Los lectores de tabaquería forman parte del patrimonio cultural de Cuba. Esta actividad es reconocida como una de las praxis lectoras más avanzadas de su tiempo, además de su vinculación con las luchas independentistas de nuestra historia.
Don Fernando Ortiz, en El contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, hace referencia a un testimonio del reverendo Manuel Deulofeo que aseguraba que el primer lector de tabaquería que hubo fue en la villa de Bejucal, en 1864, llamado Antonio Leal. Al respecto de La Habana, apunta que “la lectura se introdujo en las tabaquerías en 1865, a impulso de Nicolás Azcárate y fue la fábrica El Fígaro la primera que permitió la lectura en sus talleres”. Al año siguiente se sumó el taller de Jaime Partagás y muchos más.
Fernando Ortiz consideraba esta práctica de suma importancia, ya que “por medio de la lectura en alta voz, el taller de tabaquería ha tenido su órgano de propaganda interna”. Agrega que: “la mesa de lectura de cada tabaquería fue, según dijo Martí, tribuna avanzada de la libertad. Cuando, en el año 1896, se agitaba Cuba revolucionaria contra el absolutismo borbónico y guerrea por su independencia, un bando gubernativo del 8 de junio de 1896 hace callar las tribunas tabaqueras”.
Pero no fue esta la única ocasión. Sufrieron amenazas y suspensiones por parte de las autoridades en distintas ocasiones: se censuraron libros y periódicos, calificados como “inaceptables” por el colonialismo español.
Sin embargo, la tradición continuó y llega a nuestros días como elemento indisoluble de la cultura cubana y la práctica de la lectura. La lectura de tabaquería y el lector son figuras históricas que han contribuido a elevar la cultura de muchas familias cubanas. Por sus valores y la condición de ser una actividad única en todo el mundo, fue declarada en 2012 Patrimonio Inmaterial de la Nación.