Entrevista al escritor, traductor y promotor cultural cubano-sueco René Vázquez Díaz

Entrevista al escritor, traductor y promotor cultural cubano-sueco René Vázquez Díaz sobre su creación literaria e investigación acerca de la figura de la escritora y activista sueca Fredrika Bremer (1801-1865)

Por: MsC. Marbelys Giraudy Gómez, Dtra. Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba – Europa

 

René Vázquez Díaz, nacido en 1952 en Caibarién (Villa Clara), desde 1975 reside en Suecia. En su fructífera trayectoria intelectual se ha destacado como periodista, traductor y promotor cultural. Varios títulos que responden a los géneros novela, poesía y teatro figuran en el currículo profesional de Vázquez Díaz. Diversas han sido las temáticas abordadas desde sus textos, y entre éstas resalta el abordaje de la historia de una mujer a la cual hay que remitirse cuando de puntos de encuentro entre Cuba y Suecia, se trata. A Fredrika Bremer dedicó la novela publicada en Suecia (1998), Venezuela (2000) y cuya edición cubana fue realizada en el año 2004, a cargo de Ediciones Boloña de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana.

 

¿Cuándo René Vázquez Díaz dirige su mirada de escritor a Fredrika Bremer?

Mi relación profesional con Fredrika Bremer –quizás debería decir más bien “mi relación de amor imposible con Fredrika”—comenzó exactamente en 1986 en casa de mi amigo y gran maestro Artur Lundkvist (1906-1991). Artur, conocedor profundo de la literatura española y latinoamericana y amigo de Guillén y Carpentier, era miembro de la Academia Sueca. Fue él quien me aconsejó que leyera Hogares del nuevo mundo, un diario epistolar, escrito durante dos años de viaje en América del Norte y en Cuba (1853). O sea, que descubrí a Fredrika en esa obra mayor, donde están sus Cartas desde Cuba. Recomiendo su lectura, pues esas cartas nos acercan, de la mano de una extranjera preguntona, defensora de los derechos civiles de la mujer y de insaciable curiosidad, a los hogares tanto de criollos como de extranjeros y a los barracones de la Cuba esclavista de 1851.

 

¿Qué le cautivó a Vázquez Díaz de la vida y obra de Fredrika Bremer?

Su sinceridad. Fredrika es honesta hasta cuando se equivoca. Me captó con su ansia de conocer lo bueno y lo malo del mundo. Su fuerza de carácter, para sobrevivir y sobreponerse a una crianza plagada de represión, justo por haber nacido hembra y no varón, en el seno de una familia acaudalada. Y esto sin que se jacte jamás, ni en su juventud ni en la vejez, de haber llegado a ser una de las mujeres más sobresalientes, lúcidas y valientes de su época. Y desde luego me enamoré de su percepción de nuestra naturaleza, su fino lenguaje al describir lo mismo las lagartijas de la Plaza de Armas, la belleza del río Yumurí o al hablar de la prestancia finísima de una mulata a la venta en una subasta de esclavos en Charleston. Su evocación detallada de la danza y el arte de la percusión de los negros cubanos en Matanzas y en La Habana es de un realismo vívido. En una ocasión, Fredrika dice que esos bailes y esos ritmos, por su calidad, deberían presentarse en los grandes teatros de París. Esto lo dice en un momento histórico en que ese arte era despreciado como una expresión salvaje de hombres y mujeres sin valor humano.

 

¿Cuánto hay de ficción y de realidad en la Fredrika de su novela?

Antes de empezar a escribir la novela, me documenté meticulosamente sobre la Suecia de Fredrika: sus amigos y sus detractores y por qué; la forma de gobierno, la situación social y económica de la población sueca y en especial de la mujer. Hay que tener en cuenta que yo, como inmigrante, estaba escribiendo ficción sobre una figura consagrada de la cultura sueca. Cuando Fredrika en el paraíso se publicó, no hubo ni un solo crítico literario, comentarista o historiador que señalase ni un solo asunto en el que la novela se equivocaba o mentía. Todo coincidía –también meticulosamente– con el personaje y su tiempo. Cada vez que Fredrika dice algo en la novela hay que tener mucho cuidado, porque son respuestas y opiniones que ya ella había expresado antes en sus cartas y escritos. Un ejemplo entre muchos es su cariñoso encuentro con la cantante Jenny Lind en un hotelito de la Habana Vieja. Su conversación, en la que aquellas dos suecas famosísimas discuten divergencias y asuntos sentimentales profundos, está matizada por la ficción. Es decir, por mentiras literarias basadas en un riguroso respeto por la verdad histórica. Y no obstante, –¡ay!– claro que yo, conociendo con exactitud los acontecimientos históricos, me tomo todas las libertades de la ficción: introduzco elementos anacrónicos y desarrollo ciertos detalles de los personajes cubanos, por ejemplo cuando Fredrika dice que le cae bien Juan Chartrand, padre del famoso pintor, porque es un poco charlatán. En cuanto al chiquillo Esteban Chartrand, en mi libro él le muestra la dormidera a Fredrika, algo que pudo o no haber ocurrido en la vida real, pero que resulta totalmente verosímil.

 

Al igual que Fredrika, a lo largo de la historia de la Humanidad, varias mujeres tuvieron que hacer uso de seudónimos o de forma anónima difundieron sus obras ¿Desde su condición de escritor que cree usted que haya significado para la transgresora y feminista Fredrika publicar sus primeros textos de forma anónima?

El anonimato en sus primeros pasos literarios fue necesario para Fredrika. En aquellos momentos se sentía insegura de sus capacidades expresivas, había pasado por un periodo de angustia a causa de desgarros personales, y no quería herir la sensibilidad (no de la sociedad patriarcal), sino de su familia. Sólo dos de sus hermanos conocían el secreto de que era ella la autora de aquellas primeras obras. El éxito de las mismas contribuyó a su decisión de continuar publicando con su propio nombre, hasta el final.

 

¿Qué importancia le atribuye a Cartas desde Cuba de Fredrika Bremer para la historiografía cubana?

Hay que tomar esas cartas por lo que son: impresiones de una extranjera, de una “viajera antillana” (como ella se autodenomina), una escritora profundamente interesada por todo lo humano. He dicho que recomiendo que sus Cartas desde Cuba sean leídas y discutidas, porque sus observaciones y sus vivencias nos ayudan a comprender –casi a visualizar— aspectos esenciales de nuestra cultura en formación. En ese sentido, el testimonio de Fredrika es de una gran importancia.

 

¿Cuánto de paralelismo puede existir en el activismo y obra de Fredrika Bremer con cubanas de similar etapa como es el caso de Gertrudis Gómez de Avellaneda?

Existe un paralelismo en el espíritu de ambas. La Avellaneda y Fredrika tienen muchas semejanzas en su trabajo y en el significado de su ejemplo y su esfuerzo para transformar el estatus social y literario de la mujer, casi en la misma época, pero en distintos países. Yo tengo un proyecto de ensayo basado en el análisis y la comparación entre Tula y Fredrika. Porque también hay enormes diferencias entre ellas. La Avellaneda nació en 1814 y Fredrika en 1801. El padre de Tula era un español, un Comandante de la Marina en la isla de Cuba. El de Fredrika en un acaudalado comerciante y propietario de una fábrica. La Avellaneda tuvo una ardiente vida amorosa, con enamoramientos apasionados a veces no correspondidos. Como aquel sevillano Cepeda, que no se merecía el amor de aquella mujer entera. Tula se casó varias veces, tuvo hijos, sus maridos murieron, fue viuda y novia otra vez. Fredrika no tuvo nada de eso, y no conoció varón. Durante su vida se sintió muy atraída por ciertos hombres, pero cuando el más importante de ellos le propuso matrimonio, ella dudó mucho… y al fin le respondió: “Lo siento. El manejo doméstico de un hogar sueco es incompatible con el reino de la fantasía”. Ademas, Fredrika resultó ser más revoltosa y tal vez más políticamente peligrosa para la sociedad patriarcal, que La Avellaneda. En una carta a un amigo, escribe: “Yo siento más simpatía por las mujeres vagabundas que por ningunas otras. Y si no fuera por la crianza que he tenido y por mi clase y posición social, quizás yo hubiese pertenecido a sus pandillas. No creo que yo hubiera asesinado a mis hijos ni a nadie; tampoco hubiera sido una ladrona, eso me parece demasiado ruin. Pero andar por ahí vagabundeando por las calles, vociferando y formando bulla y buscando pleitos, emborracharme, usar malas palabras e insultar a la policía, pues eso sí que hubiese colmado mis deseos. ¡Eso sí que me hubiera gustado!”

Agradezco mucho esta pregunta, porque me ha instado a realizar mi proyecto de ese ensayo sobre La Peregrina y La Viajera Antillana.

 

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