Rolando E. Misas Jiménez
Enero 21, 2022
Este trabajo tiene el propósito de destacar las corrientes agronómicas de Inglaterra trasladadas a Francia y España, que formaron parte de las propuestas de Ramón de la Sagra en Cuba entre 1824 y 1834.
Se ha dicho que 30 o 50 años antes de comenzar en 1760 la Revolución Industrial en Inglaterra, ya existía al este del país, en la región con costa de Norfolk, una agricultura renovadora, adecuada a su entorno natural y social, proveniente del movimiento de los cercados a favor de unidades no tan grandes, que se inspiraba en la experiencia adquirida en Flandes, Bélgica, en el siglo XVII por los contactos comerciales y culturales compartidos a través del mar del norte. De esa manera, se desarrolló la agricultura integral de los campesinos arrendatarios de Norfolk, la cual eliminaba el tradicional barbecho y la primacía exclusiva del trigo, en aras de producir el suelo de manera variada y sin depauperarlo, mediante el uso del sistema de rotación con trigo, pastos y forrajes, y ganado, favorecido, además, por el aprovechamiento del abono animal. Pero en 1731 se le añadió una innovación productiva, muy intensiva en su especialización a costa del suelo, que puso en serio peligro las bases originales del equilibrio agricultura-ganadería, presentes en Norfolk.
La fama del sistema rotatorio y del empleo del abono animal en esta región llegó por vía oral a otras regiones inglesas, y dio lugar a la visita de Jethro Tull, un pudiente agrónomo práctico, quien publicó por primera vez en 1731, en Londres, los pormenores de esa agricultura integral en su libro The horse hoeing husbandry or An essay on the principles of tillage and vegetation, aunque les restó importancia, para así exaltar su propuesta especializada por ser más atractiva a los terratenientes y arrendatarios ingleses del centro y este del país. De hecho, logró ese propósito utilitario gracias a la campaña publicitaria del libro, la cual continuó en 1733, con la segunda edición, para promover el uso indefinido de arados tirados por caballos, para remover la tierra de manera profunda y constante, hasta pulverizarla en partículas diminutas, creyendo que eran absorbidas por las raíces del trigo al igual que el agua y el aire. El proceso intensivo de labores mecánicas era facilitado por el trazado de hileras y el amplio espacio entre las plantas de trigo para que pasara continuamente el arado. Con este tipo de operación, Tull creyó innecesario el empleo de abono animal.
La popularidad de la especialización mecanizada de Tull desplazó la que tuvo el sistema totalizador de agricultura en Norfolk. El agrónomo inglés simplificó la actividad agrícola para los campesinos arrendatarios de su país y abrió el camino para que llegaran a la agricultura, los avances de la Revolución Industrial con la fabricación de implementos, realizados con hierro, para garantizar que fueran más sólidos, duraderos y eficientes en desmenuzar el suelo.
Las opciones de agricultura presentadas en el libro de Tull llegaron a Francia gracias a la traducción literal de Henry-Louis Duhamel de Monceau, publicada en París en 1750. Sin embargo, el agrónomo francés puso a prueba ambas propuestas durante varios años en función de los grandes propietarios y de los arrendatarios del régimen feudal en su país. De esa forma, fue creativo por ofrecer, en 1762, sus propios criterios en el libro Eléments d´agriculture. Así disintió de la primacía del trigo y del dogmatismo de Tull con las labores continuas del arado al aprobar la alternativa con prados artificiales, aunque no desechó el método intensivo mecanizado en determinados cultivos, aplicable con los arados franceses, ni descartó los cultivos provenientes de conveniencias regionales.
En definitiva, las dos variantes de agricultura inglesa insertados en el libro de Tull y la simbiosis hecha por Duhamel continuaron vigentes en Francia después del inicio de la Revolución Burguesa en 1789, de acuerdo a las perspectivas utilitarias que fueran más convenientes a la transformación efectuada en la estructura agraria, dada la presencia significativa de pequeños campesinos propietarios, aunque no desaparecieron totalmente los terratenientes y los arrendatarios ni la tradicional agricultura con barbecho.
Las valoraciones y aportaciones experimentales de Duhamel llegaron a España a través de la traducción efectuada en 1805 por Casimiro Gómez Ortega, director del Real Jardín Botánico de Madrid, la cual tuvo una segunda edición en 1813, ambas tituladas Elementos teórico-prácticos de agricultura. No obstante, las limitaciones estructurales de la gran agricultura especializada española restringieron el alcance del cultivo integral presente en esta obra y en importantes publicaciones seriadas. Así ocurrió con el Semanario de Agricultura y Artes de la Sociedad Económica de Amigos del País en Madrid (1797-1808) y las Memorias de Agricultura y Artes de la Junta de Comercio de Barcelona (1815-1821), las cuales tenían pocas referencias sobre las alternativas de cosechas, lo mismo sucedió con las plantas forrajeras y prados artificiales en los tratados de agricultura publicados entre 1808 y 1820 por los botánicos-agrónomos Antonio Sandalio de Arias (Cartilla elemental de agricultura, 1808, Lecciones de agricultura, 1816), Claudio Boutelou (Elementos de agricultura, 1817) y Agustín de Quinto (Curso de agricultura práctica, 1818).
En buena medida, predominaban los criterios de los clásicos agrícolas entre los autores mencionados para intentar un mejoramiento de la agricultura, sin modificar previamente la estructura agraria. Así ocurrió con las “Adiciones” a la Agricultura General de Gabriel Alonso de Herrera, cuya primera edición fue en 1513, que volvió a publicarse en 1818 y 1819 por iniciativa de la Real Sociedad Económica Matritense. Sin embargo, en 1822, durante el efímero Trienio Liberal, se publicó la Cartilla Agraria del coronel José Espinosa, bastante atrevida por proponer una alternativa de cultivos cercana a los deseos de Duhamel [1]. Por tanto, no hubo cambios agrarios en el caso español que fueran comparables a los de Inglaterra y Francia, y esta circunstancia inhabilitaba el desarrollo integral de la agricultura al estilo de Norfolk. Por eso las dificultades presentadas por la agricultura española y la literatura agronómica indicada, encabezada por el libro de Duhamel, se manifestaron igualmente en el ámbito intelectual en que estuvo La Sagra en el Ateneo de Madrid, donde realizó estudios de botánica entre 1820-1821 con Mariano Lagasca, catedrático del Real Jardín Botánico.
La Sagra comenzó en 1824 su trabajo en el Real Jardín Botánico de La Habana, donde hizo estudios económicos y organizó colectas y herbarios [2], pero muy pronto atendió la Botánica agrícola y la Agronomía gracias al financiamiento proporcionado por el superintendente de Hacienda, el hacendado y comerciante Claudio Martínez de Pinillos, conde de Villanueva, quien diera también su apoyo para crear en 1829 la Institución Agrónoma de La Habana, con el propósito de estudiar nuevos cultivos comerciales que pudieran ser más lucrativos que los tradicionales.
La conversión de La Sagra en agrónomo oficial se produjo en un contexto económico en que predominaba la agricultura especializada de plantaciones con esclavos, que disponía además del servicio práctico de pequeños campesinos arrendatarios. En torno a la estabilidad de este negocio, se conjugaban los intereses de los hacendados y del colonialismo español que fueron responsables de los fracasos de la Botánica, la Agronomía y la concepción integral de la ciencia, ocurridos antes de llegar La Sagra y luego que se estableciera en La Habana, por carencia de apoyo financiero, desinterés oficial y fuertes represalias.
Vale la pena mencionar algunos ejemplos. Entre 1822-1823 se dio el fracaso de los diputados a las Cortes en Madrid y de los planes del sacerdote Félix Varela por la autonomía política, la abolición gradual de la esclavitud y la creación en el Colegio de San Carlos de una universidad aglutinadora de múltiples cátedras. En 1826 fue prohibido el Ensayo político sobre Cuba de Alexander von Humboldt y se malogró el proyecto de academia de ciencias. Igualmente se frustraron el proyecto de Instituto Cubano (1833) y la permanencia de la Academia Cubana de Literatura, unida al destierro de José Antonio Saco (1834). Se hizo evidente que el asfixiante ambiente intelectual de Cuba perjudicaba el surgimiento de sabios y de la agricultura integral, inspirada en la concepción de Norfolk y basada en los pequeños propietarios y arrendatarios. Así lo indica la refutación hecha en 1823 en un periódico habanero a las críticas de un extranjero sin identificar, muy parecidas a las del alemán Humboldt, para advertir a los discípulos cercanos a Varela de abstenerse a participar en la creación de talentos relevantes dado el interés, casi exclusivo, por el progreso de la industria azucarera y la importación de las tecnologías fabriles europeas [3].
Esta situación influyó el trabajo de La Sagra en la Institución Agrónoma [4]. Así hubo contradicciones en el desempeño del agrónomo español. En 1831 sugirió que los estancieros (campesinos propietarios y arrendatarios) del perímetro rural o semirrural de La Habana adoptaran la rotación de cultivos (esencia fundamental de la propuesta integral inglesa y francesa), pero no indica cómo hacerlo. Entre 1829 y 1834 quiso que la Institución Agrónoma funcionara como si fuera una escuela práctica de agricultura al estilo europeo para campesinos pobres. Deseaba enseñar la teoría agronómica integral al pequeño campesino criollo, pero muy pronto llegaron las dificultades con el plan de estudios. Tuvo que descartar el estudio experimental de los cultivos (caña de azúcar, café y tabaco) y del ganado que eran habituales en el campesino criollo y, en cambio, prefirió cultivos desconocidos que sirvieran para abastecer de materias primas las futuras fábricas de la burguesía industrial española, basado en el concurso financiero de los hacendados y comerciantes de Cuba, como en el caso de Villanueva. Por esa razón, sus principales resultados fueron con cultivos especializados, obviando la rotación y el empleo de abonos animales.
En 1828 había confeccionado una cartilla para el cultivo del cacao, pero en 1834 publica las memorias sobre el cultivo y fabricación del añil y sobre el cultivo de la morera y crianza del gusano de seda. En este mismo año presenta su memoria sobre arados [5], mostrando así un parecido con las preferencias especializadas de Tull al destacar los ensayos de arados franceses y la construcción de otros realizados en la Institución Agrónoma en 1832 y 1833 [6]. En el mismo año de la publicación de esa última memoria, señalaba que los experimentos eran favorables a los arados franceses y no a los introducidos desde los Estados Unidos de América [7]. De igual manera, se lamentaba que no pudo hacer experimentos en tierras de otras localidades y que, por eso, no podía establecer una teoría general sobre el uso de los arados [8]. Más allá de las oportunidades de laboreo profundo y de siembra en hileras con los esclavos, La Sagra no dijo que reducía la cantidad de esclavos que antes trabajaban manualmente en esa actividad [9]. El agrónomo español salió de Cuba en 1835 con el encargo oficial de preparar y publicar en Francia su historia política, económica y natural. En 1860, durante una visita a Cuba, se consideró una víctima de la insensibilidad de los hacendados por la ciencia integral. A esa causa atribuyó su inconformidad por los resultados conseguidos en 1834 como agrónomo oficial:
Aquí el materialismo es grosero, puramente práctico, de conveniencia, de egoísmo; no se funda en ideas de escuela, no se prevé una reacción filosófica contra él. Inherente a la vida de la especulación material, absorbe, domina y ahoga la intelectual, sin dejarla un solo aliento para lo grande y lo sublime. [10]
Notas
* Conferencia presentada en el II Coloquio Presencias Europeas en Cuba, 2018, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.
[1] Véase T.S. Ashton: La Revolución Industrial, 1760-1830, Fondo de Cultura Económica, S.A., México, 1988, pp.37-38, 77-78; Ernest Lluis, Lluís Argemí, D´Abadal: Agronomía y fisiocracia en España (1750-1820), Institució “Alfons El Magnánim”, Institució Valenciana d´Estudis i Investigació, Valencia, 1985, pp. 9-13, 24-34.
[2] Miguel Ángel Puig-Samper, Mercedes Valero: Historia del Jardín Botánico de La Habana, Ediciones Doce Calles, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Aranjuez, 2000.
[3] Rolando E. Misas Jiménez: La trampa del lucro. Presencia en los agrónomos de Cuba (1796-1860), Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 2016, p. 126.
[4] La visión se completa en Ibídem.
[5] Ibídem, pp. 133-136.
[6] Ramón de la Sagra: Memorias de la Institución Agrónoma de La Habana, Imprenta de Palmer, La Habana, 1834, pp. 1-42.
[7] Ibídem, pp. 43-44.
[8] Ibídem, p. 54.
Rolando E. Misas Jiménez: Licenciado en Historia por la Universidad de La Habana. Doctorante. Fue investigador del Centro de Estudios de Historia y Organización de la Ciencia entre los años 1983 y 2000, del Instituto de Historia de Cuba durante 12 años y en la actualidad es investigador en el Archivo Nacional de Cuba. Es autor de los libros El trigo en Cuba en la primera mitad del siglo xix, Génesis de la Ciencia agrícola en Cuba que obtuvo, en 2010, el Premio Anual de Investigación Cultural del Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello y La trampa del lucro. Presencia en los agrónomos de Cuba, 1796-1860, con la Mención Anual de Investigación Cultural en 2017. Es miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba y de la Sociedad Cubana de Historia de la Ciencia y la Tecnología.