Octubre 20, 2023
El 20 de octubre de 1868, en la ciudad de Bayamo, se cantó por primera vez lo que devendría más tarde en nuestro Himno Nacional. Para conmemorar la fecha les ofrecemos fragmentos de un discurso pronunciado por el Dr. Eusebio Leal Spengler, el 16 de octubre de 2003, en el Teatro Camilo Cienfuegos del MINREX.
Sobre la cubanía
Causas tenemos los cubanos para hacer memoria y para celebrar el 20 de octubre, porque en una fecha como esa, en admirable conjunción, se unieron la poesía y el sentimiento nacional de rebeldía.
Al término conmemorar —o sea, hacer memoria— habría que agregar otro mucho más férvido: celebrar. El 20 de octubre de 1868, después de una reñida victoria en la valientemente defendida plaza de Bayamo, el fundador de la nación, Carlos Manuel de Céspedes, acudió a las gradas de la iglesia patricia de San Salvador de Bayamo. Y allí su amigo, el general Pedro Figueredo, distribuyó en cientos de octavillas la letra del himno que muchas veces había recompuesto con partes de otros himnos y melodías que recordaba, pues no era músico, y que un coro interpretó y el pueblo coreó.
Su hija Candelaria llevaba el traje blanco con los atributos de Cuba: el gorro frigio y la estrella solitaria. Por eso, se tomó la determinación justa de que el día 20 de octubre se celebre el Día de la Cultura Cubana.
Las preguntas hoy serían: ¿Qué es esa cultura? ¿Puede acaso una nación o un proceso, cualquiera que este sea, prescindir de tal elemento que es como el mar sobre el cual se desliza —precisamente— la conciencia de toda la nación?
La cultura es la amable creación que, a partir de muchas fuentes, se forjó en el tiempo. La cultura no es solamente un legado libresco ni tampoco el conocimiento detallado de mil anécdotas, sino —además— el estado de ánimo en el cual percibimos las muchas señales de nuestra identidad.
(…) Fue Cristóbal Colón quien trajo el cerdo durante su segundo viaje a América y lo introdujo en Santo Domingo. Por su parte, los frijoles negros son el fruto de nuestra temprana relación con México y Centroamérica, mientras que el plátano ve florecer su primera cepa, después de Canarias, en su tránsito de la costa africana a Santo Domingo, que tiene también esta primacía. Después vendrán el maíz, el tomate y demás alimentos que se intercambiaban entre las costas americanas.
Una suerte de reduccionismo lleva a que, cuando nos preguntan qué es la comida cubana, respondamos enumerando los productos arriba mencionados. Sin embargo, hay mucho más, como son esos sabrosos dulces cuya receta guardan en secreto nuestras abuelas.
(…) Ahora pasamos a esa otra faceta de nuestra cultura que es necesariamente la música.
El sabio que, con más intensidad y profundidad, nos podría llevar como Diógenes —con una lámpara en la mano— a buscar lo que queremos saber, don Fernando Ortiz, nos habla de la riqueza del folclor y de la música de Cuba. Y sitúa sus raíces —ante todo— en el palpitar casi imperceptible de lo indígena.
Recordamos que Álvar Núñez Cabeza de Vaca narra en su libro Naufragios cómo el primer ciclón de que se tiene noticia, sorprendió en 1527 a los conquistadores en el Puerto de la Trinidad. El propio expedicionario refiere: “Oímos toda la noche, especialmente desde el medio de ella, mucho estruendo grande y ruido de voces, y gran sonido de cascabeles y de flautas y tamborinos y otros instrumentos, que duraron hasta la mañana, que la tormenta cesó”.
Eran los indígenas que intentaban, con tales danzas y ceremoniales, conjurar el furor de los vientos.
Durante una visita a la Cueva de Punta del Este, en Isla de Pinos, don Fernando encuentra en la representación del ciclón, el origen de los círculos concéntricos que hacen de dicha caverna la Capilla Sixtina de los aborígenes antillanos.
En sus inicios, nuestra música respondía a esa raíz, y luego se nutrió de la fuente española, de la cual vienen la guitarra y el laúd. Además, con gran riqueza se le incorporaron los tambores de distinto origen, tales como los que atesora el Museo de la Música; entre ellos, el juego de tambores de Arará, conjunto de gran antigüedad y belleza.
Las ceremonias religiosas de los africanos influyeron en la rumba cubana. Paralelamente, la saeta andaluza y el cante de los canarios hicieron reinar —por siempre y hasta hoy— la guitarra en los campos de Cuba. Los criollos cubanos agregaron a la guitarra el magnífico güiro y, aprovechando la singular sonoridad de nuestras maderas, las claves.
Comida, música… y la influencia de nuestra geografía.
(…) Cuando estamos en las capitales intramontanas de Europa, de África o de cualquier parte del mundo… queremos ver, aunque sea como en Montevideo en la orilla porteña, un falso mar. El mar nos es indispensable.
En realidad, no somos una sola isla grande, aunque nos cueste tomar conciencia de ello. El hecho de que exista otra, con tantos nombres: Isla de San Juan Evangelista, Isla de Pinos, Isla del Tesoro, Isla de la Juventud…, debía recordarnos que ni siquiera somos dos, sino mil 600 islas e islotes que forman un archipiélago.
(…) Y esa voluntad de transponer el mar creando puentes, a la par que mantenemos nuestra cultura, soberanía e independencia, es una urgencia para los que vivimos en esta isla. Así lo afirmaba, categóricamente, el padre Félix Varela: “Yo soy el primero que estoy contra la unión de la Isla a ningún gobierno, y desearía verla tan Isla en política como lo es en la naturaleza”.
El término de nación es territorial, singular…, pero la patria es moral y, como tal, abarca a los cubanos que están aquí o en cualquier lugar del mundo, y que sienten esa filiación y los deberes que ser cubano conlleva.
Esa constituye otra verdad que implica la cultura. La sangre llama, pero la cultura determina.
Discurso pronunciado por el Dr. Eusebio Leal Spengler, en el Teatro Camilo Cienfuegos del MINREX y para celebrar el Día de la Cultura Nacional, el 16 de octubre de 2003.