y por el cubano José Toraya Sicre en el terreno que era propiedad de la familia Arostegui y Armona, en aquel momento. El inmueble es de carácter ecléctico con una marcada decoración renacentista, en cuya cúpula sobresale una escultura de Mercurio, Dios del Comercio.

Asumió como nombre el término “lonja” porque se refería a un edificio de carácter público cuya finalidad sería la de un espacio para negociaciones, contratos, almacenes, bolsa de valores, aduanas, casas importadoras y comercio.

En aquella época, fue considerado uno de los edificios más relevantes de la construcción civil cubana ya que en su levantamiento se emplearon algunos de los adelantos tecnológicos más avanzados del momento como la utilización del hormigón armado y las estructuras de acero. Fue el primer edificio de la ciudad en disponer de elevadores y, dada su altura, fue el más alto de la capital durante la época colonial, de ahí que fuese conocido por décadas como el primer rascacielos cubano.

Actualmente, la Lonja del Comercio es un complejo de oficinas que acoge a diversas empresas turísticas nacionales y extranjeras; así como también es la sede de la emisora radial Habana Radio, de la Oficina del Historiador de la ciudad.

dest Edificio Bacardí

Edificio Bacardí

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Marzo 29, 2021

 

¿A qué debe su nombre el edificio Bacardí de La Habana? Pues, Bacardí es una de las más prestigiosas marcas de licores del mundo, fundada en Santiago de Cuba, hacia 1862 por el catalán Facundo Bacardí Massó. Fue esta compañía ronera la que encargó a los arquitectos Rafael Fernández Ruenes, Esteban Rodríguez Castell y José Menéndez, la construcción de un inmueble que fuese su sede en la ciudad. Así, surgió uno de los edificios ícono de la arquitectura y el paisaje citadino cubano, sito en la zona antigua de la capital.

El edificio Bacardí es el máximo exponente del Art Decó en Cuba, concluido en 1930, en cuyo momento fue la estructura arquitectónica más alta de la ciudad. En ese período, las oficinas centrales de la compañía se encontraban en el edificio, y una parte de este fue arrendado a otras empresas radicadas en la ciudad. Luego del triunfo de la Revolución cubana y del proceso de nacionalización llevado a cabo, el edificio pasó a ser sede de oficinas, función que desempeña en la actualidad. En la década del noventa, gracias a un proceso de restauración llevado a cabo por la Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana, recobró la elegancia y visualidad de sus primeros momentos.

La fachada del Bacardí es de granito natural, terracota y ladrillos prensados; y su estructura central asciende de manera escalonada hasta llegar a la torre, con cubierta a cuatro aguas, donde se dispuso el murciélago de bronce, símbolo de la compañía ronera, sustentado por un poliedro de vidrio con armadura de metal que se iluminaba desde dentro en las noches habaneras. La torre destaca por su diseño de tejas policromadas, alternadas entre franjas azules y de color pardo, con paneles decorados. 

En el interior, el salón principal se decoró con mármol rojo vino, como referencia al color de las mieles roneras. En los pisos superiores se empleó la loseta de gres cerámico de color amarillo brillante, para hacer alusión a los rones blanco-dorados que catapultaron la fama mundial de los rones de la firma Bacardí. Se dice que en su construcción se utilizaron mármoles y granitos de varias naciones europeas como Alemania, Suecia, Noruega, Italia, Francia, Bélgica y Hungría. 

Luego de noventa años de su construcción, el edificio Bacardí continúa embelleciendo a la ciudad con su elegancia, la misma que conserva desde los años treinta del siglo pasado.

dest Escuelas Nacionales de Arte

Escuelas Nacionales de Arte

Escuelas Nacionales de Arte

Enero 18, 2021

 

Las Escuelas de Arte de Cuba, obras de los arquitectos Ricardo Porro (Cuba), Roberto Gottardi (Italia) y Vittorio Garatti (Italia), constituyen una de las experiencias arquitectónicas más singulares de la segunda mitad del siglo XX.

Ricardo Porro, coordinador general de la iniciativa del gobierno revolucionario de construir las Escuelas Nacionales de Arte, invitó a Gottardi y a Garatti para comenzar con el cometido en 1961. En total, el conjunto quedó conformado por cinco escuelas: Ballet y Música, realizadas por Garatti; Artes Dramáticas por Gottardi, y Artes Plásticas y Danza Moderna por Porro.

Construidas e integradas al paisaje en los antiguos terrenos de golf del Country Club Park, las escuelas se realizaron con materiales cerámicos y orgánicos, y con métodos constructivos tradicionales, lo que supuso una ruptura con la tendencia del uso del hormigón que predominaba hasta entonces. Para las paredes se emplearon los ladrillos, y para los pisos y techos se determinó el uso del barro, ejecutado todo con la técnica de la bóveda catalana, quizás el elemento más distintivo de las escuelas.

Cada edificio se diferencia en sus diseños espaciales y formales, aun cuando comparten materiales y cromatismo, lo que responde a la personalidad de cada arquitecto y al uso de temas simbólicos para su realización. La intencionalidad de crear estructuras espaciales abiertas, fluidas, en simbiosis con el contexto ambiental, se logró en todos los casos por la articulación de galerías y pabellones, sistemas de plazas, áreas libres y pequeñas calles, que rompieron con la concepción tradicional de los herméticos centros educacionales.

El cubano Porro y los italianos Gottardi y Garatti garantizaron con estas escuelas la creación de centros artísticos que se convirtieron en uno de los conjuntos más notables de la arquitectura habanera y en verdaderas obras de arte.

Forestier y el embellecimiento de La Habana

Forestier y el embellecimiento de La Habana

Forestier y el embellecimiento de La Habana

Diciembre 7, 2020

 

Forestier, conocido como el más afamado representante del urbanismo de escuela en Europa, discípulo de Georges Eugene Haussmann y Jean Charles Alphand, realizó la mayor parte de su carrera en París y su prestigio le permitió llegar a concretar importantes proyectos para espacios públicos en España, Marruecos y Argentina.

Fue a partir de 1925, luego de estudiar las propuestas de Martínez Inclán y sobrevolar La Habana, que realizó los primeros esbozos de lo que posteriormente se conocería como el Plan Director de J. C. N. Forestier.

Esta labor, concretada a partir del trabajo entre cubanos y franceses, devino un Plan de Ensanche para la ciudad compuesto por un Plan de Vías, Plan de Áreas Verdes y Plan General.

La magnitud del Plan de Forestier permitió esbozar además proyectos a escala puntual como fue el caso del reacondicionamiento del Paseo del Prado, el nuevo Malecón, la Plaza del Maine, el Capitolio con sus jardines y accesos, el Parque de la Fraternidad Americana, la Avenida de las Misiones y otros algo más distantes del centro de poder como la accesibilidad a la Universidad Nacional o el parque ubicado en el acceso a la ciudad de Matanzas.         

El Paseo del Prado y sus cambios dentro del Plan Forestier

Esta era la arteria de mayor prestigio de La Habana desde el siglo XIX, separador de la ciudad vieja y la nueva y contenedor de los grandes centros de ocio, asociaciones regionales, teatros y mansiones de la alta clase local, afianzándose su carácter de vía urbana en las postrimerías del XIX e inicios del XX.

El Paseo del Prado fue construido en 1772 bajo el gobierno colonial del Marqués de la Torre, Capitán General de la Isla. Su primer nombre fue el de Alameda de Extramuros o de Isabel II. 

Como parte de las propuestas para el embellecimiento, el equipo de Forestier esbozó un proyecto que incorporaba monumentales lámparas decoradas y bancos de piedra, levantando el nivel del pavimento con respecto a las calles, aportando así una de las soluciones de diseño urbano más significativas de la ciudad.

El pavimento se proyectó con un diseño que conjugaba figuras geométricas en granito, cuya terminación le imprimió un carácter monumental y ostentoso nunca antes visto en la Isla, lo cual respondía a los postulados del monumentalismo ecléctico y a la ideología oficial del Estado de llevar a La Habana a la cima del urbanismo mundial.

Además, a la flora del Paseo se le incorporó fauna pétrea representada por esos vigilantes leones que enmarcan las esquinas y que constituyen hoy un símbolo de la ciudad. Estos fueron realizados de la mano del escultor francés Jean Puiforcat y del escultor cubano y experto fundidor de bronce Juan Comas.

El Plan de Forestier le otorgó a la ciudad una belleza y monumentalidad que ha perdurado en el tiempo y que ha permitido situar a La Habana, desde períodos pasados, como una ciudad bella en su paisaje urbano.

Gran teatro de la Habana

El arquitecto belga Paul Belau en La Habana

Gran teatro de la Habana

Noviembre 2, 2020

 

En el marco de las celebraciones por la Semana Belga en La Habana, nuestro centro trae a colación dos emblemáticos inmuebles erigidos por el arquitecto belga Paul Belau. Los edificios son el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso y el Palacio Presidencial.

El primero de estos, sede hoy del Ballet Nacional de Cuba, fue levantado originalmente para acoger la sede del Centro Gallego. En 1906, la Sociedad de Beneficencia Naturales de Galicia compró el terreno y, entre 1907 y 1915 se construyó el edificio actual, cuya convocatoria a concurso la ganó el arquitecto belga Paul Belau, bajo la firma constructora Purdy & Henderson. Se inauguró en 1915 y fue construido con aires del barroco europeo para sus moldes, tallas y esculturas en piedras. En el inmueble, Belau recreó y reinterpretó la gran escalera del hall de la Ópera de París.

Desde septiembre de 2015 adoptó el nombre de Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso como reconocimiento a los aportes de la más grande bailarina de la cultura cubana, acuerdo respaldado, con carácter excepcional, por el Consejo de Estado de la República de Cuba.

El otro de los importantes inmuebles de la arquitectura cubana llevado a cabo por el belga Paul Belau en conjunto con el cubano Carlos Maruri, fue el otrora Palacio Presidencial, hoy Museo de la Revolución.

Fue construido entre 1902 y 1920 para ser la sede del gobierno provincial de La Habana. Luego del triunfo de la Revolución cubana albergó la Presidencia y el Consejo de Ministros; en 1974 su funcionalidad pasó a ser la de Museo de la Revolución, y en 2010 fue declarado Monumento Nacional.

El museo alberga hoy día una vasta colección sobre el proceso revolucionario cubano, además de sucesos ocurridos durante los 45 años en que el inmueble funcionó como Palacio Presidencial y su transformación en museo.

Ambas edificaciones, así como su autor belga, son referenciados en la sala Arquitectura y Urbanismo que alberga nuestro centro, a lo cual se suma la proyección del andar virtual por Bélgica, proyectado originalmente en el marco de Rutas y Andares, en su edición de 2017. El mismo puede apreciarse en el espacio Conocer La Habana, dentro de dicha sala.

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La Habana y Barcelona

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Entre La Habana y Barcelona existen numerosas historias que las vinculan entre sí. Las dos fueron importantes plazas/fuertes, ciudades portuarias y emporios económicos de la monarquía hispánica. Entre 1870 y 1930 se convirtieron en urbes capitales.

En los siglos XVIII y XIX, ambas tuvieron un crecimiento urbano notable. Barcelona se consolidó como la capital industrial de Cataluña; y La Habana fue el puerto y centro de la revolución azucarera de la Isla, con una importante industria de tabaco.

Una y otra fueron ciudades amuralladas. No obstante, la demolición de este sistema defensivo, construido por la monarquía en siglos anteriores, fue necesario.

La oleada migratoria de catalanes hacia La Habana se concentró sobre todo en las calles Mercaderes, Obispo y Obra Pía, dedicados al comercio, la industria, la banca, la droguería, la farmacia o la fotografía.

Algunos de los establecimientos fundados por catalanes fueron el bar-restaurante El Floridita (1817), conocido como la Cuna del Daiquirí; la Fábrica de tabacos y cigarros Partagás (1845); la farmacia y droguería La Reunión “Droguería Sarrá” (1853); el Teatro Payret (1876); la Lonja del Comercio (1908); la Ermita de Monserrat o de los catalanes; y el Edificio Bacardí (1930), joya de la arquitectura de estilo Art Decó en La Habana, en el que azulejo aparece como elemento decorativo, influencia del modernismo catalán.

A la Isla también llegaron importantes personalidades de Barcelona. Entre ellos Francisco Prat Puig, autor de la emblemática obra “El pre barroco en Cuba. Una escuela criolla de arquitectura morisca”, libro en el que expone la huella morisca en la arquitectura cubana. Otros fueron Miguel Ballester, quien introdujo e instaló el primer trapiche de caña de azúcar en la Isla; y José Gelabert, quien sembró las primeras plantaciones de café en la zona de Guanajay.

Los vínculos económicos, sociales y culturales que han marcado la historia de La Habana y Barcelona pueden profundizarse en la sala Arquitectura y urbanismo de nuestro centro, donde se proyecta el documental “La Habana y Barcelona. Historia de dos ciudades (1779-1936)”, realizado entre el Museo de Historia de Barcelona (MUHBA) y la Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana, como parte de un proyecto de cooperación internacional promovido por el Ayuntamiento de Barcelona y la OHC.

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El Art Nouveau en La Habana

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La Habana es la única ciudad de América Latina inscrita en la Red Art Nouveau, institución internacional encargada de la documentación, investigación y protección del patrimonio Art Nouveau mundial. La exposición Naturalezas del Art Nouveau, sita en nuestro centro y organizada por dicha Red, expone una mirada cruzada entre La Habana y varias regiones europeas para reflexionar sobre los orígenes y características de un movimiento que surgió a finales del siglo XIX y principios del XX en Europa. Se produjo simultáneamente en varias ciudades del continente, con una nomenclatura diferente en cada región: Art Nouveau en Francia, Secesión en Viena y Modernismo en Barcelona.

Nació inspirado en la naturaleza y en algunos descubrimientos de finales del siglo XIX como la invención del microscopio, los avances de la fotografía y la observación científica de las formas naturales.

El más grande genio de este movimiento fue el catalán Antonio Gaudí, quien rompió esquemas en la concepción de la arquitectura al proponer con sus obras un diálogo con la naturaleza tan prolífero como inusual.

A la Isla llegó de la mano de los emigrantes españoles, y se extendió durante los años 1904 y 1915, aproximadamente. El Art Nouveau en el país se propagó sobre todo a partir de la aplicación de elementos decorativos sobre las fachadas, en el mobiliario, la vidriería, la carpintería, en el diseño de lámparas, vitrales y la herrería.

Algunos edificios destacados son el Palacio Cueto, en la Plaza Vieja, construido por el maestro de obras Arturo Marqués. Los Jardines de La Tropical están considerados un paradigma de la arquitectura paisajista modernista. Fue construido por encargo de la familia Herrera, dueños de la fábrica cervecera La Tropical. Su maestro de obra fue Ramón Magriñá. Otros ejemplos son la Casa de los Pelícanos, en La Habana Vieja; y el Cetro de Oro, en la calle Reina, en Centro Habana.

La huella estética del Art Nouveau es hoy visible en diferentes partes de la Isla, traducida en una relación armónica entre la arquitectura y el arte. El Historiador de la ciudad de La Habana, Dr. Eusebio Leal Spengler, en ocasión de la apertura de la exposición Naturalezas del Art Nouveau, en 2015, expresó: “En un mundo en el que hemos luchado tanto por la igualdad, hay que luchar también por la singularidad, y dentro de la ciudad el Art Nouveau es también una gran singularidad”.

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El trazado urbanístico de la Villa San Cristóbal de La Habana

Plano pintoresco de La Habana, 1853.

La importancia económica de la última de las villas fundadas se reconoció desde muy temprano en el siglo XVI, al transformarse su bahía en puerto de reunión de las embarcaciones provenientes de América en su tránsito hacia Europa, y baluarte defensivo del acceso al Golfo de México en la ruta transoceánica. La organización entre 1537 y 1541 del Sistema de Flotas para la protección del comercio de Indias dejó establecida la que sería la fuente económica fundamental de la ciudad. En 1561 el Sistema de Flotas quedó oficialmente instituido, lo que propició el otorgamiento del título de ciudad para La Habana en 1592 y su declaración casi inmediata como capital de la isla en 1607. Por estas razones, La Habana se transformó en uno de los botines más ambicionados por corsario y piratas, peligro que propició su prolongada fortificación a lo largo de tres siglos, hasta convertirse en la plaza fuerte por excelencia del circuito comercial americano. Los productos agropecuarios del campo occidental y la riqueza maderera cubana fueron fuentes de exportación desde el puerto, centro de todo intercambio mercantil en la isla; y la aparición de astilleros para la fabricación de buques contribuyó al rápido crecimiento económico de La Habana, los cuales influyeron además en el desarrollo de manifestaciones artesanales vinculadas a la arquitectura.

Luego de tres siglos de dominación colonialista en Cuba, donde la isla fungía en el marco imperial español como parte dependiente y secundaria en el conjunto ultramarino, la colonia dejó de ser periférica en el universo político iberoamericano y se convirtió entre 1760 y 1820 en posesión importante para la Corona.

El asentamiento definitivo de la villa de San Cristóbal de La Habana se efectuó en el claro de una zona boscosa junto al puerto de Carenas en 1519. A diferencia de las villas fundadas anteriormente en la isla, el trazado urbano de La Habana es regular en retícula, pues en su configuración se siguieron los modernos preceptos del urbanismo de Indias: en 1555 fue destruida la traza bajo-medieval original como consecuencia de un ataque del pirata francés Jacques de Sores, la reconstrucción siguió las normas del ideario urbano renacentista “de la colonización”, expresado en las Leyes de Población de 1573 y concretado en las Ordenanzas Municipales para la Villa de La Habana y demás villas y lugares de la Isla de Cuba (1574). De acuerdo con estas pautas, la ciudad se configuró policéntrica, articulada en torno a un sistema de cinco plazas intramurales (la construcción por razones defensivo-militares de las murallas definieron a partir de 1674 el perímetro citadino), cada una con funciones y caracteres diversos.

La primitiva villa fue ampliada durante el transcurso del siglo XVII, con crecimientos paulatinos hacia el sur y el oeste, hasta el completamiento del espacio intramural. La Zanja Real, único sistema de acueducto y alcantarillado hasta el siglo XIX, fue un importante elemento estructurante en sentido urbano. En el siglo XVIII se reguló la edificación de portales en las plazas, que demostraron el valor ambiental y público de este elemento; y la compactación urbana dentro de los estrechos límites amurallados obligó al éxodo extramuros de parte de su población.

Las pautas de la regularidad reticular y la medianería definieron igualmente los trazados urbanos de los primeros barrios extramuros de carácter popular: Guadalupe, Jesús María y La Salud, San Lázaro y Colón poco después, surgidos a mediados del siglo XVIII en torno a los principales caminos que partían de la muralla hacia la zona agrícola de servicios circundante, los que adquirieron con el tiempo categoría de Calzadas.

La aristocracia habanera también buscó áreas de expansión que la distanciaran de la saturación del núcleo original, y así surgieron barrios señoriales con una vocación primigenia de zona de veraneo, como El Cerro (1803), El Carmelo (1859) y El Vedado (1861). La gran expansión extramuros acontecida durante el siglo XIX motivó la aparición del primer cuerpo legal propiamente regulatorio sobre la manera en que debía construirse en la capital: Ordenanzas de Construcción para la ciudad de La Habana y pueblos de su término municipal (1861), síntesis de los más modernos postulados europeos del momento. Concluye el siglo XIX con la erección de un nuevo reparto monumental y céntrico en el área intermedia aparecida tras la demolición de las antiguas murallas que entorpecían la dinámica urbana, vial y social de la villa: el Reparto Las Murallas (1863).

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Influencia de estilos en la arquitectura habanera del siglo XVI al XIX

Catedral de La Habana

A la Isla llegaron influjos culturales de una España plural y diversa luego de la reconquista del sur con el asentamiento de los primeros colonos hispanos. Los componentes moriscos, mudéjares y castellanos se entremezclaron en esta tierra como mismo sucedió en la metrópoli.

La arquitectura habanera optó desde un inicio el modelo tipológico de la casa con patio, en el que fueron asumidos hasta fines del siglo XVIII casi todos los temas demandados por la vida cotidiana de la ciudad portuaria. Este modelo del patio –que se extendería a otras tipologías en el siglo XIX- tiene su origen en razones de adaptación climatológica de los modelos constructivos, de antecedentes culturales de tradición hispana y por el propio desarrollo socioeconómico de los habitantes de la ciudad.

La arquitectura del siglo XVI respondió sobre todo a condicionantes funcionales y pragmáticas, y el ejemplo más evidente y todavía conservado de manera excepcional es la llamada “tienda-esquinera”, pequeño núcleo habitacional que compartía funciones comerciales, de soluciones estructurales sencillas. A fines de esta centuria comienza a percibirse cierta influencia andaluza que dio origen a la vivienda con acceso acodado respecto al patio, con galerías de horcones de madera y balconaje de similar factura en las fachadas, patio y traspatio divididos por una crujía intermedia y presencia de un zaguán de acceso. Estos rasgos se mantuvieron en la arquitectura doméstica hasta el siglo XX, aunque variaron algunos componentes espacio-funcionales en la vivienda para la oligarquía del siglo XVIII con la aparición de portales y logias superiores, la incorporación del entresuelo o mezanine, y la disposición del patio claustral en eje central con el acceso y zaguán, a lo que se sumó el aumento de sus dimensiones, puntales y vistosidad.

En la centuria dieciochesca alcanza auge la casa señorial como tardía incorporación de los modelos españoles señoriales del Renacimiento y el barroco. La influencia de este último es perceptible en la guarnición de las portadas, el diseño de los arcos y los elementos decorativos colocados sobre los muros, lo que unido a la diferenciación de los espacios funcionales por niveles y la nobleza de los materiales constructivos, hicieron del palacio del siglo XVIII el modelo perpetuado en la siguiente centuria.

En el XIX el ropaje barroco muta por el neoclásico y se desarrolla extramuros el modelo exento de la casa-quinta del Cerro y la casa burguesa de El Vedado. En el siglo XVIII aparecen sin embargo los primeros edificios propiamente civiles (palacios de gobierno, astilleros, aduana, teatro, etc.), sustrayéndose estas funciones de las tipologías domésticas. Sin embargo, será en la centuria decimonónica cuando lleguen a su apogeo las funciones públicas en construcciones representativas urbanística y arquitectónicamente, al reorganizarse el entorno citadino.

El neoclasicismo como tendencia estilística asociada al auge económico azucarero fue el estilo en boga en el momento por el halo de modernidad que representaba; y alcanzó todos los temas arquitectónicos. Aparecen nuevas edificaciones para hoteles, teatros, comercios, sociedades de recreo, industrias; y se identifican como ejecutores a arquitectos y maestros de obra extranjeros y nacionales, antecedentes de la llamada “arquitectura de autor”.

Paralelamente desde el siglo XVI, la arquitectura militar y la religiosa ocupan importante espacio en la fisonomía citadina. Los diferentes sistemas defensivos desarrollados durante tres siglos mantuvieron en líneas generales las pautas constructivas renacentistas con el protagonismo del baluarte en las modernas fortificaciones habaneras; y la arquitectura religiosa mutó en relación con la sucesión estilística y el enriquecimiento de la propia institución, para dejar una huella de gran trascendencia por sus ricas composiciones arquitectónicas.