Toda rebelión de forma arrastra una rebelión de esencia.
José Martí
MSc. Yainet Rodríguez Rodríguez y MSc. Dúnyer Pérez Roque
Mayo 19, 2021
A unos días de cumplir los 18 años de edad, ese excepcional hombre al que llamamos apóstol, maestro y héroe nacional, fue exiliado a España, luego de cumplir 10 meses de presidio. A partir de entonces, este muchacho que apenas comenzaba la primera juventud vivirá en constante trasiego entre múltiples países, teniendo siempre como móvil fundamental la independencia de Cuba. España fue su primer destino. Siendo aún niño, entre 1857 y 1859, la familia se había trasladado a Valencia, tierra natal de su padre. Doce años después regresó nuevamente, pero en circunstancias diferentes. Había sido deportado como resultado de sus ideas revolucionarias. Esta fue su estancia más larga (1871-1874), la que coincidió con su momento de mayor producción intelectual en la Península y donde conoció Madrid, Zaragoza, Cádiz y Sevilla. El tercer momento ocurre tras su segunda deportación. Solo estuvo dos meses (entre octubre y diciembre de 1879) y recorrió Santander y Madrid.
Estos años de estancia en España serán un tiempo de formación en el que un joven Martí, ávido de conocimiento, interesado en la cultura, en la política y en todo lo que sucede a su alrededor, se nutrió de cuanto el contexto le ofreció. Asistió a teatros y tertulias, concurrió asiduamente a las bibliotecas, escuchó a los oradores en las Cortes, se reunió con los cubanos emigrados y entabló amistad con políticos, artistas, dramaturgos y poetas. Visitó el Museo del Prado y alabó los pinceles de grandes maestros españoles: Velázquez, Goya, Fortuny y los Madrazo; estos últimos, artistas contemporáneos consigo.
Apenas haber arribado, y después de legalizar sus documentos y obtener cédula de seguridad, se matriculó como alumno de enseñanza libre en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid -actual Universidad Complutense-, en Derecho político y administrativo, y en Economía política y estadística. Más tarde, en 1873, se dirigió a Zaragoza, donde culminó el bachillerato, que ya había empezado en La Habana y se inscribió en la universidad de esta ciudad tras solicitar el traslado de su anterior casa de altos estudios. En 1874 obtuvo las licenciaturas en Derecho civil y canónico, y en Filosofía y Letras, títulos de los que no pudo finalmente disponer por no poder abonar los 240 reales requeridos. En 1995, a razón del centenario de su muerte en Dos Ríos, el estado cubano, a través de la Universidad de La Habana, solicitó a la Universidad de Zaragoza la expedición de sus dos títulos universitarios, los cuales fueron entregados en muestra de respeto y de reconocimiento tardío a uno de sus más célebres estudiantes.
Martí, aunque joven es, no se rindió únicamente a su insaciable hambre intelectual y a los fulgores del ámbito artístico-literario. En su humilde habitación de Desengaño No.10 escribió en ese mismo año el Presidio político en Cuba, un ensayo testimonial en el que expone las crudas arbitrariedades del gobierno colonial en la isla y en el que da muestras tempranas de su talento literario, su originalidad expresiva y su pensamiento. Este conmovedor alegato inquietó a Antonio Cánovas e hizo que el Ministro de Ultramar guardase el nombre de su autor. Estando en Madrid ocurrió en Cuba el fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina y, al año siguiente, al cumplirse el primer aniversario de este acontecimiento, fijó una hoja en diversas esquinas de la capital para recordar este oprobioso crimen. En 1873 se publicó el poema A mis hermanos muertos el 27 de noviembre en el libro Los voluntarios de La Habana, de Fermín Valdés Domínguez.
En ese mismo año, viviendo en la capital española, escribió una obra cumbre para la historia de Cuba: La República española ante la revolución cubana, tras la abdicación del rey Amadeo I de Saboya y la proclamación de la República. Martí escribió sobre cómo debe actuar del nuevo gobierno español y el derecho que también les asiste a los cubanos a ser libres e independientes. Les recuerda a los republicanos que no se podía tener carácteres liberales y conservadores a la vez; liberales para España y conservadores para Cuba. Otros textos saldrían de su pluma: el cuento Hora de lluvia, dedicado a Blanca de Montalvo, su novia en Aragón; y el drama en tres actos Adúltera, en 1874, los cuales muestran rasgos de las inquietudes del escritor modernista. Con ojos críticos analizó la realidad española, no sin dejar de expresar su admiración por ese país. Esa dualidad evidente se encuentra a lo largo de su obra: “A España se la puede amar, y los mismos que sentimos todavía sus latigazos sobre el hígado la queremos bien; pero no por lo que fue ni por lo que violó, ni por lo que ella misma ha echado con generosa indignación abajo, sino por la hermosura de su tierra, carácter sincero y romántico de sus hijos, […]”.
En dos ocasiones, José Martí estuvo en París. En ambas oportunidades la estancia fue brevísima y, sin embargo, el impacto de lo que vio y vivió pareció haberle dejado una honda impresión. La primera fue a finales de 1874, cuando iba con destino a México, a reencontrarse con sus padres y hermanas. Recorrió la ciudad, visitó museos y conoció a Auguste Vacquerie, de quien tradujo un poema y es por medio de él que presumiblemente conoció a Víctor Hugo. Allí escribió la obra de teatro Amor con amor se paga, que fue llevada a escena en México el 19 de diciembre de 1875. El segundo viaje fue en 1879, luego de ser nuevamente exiliado, antes de emprender rumbo a Nueva York. En esa oportunidad disfrutó de la actuación de la excepcional Sarah Bernhardt. Admiró Martí el concepto de libertad nacido de la Revolución: “[…] Francia es la patria de los hombres, y la madre generosa de su libertad, que riega siempre con su sangre los árboles que siembra”. A lo largo de su quehacer periodístico escribió numerosos artículos sobre las actualidades culturales y científicas sucedidas en el país galo y en buena parte de ellos se siente su fervor. Sin embargo, Martí no comulga ciegamente a la pasión por lo francés, como varios de sus contemporáneos, que ponderaron servilmente lo extranjero.
Los años que Martí reside en Europa coinciden con esos que suelen ser fundamentales en la vida de cualquier persona: aquellos en los que se transita de la juventud, con sus vanidades, deslumbramientos y emociones cambiantes, a la adultez, en la que todo parece tomar un cariz más definitivo. A contrapelo de los pesares espirituales y físicos que padeció, es en la Península donde se adentró en los vericuetos de la política y la administración española y donde consolidó su corpus de ideas independentistas. Es allí donde se hizo de una sólida formación en la ciencia jurídica que, de seguro, le ayudó a posteriori a encauzar su proyecto político. Afinó su sensibilidad, acrecentó su conocimiento sobre la tradición cultural y filosófica occidental la que concilió con una esencia de identidad criolla, que puede apreciar como singular y más suya entre todas. Y, ante todo, eligió por sobre cualquier otro futuro posible para sí abrazar el anhelo de la libertad de Cuba como ese bien superior al cual dar su vida.
Notas
[1] “Rafael Pombo”, OC 7:405.
[2] “Italia”, La Opinión Nacional, Caracas, 1882, OC 14:484.