dest Dos paradigmas de modernidad en Sntgo de Cuba

Dos paradigmas de modernidad en el Santiago de Cuba decimonónico. Grabado y fotografía franceses

Dos paradigmas de modernidad en Sntgo de Cuba

Aida Liliana Morales Tejeda

Enero 15, 2021

 

La inmigración francesa asentada en Santiago de Cuba desde fines del siglo XVIII, luego de la revolución de Saint Domingue, y consolidada como una pujante colonia en las tres primeras décadas de la centuria decimonónica, fomentó, difundió sus costumbres y contribuyó notablemente a canalizar el proceso modernizador en toda la sociedad santiaguera. De manera que su savia, el nuevo modelo de vida que irradió, así como las novedosas formas de comportamiento que aportaron, han llevado a decir a historiadores como Juan Pérez de la Riva que “sólo la región oriental conservó una población francesa compacta y durable que impuso su lengua y modo de vida” [1]. Mientras, el destacado intelectual José Antonio Portuondo aseveraba que impuso un “[…] ambiente de refinada cortesía [que] fue desbravando la parda adustez de la colonia y fue naciendo en el ánimo propicio del criollo una manera más alta de sensual refinamiento” [2].

En esas oleadas arribaron personas con disímiles profesiones, algunos dedicados a diversas manifestaciones de las artes plásticas, quienes coadyuvaron a impulsar su práctica y desarrollo. Para ello, además de los talleres y las escuelas privadas, fueron inauguradas numerosas academias, hasta fundar la Academia de Dibujo Natural Príncipe Alfonso (1859). Dirigida inicialmente por Buenaventura Martínez, en ella se hicieron patentes los cánones del academicismo de influencia europea, fundamentalmente francesa y española, en temas como el paisaje y el retrato los cuales marcaron el quehacer de los pintores santiagueros del siglo, entre ellos: Joaquín Cuadras, Baldomero Guevara (Merito), José Uranio Carbó, Federico Martínez Matos y Félix y José Joaquín Tejada Revilla.

Uno de los rubros privilegiados fue el grabado, el cual ha llegado a la actualidad como una de las manifestaciones con mayor solidez, creatividad artística y con características muy propias que permiten hablar de una escuela santiaguera en esta manifestación, aún por estudiar en toda su magnitud.

Un instrumento relevante para la promoción y desarrollo de la litografía y otras artes de impresión fue la prensa, a partir de los anuncios publicitarios que además del texto incorporaban imágenes, algunas de una calidad artística indudable. En Santiago de Cuba El Diario Redactor [3], desde inicios de la década de 1840, sostuvo un espacio para la publicidad. Era, en términos actuales, un potente dinamizador subliminal que determinaba que sus potenciales consumidores fijaran algunos productos, al subrayar su eficacia y las ventajas que obtendrían al comprarlos.

Por su parte los establecimientos dedicados a la comercialización de ropas se valieron de las posibilidades de las ilustraciones como forma de promoción. Un ejemplo fehaciente, lo encontramos en el reconocido sastre francés Augusto Arnoult, quien supo aquilatar la importancia de la imagen como forma de promoción; por ello contrató los servicios del litógrafo G. Chavrol de Burdeos, para que le estampara los comprobantes de recibo de la mercancía. Tal acción es indicativa del constante intercambio con la ciudad francesa, potente en su desarrollo cultural y con una escuela pujante de grabado.

El cartógrafo y miniaturista Luis Francisco Delmés [4], establecido en Santiago de Cuba en 1832, tuvo una academia de dibujo de pintura y grabado, con diferentes ubicaciones dentro del tejido urbano local, grababa armas, bastones, cristalería, de manera que su quehacer contribuyó al impulso modernizador de las costumbres y las maneras de vivir de los santiagueros decimonónicos. Sus planos, realizados en 1833, 1840, 1845, 1856, 1857, 1858, 1860 y 1861, resultan elocuentes por la minuciosidad extraordinaria con las que recrea la ciudad y sus principales edificaciones.

También practicaban este trabajo los litógrafos Emilio L. Lamy y Carlos Collet. Ambos recorrieron en 1861 el Departamento Oriental con el propósito de dibujar y litografiar distintos lugares de esta vasta región. El periplo dio por resultado la publicación, en noviembre de 1862, del Álbum pintoresco del Departamento Oriental de la Isla. Colección de vistas de ciudades, villas, pueblos, ingenios, cafetales y paisajes, influido por el Álbum Isla de Cuba pintoresca dibujado y litografiado por el bordelés Federico Miahle que fuera realizado dos décadas antes en La Habana.

El Álbum pintoresco del Departamento Oriental de la Isla, fue una obra de inspiración romántica y mostraba una portada lujosamente cromolitografiada, lo cual es indicativo del adelanto de su taller litográfico, a la altura de los habaneros que habían introducido en 1860 las máquinas procedentes de Francia para la realización de este tipo de reproducción. Contenía 32 litografías, cuyas vistas principales se correspondían con el paisaje geográfico y social de la Isla, al incluir las ciudades de Santiago de Cuba, Manzanillo, Baracoa, Nuevitas, Camagüey, Gibara, Holguín, Las Tunas y El Cobre “y demás pueblecillos pintorescos. Los ingenios, cafetales y paisajes serán los más importantes y pintorescos” [5].

Su entrega se dividió en ocho partes, cada una con cuatro imágenes a medio iluminar con filete dorado, incluía gratuitamente un plano grabado de la ciudad de Santiago de Cuba; se referiría posiblemente al que dos años antes litografiara Lamy sobre la base del dibujo ejecutado por el empleado de Obras Públicas José López. El costo de cada entrega de cuatro láminas “a medio iluminar” sería de 2 pesos 12 reales. No habría que desembolsar ningún monto hasta no recibir la entrega. Noventa y cinco suscriptores apoyaron la idea, todos pertenecientes al patriciado de la zona oriental.

Se recalcaba la habilidad del dibujante y litógrafo Collet y del establecimiento de impresión de Lamy, pues las vistas evidenciaban la limpieza del tiro a dos colores y un fino dibujo. Muchas de estas obras también sirvieron como parte de las ambientaciones de la vivienda.

De estas obras, algunas se localizan en la Biblioteca Nacional José Martí, y algunos investigadores, entre ellos Zoila Lapique han hecho mención de ellas. Desafortunadamente parece que no se llegó a completar el recorrido. En pleno siglo XXI y, gracias a la generosidad del profesor Emilio Cueto, podemos contar con un número importante de estos grabados, que permiten reconstruir el desarrollo alcanzado por el Departamento Oriental de la Isla en los albores de la década del 60 de la centuria decimonovena. Emilio Cueto logró recopilar 19 imágenes originales, la mayor cantidad de grabados lo tiene la ciudad de Santiago de Cuba.

Los ambientes domésticos y su decoración

La casa santiaguera en el siglo XVIII tendía a la sobriedad y al empleo de muebles y otros objetos con fines más utilitarios que decorativos. En tanto, la alta sociedad santiaguera, informada por medio de los viajes y la lectura de los cambios que ocurrían en el mundo occidental, mostró en el paso al siglo XIX una predisposición a mejorar los ambientes de sus residencias.

La incorporación, a las viviendas, de obras pictóricas, artes decorativas, reproducciones litográficas y más adelante las técnicas de la fotografía, provenientes por lo general de Francia, constituyó también signo de jerarquía social y refinamiento. El afán por adquirir obras artísticas se debía más a factores de moda o de ostentación como clase social, que a un verdadero sentido de apreciación, análisis y deleite.

No existían grandes colecciones particulares, a juzgar por la cantidad de obras presentes en los inventarios, pero sí con claves temáticas diferentes a las de orden religioso existentes desde el siglo XVIII y algunos pocos retratos. La convergencia en un mismo inmueble de obras de diferentes facturas y temáticas, indican la pluralidad de miras en las que se movía el pensamiento del patriciado local. Las extensas paredes de las viviendas constituyeron el marco apropiado para su exhibición. Los temas favorecidos fueron el retrato, los paisajes, las escenas bucólicas y galantes, la historia, asuntos mitológicos y religiosos, con predominio, desde el punto de vista estético, de las escuelas neoclásica y romántica.

El desarrollo y difusión de las nuevas técnicas de impresión de imágenes, en especial de la litografía, permitió la reproducción seriada de obras maestras del arte universal. A Santiago de Cuba llegaban reproducciones litográficas de obras de pintores como Jean Antoine Watteau y Jean Honoré Fragonard, con imágenes de frívolas fêtes galantes, que decoraban los ambientes principales de las residencias y causaban deleite a sus propietarios. Asimismo, destacaban cuadros litografiados e iluminados de paisajes románticos, o la recreación de la antigüedad clásica, como los poseídos por doña Nicolasa Vidal que mostraban en seis escenas de la historia de Roma [6]. De igual modo, se comercializaban otros referentes a la interpretación de acontecimientos históricos, entre ellos: la conquista de México por Hernán Cortés, y a la vida y campañas de Napoleón, tal como Emilio Bacardí en Vía Crucis describe la hacienda cafetalera La Fortuné donde, se mostraba un grabado, dividido en dos pequeños cromos, que representaban escenas de la traslación y el entierro del cadáver de Napoleón.

Mientras, la moda impuesta a nivel internacional por iniciativa de la burguesía holandesa del siglo XVII de incluir mapas y planos en la decoración doméstica también se hizo patente. Fue frecuente contar con reproducciones de la ciudad de Santiago de Cuba, ejecutadas principalmente por los grabadores franceses Luis Francisco Delmés y Emilio Lamy.

La técnica del daguerrotipo, fue la que cambió el rumbo de la decoración en la capital del Departamento Oriental. El adelanto técnico – artístico quedó establecido en La Habana el 3 de enero de 1841 por el norteamericano George Washington Halsey. En Santiago de Cuba se tuvo en cuenta cuando D. G. Seixas, a fines de 1844, abrió en la calle Enramadas no. 115 una casa dedicada a tales fines. Fueron pioneros en su introducción otros artistas como Eugenio Lacroix, Luis Francisco Delmés, Carlos Harrison y Marcos Valette quienes aprovecharon la bonanza económica para hacer de su arte un negocio rentable.

En la ciudad hubo una explosión en relación con la apertura de establecimientos dedicados a la nueva invención. Entre 1832 y 1870, se estableció una red de talleres que contribuyó a crear un entramado cultural y en torno a ella cristalizó una inquietud creadora que aglutinó además de las figuras ya mencionadas, a otros artistas extranjeros y santiagueros, algunos cultivadores de las artes plásticas como Baldomero Guevara (Merito), Joaquín Cuadras o Cosme Vallejo. Alcanzó tal auge que, en 1851 la Sociedad Económica de Amigos del País propició un concurso público para exposiciones donde se incluía al daguerrotipo, además de otras manifestaciones artísticas.

Algunos traían equipos para comercializar y se dedicaron además a la enseñanza de esas técnicas a los criollos que, con el tiempo, se perfeccionaron y llegaron a fundar varios establecimientos en áreas céntricas de la ciudad. Por ejemplo, Marcos Valette se ofrecía por 3 onzas españolas para dar lecciones a aquellos interesados en aprender este arte. Pusieron a la ciudad en consonancia con las novedades de la reproducción de imágenes que se daban en otras urbes europeas o latinoamericanas como la litografía, la galvanografía, los panoramas, los dioramas, el daguerrotipo y la fotografía.

Esta última expresión artística significó una transformación en la escenografía de los ambientes principales del mundo doméstico. Acaparó espacio en los mismos sitios preferenciales ocupados hasta entonces por retratos pictóricos y grabados. Propició la más rápida reproducción de las imágenes de esa burguesía urbana que pretendía inmortalizarse por medio del retrato – foto, tanto individual como familiar en el que concurren, al igual que en los cánones neoclásicos imperantes en la pintura oficial: la idealización de las apariencias, el rechazo a la fealdad y nuevas formas de escenificación.

Al ser menos costosa que la reproducción pictórica, dio la posibilidad de una extensión hacia otras capas de la sociedad, con lo cual al decir de Roger Henri Guerrand se experimentó un proceso de “democratización del retrato” y se diversificaron las representaciones iconográficas [7]. En pocos minutos se lograba lo que antes demoraba días o meses. Sus precios fueron desde tres hasta veinte pesos en función de la cantidad, tamaño, lujo de las cubiertas, número de personas en los grupos y tipo de reproducción: tarjetas iluminadas a $8.50 la docena, retratos de imitación de marfil de $8.50 a 2 onzas, retratos de porcelana de $12.75 a 2 onzas.

La rapidez en la toma e impresión de las imágenes permitió el surgimiento del coleccionismo de retratos de familiares y amigos, con lo cual se iniciaron los árboles genealógicos fotográficos que terminaron por ser un patrimonio que se sucedió de generación en generación y ha perdurado como memoria visual y saber familiar. Eran una forma de recomposición de la familia y su historia, mostrados como trofeos que renovaban la nostalgia. Estas primeras fotografías imponían una serie de convenciones relacionadas con las posturas y normas gestuales, en correspondencia con los patrones establecidos. Se advertía a las mujeres que llevaran vestidos de tonalidades oscuras o de telas estampadas preferiblemente rayadas, a cuadros, pintadas, con los cuales realzaban por contraste la belleza femenina y el acabado del retrato.

Durante esos años se desarrolla en Europa un conjunto de mejoras técnicas al daguerrotipo, lo cual redujo el tiempo de exposición, hasta el descubrimiento en 1851 de la impresión instantánea. Ninguna de esas novedades tardó en ser conocida y aplicada en Santiago de Cuba. El 17 de julio de 1849, Carlos Harrison anunciaba la introducción de los retratos al electro daguerrotipo. Mientras, en el salón fotográfico de Durán y Hermanos se creaban los Retratos de busto conocidos como duranotipos. Convivieron con el daguerrotipo: el ambrotipo; el marfilotipo, empleado fundamentalmente en retratos pequeños para insertar en dijes, alfileres, sortijas; el molinatipo y la galvanografía, todos tanto al natural como iluminados, retratos fotográficos en papel, a la tinta china y con colores a la aguada así como retratos al pastel.

Todo este proceso técnico devenido arte, dentro del ámbito doméstico, actuó como elemento de resemantización de las pautas culturales vinculadas a la acción de retratarse, y como vehículo para explicitar aquellos momentos dignos de ser inmortalizados, a los ojos de esa clase detentadora del poder. En el plano familiar se consagraron para la posteridad los acontecimientos trascendentales a ese mundo: casamientos, bautizos, retratos individuales o familiares y hasta de fallecidos; el acto de ir a retratarse constituyó todo un evento por lo que ello implicaba en el plano sentimental y de representación social.

La presencia francesa en Santiago de Cuba durante las primeras seis décadas del siglo XIX, suscitó un acelerado proceso de transformaciones en la vida cotidiana de sus grupos dominantes. Si bien otras ciudades cubanas asimilaron también comportamientos y modas de ascendencia francesa por ser precisamente Francia el centro artístico cultural más importante del mundo en aquel lapso, fue aquí donde la influencia gala resultó más significativa en Cuba, justamente por el carácter, cantidad, composición, procedencia e impronta dejada por esa inmigración aquí. Ello ha posibilitado que dentro del proceso de sincretismo cultural experimentado, el componente francés sea fundamental en la identidad de la ciudad y no un ingrediente más.

 

Notas

* Conferencia presentada en el III Coloquio Presencias europeas en Cuba, 2019, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.

[1] Juan Pérez de la Riva: La conquista del espacio cubano, Fundación Fernando Ortiz, La Habana, 2004, p. 105.

[2] José Antonio Portuondo Valdor: “Presencia francesa en el Oriente cubano”, en Les français dans l´ Orient Cubain. Maison de Pays Ibériques, Bordeaux, 1993. Coordination et presentation de Jean Lamore, p. 36.

[3] Fue inaugurado en los primeros años de la década del 30 del siglo XIX, fue la publicación periódica de más larga vida en la etapa colonial en Santiago de Cuba y aún con sus limitaciones, difundió lo mejor del pensamiento cultural y científico de la época tanto de la región oriental, como de Cuba y el mundo; sus páginas dieron cabida a literatos de la talla de Manuel María Pérez, Juan Cristóbal Nápoles Fajardo (El Cucalambé), Luisa Pérez de Zambrana, Tristán de Jesús Medina, entre otros.

[4] La doctora María Elena Orozco Melgar ha realizado un pormenorizado estudio de su vida y obra. Vid., “Santiago de Cuba hacia 1840. Los planos de Luis Francisco Delmés”, en Del Caribe, no. 25/96 y “Louis François Delmés (el cartógrafo francés de Santiago de Cuba), en Militaria. Revista de Cultura Militar, no. 20/2006.

[5] BPECFRV: El Redactor, 17 de noviembre de 1862. De esta publicación hoy día no se cuenta con ningún ejemplar, hasta donde ha podido indagarse.

[6] Archivo Histórico Provincial de Santiago de Cuba (AHPSC): Juzgado de Primera Instancia, Materia: Testamentos, leg. 620, no. 8, 1843.

[7] Roger Henri Gerrand: “Espacios privados”, en Philippe Ariès y Georges Duby: Historia de la vida privada. De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial, p. 401

[8] BPECFRV: El Redactor, 31 de julio de 1855.

Aida Liliana Morales Tejada: Doctora en Ciencias sobre Arte por la Universidad de La Habana y Doctora en Estudios Ibéricos e Iberoamericanos en cotutela por la Universidad de Oriente, Cuba y la Universidad Michel de Montaigne, Burdeos 3, Francia. Jefa del Departamento de Investigaciones Históricas y Aplicadas de la Oficina del Conservador de la ciudad Santiago de Cuba y, desde 1999, es Profesora Auxiliar del Departamento de Historia del Arte en la Universidad de Oriente. También es presidenta de la filial provincial de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba, vicepresidenta de la sección Literatura de la Filial Provincial de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba y secretaria científica de la Cátedra de Estudios Franco Cubanos y Caribeños Montaigne-Montesquieu. Sus investigaciones versan sobre la historia de la cultura, enfocadas en la arquitectura y el urbanismo santiagueros. Ha participado en un centenar de eventos nacionales e internacionales vinculados a la historia, la arquitectura, la conservación, promoción y divulgación del patrimonio, efectuados en Cuba y el extranjero.

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