dest Las lenguas de Europa y el español de Cuba

Las lenguas de Europa y el español de Cuba

Las lenguas de Europa y el español de Cuba

Sergio Valdés Bernal

Septiembre 18, 2020

 

Mi ponencia versa sobre las lenguas europeas que dejaron su impronta en nuestra lengua nacional, también de origen europeo, legado aportado por conquistadores, colonizadores, marineros, militares, comerciantes, aventureros e inmigrantes peninsulares de todo tipo.

Europa tiene una extensión territorial de más de 10,5 millones de kilómetros cuadrados, por lo que es casi 94,9 veces mayor que el archipiélago cubano y se caracteriza por su gran diversidad de lenguas y culturas, a diferencia de nuestro pequeño e insular país predominantemente monolingüe y con una mestiza cultura que compartimos todos los cubanos. Por ese motivo, viene a mi mente la muy cubanísima expresión “meter La Habana en Guanabacoa”, asociada con el hecho histórico de que en 1555 el corsario francés de origen normando, Jacques de Sores, atacó e incendio La Habana. Debido a ello, gran parte de sus habitantes se refugió en la cercana y pequeña villa de Guanabacoa, del otro lado de la bahía habanera, donde radicó por varios meses el gobierno colonial. De ahí que decir “meter La Habana en Guanabacoa” se refiere a intentar meter algo grande en un espacio más pequeño que el que se requiere. Y este es mi caso, meter a Europa en Cuba desde el punto de vista lingüístico.

Según la mitología griega, tradicionalmente el nombre de Europa se asocia con el de una mujer mortal que fue raptada por el dios Zeus, con quien tuvo descendencia. Motivos histórico-culturales definieron Europa como un continente a partir de la delimitación realizada a mediados del siglo XVIII por el historiador y geógrafo ruso Vasili Tatíshchev (1686-1750), quien estableció que las fronteras de Europa se extienden desde el océano Atlántico hasta los montes Urales, por lo que Rusia formaba parte de dos continentes, el europeo y el asiático. En la actualidad, desde el punto de vista de la geografía moderna, Europa no es considerada un continente, sino una macro-unidad geográfica, o sea la prolongación occidental del continente euroasiático [1], de la que también forman parte países como Armenia [2],  Georgia [3], Turquía [4], Kazajistán [5] y Azerbaiyán [6].

La casi totalidad del territorio europeo está ocupado por una sola e inmensa macrofamilia de lenguas, la indoeuropea, constituida por idiomas hablados en Europa y Asia meridional que comparten características casi universales. A modo de ejemplo, nos referiremos solamente a tres rasgos comunes a todas ellas definidos por los estudios de lingüística comparada:

  1. La mayoría de estas lenguas distingue el singular del plural como categoría de número gramatical, aunque las eslavas también tienen el número dual, que expresa cantidad de dos al referirse, por ejemplo, a las manos, los ojos, las orejas, los pies, etc.
  2. La mayoría de las lenguas indoeuropeas diferencian el género gramatical masculino del femenino, aunque en otras se ha perdido esta distinción con el transcurso del tiempo, como en el armenio y el persa contemporáneos. [poetisa/poeta; niños y niñas: en español el género masculino es inclusivo; se recurre al femenino en caso de precisión]
  3. Gran parte de las lenguas indoeuropeas modernas han reducido el sistema de casos y la conjugación que caracterizaban a las lenguas más antiguas como el griego micénico, el hitita, el sánscrito, el latín, el antiguo irlandés y el eslavo eclesiástico. Por ejemplo, de las lenguas neolatinas, solamente el rumano conserva un sistema limitado de casos, al igual que las germánicas y las indoiranias. Incluso el griego moderno ha disminuido su número respecto del griego antiguo. Sin embargo, el lituano y las lenguas eslavas son las que cuentan con una flexión nominal con siete casos distintos: nominativo, vocativo, acusativo, genitivo, dativo, locativo e instrumental.

La identificación de las lenguas indoeuropeas comenzó con los estudios del filólogo británico William Jones (1746-1794), quien en el siglo XVIII demostró las similitudes existentes entre el sánscrito, el latín, el griego y el persa. Posteriormente, el filólogo y lingüista alemán decimonónico Franz Bopp (1791-1867) apoyó esta hipótesis al comparar esas lenguas con muchas otras contemporáneas, por lo que se estableció definitivamente la identificación de las lenguas indoeuropeas entre mediados y finales del siglo XIX.

Si representamos las lenguas europeas como un frondoso árbol genealógico de cuyo tronco brotan diversas ramas, tendríamos algunas ramas representadas por una sola lengua, como ocurre con el albanés, el armenio y el griego; pero otras ramas constituyen familias de lenguas. Una de ellas es la anatolia, conjunto de lenguas extintas que se hablaron durante el primer y segundo milenio a.n.e. en Asia Menor, de las que el hitita es la que mayor número de vestigios presenta. También están extinguidas las lenguas tocarías, habladas entre los siglos VI y VIII y desaparecidas tras la fusión con las tribus uigures de la actual China occidental, hablantes de una lengua túrcica del grupo altaico. Por el contrario, las familias báltica, céltica, eslava, germánica, indoirania e itálica mantienen su vigencia en la actualidad.

Si bien es cierto que en Europa predominan las lenguas indoeuropeas, tenemos la presencia de varias lenguas de diversa procedencia. Una de ellas es el vasco o euskera, hablado en territorios de España y Francia aledaños al golfo de Vizcaya. Se trata de una lengua aislada, pues no se ha podido probar ningún parentesco con otra lengua viva o muerta. El finés, el estonio y el húngaro son lenguas ugrofinesas, rama de las lenguas urálicas habladas en Finlandia y Hungría, a las que también pertenecen el sami o lapón, vigente aún en la península escandinava. El georgiano es una lengua caucásica meridional que funge como idioma oficial de la República de Georgia, al igual que el azerí o azerbaiyano en Azerbaiyán, y el turco en Turquía, ambas de la gran familia uralo-altaica. Por último, tenemos el maltés, lengua semítica derivada del árabe y con gran influjo del italiano y del siciliano, cooficial con el inglés en la República de Malta.

Debemos recordar que, además de las lenguas modernas de Europa, existe documentación abundante sobre otras lenguas que se extinguieron durante la antigüedad, la edad media y la edad moderna, como el romance británico en el siglo VIII, el fráncico antiguo en el siglo IX, el gótico en el X y el dálmata en el XIX.

La situación idiomática en Europa se complica con procesos migratorios históricos y contemporáneos que aportaron a la región lenguas alóctonas, o sea no originarias del lugar en que se encuentran. Tenemos en mente las lenguas que fueron aportadas por los invasores árabes y bereberes que se impusieron en parte Europa durante varios siglos y que, en el caso de la península ibérica, dieron por resultado el surgimiento de los dialectos mozárabes, extinguidos en el siglo XIII, y del ya mencionado maltés. Caso aparte ha sido el surgimiento de las lenguas judeoespañol, ladino o dzhudesmo, del judeoalemán o yiddish y de los extintos shuadit o judeoprovenzal, judeoportugués, judeoaragonés, zarfático o judeofrancés, judeocatalán, judeoitaliano, judeogriego y judeocheco o knaánico debido al asentamiento de judíos desde épocas tempranas en Europa.

En la actualidad, además de los procesos migratorios internos propios de Europa, tenemos el flujo de inmigrantes portadores de lenguas africanas, asiáticas y hasta amerindias. Tomemos como ejemplo a España, donde 9,68% de la población es de nacionalidad extranjera. De ellos, 34,5% proviene de Hispanoamérica, por lo que la lengua más hablada entre los no nacionales residentes en este país es la española. Sin embargo, otras lenguas alóctonas muy utilizadas como comunitarias y familiares son el árabe, de la familia de lenguas afroasiáticas, con predominio de la modalidad marroquí; el rifeño de la familia bereber; el fulani, yolofe, mandinga y soninké de la familia nigerino-congolesa; el wu, una de las principales lenguas chinas, o sea, de la familia sino-tibetana, y el quechua de las indoamericanas.

Hasta aquí hemos ofrecido la relación de las lenguas presentes en la Europa contemporánea. Ahora nos referiremos solamente a las lenguas propias de Europa y el nexo que guardan con nuestra lengua nacional, la modalidad cubana de la lengua española.    

¿Pero qué es el idioma español? Es una lengua románica derivada del latín vulgar llevado a Hispania, del fenicio *i-špʰanim ‘tierra de conejos’ [7], como prefirieron llamarla los invasores romanos en lugar de Iberia, denominación debida a los griegos y derivada de la del río Íber, actual Ebro. Durante el dominio romano, que duró desde el año 218 a.n.e., fecha del desembarco romano en Ampurias, hasta principios del siglo V, cuando se impusieron los visigodos en la península y sustituyeron a la autoridad de Roma, o sea casi siete siglos, el latín culto era aprendido como segunda lengua y utilizado por las personas más cultas, mientras que entre las grandes masas de la población se había impuesto una modalidad vulgar del latín, es decir popular, influida por las lenguas de los celtas, iberos y vascos nativos. Así, el latín hablado en aquel entonces fue dando origen a las variedades romances hispánicas, que recibirían tiempo después cierto influjo de las lenguas germánicas de los suevos, vándalos y visigodo, y de entre las que emergería la lengua española.

En el siglo VIII, la invasión musulmana de Hispania generó dos zonas bien diferenciadas: Al-Andalus,  topónimo creado por los árabes y derivado de la expresión bereber tamort uandalos ‘tierra de los vándalos’, nombre del pueblo germánico que ocupó la Bética romana entre el 409 y el 429, y que desde allí pasó al norte de África, y Dzhilikiya arabización del topónimo Galicia. En Al-Andalus, se habló el árabe culto por las personas letradas, y el vulgar por el grueso de las oleadas invasoras de árabes y bereberes. El influjo de la cultura musulmana fue tal, que dio origen a modalidades romances llamadas mozárabe, del árabe mustaʕrab ‘arabizado’. Pero en la zona en que se formaban los reinos cristianos poco después del inicio de la dominación musulmana, surgieron diversas variantes románicas.

Entre los siglos IX y XI, en una región histórica española de límites difusos y conocida como Castella o Castiella, cuyo significado es ‘tierra sembrada de castillos’ [8], se había gestado una forma de hablar que comenzó a ser conocida como castellano. Este medio de comunicación evolucionó en contacto con otros romances similares y por el aporte de las lenguas de invasores islámicos. Con el proceso de Reconquista, la lengua de Castilla se expandió por gran parte de la Península y devino idioma oficial del reino hispano debido a una disposición de Fernando III el Santo (1199-1252), rey de Castilla y León de 1217 a 1252, política lingüística apoyada por su hijo y sucesor, Alfonso X el Sabio (1221-1284). Este último, también mediante decreto real, estableció la obligación de traducir al castellano, y no al latín, toda la documentación existente en el reino. Los reyes que se sucedieron apuntalaron estas disposiciones, por lo que el idioma oficial de la cancillería comenzó a ser más conocido como español, del occitano espaignol, y este del latín medieval Hispaniolus ‘de Hispania’.

¿Y cómo esta lengua se impuso en Cuba y hasta devino soporte idiomático de nuestra cultura e identidad?

Tras la caída del último reino nazarí de Granada en 1492, los Reyes Católicos, Fernando II de Aragón (1452-1526) e Isabel I de Castilla (1451-1501), tuvieron tiempo para escuchar y apoyar a un navegante genovés llamado Cristóbal Colón (1436/1451-1506). Colón sustentaba la posibilidad de hallar una nueva ruta marítima sin tener que bordear África y que permitiría el acceso a las Indias, nombre que en el siglo XIV se había popularizado en boca de marinos y comerciantes europeos dedicados a la exploración de Asia meridional con fines mercantiles, o sea, lo que hoy llamamos Subcontinente indio y Sudeste asiático.

Tras azarosa navegación a través del Mar de las Tinieblas, como llamaban los árabes al Atlántico, los tres navíos comandados por Colón finalmente arribaron el 12 de octubre de 1492 a la isla de Guanahaní, actual Watlings, bautizada por él como San Salvador por los motivos que ya conocemos. Durante los días que bordeó el archipiélago que posteriormente sería conocido como Bahamas, corrupción de bajamar, y más apropiadamente llamado Lucayas, nombre indígena, de luku ‘ser humano’ y cayo ‘islote’, creyó entender que más al sur había una gran tierra llamada Cuba. Influido por la lectura del libro del mercader y viajero veneciano Marco Polo, Il Milione, asoció el nombre indígena de nuestro país con el de Kublai Khan, el quinto y último gran khan del imperio mongol y primer emperador chino de la dinastía Yuan, supuesta confirmación de que había arribado a Asia. Pero para nuestra suerte, como los pobladores de estas islas eran mongoloides de piel más oscura que la de los asiáticos, pensó que había llegado a la India, por lo que los llamó “indios” y no cataios o cipangueses a partir de los nombres vigentes en aquel entonces y referidos a esos países: Catai [9] por China y Cipango [10], por Japón.

Finalmente llegó al archipiélago cubano la noche lluviosa del 27 de octubre, por lo que dejó para el otro día el desembarque. Cuando por primera vez puso pie en tierra cubana, tal fue la fastuosidad de su naturaleza, que pronunció la famosa frase que tanto hemos explotado con fines turísticos: “Esta es la tierra más hermosa que ojos humanos hayan visto”, como registró en su Diario de navegación. Años después, en 1510, comenzó la conquista y colonización de Cuba por las huestes peninsulares procedentes de la vecina isla de La Española, como la llamara Colón en sustitución de su nombre aborigen, Haití. A pesar de los intentos de las autoridades españolas por imponer un nombre hispano a nuestro país, su nombre indígena, Cuba, que significa ‘tierra labrada, habitada’, a la larga se impuso.

En nuestro territorio la lengua española devino lengua oficial de la colonia, que contó con un fuerte movimiento migratorio fortalecedor de su vigencia, en el que predominaron los andaluces occidentales hasta la primera mitad del siglo XVII, siendo superados a partir de entonces hasta ya constituida la República a principios del siglo XX por la constante y numerosa migración procedente de las Islas Canarias. Por eso nuestra forma de hablar el español nos acerca más a las hablas meridionales de España que a las del centro y norte con nuestro seseo, yeísmo, trueque de ere por ele, el uso de ustedes por vosotros, y otros ejemplos más. En fin, nos apropiamos de la lengua española y la hicimos nuestra a través de un largo y sangriento período de mestizaje biológico y cultural, de transculturación, en el que intervinieron diversos componentes étnicos europeos, con predominio hispánico, así como indoamericanos, africanos y hasta asiáticos.

El idioma español llevado a tierras americanas a partir del siglo XVI trajo consigo las huellas del largo proceso evolutivo por el que pasó hasta ese momento. De ahí los helenismos escuela, democracia y economía; los iberismos perro, cencerro, pizarra; los celtismos camino, carro, andamio y los germanismos bigote, espía, espuela, entre muchos otros que continuamos utilizando hoy y que heredados a través del latín en Hispania. A esto se suman los numerosos arabismos como arroz, azúcar, álgebra, reflejo en la lengua de casi ocho siglos de dominación musulmana de la península, y los hebraísmos sábado, amén, querubín debidos a la traducción de la Biblia del griego antiguo al castellano. Pero, además, no debemos olvidar que a partir de finales del siglo XI se generalizó un proceso de asimilación o nivelación lingüística entre los dialectos románicos centrales de la península ibérica que generó el surgimiento de zonas lingüísticas bien definidas, como la galaico-portuguesa, la asturiano-leonesa, la castellana, la vasca, la catalana y la mozárabe, esta última constituida por una serie de variedades regionales hispanoárabes que se extinguieron tras la Reconquista. Muchos mozarabismos pasaron al español peninsular, del que se popularizaron de este lado del Atlántico unos cuantos, como chícharo, palmiche y verdolaga, por ejemplo.

Entre las lenguas habladas en la Iberia, el gallego dio origen a una excelente poesía lírica y satírica que predominó hasta el siglo XIV. Pero la incorporación de Galicia al reino de León y Castilla, donde imperaba el castellano como idioma oficial del reino, limitó considerablemente el uso del gallego. Por otra parte, al expandirse el gallego hacia el sur debido a la Reconquista, comenzó a diferenciarse en su mezcla con los dialectos mozárabes locales y dio origen a una nueva lengua, el portugués. Portugal, bajo el reinado de Alfonso I el Conquistador (1109-1185), logró independizarse del reino leonés en el año 1134 y varios decenios después Dionisio I (1265-1325) proclamó el portugués idioma oficial del Reino. En fin, la proximidad geográfica y el contacto comercial y de todo tipo entre estas regiones explican por qué tenemos en nuestra lengua galleguismos como morriña y sarpullido, algunos de ellos popularizados entre nosotros debido a la emigración de gallegos hacia Cuba a finales del siglo XIX, y portuguesismos como mejillón. cardumen y pantorrilla, entre otros, presentes en el habla de canarios y andaluces occidentales, ya que fue sumamente limitada la presencia portuguesa en nuestro suelo.

En cuanto al asturiano, se dificulta saber si es heredero directo del latín impuesto por los romanos en su colonización, o si en su génesis intervino también el habla romanceada y más culta de los que se refugiaron en esta región ante el avance de los musulmanes. Asturias muy pronto dejó de ser el centro de la monarquía leonesa debido al auge de Castilla y el desplazamiento de la corte hacia el sur de la Península, por lo que las hablas asturianas se redujeron a simples instrumentos de comunicación oral.

El reino de León, a su vez, fue el más extenso de la Reconquista y el más complejo de todos desde el punto de vista lingüístico, por tener al oriente a Castilla, foco innovador y gestor de importantes cambios idiomáticos, y al occidente a Galicia, arcaizante y conservadora. Aunque el leonés se habló en toda la extensión de este reino, con la excepción de Galicia, e incluso tuvo gran cultivo literario, a partir de la primera mitad del siglo XIV comenzó a ceder rápidamente espacio vital al castellano. Por ello, el español que heredamos de la Península trajo consigo algunos asturianismos como berrearse ‘molestarse, enfadarse’, escachar ‘aplastar, romper’, mecharse ‘trabajar arduamente’, y leonesismos como andancio ‘epidemia’, pararse o ponerse de pie y perendengue ‘adorno femenino de escaso valor’.

Del oriente ibérico tenemos las lenguas conocidas como vasco, navarro, aragonés y catalán. Del vasco o euskera, vía latín vulgar, han pasado al español varias voces, como chatarra, cencerro y mogote, como nombramos a las típicas elevaciones del pinareño Valle de Viñales. El navarro, idioma del reino de Pamplona o de Navarra, comenzó a castellanizarse desde el siglo XII, por lo que no heredamos ningún vocablo procedente del navarro. Hoy en Navarra se habla euskera y castellano, En cuanto al aragonés, a partir del siglo XV el castellano conquistó su dominio, por lo que desde el principio del XVI no se puede hablar de una lengua aragonesa, aunque de ella pasaron al español algunos aragonesismos como cambalache ‘trueque’ y trasmallo ‘arte de pesca formado por tres redes’.

Después del portugués y del gallego, el catalán es la lengua iberorrománica que más ha influido en el castellano. Ello se debió a la importancia de Cataluña, como uno de los reinos cristianos de mayor pujanza en la guerra contra los árabes y debido al gran desarrollo literario con que contó este idioma hasta el siglo XV. La boda de Fernando II de Aragón con Isabel I de Castilla en 1469 propició la tan necesaria fusión de ambos reinos diez años después en la lucha contra los musulmanes, pero también redujo el uso del catalán, aunque este dejó su huella en el nivel lexical del castellano con voces como correo, sastre, cantimplora y muchas más, a las que podemos añadir las heredadas del valenciano, como chuleta, entre otras.

Las lenguas transpirenaicas que más han influido en el español son las galorrománicas, representadas por el francés, francoprovenzal y el occitano. El francés fue la lengua romance que más contribuyó al enriquecimiento del fondo léxico del castellano, y en ello compite con el árabe. Su influjo sobre el español fue casi constante y desde épocas tempranas, incluso entre los siglos XIII y XIV la literatura francesa fue muy popular en España. Además, la corte española admiraba a su par francesa y la imitaba en todo. Con la asunción al trono de Felipe V en 1700, se impuso la dinastía francesa de los Borbones hasta 1808, por lo que el siglo XVIII representó la centuria de mayor influjo de la lengua y cultura de Francia en España y las colonias americanas. Por eso es que utilizamos tantos galicismos como avión, crema y goleta, y occitanismos como antorcha y balada.

Otra lengua europea de gran importancia para el enriquecimiento del fondo léxico de la española es el italiano. La ocupación de Italia por España durante casi dos siglos propició el influjo del italiano en el español, por lo que numerosísimos italianismos ya eran parte del español llevado a América en el siglo XVI, como ópera y escaramuza o combate breve y no decisivo. Este influjo no dejó de sentirse con el Renacimiento, cuya cuna fue Italia. En época más reciente otros italianismos se asentaron en la lengua española debido a los contactos con ese país y a su cultura Cuba, como pizza, canelones, dolce vita, travesti y hasta el cubanismo équelecuá, alteración del italiano eccolo quá ‘eso mismo’.

Las lenguas germánicas también dejaron su huella en el español, como es el caso de los germanismos históricos aportados por los francos y visigodos, como jabón, sopa y yelmo, a lo que se suma una serie de voces procedentes del alemán contemporáneo, como cabaret y búnker. Del neerlandés, a través del francés, nos llegaron vocablos como berbiquí y chalupa. Del danés, vía inglés, tenemos kril ‘alevín, pez pequeño’, y a través del francés rorcual ‘especie de ballena’. Del sueco proceden tungsteno ‘tipo de metal’ y varenga ‘costado de un buque’. Por cierto, en nuestro país tenemos dos topónimos que hacen alusión a la presencia sueca en Cuba: Pico Suecia, la segunda montaña de mayor elevación en el país, en la Sierra Maestra, a un kilómetro al este sureste del Pico Turquino, en el municipio de Guamá, y Punta Suecia, en la costa sur de la isla de Cuba, en la ensenada de Majana, en el Golfo de Batabanó, provincia de Artemisa. Además, la expresión “hacerse el sueco” significa hacerse el desentendido.

Indudablemente, la lengua germánica de mayor influjo en el español panhispánico, o sea, el hablado actualmente en ambas orillas del Atlántico, es el inglés, en estos momentos la lengua internacional por excelencia y predominante en el léxico relacionado con la ciencia, la tecnología y el deporte. Pero aquí solamente nos detendremos en recordar que a partir de la ocupación británica de La Habana por once meses, hasta mediados de 1763, cuando aún nos sentíamos más españoles que cubanos, se popularizaron expresiones tomadas de la jerga de los negreros ingleses como luku-luku ‘mirar’, de to look, tifi-tifi, ‘ladrón’, de to thieve, algunas de las cuales trascendieron en parte hasta el presente, así como otras utilizadas con cierto matiz despectivo: trabajar para el inglés ‘trabajar sin remuneración’ y cortarse con vidrio inglés ‘poner los pies sobre alguna materia excrementicia de algún animal’.

Las lenguas eslavas no aportaron tanto a la española debido a los pocos contactos comerciales y de todo tipo que tuvo el reino hispano con la Europa centro-oriental. No obstante, algunas palabras de diversa procedencia eslava echaron raíces en nuestra lengua. Tal es el caso de rusismos como duma ‘asamblea legislativa de Rusia’, zar ‘título que se daba al emperador ruso’, y más recientemente sputnik ‘satélite’, glasnost ‘transparencia’ y perestroika ‘reconstrucción’. Del polaco tenemos mazurka, originalmente un baile de salón de la corte real, convertido con el tiempo en una danza popular, y del croata corbata, complemento de la camisa, que consiste en una tira alrededor del cuello que deja caer sus extremos con fines estéticos y para cubrir los botones de la camisa. Su nombre procede del italiano cravatta, derivado de croata¸ ya que los jinetes del ejército croata en el siglo XVII usaban pañuelos de color negro atados alrededor del cuello. De Bohemia nos llegaron tres voces de origen checo: calesa, de kolesa a través del francés, como llamamos al carruaje de dos ruedas tirado por un caballo; pistola, del alemán Pistole, y este del checo pišt’al ‘canutillo, flautilla’; y robot, del inglés robot y este del checo rabota ‘trabajo forzado’, máquina o ingenio electrónico programable y capaz de manipular objetos y realizar operaciones antes reservadas solo a personas. Esta última palabra se debe al famoso escritor Karel Čapek (1890-1938), quien la utilizó en su obra teatral de ciencia ficción Rossumovi univerzalní roboti, escrita en 1920, estrenada en Praga en 1921 y en 1922 en Nueva York con el título en inglés de Rossum’s Universal Robots. Por cierto, a este autor se debe una novela, El bólido, cuya trama se desarrolla en la Cuba de los años treinta del siglo pasado, no traducida al español y totalmente desconocida entre nosotros.

De las lenguas uraloaltaicas, heredamos del lapón, a través del inglés o del francés, la palabra morsa, especie de mamífero pinnípedo semiacuático de gran tamaño, que habita en los mares árticos, y del finés sauna, baño de vapor o sudoración que se realiza en un recinto a muy alta temperatura. A estas lenguas se suma el húngaro con las palabras czara o zarda, nombre de un baile, sable, arma blanca curva habitualmente utilizada en caballería, y el nombre de una tarta de origen húngaro que conocida por el apellido de su inventor en 1884, el pastelero Jozsef C. Dobos. Por último, del turco tenemos varias voces, como odalisca ‘concubina’, yogur ‘variedad de leche fermentada’ y zapato ‘calzado que no pasa del tobillo’, así como la expresión cabeza de turco ‘persona a la que se echan todas las culpas’. Por cierto, los turcos utilizan una variante de sauna húmeda popularmente conocida como baño turco.

Pero no debemos olvidar que a través de las lenguas europeas pasaron al español panhispánico numerosas palabras procedentes de lenguas asiáticas como el chino mandarín, japonés, hindi, marati y otras en el pasado y en el presente, como té, biombo, katana, caqui, avatar, parchís, piyama, karaoke, catamarán. Este aspecto de las lenguas europeas como puente entre Asia y Europa también merecería otra conferencia, pero para eso no nos alcanza el tiempo.

A pesar del tiempo transcurrido, la lengua española y las culturas de España continúan siendo hoy el componente más importante y perceptible de nuestro condimentado ajiaco cubano [11], en el que están insertados fundamentos de otras culturas europeas y no europeas. Pero no somos españoles y mucho menos europeos debido a ese terrible, cruento y a la vez contradictoriamente maravilloso proceso de mestizaje biológico y cultural ocurrido en nuestro suelo, en el que están presentes los legados europeo, amerindio, subsahariano y asiático. Esto ya se aprecia a finales del siglo XVIII en las Memorias de Pedro Espínola y José María Peñalver, dos frailes cubanos, los primeros en describir los “defectos de pronunciación y escritura de nuestro idioma y medios de corregirlos” y la necesidad de elaborar un “diccionario provincial de la Isla de Cuba” debido a que ya había una forma de hablar el español en nuestro archipiélago que dificultaba la comunicación con la metrópoli. Ambas Memorias evidencian el surgimiento y desarrollo de la modalidad cubana de la lengua española, con el tiempo devenida soporte idiomático de nuestra cultura e identidad, función que ejerce plenamente hasta nuestros días.

 

Notas

* Conferencia Magistral del III Coloquio Presencias europeas en Cuba, en 2019, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.

[1] Cf. Robert B. Marks: Los orígenes del mundo moderno, Crítica, Madrid, 2007.

[2] La República de Armenia, es un país del Cáucaso meridional que comparte frontera al oeste con Turquía, al norte con Georgia, al este con Azerbaiyán y al sur con Irán y la República Autónoma de Najicheván de Azerbaiyán.

[3] Georgia precisamente está en el límite entre Europa Oriental y Asia Occidental.

[4] Turquía se encuentra ubicada en Asia y Europa. Se extiende por toda la península de Anatolia y Tracia en la zona de los Balcanes.

[5] La mayor parte del territorio kazajo está situado en Asia Central, y una menor (al oeste del río Ural) en Europa.

[6] La República de Azerbaiyán está localizada entre Asia Occidental y Europa Oriental y tiene fronteras con Armenia y Turquía, entre otros países.

[7] La palabra spʰ(a) n podría significar ‘conejo’, ya que el término fenicio *i-špʰanim literalmente significaría: ‘de damanes’ (špʰanim es la forma plural de šapʰán, ‘damán’, Hyrax syriacus), que fue cómo los fenicios decidieron, a falta de un vocablo mejor, denominar al conejo Oryctolagus cuniculus, animal poco conocido por ellos y que abundaba en extremo en la península. La primera mención a Hispania en textos romanos data del año 200 a.n.e. y se debe al poeta latino de origen griego Quinto Ennio (239-169 a.n.e.). Cf. Artola, Miguel: Enciclopedia de historia de España. Diccionario temático, t. I-VI, Alianza Editorial, Madrid, 1995.

[8] Castella es plural de castellum, que en tiempos visigóticos significaba ‘pequeño campamento militar’. En mozárabe el equivalente era castil, ‘casita de campo’.

[9] Catay es el nombre que recogió Marco Polo para referirse a la región que comprendía los territorios chinos cercanos a los ríos Yangtsé y Amarillo. El topónimo deriva del nombre de los kitán, grupo étnico proto-mongol que dominó gran parte de Manchuria. En búlgaro y ruso se preserva este nombre: Китай (kitay), así como en esloveno (Kitajsha). También se utilizó en inglés (Cathay), en italiano y portugués (Catai) y en español arcaico Catay. Actualmente es considerado como un nombre arcaico y literario de China.

[10] Cipango o Zipango es el antiguo nombre utilizado por los europeos y chinos para referirse a Japón en la Edad Media, nombre derivado del japonés a través de su adaptación al antiguo chino mandarín: jap. Nippon > ant. chino mand. Rìběn-guó [ʐɪb̥̥ən g̥wo] > leng. europ. Zipango.

[11] El ajiaco es uno de los platos preferidos de la cocina cubana. El vocablo fue documentado por primera vez en el “Vocabulario de las voces provinciales de América”, que forma parte del Diccionario geográfico de las Indias Occidentales o América (1786-1789), del bibliógrafo ecuatoriano Antonio de Alcedo. En cuanto a Cuba, se recogió en el diccionario de Pichardo y Tapia (Diccionario provincial casi razonado de vozes y frases cubanas, 1875, p. 42): “Comida compuesta de carne de cerdo, o de vaca, tasajo, pedazos de plátano, yuca, calabazas &c con mucho caldo, cargado de zumo de limón y Ají picante. Es el equivalente de la olla Española: pero acompañado de Casabe y nunca de pan; su uso es casi general, mayormente en Tierradentro, aunque se escusa en mesas de alguna etiqueta”. Además, añadió que: “Metafóricamente cualquier cosa revuelta de muchas diferencias confundidas”. De ahí que su uso metafórico sirviera de base a Fernando Ortiz para tomarlo como afortunado y acertado símil del proceso de formación del etnos cubano, de la cultura cubana, en conferencia impartida el 28 de noviembre de 1939 en la Universidad de La Habana a estudiantes de la fraternidad Iota-Eta. Debido a su importancia y repercusión, meses después, en 1940, esta conferencia fue publicada por la Revista Bimestre Cubana con el título de “Los factores humanos de la cubanidad”, reeditada como separata por la imprenta habanera Molina y Cía. en ese mismo.

Sergio Valdés Bernal: Doctor en Ciencias con especialidad en Hispanística y Romanística. Destacado lingüista cuya obra extensa y profunda se corresponde de manera muy honrosa con la alta tradición de los estudios filológicos en Cuba. Ha sido autor de varios libros, entre los que destacan Indoamericanismos no aruacos en el español de Cuba; La evolución de los indoamericanismos en el español hablado en Cuba; Las lenguas del África subsaharana y el español de Cuba; Las lenguas indígenas de América y el español de Cuba; Antropología lingüística; y La hispanización de América y la americanización de la lengua española. Fungió además como consultor científico del Atlas de instrumentos de la música folclórico-popular de Cuba (1997), redactor literario del Atlas etnográfico de Cuba (2000) y como miembro de la dirección colegiada de la etapa final de recopilación de información para el Atlas lingüístico de Cuba (2013), cuyos resultados preliminares se dieron a conocer en el libro Visión geolectal de Cuba (2007), del cual fue coautor. Es investigador titular del Instituto Cubano de Antropología del CITMA y desde 1987 se desempeña como Profesor Titular de la Universidad de La Habana. Desde 1995 es académico de número de la Academia Cubana de la Lengua. Es también socio de número de la Sociedad Económica de Amigos del País, de la Cátedra de Antropología de la Universidad de La Habana y de la Fundación Fernando Ortiz. Además, es miembro del Consejo Asesor de la Editorial de Ciencias Sociales y miembro del Consejo Científico de la Comisión Nacional de Patrimonio Cultural. En 2018 le fue conferido el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas y en 1996 la Distinción por la Cultura Nacional.

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Impacto cultural de arquitectos europeos en la Cuba de los años sesenta

queta original del peculiar proyecto de los arquitectos italianos Vittorio Garatti y Sergio Baroni para el Pabellón de Cuba en la Exposición Mundial de Montreal en 1967

Alfonso Alfonso González y Mabel Matamoros Tuma

Septiembre 4, 2020

 

En los años sesenta se desarrolló un período de activa renovación cultural en Cuba. La confluencia de variadas expresiones culturales, la expansión de acciones educativas en los diversos niveles, la incentivación y fomento de la ciencia, la creación de nuevas universidades, centros de educación artística y literaria, instalaciones para la ciencia, instituciones de promoción artístico-cultural y otros hechos, estimularon intercambios en disímiles ámbitos, incentivaron debates y promovieron iniciativas creativas diversas.

En cuanto al proceso de enseñanza de la arquitectura, se produjo una visible revitalización que repercutió en la calidad de los egresados. Tanto profesores como estudiantes obtuvieron premios en diversos concursos nacionales e internacionales que fueron convocados en el período.

Esos años propicios para la renovación del contexto sociocultural cubano, -incluyendo la educación, la arquitectura y el urbanismo-, atrajo a intelectuales, científicos, profesores y artistas diversos.

Numerosos extranjeros de varios países de América Latina y Europa -a partir de gestiones de los arquitectos Osmundo Machado y Arquímides Poveda-, llegaron para trabajar como profesores durante ese período en la Escuela de Arquitectura habanera y simultáneamente como proyectistas.

 

Profesores extranjeros de países diversos que se incorporaron a la enseñanza universitaria en la escuela de arquitectura de La Habana en la década de 1960

Alfredo Abregú, Raúl Pajoni, Mario Rosenthal, Roberto Segre Prando, Alejo Cesis Mestre, Francisco Celis Mestre, Rafael Serra Trillo, Javier Lisímaco Gutiérrez, Eduardo Rozas Aristy, José Carlos Ortecho, Isidoro Isaac Freidenreich, Hanus Woyzhejowski, Eduardo Escenarro San Vicente, Joaquín Rallo Romero, Roberto Gottardi, Sergio Baroni, Vittorio Garatti.

 

Los arquitectos que llegaron de Europa, en particular, Joaquín Rallo Romero, Roberto Gottardi, Sergio Baroni y Vittorio Garatti, se asentaron en el país, crearon familia, tuvieron hijos y se consagraron al trabajo docente y profesional.La presencia en Cuba de ese grupo de europeos tuvo una vigorosa influencia en la cultura arquitectónica, que se reflejó en la elevación de la calidad de la enseñanza, y en obras de un alto nivel de diseño. La indiscutible calidad, trascendencia y vigencia actual de su contribución en los campos de la enseñanza, la teoría, y el diseño arquitectónico, sobresalió con respecto a la de otros grupos de colaboradores extranjeros de la época.

Joaquín Rallo, de origen español, llegó a Cuba en 1961 con 34 años, y su principal contribución se centró en la renovación y transformación de la enseñanza de la arquitectura, con aportes de nuevas teorías y conocimientos. Con un Máster en Arquitectura cursado en la Universidad de Yale con Louis Kahn, tenía un dominio profundo de múltiples temas del diseño, y era poseedor de una visión analítico-científica sobre la arquitectura, lo que le permitió introducir, ampliar y perfeccionar variados contenidos de la docencia.

En años en los que se debatía en el ámbito internacional acerca de los aspectos metodológicos de la arquitectura, Joaquín Rallo implementó una metodología de proyecto muy avanzada para esa época, cuya aplicación en la Escuela de Arquitectura se extendió al resto de las asignaturas de la disciplina docente, la cual, con un enfoque marxista, partía del análisis previo de cinco aspectos concurrentes: conceptual, ecológico, funcional, técnico-constructivo y expresivo; que se integraban en la fase de síntesis del proyecto.

Tuvo a su cargo asignaturas como Fundamentos del Diseño, Fundamentos de la Arquitectura y Plástica, las que introdujo en el primer año. Fundamentos de la Arquitectura ofrecía los antecedentes y procesos evolutivos de la arquitectura moderna, mientras que en la de Plástica se desarrollaban ejercicios cortos diversos en los talleres de diseño para estimular la composición creativa, pero sin limitarse solo a aspectos formales. Para esta última, se convocó la colaboración de prominentes artistas plásticos de la época, como Raúl Martínez, Tomás Oliva, Guido Llinás, Antonia Eiriz, Hugo Consuegra y Loló Soldevilla, lo que resultaba un hecho insólito hasta ese momento.

Organizó e implementó la enseñanza de los enfoques bioclimáticos de la arquitectura para contextos cálido-húmedos propios de ámbitos tropicales. Elaboró las gráficas y los procedimientos para determinar el asoleamiento de los volúmenes y espacios habitables para las coordenadas de La Habana, y determinar el diseño de elementos externos de protección solar.

Como diseñador, elaboró para el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos varias exposiciones que fueron ampliamente divulgadas en numerosos países del mundo. El proyecto de refuncionalización y remodelación que realizó con la colaboración de Roberto Gottardi, logró transformar para un Centro de Cultura, a la antigua Funeraria Caballero en M y 23, en El Vedado, lo que tuvo un excepcional impacto por la calidad lograda y por el novedoso tratamiento del color y la iluminación artificial utilizada.

Proyectó para el Sector de la Construcción en Jagüey Grande, Matanzas, la Plaza de la Victoria, un peculiar anfiteatro que ocupaba los lotes opuestos de una calle pre-existente en el lugar. Actualmente, por la elevada calidad de diseño, significativa creatividad y fuerza expresiva se ha reconocido su relevancia y atendiendo a su trascendencia arquitectónica, se ha propuesto como monumento local.

Al fallecer tempranamente en La Habana, en abril de 1969, había logrado cohesionar a numerosos docentes de la Escuela de Arquitectura e incorporado un enfoque metodológico con fundamentos científicos, para elaborar los proyectos. Sus aportes aun hoy tienen vigencia en diversos campos de la enseñanza del diseño.

Roberto Gottardi nació en Venecia en 1927 y graduado de arquitecto en 1952 llega a Cuba en 1960 procedente de Venezuela. Ya en la Isla, fascinado por el ambiente creativo que encontró, se incorporó a trabajar con Rallo como profesor en la Escuela de Arquitectura, y simultáneamente se dedicó a la elaboración del proyecto de la Escuela de Teatro de las Escuelas Nacionales de Arte (1961-65), a la que le imprimió su propia personalidad expresiva. La experiencia de espacios angostos derivados de la formación perceptiva en los ámbitos de su ciudad de origen la reflejó en la totalidad de sus proyectos, de forma magnífica, en el peculiar diseño espacial de la obra.

Con posterioridad, Gottardi realizó varias propuestas de diseño dirigidas al completamiento de la Escuela de Teatro y en las más recientes realizadas, (2011, 2013, 2014), desplegó una notable libertad imaginativa acompañada de un diseño de interiores de muy buen gusto y exquisitez, cuya incuestionable excelencia ratificaba su maestría creativa aun en su edad madura.

Trabajó en proyectos diversos durante esa década, pero no todos lograron ser construidos. Entre los que llegaron a término se encuentran en esa época: la pizzería “Maravilla” del Cerro (1966-68), y el Puesto de Mando Nacional de la Agricultura, iniciado en 1967, otra obra de relevante calidad. En 1967 colabora con el profesor Rallo (1967) en la transformación de la Funeraria Caballero de 23 y M en El Vedado, particularmente en su sala de música.

Su filosofía arquitectónica él mismo la definió como del “todo-posible”, aunque la mayoría de sus obras quedaron inconclusas o en el papel. También incursionó en el diseño de escenografías, tema de su predilección. Le fue conferido el Premio Nacional de Vida y Obra en Arquitectura en 2016.

Como profesor de la Escuela de Arquitectura participó inicialmente en las asignaturas de Fundamentos de la Arquitectura y Plástica, introducidas por el Joaquín Rallo, y posteriormente en Diseño Básico y Proyectos Arquitectónicos. Aunque era algo introvertido por no tener una expresión oral fluida en español, sin embargo, resultaba muy creativo en sus clases, las que abordaba con total libertad didáctica, y a las cuales frecuentemente invitaba artistas, o les introducía efectos sonoros, lumínicos, cromáticos, en dependencia del tema que enseñaba. 

Vittorio Garatti también italiano, viaja a Cuba en la misma fecha que Gottardi desde Venezuela e integra el equipo de proyecto de las Escuelas Nacionales de Arte. Particularmente, se ocupó de las Escuelas de Música y de Ballet, esta última ubicada lamentablemente en una zona inundable que posteriormente inutilizaría su uso y aceleraría su deterioro.

Demostró ser un proyectista de calidad excepcional, no sólo por sus obras de las Escuelas de Arte, por las que adquirió celebridad, sino por el resto de los proyectos arquitectónicos que elaboró. En 1964 preparó con la colaboración de Eduardo Escenarro San Vicente el proyecto del Instituto para la Formación de Técnicos Agrícolas, en Güines. En 1965 participó en el Concurso Nacional “Vivienda por Medios propios”, en el que sus viviendas en tiras obtuvieron una mención con un ingenioso sistema constructivo con tejas onduladas comunes. Posteriormente, con la colaboración de su compatriota Sergio Baroni, y de Hugo D’Acosta, participó en el Concurso para el proyecto del Pabellón de Cuba a la EXPO’67 de Montreal y obtuvo el Primer Premio. Esta obra ha sido considerada relevante por sus atrevidos criterios formales y arquitectónicos. Las cualidades termo-ambientales del proyecto fueron estudiadas en el laboratorio bioclimático de la Escuela de Arquitectura por Joaquín Rallo y un grupo de alumnos. Años más tarde Garatti laboró en el instituto de Planificación Física hasta su salida de Cuba.

Sergio Baroni nació en Italia en abril de 1930. Formado en Milán, a su llegada a Cuba en 1961 se involucró en la actividad docente con el resto de sus compatriotas, participando en las asignaturas creadas por Joaquín Rallo y posteriormente, en Diseño Básico, a lo que se incluye la formación de nuevos especialistas de Planificación Física. Simultáneamente desarrollaba su actividad profesional principal en el Instituto de Planificación Física, del cual fue fundador, y donde desplegó una amplia y significativa actividad en diversos campos.

En la etapa de los años 60 se destacan los estudios que realizó sobre la organización territorial de la producción agropecuaria estatal (1964), los estudios de compatibilización territorial agroindustrial de la producción azucarera (1965-66), y el inicio de los estudios sobre la división político-administrativa del país (realizado a partir de 1964).

Contribuyó al desarrollo en la carrera de arquitectura del campo del urbanismo y la planificación territorial, y a la apertura de una nueva carrera de Planificación Física que se abrió en esos años, en donde se combinaban sus contenidos con los del ciclo básico y básico-específico de la de arquitectura.

Sergio Baroni fue un calificado urbanista, profesor titular consultante de la Facultad de Arquitectura de La Habana, Doctor en Ciencias Técnicas desde 1982, y Miembro Permanente del Consejo Científico y de la Comisión de Carrera de la Facultad de Arquitectura. Fue un activista incansable con criterios progresistas a favor del desarrollo de la cultura urbana y arquitectónica.

Conclusiones

En los años de la década de los 60, unas oleadas de extranjeros arribaron a contribuir y aportar en un ámbito sociocultural de activa renovación. Entre ellos, los arquitectos europeos marcaron la presencia más exitosa, obteniendo resultados relevantes en la enseñanza y la arquitectura. Actuaron en la docencia universitaria como un grupo coherente, renovador, desarrollista, y simultáneamente. Se relacionaron en Cuba con la intelectualidad, con los artistas, con los estudiantes, con la población. Sus relevantes resultados en la década de los años 60 constituyeron una referencia estimulante para la cultura del país; aunque ello les generó durante años, inconvenientes, obstáculos y persecución por parte de quienes tenían el propósito de introducir en la práctica arquitectónica de la época un enfoque pragmático, que despojara de sus cualidades artísticas a la arquitectura e invisibilizara a los autores. Por fortuna, la inteligencia y la sensatez finalmente se impusieron.  Aún se requieren nuevas investigaciones sobre obras poco conocidas de estos europeos en Cuba, que, salvo las Escuelas Nacionales de Arte, han sido escasamente divulgadas.

Todavía hoy los admiramos como grupo y como individuos por sus logros trascendentes en la enseñanza, de la arquitectura y el urbanismo, y agradecemos su amistad consecuente. Demostraron conocimiento, talento, virtuosismo, dedicación, razones suficientes para considerarlos merecidamente como verdaderos maestros.

 

Notas

* Conferencia presentada en el II Coloquio Presencias europeas en Cuba, 2018, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.

Alfonso Alfonso González: Doctor. Arquitecto. Profesor Titular y Consultante del Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana. Miembro del Comité Académico y profesor de la Maestría en Preservación y Gestión del Patrimonio Cultural. Miembro del Tribunal Nacional de Grados Científicos de Arquitectura. Profesor Invitado en varias universidades de América Latina. Autor de varios libros y numerosos artículos. Ha obtenido diversos premios en concursos de arquitectura y en investigación científica.

Mabel Matamoros Tuma: Doctora. Arquitecta. Profesora Titular de la Universidad Tecnológica de La Habana José Antonio Echeverría. Directora de la Revista Arquitectura y Urbanismo. Miembro del Tribunal Nacional de Grados Científicos de Arquitectura. También es Miembro del Comité Académico y profesora del Programa Nacional de Doctorado Curricular de Arquitectura y de la Maestría en Vivienda Social. Autora de varios libros y numerosos artículos sobre arquitectura. Ha sido invitada a impartir conferencias de arquitectura en varios países.

dest El Altar de Cruz de Baracoa

El Altar de Cruz de Baracoa

El Altar de Cruz de Baracoa. Foto: Julio Larramendi

Alejandro Hartmann

Agosto 29, 2020

 

El Altar de Cruz es una festividad laico religiosa muy ligada al cacao en la región de Baracoa. Según nos relató Esperanza Velázquez, vecina de Manglito, su abuelo paterno Juan le contó que esta tradición había venido de España de unos lugares llamados Sevilla, Córdoba, Granada y aquí se adaptó a las costumbres de la región. Esta se realizaba en la casa donde se pagaba una promesa porque una persona de la familia se había puesto bien de salud o cuando finalizaba la cosecha y había sido buena. Le relató que en las Guerras del 1868 y 1895, en los campamentos mambises se introdujo la bandera cubana en esta celebración.  En cada Altar que se daba no podía faltar la insignia nacional porque representaba su identificación plena con la Patria.

El Altar todavía se realiza en la comarca. Se monta en una esquina de la sala. Generalmente es de cinco escalones, siete o nueve, de acuerdo a la posibilidad de la persona que lo ofrece. Por encima de los mismos se pone una sábana blanca imitando al cielo, donde se sitúa la bandera cubana, una paloma, un barquito, un sol, estrellas y la luna. En el primer escalón se ubica la Cruz y después la Virgen de la Caridad, la Patrona de los cubanos. Se seleccionan los cuadros de los santos católicos y se ponen en orden descendente. Este se adorna con flores de papel de distintos colores, creadas por las vecinas que cooperan en el montaje. Las mismas también hacen las cadenetas. A ambos extremos de cada escalón se sitúan velas. Todo este proceso empieza desde las primeras horas de la mañana hasta que concluye el montaje. Toda la comunidad circundante e invitados de otros lugares y familiares participan para apoyar tal solemnidad.

Al empezar el altar, todos guardan silencio para que el rezador, personalidad significativa en este acto, comience la liturgia católica del Bendito, Padre Nuestro, Creo en Dios Padre, Gloria al Padre y Salve María. Después de finalizar las oraciones, cede la conducción a la Madrina quien organiza la improvisación de los coros En estos cantan adultos y jóvenes de los dos sexos que, a través de las tradiciones orales, han heredados de sus antecesores esas habilidades en este ritual. Cada coro canta tres versos y un estribillo:

Buenas noches, madrinita

A saludarla llegué

Primero saludo al templo

Y después la saludo a usted.

 

Dónde está la madrinita

Y la dueña del altar

Que el permiso yo le pido

Para los versos cantar.

 

La Cruz situada en el primer escalón se refiere a Jesucristo:

En el medio de la mar

Hay una piedra notaria

Donde Cristo puso el pie

Para subir a la gloria.

 

Otros de los cantos que se refiere a la Cruz

Madrina baje la cruz

Que la queremos besar

que la besemos

La pondremos en su lugar

La Patrona de Cuba, La Virgen de la Caridad, es la que preside con la Cruz todas estas celebraciones, aunque también se le hace ofrecimiento a otros santos.

En toda la ceremonia no se permite ingerir bebidas alcohólicas. Se brinda sólo chocolate o chorote y café. Las preparaciones de ellas siempre las confeccionan señoras mayores conocedoras del aroma y sabor a obtener y porque, de acuerdo a la cantidad de participantes, conocen la cuantía a elaborar de estos néctares. Siempre son auxiliadas por muchachas de menor edad, para que aprendan de esta tradición.

El chorote y chocolate se elaboran a partir de las bolas de cacao. Se rallan y a ese polvo se le adiciona leche de coco, de vaca o de chiva. Cuando se brinda chorote se le añade harina de maíz, de castilla, de arroz o de yuca. A ambos se le agrega clavo de Castilla, canela y azúcar al gusto. Las dos se acompañan con galletas. Al preguntarle a Manolo Romero, campesino cacaotero del Guirito, zona  productiva centenaria del cacao y asiduo participante de los altares de cruz, el porqué de brindar esas bebidas, nos respondió:

“Porque el cacao nos da de comer, gracias al cacao nos vestimos, gracias al cacao somos felices. El cacao para nosotros es sagrado, por eso no se permite que se tome ron cuando estamos agradeciendo a los santos por la salud de nuestra familia o por la cosecha buena”.

El café que se ofrece es de la cosecha familiar. Se sirve en los primeros rezos. Después, el chorote o chocolate. El café es parte de este ritual porque es la bebida del levantarse, del desayuno, de los varios sorbos en el trabajo y es parte indisoluble de la vida cotidiana del campesino.

Hace cincuenta años, siempre se desarrollaban los altares de Cruz el 3 de mayo, pero en estos tiempos se realizan en cualquier mes, preferentemente los sábados. Comienzan al caer la tarde y se desmontan a las doce. En ese intervalo, la Madrina entrega la bandera, la luna, el sol, las estrellas, el barquito, los ramos a los coros que más se han destacado en los cantos.

El Altar de Cruz es un acto de solemnidad y recogimiento espiritual. Es parte de los sentimientos y costumbres del pueblo de Baracoa.

 

Notas:

* Conferencia presentada en el III Coloquio Presencias europeas en Cuba, 2019, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.

Alejandro Hartmann Matos: Doctor. Historiador de Baracoa y directos del Museo Fuerte Matachín. Vicepresidente de la Red de Oficinas del Conservador e Historiador de las Ciudades Patrimoniales de Cuba. Ha dedicado más de 40 años a divulgar, promover e investigar la historia y la cultura de su ciudad natal: Baracoa. Es autor de varios libros, entre ellos Los días de Colón en Baracoa, Los franceses en Baracoa, y Baracoa, la cuna del cacao en Cuba.

dest Inmigrantes franceses en la Sierra del Rosario, región histórica de Vueltabajo, Cuba

Inmigrantes franceses en la Sierra del Rosario, región histórica de Vueltabajo, Cuba

Inmigrantes franceses en la Sierra del Rosario, región histórica de Vueltabajo, Cuba

Jorge Freddy Ramírez Pérez

Agosto 22, 2020

 

La Revolución Francesa de 1789, produjo un efecto directo en las colonias del Caribe. Este acontecimiento se debió a la agudización de las contradicciones entre las clases sociales francesas, repitiéndose este fenómeno en la más prospera de las colonias galas, Saint Domingue.  En Francia, la burguesía triunfó sobre la nobleza, este aporte socio-político se convirtió en ingrediente estimulante en los cambios políticos que involucraron a los colonos franceses en las postrimerías del siglo XVIII.

Al comenzar la revolución en 1791, la colonia de Saint Domingue dominaba en un 60% el mercado cafetalero del hemisferio occidental. Por efectos de la beligerancia, la producción se vio sensiblemente afectada, disparando los precios en el mercado y estimulando las producciones en otras áreas del Caribe, como Cuba, que no tardó mucho en convertirse en la sustituta ideal de Saint Domingue.

Distribución geográfica en Cuba de los cafetales franceses

Como consecuencia directa de esta revolución, se produjo la migración de progresiva de ciudadanos franceses. Este fenómeno estuvo marcado, en determinados momentos por el incremento del número y el tipo de inmigrante.

En Cuba, la inmigración francesa se vio estimulada por las transformaciones económicas que se estaban produciendo en esos momentos. Como política favorable, la administración española en la Isla, había promovido la inmigración blanca, lo que sirvió de marco propicio para la entrada de colonos franceses no sin preocupación, por temor a se repitiera lo ocurrido en Saint Domingue. Esta idea era patrocinada, fundamentalmente, por los hacendados criollos, sin dudas un paso acertado, ya que los inmigrantes eran portadores de altos conocimientos técnicos que contribuyeron al desarrollo agroindustrial cubano.

Algunos historiadores han dividido el proceso inmigratorio francés hacia Cuba en cuatro etapas, entre 1789 y 1804. A estas cuatro etapas inmigratorias hay que sumar una quinta, y que ha sido poco tratada y mucho menos cuantificada. La misma se halla estrechamente ligada con el restablecimiento de la paz entre España y Francia en 1811 y la derrota definitiva de Napoleón en 1814. 

Ambos hechos estimularon un nuevo flujo migratorio hacia Cuba de individuos calificados, procedentes directos de varias regiones de Francia y del país vasco, tanto del lado francés como del español, cuyo número fue significativo. Un registro estadístico del 30 de noviembre de 1818, que puede servir de ejemplo, reportaba el arribo, al Departamento Occidental, de un grupo de franceses procedentes de Francia, de los cuales el 46% eran agricultores, lo que denota el carácter y composición de esta inmigración.

Todas estas oleadas inmigratorias aportaron numerosos caficultores hacia diversas regiones del país. Este fenómeno se produjo de modo irregular, con relación al número de inmigrantes y a las regiones donde arribaron. De acuerdo con la división político administrativa existente en Cuba durante la primera mitad del siglo XIX, la inmigración francesa tuvo un comportamiento diferente. Hacia 1809 en el Departamento Occidental los refugiados representaban el 11% del total de inmigrantes, mientras el resto se había asentado en el Departamento Oriental. Dentro del indicado porcentaje es necesario indicar que los inmigrantes no sólo provenían de Saint Domingue, sino también de Louissiana y otras colonias galas del Caribe. Los franceses procedentes del sur de los Estados Unidos eran portadores de una cultura y conocimientos técnicos enriquecidos a la sombra del desarrollo alcanzado en los estados del sur de Norteamérica.

Por su parte la inmigración en el Departamento Oriental constituyó una verdadera explosión demográfica entre 1790 y 1809, la cifra de refugiados ascendió a 7 449 individuos procedentes de Saint Domingue. Factores geográficos, de vecindad y de relaciones socioeconómicas que se remontan al pasado entre Cuba y la colonia francesa; así como las propias características económicas específicas de esta parte de la Isla, que la diferenciaban del resto del territorio insular, condicionaron el fuerte flujo migratorio, cuya desproporción respecto a occidente es evidente.

Expulsión de los colonos franceses. Proceso de desalojo

La aparente tranquilidad y seguridad que los colonos franceses habían encontrado en la Isla de Cuba se vio rápidamente frustrada. La invasión del Ejército Napoleónico a España en 1808 culminó con el apresamiento del Rey Fernando VII y el comienzo de la insurrección popular del 2 de mayo del indicado año. Para los refugiados franceses en Cuba fue el inició de una serie de situaciones adversas que tuvieron que afrontar. En América las colonias españolas quedaron subordinadas a una Junta Suprema fijada en Sevilla, que generó una feroz persecución contra los ciudadanos franceses radicados en aquellas, fundamentalmente en Cuba.

Con el pretexto de salvaguardar la seguridad de la Isla de Cuba, la Junta de Sevilla determinó la expulsión de los franceses radicados en ella. Esta medida generó una xenofobia en los círculos más reaccionarios existentes en el país, así como se convirtió en pretexto para desalojar y despojar de sus propiedades a los industriosos franceses.

A pesar de la presión antifrancesa, las autoridades españolas cedieron ante la pujanza de influyentes personalidades del círculo de hacendados criollos y las probadas muestras de las ventajas que produjo la inmigración francesa para la Isla. El Capitán General, Marqués de Someruelos, en oficio del 26 de agosto de 1808, dispuso que todos los franceses que no estaban naturalizados y deseaban hacerlo, podían acudir a los sitios indicados para su registro. A los franceses radicados en la Sierra del Rosario, se le dio la oportunidad de acudir a la Villa de San Antonio de los Baños, para efectuar los trámites oficiales.

Represalias contra ciudadanos franceses

A pesar de los esfuerzos para no emigrar, muchos de los caficultores franceses se vieron obligados a marcharse del país, para ello la administración española organizó las Juntas de Vigilancia, encargadas de velar por la expulsión de los refugiados franceses que eran considerados como “indeseables”, o que no se habían nacionalizado bajo la bandera española.

La expulsión de los franceses produjo serios trastornos en sus primeros momentos en las zonas cafeteras de la Isla, en particular en la Sierra del Rosario. Las amenazas contra los franceses radicados en la Sierra del Rosario, obligó al Capitán General a despachar un oficio el 22 de marzo de 1809 a los Capitanes de Partidos de la región, para que evitaran cualquier agresión contra los refugiados.  Algunos franceses, ante el desenvolvimiento de los acontecimientos, solicitaron protección.

Aportes y expresiones culturales de los cafetaleros franceses. Corriente de la cultura francesa en los cafetales

La llegada de los franceses a la Isla fue bien vista por los círculos progresistas de Cuba, sobre todo el sector hacendístico, pues eran altamente apreciados las experiencias y conocimientos acumulados por ellos en sus colonias de América y en la propia Europa. Y no se equivocaron, pues el aporte francés fue significativo, en tal medida que incorporó y enriqueció la cultura cubana con elementos nuevos.

Es opinión generalizada que las tierras ocupadas por los caficultores franceses, en sus inicios, fueron atendidas con acierto, aplicando técnicas correctas que permitió la obtención de rendimientos adecuados, a corto y mediano plazos, con los propósitos de rentabilidad y comercialización propuestos.  Además, el área atendida por ellos y el territorio bajo su influencia “[…] mejoró considerablemente en todos los aspectos: en el cultivo, en las comunicaciones, en las construcciones de viviendas, en las industrias, etc., además de recibir múltiples beneficios en el aspecto social […]” [1].

La hacienda cafetalera no fue sólo una empresa agroindustrial, sino que también muchas de ellas se convirtieron en centros de cultura, con bibliotecas dotadas con excelentes libros científicos y de literatura universal. La ilustración de alguno de estos inmigrantes les hizo merecedor de participar y ser miembros de instituciones como la Sociedad Económica de Amigos del País, a la cual hicieron importantes aportes en el desarrollo científico-técnico de Cuba.

El optimismo y el ímpetu con que iniciaron el fomento de sus haciendas los franceses sirvieron de estímulo a los criollos, que de igual modo se lanzaron a la fiebre cafetalera, pues nunca antes se había desarrollado la agricultura como a partir de la llegada de tan útil inmigración.

En la Sierra del Rosario los principales aportes y manifestaciones culturales francesas estuvieron vinculados a la arquitectura, botánica, literatura y artes manuales. La arquitectura es el mayor exponente, o al menos sus testimonios son los que mejor se han conservado, al edificarse instalaciones siguiendo códigos y formas europeas, propias de las regiones de procedencia de muchos de los inmigrantes, las cuales fueron adaptadas a las condiciones tropicales. Es significativo que haciendas con destino agrícola y en plena serranía, alejadas de los centros urbanos, fueron construidas con gusto tan refinado, fácil de apreciar en la actualidad en las ruinas de los cafetales Santa Catalina, San Pedro, El Contento, Santa Susana, Liberal y Buena Vista, entre otros.

Vigencia de los aportes culturales

Desde el punto de vista etnocultural los franceses aportaron costumbres, tradiciones y dejaron la huella de su presencia en sus descendientes, cuyos individuos se ubican con cierta facilidad a través de los apellidos.

Muchos inmigrados franceses llegaron a la región en compañía de sus familias ya creadas y otros en estado de soltería, contraerían matrimonio con criollos y españoles, produciendo un proceso de fusión étnica. En el habla, incorporaron numerosos vocablos que con el paso del tiempo han sufrido sustanciales cambios, tales como secadero o tendal, basicol, tahona, entre otros.

En la botánica fueron innumerables las plantas introducidas por los refugiados franceses, tanto ornamentales como de valor alimentario y maderable; algunas de estas plantas estaban en función de proveer de sombra los cafetos. La introducción del mango macho en la Isla ocurrió con la llegada de los franceses, este árbol originario de la India, rápidamente se propagó por el lomerío.

Otras especies de plantas se convirtieron en invasoras y desplazaron las exiguas variedades que sobrevivieron a la tala indiscriminada que durante siglos caracterizó el panorama forestal de la región, este es el caso de la pomarrosa, planta del Asia tropical que rápidamente se adaptó a las condiciones de la región. En la actualidad, aún no se tiene certeza de cuál fue el objetivo de los franceses al introducirla.

Otras variedades botánicas introducidas fueron el Mamey de Santo Domingo, cuyo fruto es ampliamente utilizado por la población y el exótico árbol del pan. Entre las plantas ornamentales el lirio rojo ha resistido el paso del tiempo y se ha convertido en planta silvestre.

La celebridad alcanzada por los cafetales franceses fue tal que los círculos intelectuales dentro y fuera del país se vieron atraídos, arriesgándose algunos de ellos a incursionar por las empinadas montañas y dilatadas llanuras, con tal de conocer la obra y la ilustración de los franceses, entre los viajeros que visitaron estas haciendas se encuentran: los criollos Pedro José Morillas, Cirilo Villaverde y los extranjeros Abiel Abbot, Fredrica Bremer, la Condesa de Merlín, Jacinto Salas y Quiroga y Samuel Hazart, entre otros.

 

Notas

* Conferencia presentada en el I Coloquio Presencias europeas en Cuba, 2017, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.

[1] Fernando Boytel Jambú: Franceses en la Sierra Maestra: Algunos aspectos de la tenencia de la tierra. En: “Del Caribe” (Santiago de Cuba), 1987, año III, No.7, p.59.

Jorge Freddy Ramírez Pérez: Doctor en Ciencias Históricas en cotutela por la Universidad Hermanos Saíz Montes de Oca, Pinar del Río, Cuba, y por la Universidad de Alicante, España. Profesor Asistente de la Universidad de Pinar del Río y en su Centro de Investigaciones de Gerencia, Desarrollo Local y Turismo. Su línea de investigación gira en torno a los cafetales franceses en la Sierra del Rosario y el ecoturismo. Es coautor de libros como Francia en Cuba: los cafetales de la Sierra del Rosario (1790-1850) (2004), Candelaria: fundación y fomento (2008) y Cuba, pasaje a la naturaleza: Guanahacabibes (2009).

Por su meritoria labor ha recibido varios premios y distinciones. En 2004 y 2005 la Distinción Luis Montané Dardé y el Premio Anual al Mérito Científico Rafael Morales. En 2008 la Universidad de Pinar del Río le otorgó el Premio al Mérito Científico y en 2009 el MINTUR le confirió el Premio Nacional de Historia del Turismo. Es miembro de la Sociedad Espeleológica de Cuba, la Unión Nacional de Historiadores de Cuba, Ediciones Loynaz y la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba.

dest José Miró Anoria y la difusión de la ópera en Cuba (1843-1852)

José Miró Anoria y la difusión de la ópera en Cuba (1843-1852)

José Miró Anoria y la difusión de la ópera en Cuba (1843-1852)

Mireya Cabrera Galán

Agosto 8, 2020

 

Entre esta década y la de 1840, la ópera italiana se afianza como uno de los más importantes medios de distracción de la clase dominante cubana. Emisores del género fueron las sociedades filarmónicas, el holgado y suntuoso teatro Tacón, así como instituciones análogas del interior de la isla. De igual forma almacenes, entre los que destaca el del músico francés Juan Federico Edelmann Cayre que se encargaba de realizar, desde mediados de los años treinta, copias manuales de partituras e importar de Francia, Alemania y los Estados Unidos todo lo que se producía del género. Hacia la misma época en la vecina ciudad de Matanzas se ubica un establecimiento similar propiedad del también francés, Fernando Deville, personaje estrechamente vinculado al protagonista de estas páginas.

A aquella Habana multicultural y aristocrática, musical y altanera arriba a finales de 1843 el pianista, compositor y pedagogo español José Miró Anoria (Cádiz, 23.7.1815-Sevilla, 12.10.1878). Se había formado como pianista en Sevilla, con el organista de la Catedral Eugenio Gómez y en París, donde residió por más de diez años, entre 1829 y 1842.

Aficionados y músicos cubanos esperaban con ansia al músico español, quien arribó a la bahía habanera en noviembre de 1843, tras un exitoso periplo por Estados Unidos. Sus primeros conciertos los ofrece en la Sociedad Filarmónica Santa Cecilia y en el Gran Teatro Tacón. La Sección de Música de la Sociedad Filarmónica era dirigida a la sazón por el pianista, compositor, pedagogo y arreglista Manuel Saumell Robredo, quien ha trascendido como uno de los precursores del nacionalismo musical en Cuba.

En el mismo mes de diciembre, Miró interviene en el Salón La Habanera en el debut de la arpista francesa Jenni Lazzare, con quien ya había actuado en Madrid. “[En el] gran dúo sobre motivos de la Norma, el arpa y el piano se confundían […] El concierto concluyó con las brillantes variaciones de Dohler, sobre la cavatina de Ana Bolena, ejecutadas por Miró. […]. Entre los concurrentes estaban el capitán general Leopoldo O´Donell, esposa e hija, las condesas de Mirasol, Villanueva y Fernandina […]. Solo el nombre de Miró podría atraer tal concurrencia” [1].

El día de año nuevo se presentó nuevamente en el teatro Tacón, con lleno completo, mientras que se preparaba para ofrecer la última de sus actuaciones en Cuba. Esta tendría lugar en el mismo coliseo, donde tocaría en los entreactos de tres comedias, según la usanza de la época, para partir días después hacia México. El viaje a la república vecina fue pospuesto ante la tentadora invitación de que permaneciera en Cuba al frente de la Sección de Música del Liceo Artístico y Literario, próximo a inaugurase.

Es significativo que a poco tiempo de su llegada debute en el teatro Principal de Matanzas (posiblemente el 7 de enero de 1844) y que, como auguró entonces el diario local celebraría un segundo concierto el 21 del propio mes.

Decidido a establecerse en la isla, continuó celebrando conciertos, no pocos de ellos a beneficio de la Real Casa de Beneficencia de La Habana, la Sociedad Económica de Amigos del País y las escuelas gratuitas. Así se mantuvo durante casi todo el año de 1844, hasta que en octubre del mismo asistiría como protagonista a un gran suceso para la vida cultural cubana.

Surgido el 19 de octubre de 1844, el Liceo Artístico y Literario de La Habana reafirma la fortaleza del género lírico, nutriéndose esencialmente de la savia de la extinta Sociedad Filarmónica Santa Cecilia. Sucesor de Manuel Saumell en el cargo, desde la Sección de Música, Miró organiza puestas que marcarán hito en la historia de la ópera en Cuba. El Liceo inició  su trayectoria con cuatro secciones: Música, Declamación, Literatura y Lengua y Pintura. La de Música incluyó en su programa clases de solfeo, violín, piano y canto, las dos últimas impartidas por Miró. Como puede apreciarse, desde los inicios de su permanencia en La Habana se ejercitó no solo como intérprete, sino además como autor y pedagogo. Las clases de piano las ofrecía los lunes, miércoles y viernes a las cinco de la tarde y las de canto a la misma hora los martes, jueves y sábados.

Por cerca de un lustro (1844-1848) y bajo su rectoría, las funciones del Liceo son vitoreadas en la capital y en otras ciudades de Cuba. Entre las obras que presenta se cuenta el Stabat Mater del compositor Gioachino Rossini que por vez primera (15 de marzo de 1845) se escuchó de forma pública, habiéndose estrenado solo tres años antes en París. Estaba concebida para ser interpretada por cuatro solistas: bajo, tenor, soprano y mezzosoprano y ellos fueron respectivamente el célebre patriota Ramón Pintó, Ramón Gasque, Úrsula y Celia Deville.

Miró, quien ya estaba comprometido con Úrsula, viaja con sus discípulos del Liceo a Matanzas. Su propósito era dirigir varios conciertos a beneficio de su futuro suegro Fernando Deville, quien había perdido su casa y establecimiento como consecuencia del incendio de La Marina, ocurrido el 26 de junio de 1845. Posteriormente, en abril de 1848, presenta Norma en la escena del Principal yumurino. Esta puesta constituyó una primicia para la historia musical de Matanzas, al ser representada de forma total y por un elenco enteramente “nacional”.

En 1848 la pareja se retira del Liceo, según consta en los libros de miembros de la institución. Con motivo de su divulgado viaje a Europa fue organizado un concierto de despedida en el Tacón. Para este, el músico hispano compuso la contradanza El adiós, cuyos motivos fueron reproducidos en litografías que se vendieron por un peso al público. Celebrado el 3 de junio de 1849, en la función intervinieron los pianistas Manuel Saumell, Pablo Desvernine, Fernado Arizti y varios cantantes italianos de la compañía italiana del teatro, Domenico Lorini, entre otros. El espectáculo concluyó con la interpretación de El Adiós, a cargo de veinte pianistas, una orquesta y una banda militar.

Después de este memorable suceso musical y tras el aplazamiento del viaje se inicia un nuevo período en la carrera de Miró en Cuba (1849-1851). El mismo está definido por la exitosa organización de su propia compañía de ópera, que conformó con Úrsula Deville, como prima donna y con cantantes italianos de amplia trayectoria. Esta cofradía será loada en diversos puntos de la geografía insular como Puerto Príncipe (hoy Camagüey) y Santiago de Cuba, cuyos nuevos escenarios –el Principal y el teatro Reina– se concluyen en esta época. La compañía, respaldada por su éxito y profesionalismo, protagoniza la inauguración del teatro Principal, en Puerto Príncipe, el 2 de febrero de 1850.

Después de una primera visita en 1849, Miró arriba a Santiago de Cuba en 1851. Las hermosas y modernas composiciones de Giuseppe Verdi –divulgadas en La Habana desde 1846– se dieron a conocer en Santiago por su compañía, en cuyo repertorio, el afamado compositor italiano ocupaba entonces un lugar de privilegio. Fueron representadas cuarenta funciones en el Teatro de la Reina Isabel II, inaugurado el 30 de junio de 1850.

Con posterioridad, el matrimonio parte a Europa y allí se asienta durante varios lustros. Tras su restablecimiento en España, Miró actúa como profesor del Conservatorio de Música y Declamación de Madrid. Asimismo, integra la Sociedad Orfeo Español y la Asociación Benéfica de Artistas Músicos, fundada por él en 1857. Como pedagogo su obra mayor es el Método para piano, editado en 1856 y como compositor, además de las citadas escribe cinco “valses brillantes”, de los cuales han llegado a la posteridad cuatro.

Muere en su casa de la calle Valencia, no.4, en Sevilla el 12 de octubre de 1878. Concluía así la vida de quien contribuyera de manera notable al enriquecimiento del piano romántico y a la difusión del arte operístico en Cuba, asimilando a la vez ciertos elementos de la música de la isla que lo acogió entre los más caros de sus hijos.

 

Notas

* Conferencia presentada en el II Coloquio Presencias europeas en Cuba, 2018, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.

[1] “Salón de La Habanera.”, Tomado de la Aurora de Matanzas, Matanzas, 23 de diciembre de 1843, p.2.

Mireya Cabrera Galán: Licenciada en Historia por la Universidad de La Habana, especializada en historia de América. Investigadora y especialista en Arqueología Histórica de la Oficina del Conservador de la ciudad de Matanzas. Su línea de investigación abarca personalidades y creadores plásticos matanceros y la cultura e historia local. Ha publicado los libros Úrsula Deville White: pasión y canto; El Ateneo de Matanzas: Historia y trascendencia; Agustín Acosta: aproximación a su vida y obra, que obtuvo el Premio Nacional Biografía y Memorias; Luces de la ciudad. Páginas de artes visuales en Matanzas; y Dolores María Ximeno, otras miradas.

"La inauguración del Templete", 1828. óleo sobre tela 710 x 360 cm. El Templete

Jean Baptiste Vermay de Beaumé y la Academia de San Alejandro

"La inauguración del Templete", 1828. óleo sobre tela 710 x 360 cm. El Templete

Osvaldo Paneque Duquesne

Agosto 8, 2020

 

Jean Baptiste Vermay de Beaumé fue de esos europeos que dejó una huella indeleble en Cuba. Conocido por su desempeño como fundador de la primera escuela oficial de dibujo y pintura en la Isla, no ha sido, sin embargo, lo suficientemente favorecido por la historiografía. Aún hoy, pasajes de su vida, incluso aquellos ligados a nuestra historia nacional, se presentan de manera controversial para investigadores y docentes cubanos. Con el fin de llamar la atención sobre algunos de esos aspectos polémicos de su biografía, así como destacar la importancia de su cometido en nuestra Isla, nos acercamos en el presente trabajo a parte de la producción bibliográfica generada en esta tierra que hace referencia al ilustre intelectual francés.

Nació en la segunda mitad del siglo XVIII, siendo el año exacto de este acontecimiento uno de esos aspectos de su biografía en los que no se halla consenso. Entre los primeros textos consultados que reúne información valiosa sobre el artista está Necrópolis de La Habana. Historia de los cementerios de esta ciudad con multitud de noticias interesantes de Domingo Rosain, publicado en 1875. Rosain deja testimonio de que en el sepulcro del artista objeto de nuestra atención, “costeado por discípulos y amigos”, además del epitafio concebido por Agustín Sarraga y José Ma. Heredia se puede leer que el nacimiento ocurrió el 15 de octubre de 1786 (Rosain, 1875).

Sin embargo, solo tres años después, en Diccionario Biográfico de Cuba de Francisco Calcagno, aparecen las primeras contradicciones en cuanto a tal fecha histórica. En él, se cuenta que Juan Bautista [sic] Vermay de Beaume nació un 15 de octubre de 1784. El escritor valida su información haciendo alusión a la “extensa necrología” que sobre el pintor circuló en las páginas del Diario de La Habana el 22 de abril de 1833 (Calcagno, 1878).

Sin quedar claro exactamente cuándo y dónde vio la luz Jean Baptiste Vermay, su biografía prosigue con el hecho de que, con 17 años de edad, luego de pasar 6 años de estudios junto a Jacques Luis David, enseña pintura en Francia. Allí, con veinte años fue premiado por el Emperador (Calcagno, 1878) en la famosa Exposición de París de 1808 (Pérez, 1959), (Bermúdez, 1990) con un cuadro de corte histórico: María Estuardo, reina de Escocia, recibiendo la sentencia de muerte que acaba de ratificar el Parlamento (Rigol, 1983).

Tras la caída del imperio napoleónico, en 1815 sale del país, visita Alemania, Estados Unidos y las academias de Florencia y Roma en Italia (Calcagno, 1878). No falta quien refiere que fue alumno de Francisco de Goya, en tanto otros argumentan que no, basado en las influencias visibles en su obra, donde la huella de David es “ostensible” (Mañach, 1924).

Sigue esta historia sin precisar, tampoco, la fecha de su llegada a la Habana. Se plantea que arribó a fines de 1815 (Juan, 1974), procedente de la Lousina “(…) con renombre y buenas recomendaciones, entre otras de Goya, a quien Espada había pedido un buen restaurador de lienzos (…)” (Calcagno, 1878). Sin embargo, se señala asimismo que “deseando Espada continuar los frescos que Perovani hizo en la Catedral, escribió a su antiguo amigo Goya para que le enviase un profesor distinguido, cuyo viaje costeaba. En tales circunstancias emigraba de Francia acompañado de escogidos lienzos Don Juan B Vermay, que llegó a la Habana en 1816” (Rosain, 1875). Otra fecha manejada para hablar de su llegada a nuestro suelo es la de 1817, según Josefina González. En tal sentido la autora apunta: “vino recomendado por Goya, al Obispo Espada, para continuar las pinturas de la Catedral interrumpidas al partir Perovani para Méjico” (González, 1947).

Una vez en La Habana se adapta muy pronto al ambiente criollo. No tardó en hablar perfectamente el español y “llegó a escribir versos castellanos bellísimos y muy correctos (…)” (Rigol, 1983). “Relacionado con las más linajudas familias de La Habana y habiéndose captado en seguida las simpatías de la Sociedad de Amigo, no tardó el francés en hacerse de un autorizado prestigio” (Mañach, 1924).

La obra que desarrolló en la Isla abarcó un amplio abanico temático y a pesar de que actualmente no sabemos a ciencia cierta el paradero de muchas de ellas, en la historiografía, una vez más, podemos encontrar algunos de esos cuadros perdidos: “Recién llegado a La Habana imaginó y pintó dos cuadros de la historia de América que existen en un salón de la casa de Gobierno: en ellos se ven los conocimientos históricos que este artista poseía, el estudio profundo de la bella naturaleza, con la viva imaginación que le acompañaba” (Calcagno, 1878).

Trabajó, además, la pintura religiosa, por lo que “restaura los frescos de Perovani en la Catedral; pinta un San Ignacio de Loyola para la iglesia de San Nicolás, una Virgen del Pez para la del Ángel, un San Juan Bautista y una Virgen de Guadalupe para la de la Caridad” (Pérez, 1959). Piezas que muchas veces fueron víctimas de la ignorancia de los encargados de los templos para los que se concibieron. Interesante resulta el testimonio de Rodríguez Morey, otrora director del Museo Nacional, cuando en su Diccionario, conocido por muchos aunque inédito hasta 2013, comenta el rumbo de uno de esos cuadros en los que el artista recreó la imaginería católica: “Vermay pintó un gran cuadro, tamaño natural, representando El Descendimiento de Cristo que lo regaló a la Iglesia de la Salud, pero al entregarlo al párroco, éste le exigió el marco y el pintor ante tamaña mezquindad lo retiró y lo envió a Tournai, su pueblo natal” (Rodríguez, 2013). De igual modo, más adelante nos pone al corriente de otro suceso relacionado con las pinturas del francés en ese mismo recinto:

Vermay pintó un fresco en la Iglesia de la Salud (hoy de la Caridad), pinturas que en el año 1880 se conservaban restos de ella, pues el párroco de esa iglesia, poco inteligente en pintura mandó dar una lechada para cubrir algunos desperfectos del tiempo. Con posterioridad, corrieron también igual suerte, varias pinturas de Vermay, que se encontraban en la Capitanía General y que representaban el Desembarco de Colón y varios episodios de la Conquista. (Rodríguez, 2013)

Cultivó también el retrato, “su numerosa clientela particular y clerical le encarga retratos (…), ejecuta algunos de Capitanes Generales: Apodaca, Cienfuegos y Cajigal de la Vega” (Pérez, 1959), de los que no se tienen mayores noticias.

Sin embargo, por la pintura de historia obtuvo los más notables elogios, en especial, por aquella que, aun se puede apreciar en el Templete. “Cuando el Gobernador Vives quiso perpetuar la memoria de la primera misa celebrada en Cuba, hizo Vermay sus tres notorias decoraciones, de un valor histórico incalculable” (Mañach, 1924). Tres cuadros forman parte del conjunto conmemorativo, La primera misa y El primer cabildo de 1826 y La inauguración de El Templete de 1828.

De grandes dimensiones representa la misa cantada por el señor obispo Espada, en conmemoración de la primera que dijo, bajo la sieba [sic] que en aquel mismo lugar se hallaba, el Padre las Casas. En ese cuadro, rico monumento histórico, hay cien retratos al natural de las personas más ilustres de la época. El obispo Espada, el Capitán General Vives, los condes de Fernandina, Cañongo, OʼReilly, Jaruco y Prado Ameno; los señores Arango y Parreño, OʼFarrill, OʼGaban, Montalvo, La Torre y Cárdenas, el Ayuntamiento en corporación y el mismo Vermay con el lápiz en la mano haciendo el croquis de la procesión, dando la espalda al espectador y á D. Ramón de la Sagra que no fue nunca su buen amigo, sin que por eso deje de estar hablando como vulgarmente se dice. A la izquierda hay un grupo de señoras entre las que se distinguen las de OʼFarrill, Montalvo, Cárdenas y Mme. Vermay. (Ramírez, 1891)

Es así que en 1826 Fernando VII lo había nombrado pintor de la Real Cámara y en 1828 la Sociedad Patriótica de La Habana le otorga el diploma de Socio de Mérito.

En esta Habana abre una escuela de pintura en el convento San Agustín, de la que unos meses después, se convierte en su director. En tal sentido Jorge Rigol precisa que la Academia comenzaría a funcionar “oficialmente”, el 11 de enero (Rigol, 1983) de 1818. Sin embargo, el propio autor apunta que en el Diario del Gobierno del 11 de enero (domingo) se podía leer que “mañana lunes 12 del corriente a las cuatro y media de la tarde se verificará con la posible solemnidad en un salón del convento San Agustín, la apertura de la escuela gratuita de dibujo y pintura, establecida por la Real Sociedad Patriótica y el Real Consulado de esta ciudad” (Rigol, 1983). En tanto,  Jorge Bermúdez marca el 13 de enero como fecha posible del acto inaugural de aquella necesaria escuela (Bermúdez, 1990).

No obstante, e independientemente de las contradicciones cronológicas, es incuestionable que Vermay abrió el camino a la profesionalización de las artes plásticas en nuestro suelo. En uno de los textos básicos entorno a la Academia cubana de Bellas Artes, Apuntes para un estudio de la Academia de San Alejandro de Luz Merino Acosta, su autora marca las diferentes fases por las que a lo largo del período colonial pasó dicha institución. A saber: “en 1817 Academia de Dibujo y Pintura, en 1832 Academia “San Alejandro”, en 1833 Sección de la Academia de Nobles Artes de San Fernando, en 1852 Academia de Nobles Artes de San Alejandro y en 1866 Escuela Profesional de Pintura y Escultura de La Habana” (Merino, 1976).

En resumidas cuentas, la ideología del pintor galo refleja la astucia de quien supo, como ningún otro, recabar el apoyo para la concreción de una empresa, síntesis de la fusión entre sus anhelos y los intereses de hacendados criollos y peninsulares. Así lo explica Jorge Bermúdez:

Vistos con agrado su esfuerzo docente, formación y persona, la otrora idea de Perovani de una Academia de Dibujo y Pintura prendió de nuevo en los criollos ilustrados de La Habana, e interesó, también a las principales autoridades coloniales de la Isla, como el Obispo Espada y el intendente Alejandro Ramírez. Sin duda, una Academia a ejemplo de la madrileña de San Fernando o la de México, podría contribuir a un control oficial de las actividades artísticas, tal y como la exigía el auge creciente de las manifestaciones pictóricas populares en medio de un ambiente independentista que empezaba a manifestarse como remate lógico de las luchas de las colonias sublevadas del continente. (Bermúdez, 1990)

El 30 de marzo de 1833, falleció Vermay, víctima de una epidemia de cólera que azotó ese año a La Habana (Ramírez, 1891).

Para concluir, dejemos que sean los autores consultados los que nos den la valoración final de este insigne artista francés:

Murió pobre, tras una vida de incesante actividad. Vermay en nuestra historia artística ocupa por derecho propio lugar prominente pues cimentó la enseñanza de las Bellas Artes desde la Dirección de la Escuela de Dibujo y Pintura San Alejandro, depurando el gusto y evolucionando el sistema de estudio de ese bello arte a la sazón casi rudimentario en el país a él se le debe el procedimiento de la pintura en Cuba. (Rodríguez, 2013)

“Su obra más meritoria, su más fecundo esfuerzo, fue la fundación de la Academia de Bellas Artes” (Mañach, 1924) (…) “y en ella por 18 años sirvió con su arte al país, desarrollando el gusto en sus discípulos” (Calcagno, 1878). “Fue Vermay, sobre todo, responsable de una institución perdurable, de tesón artístico y didáctico, como San Alejandro” (Juan, 1974). “Lo que nos legó no fue a través de su obra personal, sino de la escuela que fundara: un modo de ver pictórico, un código formal, todo un concepto del arte y el cuadro.” (Rigol, 1983)

 

Notas

* Conferencia presentada en el II Coloquio Presencias europeas en Cuba, 2018, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.

Osvaldo Paneque Duquesne: Master y Licendiado en Historia del Arte en la Universidad de La Habana. Desde el 2011 es Profesor Asistente del Departamento de Historia del Arte en la Facultad de Artes y Letras de esa universidad; entre 2014 y 2017 se desempeñó como vicedecano de la propia facultad. Realiza en la actualidad estudios de formación Doctoral en la Universidad de La Habana. Ha impartido conferencias en Cuba y en el extranjero.

dest María Teresa León y Rafael Alberti

El arribo de personalidades españolas a Cuba durante la guerra civil

María Teresa León y Rafael Alberti

Leonor Amaro Cano

Julio 25, 2020

 

Tal y como registra la historiografía cubana, los efectos de la guerra civil desatada en España en los años 30 tuvo una enorme repercusión en Cuba entre sectores sociales tan sensibles como la intelectualidad, la clase obrera y los estudiantes. Asimismo, los españoles residentes en Cuba se pronunciaron por lo que estaba ocurriendo en su país, aunque de muy distinta manera. La inmensa mayoría de los hombres adinerados se alineó al lado del ejército sublevado contra la Segunda República Española y, para defender estas ideas utilizaron los espacios cubanos de la prensa. Así, de una manera u otra, la opinión pública del país estuvo al tanto de lo que ocurría en el continente. (Muñiz, (2002). Debates Americanos: 12:  158-174)

En este encuentro haré referencia a la relación que se estableció entre Cuba y España durante el período en cuestión a través de un testimonio literario de una extraordinaria mujer de las letras españolas, quien desde una posición republicana narraría aspectos muy variados de este período. Se trata de María Teresa León quien publica en 1941 su obra Contra viento y marea, en Buenos Aires, lugar donde estaba exiliada.

No se trata de una poetisa cualquiera. A partir de la información presentada por la doctora Luisa Campuzano, a manera de prólogo en el libro recién publicado en Cuba, puedo sintetizar su vida de una manera breve. Nacida en 1903 en Logroño, capital de la provincia de La Rioja, en el seno de “una familia burguesa y culta”, su infancia transcurrió entre Madrid, Barcelona y Burgos, ciudad castellana a la que se sintió fuertemente ligada. Era sobrina de María Goyri, esposa del filólogo Ramón Menéndez Pidal y primera española en obtener un doctorado en Filosofía, lo cual favoreció su amor por las letras.  Estudió en la Institución Libre de Enseñanza, proyecto inspirado en la filosofía krausista, y se licenció en Filosofía y Letras. De ahí que pueda afirmarse que ella se educó en un ambiente ilustrado. Casada en segundas nupcias, en 1932, con el poeta andaluz Rafael Alberti, de ideas comunistas, fue este su compañero de luchas políticas y de creación literaria. Ambos participaron activamente, desde la proclamación de la Segunda República, en la defensa de la democracia republicana tanto dentro como fuera del país.

El matrimonio Alberti-León había llegado a Cuba en 1935 y encontró el país en pleno proceso de agitación política tras el fracaso de la Revolución del 33 y de la huelga de marzo de aquel año. Ambos pudieron apreciar la atmósfera de represión que llenó las cárceles cubanas de presos políticos, sobre todos aquellos que profesaban ideas de cambios radicales. De aquí saldrán para México y en ese país María Teresa iniciará su novela, la cual tendrá su final en Europa.

Su obra logra estremecer el imaginario de los cubanos. No es de extrañar que Juan Marinello, expresara: “España es, más que tema, atmósfera; más que ocasión, necesidad. España es novela y tratado, poema y ensayo, teatro e historia, porque es la vida mejor de nuestro día” (Comité Ibero-Americano, (1937), París: 7); y para un político e intelectual como Raúl Roa, España se comprara entonces con lo que Francia había sido en 1789: el símbolo de la libertad, “raíz y vehículo de una nueva etapa histórica, realidad y conciencia del mundo, como alguien ha dicho”. (Roa: (1937), La Habana: 25), porque en ese contexto internacional el eje de la lucha revolucionaria mundial se había trasladado a ese país. Luego advierte; “De los resultados de lo que allí estaba aconteciendo, dependería una involución en escala internacional hacia el medioevo o la inauguración de una época limpia de injusticias y sombra (Ídem, 25).

Con la convicción de vivir un momento privilegiado, la escritora participa directamente en el enfrentamiento, convoca a la resistencia y a luchar por mantener “la voluntad de victoria”. Se relaciona con la intelectualidad cubana, así como a las organizaciones políticas de izquierda. Así, en 1937 toma parte en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en Barcelona, Madrid y Valencia.

Pero lo más interesante para un lector atraído por la historia es detenerse en la forma en que va expresándose en la novela la complejidad social; cómo se va tejiendo en los distintos episodios la diversidad de criterios en torno a la guerra. María Teresa, con su estilo poético, va completando las ideas en torno a cada hombre en particular y a la manera de ver su vida. Por eso no le bastan las grandes generalizaciones. En uno de sus diálogos se pueden apreciar las incertidumbres y las contradicciones. “¿Podemos alegrarnos de la guerra? Tú sabes bien que soy de la “Liga contra la guerra y el fascismo”. ¿No te parece –añadió- que hay una contradicción? Me da miedo. Ya se comienza a hablar en los periódicos de guerra civil. ¿Tú sabes lo que es la guerra? Yo ha he visto esta mañana: grandes extensiones con sus árboles tronchados, la tierra removida hasta las entrañas más honda.” (León: 157-158)

Y en otros pasajes describe las crudas repuestas que va provocando el conflicto armado. A los oficiales de carrera -no importaba su actuación- era difícil otorgarle confianza, después del deshonor cometido por la gente del orden. A la gran traición al pueblo este había contestado con “la improvisación y el entusiasmo, la Milicia Popular, alegre, inexperta, útil. Se habían manchado las espadas profesionales, muerto los laureles del clásico honor militar, y la sangre de los hermanos no se limpia fácilmente. ¡Guerra civil! Habían contestado las armas populares a los aceros aristocráticos, a las balas pulidas.  (…) Son las armas del pueblo que, de cuando en cuando, salen en la historia de las naciones en forma de motín, algarada, huelga o revolución (…) Siempre que las armas del pueblo relucen, se mellan las costumbres, se desbaratan los formalismos, se mueven las clases, avanza la humanidad y un espacio de esperanza histórica.”  (León: 272)

Sabido es que tras la derrota republicana miles de españoles fueron obligados a refugiarse en otros países de Europa y de América. María Teresa y Rafael Alberti corrieron la misma suerte que otros tantos españoles: el exilio. Dejó para la humanidad, entre otras muchas obras, su cultura y sensibilidad podrán ser evaluadas en el texto que aquí recomendamos, no solo como deleite, sino para aprender mejor la historia.

Los acontecimientos de España luego de declarada la guerra generaron una nueva dinámica en la relación de los españoles residentes en Cuba y los catalanes no estuvieron fuera de ese proceso de expectativas y toma de decisiones. Con posterioridad a la asonada fascista de 1936, un sentimiento de solidaridad se desató en apoyo a las fuerzas republicanas. Como respuesta se sucedieron movilizaciones de hombres y recursos en toda Cuba para ser enviados a la España en guerra. La cultura no quedó al margen, todo lo contrario; desde las actividades artísticas y literarias se fue creando un espíritu de resistencia a la vez que se advertía el peligro que acechaba a la humanidad.

 

Notas

* Conferencia presentada en el II Coloquio Presencias europeas en Cuba, 2018, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.

Leonor Amaro Cano: Doctora. Historiadora, escritora e investigadora. Profesora Titular Consultante de Historia de la Universidad de La Habana durante 50 años. Profesora de Historia General y de Historia de España en la Facultad de Filosofía e Historia y del Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana. Ha publicado artículos en revistas nacionales sobre la historia de España, el nacionalismo catalán, las relaciones Cuba-España y la presencia hispánica en Cuba.

Bélgica

Bélgica

Bélgica

Julio 21, 2020

 

Bélgica es uno de los países miembros fundadores de la Unión Europea, y acoge en su capital a las principales sedes de la Unión Europea.

Es conocido internacionalmente por su cerveza, sus chocolates y sus historietas.

Además de Bruselas, la capital, también son muy conocidas Brujas y Amberes.

Muchos consideran que es Brujas la ciudad más bonita de Bélgica y una de las más románticas de Europa, por su acento medieval y por los maravillosos canales que recorren la ciudad, la cual no ha crecido desde 1400, cuando era una de las capitales comerciales y culturales de Europa. Su Centro Histórico se incluye en la Lista del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde el año 2000.

Uno de los símbolos de la ciudad de Amberes es el pintor barroco Pedro Pablo Rubens, uno de los más prolíferos de la Historia del arte, quien vivió y murió allí en 1640. Fue en esta ciudad donde se editaron los primeros mapas impresos en planchas de cobre. El iniciador de este tipo de cartografía en 1570 fue Abraham Ortelius.

Entre los artistas más singulares del surrealismo sobresale el belga René François Ghislain Magritte, quien dotó a este movimiento artístico de una carga conceptual basada en el juego de imágenes ambiguas y en el cuestionamiento de la relación entre un objeto pintado y el real, entre representación y realidad. Su pintura es reflexiva y minuciosa, no son revelaciones oníricas ni jeroglíficos, sino figuraciones cuyo sentido hay que descifrar.

El Manneken Pis, pequeña escultura de 55 cm que se encuentra en la Rue de l’Etuve, 31, Bruselas, es uno de los iconos representativos de Bélgica. La escultura, que forma parte de la tradición de ese país, también lleva implícito el sentido del humor belga.  Es costumbre, cada cierto tiempo, ataviarla con vestuarios representativos de diferentes expresiones culturales. Un museo conserva y exhibe el casi un millar de atuendos que la han engalanado. En 2017, el Manneken Piss, como parte de la Jornada de la cultura cubana en esta nación europea, se vistió como Elpidio Valdés.

Pero el más socorrido monumento de identidad es el Atomiun, que se construyó para la Exposición Universal de 1958, la primera que se celebró después de la Segunda Guerra Mundial, como símbolo del progreso científico y tecnológico en un mundo de paz. Representa nueve átomos de un cristal de hierro aumentado 165 billones de veces. Mide 102 metros de altura y está compuesto de 9 esferas de acero de 18 metros de diámetro (que también simbolizan las 9 provincias belgas). Cada esfera está destinada a una actividad concreta y están conectadas entre sí por galerías con escaleras mecánicas.

Hotel Brooklyn

Los Países nórdicos y Cuba: una relación de varios siglos

Hotel Brooklyn

Tatiana Guerra Hernández

Julio 18. 2020

 

El presente trabajo es una aproximación a las relaciones establecidas entre Cuba y los países nórdicos a través del tiempo. Aparece en él un compendio de datos recolectados sobre los intercambios de estos países con Cuba por medio principalmente de las personalidades que han arribado a nuestras costas y han traído su cultura, así como también han sido influenciados de alguna manera por la nuestra.

Suecia

Desde finales del siglo XVIII tenemos noticias de la llegada a Cuba entre 1783 y 1784, de Peter Olof Swartz, botánico, y micólogo, sueco, arribado a la isla como alumno del destacado científico Car Von Linné. Tiene la importancia de ser uno de los primeros en describir plantas de nuestro país en varios de sus libros. Más tarde en el siglo XIX uno de los primeros inmigrantes suecos que se tienen noticias en Cuba fue el dentista Mauricio Carlos Koth, quien estaba radicado en La Habana desde 1840, en la calle del Obispo número 46.

Entre las ilustres viajeras suecas arribadas a Cuba en el s XIX se encontraron Jenny Lind y Federica Bremer. Nacida en Estocolmo en 1820, Jenny Lind fue una célebre cantante y actriz que en 1851 actuó en el Teatro Tacón de La Habana. Su coterránea, Federica Bremer, cuando la vio en La Habana, expresó de ella, que toda la primavera sueca había brotado en su rostro. Dio cuatro conciertos, el último de los cuales lo dedicó a los pobres recaudando para ellos, 8 000 pesos [1].

Junto a Jenny Lind, Federica Bremer fue la personalidad más influyente e importante de Suecia que visitó Cuba en el siglo XIX. Su reportaje de Cuba está publicado entre 1853 y 1854 en el libro de tres tomos titulado El Hogar en el Nuevo Mundo, un clásico dentro de la literatura sueca. Se alojó en La Habana en la esquina de Oficios y Obrapía, según una tarja a su nombre colocada en el lugar. Durante su estancia en Cuba, observó al detalle la sociedad, se impactó de manera singular por la naturaleza cubana, la que describe con gran simpatía. Su sensibilidad hacia ella la hace comentar que en Cuba las abejas no pican, llevando a extremos de idealismo el sentimiento de bienestar que experimentó en esta Isla. 

Otro artista sueco del siglo XIX relacionado estrechamente con Cuba fue el pintor sueco de José Martí: Hermann Norrman quien nació en 1864, en los extensos bosques de Suecia. Llegó a Nueva York en 1887, donde se relaciona con Martí y surge una especial simpatía entre ambos. Retrató a Martí en la oficina donde el Apóstol atendía los asuntos consulares de Uruguay, Paraguay y Argentina. La obra, fechada cerca de 1891, fue donada por Amelia al Museo Casa Natal José Martí. Cuando Martí murió en combate, el pintor, comentó a un amigo: “Martí fue el hombre más inteligente que he conocido. Ahora, también se ha perdido esa ilusión”.

Erik L. Ekman fue un naturalista sueco considerado uno de los grandes exploradores de la naturaleza cubana en el área de la botánica. Descubrió 35 000 colecciones de plantas, 2000 especies y 40 familias. Ekman fue, el primero en escalar el Pico Turquino entre los días 17 y 18 de abril de 1915. Al llegar a la cima, dejaron enterrada en una pirámide de piedra, dentro de una botella de ron Bacardí sus nombres escritos en una carta y Erik procedió a nombrar los picos subsiguientes: Cuba, y Suecia.

Por otra parte, el poeta nacional sueco, Evert Taube tuvo un fugaz paso por La Habana. En sus años mozos se enroló como marinero llegando al puerto habanero a principios del siglo XX, como uno de los 10 000 marineros suecos y noruegos que diariamente arribaban a La Habana de paso para Estados Unidos. En sus poemas refleja el impacto que recibió de la ciudad cuando desembarcó en ella, su música y sus calles.

En el ámbito religioso tenemos presencia sueca en La Habana por medio de Santa Brígida, patrona de Suecia. La orden de Santa Brígida, proclamada patrona de Europa y de las viudas, llegó a la Habana el 8 de marzo de 2003, cuando quedó inaugurado y bendecido el convento de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida en una esquina de la calle de Teniente Rey y Oficios de esta ciudad. Con relación al mundo de las letras, en el año 2014 el gobierno de Suecia otorgó el Premio Memorial Astrid Lindgren a la escritora cubana Julia Lydia Calzadilla Núñez (1 de agosto de 1943), autora de literatura infantil y juvenil.

Dinamarca

En 1897, María Méndez Pérez dio gran parte de su casa en el Paseo del Prado -menos un salón de la planta baja- en arrendamiento a una danesa, de la que solo conocemos su apellido Weidemann, para instalar allí, el denominado hotel Brooklyn. El establecimiento abrió sus puertas a principios del siglo XX, con gran calidad y confort, precios moderados, un servicio excelente y empleados que hablaban español, inglés, alemán, francés, noruego y danés. Su restaurante se consideraba de primera clase y se especializaba en cocina americana, aunque servía platos especiales criollos.

A finales de 1952 Christine Jorgensen se convierte en la primera transexual llegada a esta ciudad invitada por Rodney, coreógrafo del Cabaret Tropicana. Con su apariencia femenina decide trabajar como actriz en clubes nocturnos mostrando su arte en el mundialmente famoso cabaret, así mismo logra grabar algunas canciones que quedaron guardadas en algún archivo de la ciudad.

Casi una década después, en 1967 llega a La Habana el destacado artista plástico de vanguardia Jorn. Asger Oluf Jørgensen, es considerado uno de los máximos exponentes del expresionismo abstracto y el más afamado artista visual dinamarqués del siglo XX. Al llegar a La Habana, el pintor decidió trabajar sobre un muro de la Casa de los Manuscritos de la Revolución Cubana, que había fundado Celia Sánchez en 1964.

El destacado diseñador y artista cubano Alfredo Rostgaard (1943-2004) tuvo origen danés. Nació en Guantánamo, de padre chino-cubano, madre cubana y abuela jamaicana. Alfredo reconoce que su apellido es de origen danés, aunque el abuelo que lo tenía venía desde México. Rostgaard diseñó cerca de 200 carteles. Uno de los más reconocidos es el que realizó para el encuentro de la Canción Protesta de Casa de las Américas en 1967.

En 1964, el cineasta danés Theodor Christensen, considerado maestro del documental danés, llega a Cuba para realizar un audiovisual inspirado en las mujeres. Ella, fue el resultado del trabajo desplegado en la Cuba de los 60, además de ser el primer filme producido por el ICAIC que abordó la temática de la mujer en las nuevas circunstancias sociales.

Noruega

En el año 1842, se promulga una orden de captura contra un marinero noruego llegado a las costas de Cuba nombrado Cristen Halvoosen, el cual se dio a la fuga desde el puerto de La Habana con destino a Matanzas en un bergantín inglés llamado Eagle.

A principios del siglo XX se desarrolla un comercio de importación de gran importancia con Noruega de pescado seco, especialmente el Bacalao, de gran aceptación por nuestra población. Su calidad y precio lo colocó como uno de los platillos preferidos o más populares a principios de la centuria. En esta época los noruegos llegados a Cuba y establecidos como inmigrantes eran muy pocos apenas sumaban 22, los suecos eran un total de 23 siendo los daneses los de mayor cifra, 42.

El 13 de noviembre de 1948, en el Auditoriun de La Habana, hoy teatro Amadeo Roldan, se presentó la soprano noruega Kirsten Flagstad, junto a Max Lorenz y bajo la dirección de Clemens Kraus para poner en escena la importantísima ópera Tristan e Isolda del destacado compositor alemán Richard Wagner. Kirsten vuelve a Cuba el año siguiente invitada esta vez por la Sociedad Pro Arte Musical, acompañada del pianista Edward Hart. Por otra parte, no debemos pasar por alto la influencia de uno de los grandes del teatro universal Henry Ibsen, con su obra Casa de muñecas versionada en Cuba en múltiples ocasiones.

En política, Noruega y Cuba ofrecieron sus países como mediadres del diálogo de la paz en Colombia. Noruega se destacó en el tema de género, trabajó con los derechos de las mujeres involucradas en los conflictos, ayudó en los temas de asuntos humanitarios y puso especial atención al problema de la eliminación de minas.

Finlandia

Es el país de menor intercambio con la Isla, sin embargo, tuvo la ayuda cubana cuando le fue necesario. En 1939 entró en guerra con la Unión Soviética, motivo por lo que Finlandia perdió territorio. En esa época en Cuba surge un comité de solidaridad llamado Comité Nacional de Auxilio a Finlandia y radicado en la calle de Cuba nº 219 altos. Tuvo el objetivo de recaudar fondos por medio de actos públicos, fiestas benéficas y colectas para prestar ayuda a la nación finlandesa enviándoles mercancía como azúcares, tabacos, o cigarros.

 

Notas

[1] Leonardo Depestre Cantony: Cien mujeres celebres en La Habana, editorial José Martí, 2014, p. 17.

* Conferencia presentada en el I Coloquio Presencias europeas en Cuba, 2017, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.

Tatiana Guerra Hernández: Licenciada en Español-Literatura en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona. Ha trabajado durante más de 15 años en la Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana, principalmente como investigadora histórica de inmuebles para la restauración, labor que realza para la Empresa RESTAURA. Ha impartido conferencias y recorridos especializados en distintos eventos desarrollados en el Centro Histórico, así como para la Agencia de Viajes San Cristóbal. Colabora con el proyecto cultural Rutas y Andares para descubrir en familia, desde 2010.

dest 02. Carroza La Reina de Turquia que gano el primer premio en los carnavales de Camajuani, 1929

Impronta de la presencia hebrea en Cuba

02. Carroza La Reina de Turquia que gano el primer premio en los carnavales de Camajuani, 1929

Maritza Corrales Capestany

Julio 11, 2020

 

Intentaré darles un tour por aspectos que considero relevantes de la impronta judía en el país. Algunos muy visibles como las piedras, ese patrimonio tangible, que de seguro les es conocido. Otros, que quizás no lo sean tanto, como aquellos incluidos bajo el acápite de ideas y palabras.

El escudo que los inmigrantes sefaradíes diseñan como logotipo de su sinagoga, Chevet Ahím, en 1914, funciona como carta de presentación. En él, ambas identidades y estrellas (la cubana de 5 puntas y la judía de 6) se reconocen, pero aún aparecen dibujadas una frente a la otra.

La Carroza que ganó el premio en los carnavales de Camajuaní en 1929, La Reina de Turquía, constituye el mejor ejemplo de la vertiginosa adaptación de este grupo a nuestra sociedad. A solo 5 años de asentarse en el pueblo, esos hebreos ya están carnavaleando como cubanos. Resulta delicioso ver que, en un acto tan rellollo como un carnaval, aparezcan con fez turco y leyendo un periódico con caracteres hebreos, en lo que sin dudas sería el balbuceo inicial de ese peculiar arroz con mango judío-cubano.

La construcción del stadium del Cerro marca el momento en que los judíos se apropian de uno de nuestros mayores símbolos, la pelota, para redefinir su nueva identidad. La familia Maduro no sólo construye el Latinoamericano, sino que compra el Club Cienfuegos y funda los Cuban Sugar Kings, mientras que los Holtz hacen lo mismo con el de Santa Clara.

El árbol de la vida del gran artista de la plástica Sandú Darié toma la Janukía, el candelabro de 8 brazos con el que los hebreos festejan su victoria y el milagro del aceite, y lo convierte en una fuente, equiparando la Revolución cubana al milagro de la rebelión Macabea.

En la última imagen, el afiche dedicado a Saúl Yelín, uno de los fundadores del ICAIC, en el homenaje que se le hiciera cuando el 50 aniversario de dicha institución, ya vemos cómo ambas estrellas-identidades del escudo inicial se imbrican y se fusionan cerrando el ciclo.

No olviden que estamos hablando de un conglomerado humano que sólo se hace visible en Cuba en la década del 20 del pasado siglo, y que realiza su asentamiento y todo su proceso de inserción socio-político-económico en nuestra sociedad en menos de 40 años.

Cómo entender entonces que, en ese brevísimo lapso de tiempo, históricamente un suspiro, los judíos recién llegados a Cuba y representando sólo el 0.1% de la población del país, fueran el 31% de los fundadores del Partido Comunista. Y que Mella solicitara en esa reunión fundacional de agosto de 1925: que “el Congreso declare su simpatía a los compañeros hebreos y reconozca todo el mérito de su labor”.

Que hayan modernizado los anticuados métodos comerciales vigentes en la isla, introduciendo el sistema de crédito y creando nuevos segmentos de mercado. Que Chajowicz en 1941 fundara nuestro teatro universitario permitiéndonos disfrutar de la primera representación de un clásico griego.

Pero más interesante aún sería explicar cómo, después del desastre demográfico de 1959 cuando más del 93% de sus integrantes abandonó Cuba, de los 2 500 judíos que en una primera etapa quedaron en la isla salieran varios Ministros, miembros del Comité Central, Embajadores, el Vicepresidente de la Academia de Ciencias y Jefe del proyecto espacial con la URSS, el vicerrector de la Universidad de La Habana y el Director de Astronomía, varios premios nacionales de Literatura, Crítica y Música, el piloto de Fidel y hasta el Jefe de la Contrainteligencia del país.

Pienso que hay peculiaridades que los diferencian de los restantes grupos migratorios y que podrían ser -en primera instancia- las causas:

  • Los judíos son hombres sin retorno. No emigran en busca de mejoría económica. Simplemente son expulsados de sus países de origen por políticas de extermino físico y de estrangulación económica hacia ellos como grupo, tras la destrucción de sus centros espirituales.
  • Detentan un capital simbólico especial, ya que al ser percibidos como blancos y europeos no sufren las barreras discriminatorias aplicadas a negros y chinos.
  • Son el único grupo étnico en el país que, a la vez, conforma un grupo religioso. Y esta última característica es la que los visibiliza. Su concepto de la muerte y su complejo ritual funerario, en tanto grupo religioso, determinará que su primera acción sea construir cementerios. Irónicamente, podría decirse que en Cuba la vida judía comenzó con la muerte.

Es de señalar que los hebreos no desarrollan en su arquitectura religiosa, monumentaria o habitacional, un estilo arquitectónico propio como árabes o chinos, sino que adoptan los códigos imperantes en el país y les adicionan algunos símbolos de su tradición que los identifique, como la Menorá o la Estrella de David.

En el campo de las ideas, pienso que las acciones que realizan casi al momento de llegar: auto-identificación de su historia de lucha en la Colonia y contra Machado, en la Guerra de España y contra el fascismo, la fundación del Partido y las organizaciones sindicales, va a permitirles insertarse en la historia general y conformar, gradualmente, su nueva identidad en una negociación simbólica como colectividad étnica vis a vis la identidad nacional.

Pero la más significativa, y la que les confiere su carta definitiva de naturalización, es la que realizan de José Martí. Los judíos adoraron a Martí con la misma intensidad y devoción que nosotros los cubanos. No sé de ninguna otra comunidad de inmigrantes que haya realizado un homenaje, tan profundo y extenso, a nuestro Héroe Nacional. Escribieron libros en ídish y español, trenzaron con flores las dos banderas, conminaron a Jefes de Estado, premios Nobeles y representantes de las más variadas religiones, incluyendo al Papa, a rendir homenaje con sus palabras al Apóstol en ese original libro que es Martí y la Comprensión Humana. Y aun consideraron que habían hecho poco y se fueron a Jerusalén a plantar un bosque en su memoria. Así, con esa impresionante devoción martiana, externaron nuestra cultura y trascendieron fronteras.

Termino con el más típico y apetecido plato cubano. Ahora no voy a utilizar palabras como inserción o integración. Prefiero emplear el término culinario de fusión. Estas deliciosas frituritas de malanga, en puridad, son sólo la cubanización de aquellos latkes que el pueblo judío, por siglos, comiera en Januka para celebrar la victoria Macabea.

La judía sin duda fue una comunidad pequeña, pero con mucho fijador. Me recuerdan aquel poema de César Vallejo: “como los golpes que nos da la vida, son pocos, pero son…” Tanto que literatos, historiadores y cineastas, cubanos y extranjeros, han sucumbido a su encanto y han escrito libros y realizado documentales que recogen y perpetúan esta presencia en la Isla.

 

Notas

* Conferencia presentada en el I Coloquio Presencias europeas en Cuba, 2017, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.

Dra. Maritza Corrales Capestany: Graduada de Historia del Arte, Gestión Comercial y Estudios Orientales (UNESCO). Ha cursado varios estudios de posgrado en historia económica y social de Cuba. Historiadora de la presencia hebrea en Cuba y colaboradora de instituciones académicas como la Facultad de Historia de la Universidad de La Habana y la Fundación Fernando Ortiz. Autora de varios libros y ensayos publicados por editoriales cubanas y extranjeras. Fue guionista de La Isla Elegida, primer documental sobre la presencia sefardí en Cuba.