Mireya Cabrera Galán
Agosto 8, 2020
Entre esta década y la de 1840, la ópera italiana se afianza como uno de los más importantes medios de distracción de la clase dominante cubana. Emisores del género fueron las sociedades filarmónicas, el holgado y suntuoso teatro Tacón, así como instituciones análogas del interior de la isla. De igual forma almacenes, entre los que destaca el del músico francés Juan Federico Edelmann Cayre que se encargaba de realizar, desde mediados de los años treinta, copias manuales de partituras e importar de Francia, Alemania y los Estados Unidos todo lo que se producía del género. Hacia la misma época en la vecina ciudad de Matanzas se ubica un establecimiento similar propiedad del también francés, Fernando Deville, personaje estrechamente vinculado al protagonista de estas páginas.
A aquella Habana multicultural y aristocrática, musical y altanera arriba a finales de 1843 el pianista, compositor y pedagogo español José Miró Anoria (Cádiz, 23.7.1815-Sevilla, 12.10.1878). Se había formado como pianista en Sevilla, con el organista de la Catedral Eugenio Gómez y en París, donde residió por más de diez años, entre 1829 y 1842.
Aficionados y músicos cubanos esperaban con ansia al músico español, quien arribó a la bahía habanera en noviembre de 1843, tras un exitoso periplo por Estados Unidos. Sus primeros conciertos los ofrece en la Sociedad Filarmónica Santa Cecilia y en el Gran Teatro Tacón. La Sección de Música de la Sociedad Filarmónica era dirigida a la sazón por el pianista, compositor, pedagogo y arreglista Manuel Saumell Robredo, quien ha trascendido como uno de los precursores del nacionalismo musical en Cuba.
En el mismo mes de diciembre, Miró interviene en el Salón La Habanera en el debut de la arpista francesa Jenni Lazzare, con quien ya había actuado en Madrid. “[En el] gran dúo sobre motivos de la Norma, el arpa y el piano se confundían […] El concierto concluyó con las brillantes variaciones de Dohler, sobre la cavatina de Ana Bolena, ejecutadas por Miró. […]. Entre los concurrentes estaban el capitán general Leopoldo O´Donell, esposa e hija, las condesas de Mirasol, Villanueva y Fernandina […]. Solo el nombre de Miró podría atraer tal concurrencia” [1].
El día de año nuevo se presentó nuevamente en el teatro Tacón, con lleno completo, mientras que se preparaba para ofrecer la última de sus actuaciones en Cuba. Esta tendría lugar en el mismo coliseo, donde tocaría en los entreactos de tres comedias, según la usanza de la época, para partir días después hacia México. El viaje a la república vecina fue pospuesto ante la tentadora invitación de que permaneciera en Cuba al frente de la Sección de Música del Liceo Artístico y Literario, próximo a inaugurase.
Es significativo que a poco tiempo de su llegada debute en el teatro Principal de Matanzas (posiblemente el 7 de enero de 1844) y que, como auguró entonces el diario local celebraría un segundo concierto el 21 del propio mes.
Decidido a establecerse en la isla, continuó celebrando conciertos, no pocos de ellos a beneficio de la Real Casa de Beneficencia de La Habana, la Sociedad Económica de Amigos del País y las escuelas gratuitas. Así se mantuvo durante casi todo el año de 1844, hasta que en octubre del mismo asistiría como protagonista a un gran suceso para la vida cultural cubana.
Surgido el 19 de octubre de 1844, el Liceo Artístico y Literario de La Habana reafirma la fortaleza del género lírico, nutriéndose esencialmente de la savia de la extinta Sociedad Filarmónica Santa Cecilia. Sucesor de Manuel Saumell en el cargo, desde la Sección de Música, Miró organiza puestas que marcarán hito en la historia de la ópera en Cuba. El Liceo inició su trayectoria con cuatro secciones: Música, Declamación, Literatura y Lengua y Pintura. La de Música incluyó en su programa clases de solfeo, violín, piano y canto, las dos últimas impartidas por Miró. Como puede apreciarse, desde los inicios de su permanencia en La Habana se ejercitó no solo como intérprete, sino además como autor y pedagogo. Las clases de piano las ofrecía los lunes, miércoles y viernes a las cinco de la tarde y las de canto a la misma hora los martes, jueves y sábados.
Por cerca de un lustro (1844-1848) y bajo su rectoría, las funciones del Liceo son vitoreadas en la capital y en otras ciudades de Cuba. Entre las obras que presenta se cuenta el Stabat Mater del compositor Gioachino Rossini que por vez primera (15 de marzo de 1845) se escuchó de forma pública, habiéndose estrenado solo tres años antes en París. Estaba concebida para ser interpretada por cuatro solistas: bajo, tenor, soprano y mezzosoprano y ellos fueron respectivamente el célebre patriota Ramón Pintó, Ramón Gasque, Úrsula y Celia Deville.
Miró, quien ya estaba comprometido con Úrsula, viaja con sus discípulos del Liceo a Matanzas. Su propósito era dirigir varios conciertos a beneficio de su futuro suegro Fernando Deville, quien había perdido su casa y establecimiento como consecuencia del incendio de La Marina, ocurrido el 26 de junio de 1845. Posteriormente, en abril de 1848, presenta Norma en la escena del Principal yumurino. Esta puesta constituyó una primicia para la historia musical de Matanzas, al ser representada de forma total y por un elenco enteramente “nacional”.
En 1848 la pareja se retira del Liceo, según consta en los libros de miembros de la institución. Con motivo de su divulgado viaje a Europa fue organizado un concierto de despedida en el Tacón. Para este, el músico hispano compuso la contradanza El adiós, cuyos motivos fueron reproducidos en litografías que se vendieron por un peso al público. Celebrado el 3 de junio de 1849, en la función intervinieron los pianistas Manuel Saumell, Pablo Desvernine, Fernado Arizti y varios cantantes italianos de la compañía italiana del teatro, Domenico Lorini, entre otros. El espectáculo concluyó con la interpretación de El Adiós, a cargo de veinte pianistas, una orquesta y una banda militar.
Después de este memorable suceso musical y tras el aplazamiento del viaje se inicia un nuevo período en la carrera de Miró en Cuba (1849-1851). El mismo está definido por la exitosa organización de su propia compañía de ópera, que conformó con Úrsula Deville, como prima donna y con cantantes italianos de amplia trayectoria. Esta cofradía será loada en diversos puntos de la geografía insular como Puerto Príncipe (hoy Camagüey) y Santiago de Cuba, cuyos nuevos escenarios –el Principal y el teatro Reina– se concluyen en esta época. La compañía, respaldada por su éxito y profesionalismo, protagoniza la inauguración del teatro Principal, en Puerto Príncipe, el 2 de febrero de 1850.
Después de una primera visita en 1849, Miró arriba a Santiago de Cuba en 1851. Las hermosas y modernas composiciones de Giuseppe Verdi –divulgadas en La Habana desde 1846– se dieron a conocer en Santiago por su compañía, en cuyo repertorio, el afamado compositor italiano ocupaba entonces un lugar de privilegio. Fueron representadas cuarenta funciones en el Teatro de la Reina Isabel II, inaugurado el 30 de junio de 1850.
Con posterioridad, el matrimonio parte a Europa y allí se asienta durante varios lustros. Tras su restablecimiento en España, Miró actúa como profesor del Conservatorio de Música y Declamación de Madrid. Asimismo, integra la Sociedad Orfeo Español y la Asociación Benéfica de Artistas Músicos, fundada por él en 1857. Como pedagogo su obra mayor es el Método para piano, editado en 1856 y como compositor, además de las citadas escribe cinco “valses brillantes”, de los cuales han llegado a la posteridad cuatro.
Muere en su casa de la calle Valencia, no.4, en Sevilla el 12 de octubre de 1878. Concluía así la vida de quien contribuyera de manera notable al enriquecimiento del piano romántico y a la difusión del arte operístico en Cuba, asimilando a la vez ciertos elementos de la música de la isla que lo acogió entre los más caros de sus hijos.
Notas
* Conferencia presentada en el II Coloquio Presencias europeas en Cuba, 2018, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.
[1] “Salón de La Habanera.”, Tomado de la Aurora de Matanzas, Matanzas, 23 de diciembre de 1843, p.2.
Mireya Cabrera Galán: Licenciada en Historia por la Universidad de La Habana, especializada en historia de América. Investigadora y especialista en Arqueología Histórica de la Oficina del Conservador de la ciudad de Matanzas. Su línea de investigación abarca personalidades y creadores plásticos matanceros y la cultura e historia local. Ha publicado los libros Úrsula Deville White: pasión y canto; El Ateneo de Matanzas: Historia y trascendencia; Agustín Acosta: aproximación a su vida y obra, que obtuvo el Premio Nacional Biografía y Memorias; Luces de la ciudad. Páginas de artes visuales en Matanzas; y Dolores María Ximeno, otras miradas.