MSc. Dúnyer Jesús Pérez Roque y MSc. Yainet Rodríguez Rodríguez
Especialista del Museo Casa Natal José Martí y Especialista Principal del Palacio del Segundo Cabo
Enero 28, 2022
La relación entre José Martí y María Mantilla ha sido abordada –directa o indirectamente- por numerosos autores desde diferentes perspectivas [1]. Muchas de ellas han perseguido el afán de afirmar o refutar la paternidad de Martí, así como esgrimir criterios morales sobre lo que ello representa. A la luz de los criterios revisionistas de un nuevo siglo, este resulta un hecho intrascendente, pues todo indica que nuestro apóstol fue su padre –biológico o putativo– y no es relevante el debate sobre la primera forma de paternidad a los efectos de este artículo. El centro del mismo son los consejos educativos ofrecidos a quien llamara en varias ocasiones «hijita».
Las brechas de género en la época que vivió Martí eran considerables. La falta de derechos cívicos y de oportunidades laborales y profesionales, las diferencias salariales, el escaso acceso a la educación superior, la violencia física y psicológica, entre muchos otros factores la inequidad socialmente aceptados como «la norma». Aunque Martí fue un hombre de su tiempo, vio más allá de estas construcciones de género y se percató de los desafíos a los que tenía que hacer frente la mujer en medio de una sociedad patriarcal que dictaba cómo debían ser y qué lugar ocupaban [2].
A través del epistolario que intercambiaron Martí y María Mantilla apreciamos otra dimensión de la persona que fue el apóstol; no ya el periodista, el escritor, el político sagaz, el revolucionario comprometido con la causa a la que entregó su vida, sino la figura paterna preocupada por su formación como ser social. Ni la distancia geográfica a consecuencia de sus múltiples viajes ni la vorágine de la revolución fueron impedimento para hacerle saber sus sentimientos y sus inquietudes por su aprendizaje intelectual y emocional. Desde la primera carta se nos devela la devoción y el celo con que la ama: «María mía: ¿Conque Fermín es queridísimo, y yo no soy más que querido? Así dicen tus cartas. Yo me vengo de ti, queriéndote con todo mi corazón (…)» [3]. En varias ocasiones le reitera que, en sus momentos más difíciles, en los de enfermedad y de tribulaciones, siempre la tiene presente y es una fuerza que lo impulsa a seguir adelante.
Presta especial atención a su educación, a las clases de francés, a la lectura y a las lecciones de piano; anhelaba que llegara a ser una gran pianista. Le cuenta sobre la conducta social de las mujeres que ve en otras partes, la cual valida y le transmite. Así ocurrió con la experiencia que tuvo en casa de su amigo mexicano Manuel Mercado y, específicamente, con sus tres hijas: «Esta es otra vida, María querida. Y hablan con sus amigos, con toda la libertad necesaria; pero a distancia, como debe estar el gusano de la flor» [4].
A veces también rememora momentos que compartieron juntos, le cuenta anécdotas de sus viajes y sobre personas que le han dejado una honda impresión. En otras, cual utopía, sueña con planes futuros que, desafortunadamente, no pudo realizar junto de su «Maricusa». Ejemplo de ello es cuando le relata el batey en cual se encuentra, precioso en detalles, que nos hace viajar a él. O cuando le dice que quiere ver París con ella: «(…) cuando los hombres me hayan maltratado, y yo te lleve a ver mundo antes de que entres en los peligros de él» [5]. Su preocupación y afán constante era prepararla para su vida adulta, persuadiéndola para que tuviera buen discernimiento a la hora de tomar decisiones y que fuera valiente al hacerlo.
(…) No tengas miedo nunca a sufrir. Sufrir bien, por algo que lo merezca, da juventud y hermosura. Mira a una mujer generosa: hasta vieja es bonita, y niña siempre, –que es lo que dicen los chinos, que solo es grande el hombre que nunca pierde su corazón de niño: y mira a una mujer egoísta, que, aun de joven, es vieja y seca. Ni a las arrugas de la
vejez ha de tenerse miedo. (…) Quiere y sirve, Mi María. [6]
En su última misiva, fechada el 9 de abril de 1895 desde Cabo Haitiano, antes de marchar a Cuba para reiniciar la guerra, le escribe cargado de fervor:
Y mi hijita ¿qué hace, allá en el Norte, tan lejos? ¿Piensa en la verdad del mundo, en saber, en querer, -en saber para poder querer, querer con la voluntad, y querer con el cariño? ¿Se sienta, amorosa, junto a su madre triste? ¿Se prepara a la vida, al trabajo virtuoso e independiente de la vida, para ser igual o superior a los que vengan luego, cuando sea mujer, a hablarle de amores, a llevársela a lo desconocido, o a la desgracia, con el engaño de unas cuantas palabras simpáticas, o de una figura simpática? ¿Piensa en el trabajo, libre y virtuoso, para que la deseen los hombres buenos, para que la respeten los malos, y para no tener que vender la libertad de su corazón y su hermosura por la mesa y por el vestido? Eso es lo que las mujeres esclavas, esclavas por su ignorancia y su incapacidad de valerse, llaman en el mundo «amor». Es grande, amor; pero no es eso. Yo amo a mi hijita. Quien no la ame así, no la ama. Amor es delicadeza, esperanza fina, merecimiento, y respeto. ¿En qué piensa mi hijita? ¿Piensa en mí? [7]
Hace referencia además a la importancia de ser una mujer emancipada, capaz de valerse por sí misma y al desdén que merece la materialidad y la superficialidad:
(…) Un alma honrada, inteligente y libre, da al cuerpo más elegancia, y más poderío a la mujer, que las modas más ricas de las tiendas. Mucha tienda, poca alma. Quien tiene mucho adentro necesita poco afuera. Quién tiene mucho afuera, tiene poco adentro, y quiere disimular lo poco. [8]
Sobre este particular, también le comenta: «Quien siente su belleza, la belleza interior, no busca afuera belleza prestada: se sabe hermosa, y la belleza echa luz. Procurará mostrarse alegre, y agradable a los ojos, porque es deber humano causar placer en vez de pena, y quién conoce la belleza la respeta y cuida en los demás y en sí» [9].
Este epistolario expone el lado más humano y paternal de nuestro Héroe Nacional. Al mismo tiempo que le hace saber a María cuán presente está su vida, expresa lo que anhela para ella. Solo Cuba y las ansias de verla independiente y libre pudo separarlos. Son dos amores distintos, pero en el fondo uno solo: el amor al bien y a la dignidad plena del hombre.
Notas
[1] Por solo mencionar algunos: Lizaso González, F. (1953). María Mantilla en el centenario de José Martí. Bohemia (edición extraordinaria en homenaje a nuestro Apóstol José Martí), año 45, 5, La Habana; Sarabia, N. (1990). La patriota del silencio. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales; Pacheco González, M. C. y Pupo Pupo, R. (2017). José Martí, la educación como formación humana. La Habana: Centro de Estudios Martianos.
[2] Para profundizar sobre este particular, se puede encontrar en http://segundocabo.ohc.cu/2021/05/20/con-el-alma-encendida-la-mujer-bajo-el-prisma-de-jose-marti/
[3] Martí, José. Cartas a María Mantilla. Editorial Gente Nueva, La Habana, 2001, p.5.
[4] Ibídem, pp. 11-12.
[5] Ibídem, p. 19.
[6] Ibídem, p. 14.
[7] Ibídem, p. 27.
[8] Ibídem, p.37.
[9] Ídem.