MSc. Bárbara Oneida Venegas Arbolaez
Septiembre 10, 2021
“Nuestro refranero viene de muchas partes, y viene
—y sigue viniendo—, de nuestra diaria experiencia,
de los medios rurales casi siempre”.
Samuel Feijóo
Breve conceptualización sobre el refrán
En 1950 Julio Casares define el refrán en su libro Introducción a la lexicografía moderna y lo incluye, junto con la frase proverbial, dentro de los tipos fundamentales de “combinaciones estables de palabras” [1]:
El refrán es una frase completa e independiente que en un sentido directo o alegórico, y por lo general en forma sentenciosa o elíptica, expresa un pensamiento —hecho de experiencia, enseñanza, admonición— a manera de juicio, en el que se relacionan al menos dos ideas” [2].
Otros autores, como Zoila Victoria Carneado, reafirman ese criterio de que los refranes forman una unidad que por su estructura gramatical constituye combinaciones predicativas de palabras y oraciones. Esta investigadora establece la denominación “expresión fraseológica” para los refranes, proverbios, clichés y otras formaciones, como “aquellos giros que en su composición y uso no sólo son semánticamente divisibles, sino que están compuestos de palabras con significación libre”, en cita del lingüista ruso M. M. Shanski [3].
En este caso, ¿qué se entendería de esa última expresión? Precisamente, la riqueza y perdurabilidad del refrán en condiciones históricas y socioculturales diferentes radica en el carácter polisémico del enunciado en el discurso del hablante, en las múltiples posibilidades de la comunicación y en la connotación que pueden adoptar las palabras para nombrar las cosas o explicarlas dentro de una nueva realidad. En este punto hay que preguntarse si estas características del refrán lo asemejan, en su proceso de configuración, al del lenguaje tropológico en su “doble conformación —gnoseológica y lingüística— que le confiere un alto grado de universalidad: entidades como el símil, la metáfora, el símbolo, etcétera, existen en todas las tradiciones literarias, manifestándose en estructuras semejantes” [4]. Son recursos que se emplean, más allá de fronteras clasistas o de otro tipo; para Dorothy Mack “Los hablantes usan la metáfora cada vez que explicar algo literalmente resulta muy largo, algo es muy complejo de analizar o, más aún, resulta imposible” [5]; y para Mirta Aguirre “la poesía, en suma, es un esfuerzo por abarcar, con pocas palabras, gran número de cosas” [6].
Sobran ejemplos en nuestro refranero para argumentar estas afirmaciones: una metáfora tan usada que ya los hablantes la perciben como lenguaje común en “Candil de la calle, oscuridad de la casa”, para referirse al que se ocupa más de las cosas ajenas que de las propias; imágenes del lenguaje coloquial guajiro como “La yagua que está pa’ uno no hay vaca que se la coma”, para proclamar el ineludible destino humano; personificaciones del estilo de “En lo que el hacha va y viene, descansa el palo”, en la referencia a la necesidad de ganar tiempo para algo; o la simpática “Como la gatica / de María Ramos, / que tira la piedra / y esconde la mano”, para criticar la hipocresía y la manipulación.
Pienso que el refrán comparte con la poesía su intención de decir mucho con pocas palabras y de comunicación de un conocimiento, la utilización del lenguaje figurado y también recto. Desde ese punto de vista, no pertenece a ningún estrato en particular, posee movilidad social y cultural, transita por diversas épocas y puede caer en desuso o lograr vigencia de acuerdo con las circunstancias históricas que contribuyen a su existencia. De ahí el uso, en muchas ocasiones, de combinaciones alusivas a realidades del pasado, por ejemplo: “Tanto va el cántaro a la fuente, hasta que se rompe”; “De casta le viene al galgo”; “Agua pasada no mueve molino”; o “Matrimonio y mortaja / del cielo bajan”.
Contexto histórico del refrán como representación cultural
La llegada de los contingentes hispánicos a América a finales del siglo XV y la fundación de las primeras villas a continuación significó un choque cultural donde el español como lengua de los vencedores devino el más activo vehículo de penetración cultural, el logos dominante como expresión de poder y legitimidad de toda actividad de habla y de escritura.
Al igual que otras villas de tan antigua estirpe, Trinidad y Sancti Spíritus fueron tierras de promisión para oleadas de hidalgos sin fortuna, burgueses emprendedores, eclesiásticos, campesinos, moros y judíos de la diáspora posterior a la reconquista española; y también aventureros y presidiarios. Llegaron transculturados, pero aquí lo fueron aún más, al incorporarse al ajiaco el indígena y el esclavo africano. La suya fue la palabra del otro, del que no tiene voz oficial, y sin embargo, nutrió de formas y decires de allende el océano el habla regional —vocablos y giros idiomáticos de origen árabe, kikongo, yoruba, castellano y otras lenguas romances y anglosajonas— e incorporó la base aruaca, náhuatl, quechua, a un léxico que se hacía día a día en el trasiego de mercancías, en el desmonte del bosque para fomentar fincas ganaderas e ingenios, en el ruido vocinglero e insolente de las calles y el mercado.
La palabra recrea cualquier imagen y su poder inmanente recorre las vías públicas y también se despliega en los rincones más recónditos de la vida de los ciudadanos. Sin el verbo la comunidad no tiene identidad. Su valor como expresión de la memoria es lo que inmortaliza los acontecimientos de la vida cotidiana e, indudablemente, es lo primero, que nombra, comunica, construye, destruye y reconstruye la representación de la realidad.
Procedentes de una cultura básica de producción y servicios agrícolas, los conquistadores-colonizadores la introdujeron en Cuba y hasta principios del siglo XX el componente étnico hispánico predominante fue de origen campesino, con marcas muy fuertes en los inmigrantes canarios en regiones de la provincia espirituana, registrados ya en el XVIII y el XIX en Trinidad y de afluencia notable en las primeras décadas del XX en Cabaiguán y Guayos, por ejemplo.
Este campesinado, que, como se sabe, es una de las savias nutrientes del criollaje y se integra en el campesinado cubano, aporta su aprehensión cultural del mundo que lo rodea desde sus experiencias vitales en un medio rural; sus signos lingüísticos y sus imágenes representativas son, por tanto, propios de ese medio y viajan con ellos por campos y ciudades, son acogidos y transformados por la práctica de cada día. En ellos se cumple lo que planteara el teórico Yuri M. Lotman:
El objeto que se presenta a sí mismo (que sirve para fines prácticos) ocupa, en las estructuras del código cultural, los niveles de valor más bajo, a diferencia del objeto que es signo de otra cosa (del poder, la santidad, la nobleza, la fuerza, la riqueza, la sabiduría, etcétera) [7].
Si se analiza el refrán desde este punto de vista, es posible comprender la humildad de su representación y a la vez su importancia como recurso gnoseológico en el habla de todos. Dentro de la temática rural sus indicadores son variados: la naturaleza y en ella, plantas y animales, fenómenos naturales y accidentes geográficos; filosofía de la existencia y la muerte, el de mayor amplitud, que se puede desglosar en la vida, la muerte, el destino, la religión, la suerte, las virtudes y los defectos humanos; y oficios y profesiones, donde se incluyen los instrumentos de trabajo.
Conclusiones
El predominio de tópicos rurales no admite discusión; en ellos están presentes la naturaleza con sus componentes, flora, fauna, accidentes geográficos, fenómenos naturales; la filosofía de la existencia y la muerte, con sus referencias al destino, la religión, la suerte, las virtudes y los defectos humanos; los oficios y profesiones con los instrumentos de trabajo como su correlato.
El componente étnico de raíz hispánica posee una base social campesina de gran densidad en Trinidad y Sancti Spíritus, con gran fuerza en la oralidad, y transmite códigos culturales vinculados con los objetos y la práctica de la vida cotidiana en el mundo rural.
La ruralización del refrán en Trinidad y Sancti Spíritus es una característica común que comparten con otras regiones del país, y responde a razones históricas y socioculturales avaladas por la permanencia de una cultura agrícola. Constituye además un rico reservorio de recursos poéticos propios del lenguaje tropológico que emplea el hombre para dotar de significado las palabras para aprehender y explicar la realidad circundante.
Notas
* Conferencia presentada en el III Coloquio Presencias Europeas en Cuba, 2019, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.
[1] Alfaro Echevarría, Luis. “Fisonomía y estilo de un refranero”. Revista Islas, nº 103: 126, sept.-dic. 1992.
[2] Ibídem, p. 125-126.
[3] Carneado Moré, Zoila V. La fraseología en los diccionarios cubanos. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1985, p. 40.
[4] Rodríguez Rivera, Guillermo. Sobre la historia del tropo poético. La Habana, editorial Letras Cubanas, 1985, p. 11.
[5] Citada por Rodríguez Rivera, p. 49.
[6] Ibídem.
[7] Citado por Rodríguez Rivera, op. cit. (6), p. 36.
Bárbara Oneida Venegas Arbolaez: Licenciada en Filología y Máster en Ciencias de la Educación. Diplomada en Filosofía por la Universidad de La Habana. Investigadora auxiliar. Es profesora auxiliar adjunta del Centro Universitario Municipal de Trinidad y correctora de la revista Tornapunta y otras publicaciones de la Oficina del Conservador de Trinidad y el Valle de los Ingenios. Es miembro de la Uneac, la Unión Nacional de Historiadores de Cuba y la Sociedad Cultural José Martí. Posee el premio nacional Emilio Roig de Leuchsenring, 2012; y el provincial Pérez Luna, 2014; ambos de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba. Su desempeño profesional se ha concentrado en el sector de la cultura, sobre todo como especialista de literatura y bibliotecas, investigadora de historia y cultura regional y promotora cultural. Tiene publicaciones en revistas y libros. Actualmente trabaja como especialista en la biblioteca municipal de Trinidad.