Eusebio Leal Spengler
Marzo 4, 2022
Con admirable devoción, Víctor Casaus ha abierto un espacio en la cultura cubana, dejando los merecidos lauros que tanto tiempo acumuló en su obra personal como intelectual y poniéndolos al servicio de una memoria, con la cual se ha identificado tanto, que si hoy podemos decir que Pablo de la Torriente Brau continúa presente en el pensamiento cubano, lo debemos -esencialmente- a dos cubanos: a Raúl Roa, que cultivó a lo largo de los años la inconsolable tristeza por la temprana partida de su amigo , y que lo honró en sus escritos, en la amistad y en la vida diaria; y a Víctor, que desde ese centro ha logrado convocarnos a todos para que esa llama de amor no se extinga.
A la luz de ella, arribamos en 2001 al centenario de Pablo, con la presencia y la tutela de Ruth, que, a lo largo de toda la vida, junto a su hermana -a quien recuerdo perfectamente en tantísimas oportunidades-, ha sido la fiel custodia de una memoria familiar que trasciende a Cuba, tejiendo un lazo fiel con Puerto Rico, y que nos acerca por la sangre derramada a la España irredenta de 1936.
La Guerra Civil era como el prólogo, el primer acto de un debate mayor que arrastró hacia los campos de batalla a un grupo numerosísimo de jóvenes que demostraron en aquellas viriles acciones que la gran España, la España de los pensadores y de los atrevidos luchadores por la libertad, había hallado eco en sus corazones.
No habían decursado cuatro décadas de la Guerra de Independencia de Cuba contra España cuando, por encima de la aparente paradoja, ese contingente fue a luchar en el suelo español por una causa española, pues era también una causa de humanidad. Hay esta tarde en la sala, en el patio gentil de esta casa, mujeres y hombres que participaron en la Guerra Civil Española. Cubanos, norteamericanos, españoles (…) que se han reunido para celebrar el primer centenario de Pablo.
Y ha comenzado este acto con esa maravillosa canción trovadoresca de Silvio Rodríguez que da cuerpo sonoro a los inmortales versos que están en la esencia de la despedida del duelo de Pablo, pronunciada por Miguel Hernández, el pastorcito de Orihuela; los versos apasionados que retratan el dolor de los compañeros que ve derrumbarse al primero de aquellos grandes soldados de la libertad que integraron el contingente de Cuba.
Un contingente que se unió a gente de otras naciones hispanoamericanas, a norteamericanos, a italianos, a húngaros (…) que se abrazaron en el sueño español por la República y por la libertad.
Las estrofas de Miguel Hernández son el más hermoso homenaje al que dejó sus huesos en Majadahonda, pero cuyo espíritu -como el del gran Capitán- saltó por encima de su tumba, proclamando que en la tierra de España quedaban sus restos, pero su gloria no.
De regreso, su gloria atravesaría, una vez más el océano para volver a este que fuera su mundo, su ámbito, el teatro de sus primeros y más grandes sueños. Era el sol de Cuba el que calentaba sus huesos, independientemente de que, en la hora postrera, fuese el de España el que iluminase sus ojos.
A Pablo debemos no solo ese ejemplo, sino su extraordinaria originalidad. Tan grande como su figura, que Raúl Roa describió en tantas ocasiones; aquella figura que sorprendió a los compañeros del presidio, en la cárcel terrible de la Isla de la Juventud -Isla de Pinos, entonces-, con sus ocurrencias, palabrotas, chistes (…), con sus retratos hablados de los compañeros y con aquellas cartas que leí en mi primera juventud en el archivo de Emilio Roig -también amigo suyo-, a quien, a dos tenores como Juan Marinello y con el propio Raúl, escribió esas maravillosas cartas que han llegado hasta hoy.
El centro Pablo ha promovido esas conmemoraciones ardorosamente. Víctor las ha propiciado anticipadamente, utilizando para ello, como ha dicho, todos los medios a su alcance.
(…)
Tenemos la suerte de hoy tener entre nosotros aquí a uno de los símbolos vivientes de la amistad del pueblo norteamericano con la España republicana y con Cuba.
A uno de aquellos hombres que lucharon en el contingente Abraham Lincoln y que hasta hoy defienden las causas más justas y más nobles, entre ellas la causa de pueblo cubano.
Al comenzar esta jornada por Pablo, considero indispensable decir esto, porque sin ello sería imposible explicar por qué se fue a derramar tan tempranamente aquella sangre en tierra española cuando todavía vivían los que habían sido en Cuba cautivos de las cárceles, cuando aún vivían los que volvieron del exilio en Chafarinas y en Fernando Poo, cuando aún vivía una buena parte de los que habían combatido en suelo cubano por la libertad.
Y es que en esa batalla se unieron cubanos y españoles, renunciando a todas las confrontaciones, abrazados por amor aunque alguna vez se hubiese servido a España por deber.
Para todos aquellos amigos de Pablo caídos en España junto a él, para los que lloraron su muerte en Majadahonda, para los que le acompañaron a la tumba secreta donde permanecen ocultos sus restos, nuestro pensamiento y nuestra gratitud. Y que aquellas lágrimas y aquellos cantos luctuosos entonados sobre su tumba, nos permitan hoy el sentimiento profundo de gratitud por todos los que de una parte u otra de la tierra han servido y amado a la causa de nuestro pueblo.
Y a Pablo, puertorriqueño, que soñaba continuamente en que Puerto Rico fuese también, como lo soñó Martí, una parte de la América Libre, nuestra memoria y nuestro tributo. A un Pablo que no ha muerto y no se ha ido, sino que vive entre nosotros.
Consideramos y creemos que esa trascendencia es cierta. No es solamente un ardid literario ni una ficción de la palabra, sino una gran verdad.
Cuando se deja en la obra una parte de la vida, cuando se deja en actos o en poesía un sueño, se vive más allá de la muerte, y esa es, como dijo Martí, un carro de gloria, un carro de hojas verdes, en que a morir nos han de llevar.
Para Pablo, nuestro recuerdo emocionado; para Pablo, nuestras flores; para Pablo, nuestros cantos; para Pablo, nuestros poemas y, desde luego, esta reunión de amigos que es, en realidad una multitud.
Porque a nuestra convocatoria, a estas cabezas canas y a estas otras cabezas jóvenes, se unen la de una miríada de compañeros que acuden hoy colmando el patio y colmado La Habana Vieja.
Por estos caminos que recorrió Pablo muchas veces para ir al despacho de don Fernando Ortiz, de la mano de Rubén Martínez Villena, de la mano de Raúl Roa, de la mano de los compañeros que formaron el primor de su generación (…).
Para Pablo, nuestros cantos y nuestra inacabable gratitud.
[Leal Spengler, E. (2005): “Pablo en el recuerdo”, en Patria Amada. Ediciones Boloña, La Habana, pp. 103-106]