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Abraham Marcus Matterin. “El judío más integrado de Cuba”

Abraham Marcus Matterin...

Maritza Corrales Capestany

Abril 16, 2021

 

Muchos de los que hayan visto fotos antiguas de la Comunidad y revisado El Diario de La Marina, Información, Excelsior, Carteles, El País, Avance o El Mundo, alguna vez se habrán preguntado quién es ese hombre omnipresente, que aparece en todas. En unas con bigote y espejuelos, en otras sin ellos, delgado o pasado de libras, de pelo negro o canoso, según el decursar de los años.

Como un ser humano se define por sus acciones, decidí hablarles sobre este hombre a quien Don Fernando, con sobrada justicia, catalogara como el “judío más integrado de Cuba”.

Matterin nació en la capital lituana en 1916, pero para los cubanos fue uno más de nuestros “polacos”. Llegó a Cuba en 1924 como parte de la gran inmigración judía de Europa del Este desviada hacia la isla por las Leyes de Cuota norteamericanas. Se asentó con sus padres en la calle Curazao, en La Habana Vieja, entrañable entorno que solo abandonó a su muerte en 1983.

El que lo haya seleccionado para esta presentación no fue un hecho aleatorio. Hay dos razones fundamentales.

Primero, porque su trayectoria resume 4 puntos que considero de interés de este grupo migratorio: la decidida vocación progresista que aportaron a nuestra cultura política, las inteligentes estrategias institucionales que desarrollaron en su proceso de inserción, la evolución de la lengua como signo identitario y el surgimiento de una generación-puente con unnuevo constructo cubaneidad-judeidad.

Y segundo, porque a Marcus le debo, y deseo agradecérselo hoy públicamente cuando se cumplen 35 años de su fallecimiento, el haberme convertido en estudiosa de la vida judía en Cuba.

Aporte a nuestra cultura política

Hay tres aspectos que, en parte, explicarían el por qué aquellos pioneros judíos estuvieron representados muy por encima de su peso poblacional en la izquierda cubana:

  • El bagaje socio-político que traían de Europa (militantes del Partido y la Liga Juvenil comunistas, del Bund y Poalei Sion Linke). [1]
  • El estado de frustración y rebeldía nacional que encontraron, producto de nuestra malograda independencia, agravado por la ferocidad de la dictadura machadista.
  • El asombro de que el espacio cubano, discriminatorio sin duda por sus desigualdades económicas y sociales, no los sometiera como grupo étnico-religioso a tipo alguno de exclusión singular.

Estas circunstancias, combinadas con las penurias económicas familiares, forzaron a Marcus a abandonar los estudios para trabajar como preparador de calzado, y resultaron claves para su definición ideológica. Muy joven entra en el Sindicato de Obreros del Calzado y funda, con el destacado dirigente comunista judío Archik Radlow, la Unión Juvenil Hebrea.

Es en esa organización que comienza su amistad con los más renombrados intelectuales del Partido como Juan Marinello, Nicolás Guillén, Salvador García Agüero. Y con otros, fellow travelers o de centro, religiosos o ateos, como Fernando Ortiz, Emilio Roig, Luis Gómez Wangüemert, Lezama Lima, José Luciano Franco, José Antonio Portuondo, Félix Pita, Juan David, Fernando Campoamor. Y esos amigos fueron los conferencistas de las instituciones en que desarrolló su incansable labor de promoción, los que prestaron su pluma y cedieron su tribuna para destacar los aportes de la minoría hebrea a la economía, la sociedad y la cultura cubana.

Estrategia institucional

Marcus comprendió que para accionar fructíferamente con la sociedad cubana debía cultivar —y en eso fue un maestro— un nivel de relaciones interpersonales que le permitieran proyectar positivamente a su comunidad, como también entendió la necesidad estratégica de que esas relaciones se cimentaran dentro de un marco institucional. Por eso crea:

  • En 1940, con Radlow, la Unión Juvenil Hebrea, organización-fachada del grupo comunista, que intentaba recuperar aquel nivel de influencia, detentado en los años veinte y treinta dentro de la clase obrera judía, y que fuera considerablemente mermado por el Pacto Molotov-von Ribbentrop.
  • En 1953, con Félix Reyler, la Agrupación Cultural Hebreo-Cubana. Otra recreación de los movimientos alternativos del Partido -tras el cambio en la correlación de fuerzas tanto en el plano internacional como interno (constitución del Estado de Israel, inicio de la Guerra Fría, golpe de Estado de Batista, viraje de la URSS en su política hacia Israel)- que esta vez imbricaría a los filocomunistas con una parte de la comunidad tradicional, moderadamente progresista y portadora de una nueva identidad social, con el objetivo de privilegiar un judaísmo laico distanciado de actitudes sionistas extremas.

Matterin impulsó y participó en cuanto homenaje se diera a intelectuales que visitaban el país (Neruda, Gabriela Mistral, Castelao) y trabajó con la Hispanocubana de Cultura, el Frente Nacional Antifascista, la Sociedad Colombista Panamericana y muchas otras instituciones nacionales e internacionales resaltando siempre, de modo efectivo, el papel de las organizaciones judías.

Poseía ese instinto que define a los buenos periodistas: el de saber ubicarse en el lugar adecuado en el momento preciso. Fue un inteligente promotor cultural, que alternaba su trabajo cotidiano con aquello que más placer le daba: hablar en público, divulgar la cultura judía y acercarla a los gentiles, ser el puente entre esta minoría de inmigrantes y la sociedad que tan generosamente les acogiera. Bien expresó el otro Fernando, me refiero a Campoamor, en uno de los reconocimientos que en vida le hicieran:

(…) Marcus no ha perdido tiempo sin trabajar por la colonia hebrea; trabajar cada día, como una hormiga, a veces solitario y no siempre comprendido. (…) Este hombre bueno ha hecho como nadie más, tapando generosa y pudorosamente el vacío y el silencio de otros. Ha ganado para la causa de los hebreos cifras humanas que, sin anotarse en libros de contabilidad, dan un balance de respeto a su obra, donde jamás asoma la fatiga.

Prueba de estas palabras son los múltiples cargos que ostentó dentro y fuera de la comunidad judía, los volúmenes dedicados a la Madre hebrea en la literatura y el arte y el número extraordinario de Hasefer, el Libro, los folletos sobre Los hebreos y la Bandera Cubana, Martí y las discriminaciones raciales, el magazine especial de El Mundo Ilustrado, las revistas que fundó (Hebraica, Israelia, Reflejos Israelitas, Comunitarias), las innumerables conferencias impartidas sobre sus temas preferidos: Martí, Einstein, Bergson, la participación de los hebreos en el ajedrez y el cine, los conciertos de música clásica, folklórica y sinagogal, o las distinciones recibidas: Caballero de la Orden Nacional Carlos Manuel de Céspedes y la Orden del Centenario de la Bandera Cubana.

Fiel a la ancestral tradición judía por el libro, montó una imprenta en su casa donde publicó la mayor parte de los trabajos que salieron de la comunidad. Entre los más importantes, los del Centenario de José Martí, con los que los hebreos cubanos desarrollaron la más impresionante sucesión de homenajes que minoría alguna en Cuba le haya dedicado al Héroe Nacional.

La lengua, señal identitaria y el nuevo constructo cubaneidad-judeidad

En Cuba los judíos perciben su escisión cultural y lingüística, pero en modo alguno se sienten excluidos por ella.

  • En los inicios escriben en ídish porque es el idioma que portan y la modalidad lingüística que mejor expresa —como referente de identidad y forma de supervivencia cultural— la equidistancia de su cultura y la de la sociedad receptora.
  • Luego una parte de esa generación, llegada muy joven como Marcus, a la que después se suman los nacidos en la isla, contempla la realidad circundante con una porosidad distinta. Abandonan parcialmente el paradigma histórico-cultural de sus padres y reivindican un dualismo que proclama la unión de lo diferente y que gesta —en una reafirmación de cubanía y judeidad— su bifronte identidad, perfilando el rostro de una generación-puente que escribe en español porque comprende que ese común denominador presupone el real diálogo entre las dos culturas.

Estas publicaciones y actos significan no solo una reinterpretación, a la luz de la cosmovisión judía, de contenidos sociales y culturales con metáforas de resistencia ante la dictadura de Batista, sino que devienen estrategia en su búsqueda por encontrar núcleos de pertenencia que les permitan redefinir el nuevo constructo cubaneidad-judeidad. Elaboración participativa y multigrupal de una memoria colectiva que funciona como la socialización de un mito donde la nación es patrimonio de todos y, por tanto, anclaje posible de identidad.

Marcus se propuso sensibilizar a la opinión pública cubana, al tiempo que preservaba la memoria histórica judía. Por ello es, sin duda, el integrante de esa generación-puente que mejor trasciende lo cultural, en su sentido más estrecho, al involucrarse en todas las manifestaciones de la vida comunitaria.

Lo vemos promoviendo actividades de ayuda en la celebración del aniversario del Comité Anti-tuberculoso. Tradicionales como la elección de la Reina Esther en Purim [2]. Sionistas pues —como publicista innato que conocía muy bien el valor de la imagen— sabía la necesidad de hacer comprender a la sociedad cubana la importancia que para el pueblo judío significaba la existencia de un estado, nombrando “Estado de Israel” a la escuela pública No. 13 de La Habana Vieja. Y de divulgación, para resaltar la contribución de la minoría hebrea al mundo y a Cuba, con los homenajes a los médicos, científicos y revolucionarios judíos, en particular aquellos que participaron en nuestras luchas de independencia.

Fiel a la innata rebeldía de su espíritu osado e iconoclasta, publica en una de sus revistas el cuento de Jaime Sarusky Parece que se quieren mucho, que ataca la muy enraizada tradición de la dote entre los judíos. O se erige precursor de un concepto, fácil de comprender y abordar en la actualidad no así en aquellos años, el del ecumenismo, haciendo que la Comunidad donara a la obra, en favor de los pobres, que desarrollaba el Padre Testé y la Iglesia Católica.

Quiero leerles unas palabras suyas que reflejan cuánto llegó Marcus a comprender y querer a este pueblo que él denominaba “pequeño país de grandes hombres”:

Mi judaísmo, que no es religioso sino tradicional, hace que sienta orgullo legítimo por ser judío, por la historia de nuestro pueblo, por la contribución de su ideología a la vida social y ética, por las grandes personalidades de su historia. Pero al mismo tiempo, también siento orgullo por ser cubano, por figuras (…) como José Martí, Maceo, Gómez. Una vez di una conferencia titulada Pequeño país de grandes hombres. Cuba es un país pequeño, sin embargo, sus realizaciones científicas, culturales e históricas están fuera del contexto de los países pequeños.

Cuando el fascismo comenzó a ahogarlo todo en Alemania, Erich María Remarque se fue a vivir a Suiza. Allí lo entrevistaron y la única pregunta que se me quedó grabada fue: “Señor Remarque ¿Se sentía muy solo viviendo tantos años en Alemania?”. La respuesta fue un no inmediato. El periodista le preguntó por qué y Remarque respondió: “Porque yo soy un judío alemán. Y yo soy un judío cubano. ¿Comprende? Es una dualidad que no excluye a uno del otro (…) lo judío y lo cubano se complementan. Esa es mi opinión sincera, sin falso patriotismo, sin chovinismo (…) puedo decir que soy un judío cubano”.

Fue precisamente ese orgullo y la devoción con que hablaba de su pueblo y de mi isla, lo que me atrajo de él cuando lo conocí en la oficina de Wangüemert en los años sesenta.

Pienso que es un lugar común, pero desafortunadamente cierto, eso de que casi nadie es profeta en su tierra. El momento de su muerte no fue debidamente sentido ni recogido por las instituciones de esos dos pueblos por los que tanto trabajó y a los que tanto amó, aunque en otras tierras un gran poeta como José Kozer y algunos periodistas le hicieran justicia recordándolo como el indiscutible “guardián del judaísmo en Cuba”.

Permítanme terminar visualizando a Marcus en su biblioteca, imagen tan familiar para todos los que lo conocimos, y con otra frase del amigo Campoamor: “A esas horas en que se reposa del trabajo, queda una colmena iluminada (…) la biblioteca donde Abraham construye su vigilia, honrando la tradición.”

Allí en su biblioteca, aunque ya no esté, permanece ese cubano-judío (y concédanme la licencia de invertir el término), sefardí y asquenazí como el mismo un día me confesara, que tantos puentes tendió entre nuestras dos culturas.

Notas

* Conferencia presentada en el II Coloquio Presencias Europeas en Cuba, 2018, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo, de la Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana.

[1] Bund (abreviación de Unión General de Obreros Judíos de Lituania, Polonia y Rusia), primer partido obrero judío fundado en Vilna, en 1897. Poalei Tzion Linke (Obreros de Sion de Izquierda), escisión del movimiento obrero sionista-socialista establecido en Rusia en 1905, que se acercó a la Internacional Comunista.

[2] Purim, fiesta que conmemora la salvación de los judíos de Persia por la reina Esther.

Maritza Corrales Capestany: Doctora. Graduada de Historia del Arte, Gestión Comercial y Estudios Orientales (Unesco). Ha cursado varios estudios de posgrado en historia económica y social de Cuba. Historiadora de la presencia hebrea en Cuba y colaboradora de instituciones académicas como la Facultad de Historia de la Universidad de La Habana y la Fundación Fernando Ortiz. Autora de varios libros y ensayos publicados por editoriales cubanas y extranjeras. Fue guionista de La Isla Elegida, primer documental sobre la presencia sefaradí en Cuba.

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