Rubén Darío Lahuiller Chaviano
Diciembre 24, 2021
En 1928, Francesc Macià i Llussà llegaba a La Habana acompañado de Ventura Gassol, poeta y dirigente del partido Estat Català. Cuba era el último destino de su gira por tierras americanas en busca de apoyo a la causa catalanista. Para esa fecha, Macià ya era una personalidad de enorme prestigio en las filas del independentismo catalán. Este era el resultado de 20 años dedicados a la vida política de la región, lapso en el que había experimentado un gradual proceso de radicalización de su pensamiento político, el que le había conducido a asumir posiciones ideológicas republicanas de izquierda y a defender la separación de Cataluña del estado centralista español. En este sentido, dos momentos son clave en su biografía: la fundación en 1919 de la Federación Nacionalista Democrática y en 1922 la creación del Estat Català; este último fue un partido que se situó al margen de la vida parlamentaria, con una proyección inequívocamente independentista, que se tradujo en su pretensión de agrupar a todo el nacionalismo de izquierda y en seguir la vía insurreccional al estilo de los nacionalistas irlandeses.
Por sus ideas, Macià se vería obligado a exiliarse en Francia a solo un mes del comienzo de la dictadura del general Primo de Rivera. En este país crearía el Comité Central Separatista Catalán, organismo que tendría como fin la coordinación de un programa de acción insurreccional entre las fuerzas que se encontraban en el exilio, el directorio del partido Estat Català –el cual seguía funcionando de manera clandestina en Barcelona–, y los núcleos catalanes en América. Todo este proceso organizativo daría lugar al intento fallido de invasión a Cataluña en 1926, que sería conocido como la Conspiración de Prats de Molló [1].
La ayuda económica brindada por la emigración catalana en América fue fundamental para el sostenimiento de este proyecto independentista. Desde 1924 en Buenos Aires, los autodenominados “catalanes de América” realizaron significativos aportes en metálico al tesoro del Estat Català, a través de una comisión denominada Contribució Patriòtica, la cual canalizaba los esfuerzos financieros de los integrantes del Casal Català y del Comitè Llibertat porteños, entre otras sociedades catalanistas [2].
En cuanto a Cuba, si bien el colectivo catalán era muy inferior en número al existente en Argentina, su contribución en dinero fue considerable; así, Joan M. Ferran en su libro La Constitució catalana de L’ Havana, estimaba que la Mayor de las Antillas aportó el 47 % del total recibido por Macià entre 1923 y 1930, y las asociaciones de La Habana, Santiago de Cuba y Camagüey, en ese orden, las principales donantes [3]. A conclusiones similares llegaba Joaquín Roy, en un ensayo introductorio a la obra política y periodística de Josep Conangla i Fontanilles, cuando analizaba el monto del financiamiento cubano dirigido al sostenimiento del Comité del Partido durante su permanencia en Francia; en este texto señalaba, además, el valor económico que tuvo para el líder independentista su recorrido por la isla, ya que a la salida de La Habana de regreso a Europa llevaba consigo 7500 dólares y 500 000 francos resultado de las colectas [4].
La idea de viajar hacia este lado del Atlántico ya había sido valorada por el líder catalán desde 1922. En ese año, el Centre Català de La Habana le cursa una invitación para que visite nuestro país en función de establecer contacto directo con las sociedades catalanas de la capital; dos años después, el Centre Català de Mendoza cursaría una invitación similar. Aunque ninguna de estas propuestas llegó a materializarse en ese momento, Macià no descuidó la comunicación con estas y otras organizaciones simpatizantes con la causa; en cuanto a Cuba, mantendría una fluida correspondencia con el Centre Català, con la dirección del Club Separatista No. 1 desde su misma fundación en junio de 1922, además de con el Group Nacionalista Radical Catalunya y el Club Separatista No. Onze, ambos de Santiago de Cuba.
Este nivel de contactos era expresión de un proceso de politización que estaba experimentando el sector más activo de la colectividad catalana de la Mayor de las Antillas. En el caso del Centre Català de La Habana —asociación con la que Macià estableció una relación muy estrecha—, los cambios también ocurrieron a nivel normativo; ya en la temprana fecha de 1911 el Centre encabezaba sus nuevos estatutos con una Declaración de Principios en la que afirmaba el giro hacia lo político de la hasta ese momento institución cultural catalana, al hacer manifiesto su apoyo a la autonomía de la región. Doce años más tarde (el 8 de octubre de 1923), el Casal habanero volvería a renovar esta Declaración de Principio, pero esta vez desechando por completo la aspiración de alcanzar un régimen autonómico, ya que consideraban que esta solicitud era irremediablemente incompatible con el sistema regresivo e intransigente del gobierno centralista español. En 1924, la asociación declaraba oficialmente su carácter separatista y consideraba al Estat Catalá como la organización legítimamente fiel a los intereses de Cataluña [5].
El compromiso que se desprendía de esta declaración se puso en evidencia durante la estancia de Macià en la isla. Previo a su llegada, el estado de ánimo general que primaba entre los catalanes residentes en el país era de júbilo e incluso de cierta exaltación eufórica; este particular entusiasmo en buena medida era el reflejo de la imagen heroica con que la prensa nacionalista catalana de la Isla había retratado a su figura. Así, por ejemplo, la revista La Nova Catalunya, publicación de carácter regional y órgano oficial del Centre, le recibía con un editorial en donde lo describía como “un ejemplo glorioso de los santos rebeldes y de todos los sacrificios a favor del ideal supremo de Cataluña y de los principios patrióticos.”
Su estancia en Cuba se desarrolló sin ningún tipo de contratiempo, una situación muy diferente a la que atravesó en su viaje al Cono Sur; en particular, su arribo a Buenos Aires fue sumamente accidentado, ya que requirió de dos ingresos clandestinos desde Uruguay y de un proceso legal de solicitud de asilo político para lograr que fuese efectivo. Aunque la representación diplomática española en la Mayor de las Antillas trató de maniobrar para que las autoridades cubanas expulsaran a Macià y a Ventura Gassol, la respuesta de la Cancillería no dejó ningún tipo de dudas: en un comunicado emitido al respecto, aclaraba que el dirigente nacionalista podía permanecer en el territorio nacional, siempre que no violase o infringiera la legislación y que, sin reparar en sus ideas políticas, podía contar con todas las garantías que ofrecía la Constitución cubana a los extranjeros.
En este apoyo, sin duda debió influir las simpatías que existían entre políticos y figuras del gobierno cubano por la causa catalana, sobre todo en aquellos que provenían del antiguo mambisado; muestra de ello fue la invitación que a su llegada le hiciera el general del Ejército Libertador Enrique Loynaz del Castillo para compartir con él en su finca La Belinda, en este encuentro, también participaron los directivos del Centre Català, el anfitrión mandaría a colocar junto a la enseña nacional la Estelada Blava, símbolo del independentismo catalán. Más inesperado fue el homenaje que le harían las fuerzas militares de la ciudad de Camagüey, las cuales, en reconocimiento de su condición de excoronel del ejército español, le rendirán honores militares a su llegada a esta villa.
Por otra parte, el Centre Català no escatimaría recursos en pos de darle el mayor esplendor y dimensión pública al conjunto de actividades preparadas para obsequiarle; con este fin efectuarían galas culturales, banquetes y visitas por los sitios de relieve histórico de la ciudad, en los que el líder nacionalista sería escoltado por una amplia representación de la emigración. Con idéntico boato y solemnidad sería agasajado en Camagüey y Santiago de Cuba, destinos siguientes en su recorrido por el país. En esa última ciudad será el invitado de honor de la sociedad Group Nacionalista Radical Catalunya, la que aprovecharía que su presencia en esta urbe coincidía con la fecha patriótica catalana del 11 de septiembre, para que presidiera la celebración y de esta manera darle más realce a la festividad.
Más allá de este tipo de actos, la visita de Francesc Macià en nuestro país tuvo un enorme valor político para la consolidación del movimiento catalanista de la isla. Su presencia en esta, daría impulso a las coordinaciones que el Centre Català y el Club Separatista No. 1 habían ido realizando con las asociaciones catalanas existentes en otras localidades del territorio nacional, en función de lo que sería conocido como La Asamblea Constituyente del Separatismo Catalán en Cuba. La Asamblea, presidida por Macià, se propondría cumplir con dos grandes objetivos: la elaboración de una constitución provisional para la futura República Catalana y la creación del Partido Separatista Revolucionario de Cataluña (PSRC). La redacción de la Constitución quedó a cargo de Josep Conangla i Fontanilles y su contenido estuvo definido por tres ideas generales: el establecimiento de una república democrática y representativa; la reposición de las fronteras naturales de Cataluña; y la oficialización de la lengua catalana. En cuanto al Partido, este era presentado como el relevo del Estat Català, dirigido a integrar a los catalanes que estando en el exilio, la emigración o en España aceptaran el programa revolucionario de la organización; su meta era la total independencia de la región y la instauración de una república inspirada en los principios democráticos tradicionales de Cataluña y en las corrientes modernas de libertad y progreso. En la última sesión de la Asamblea se toma como acuerdo la identificación absoluta con la dirección revolucionara de Macià y se le reconocía como el líder indiscutible de la recién creada estructura partidista.
La creación del PSRC era la ruta que estas organizaciones proponían para dejar atrás el papel subordinado que se les había asignado en la lucha por la independencia de Cataluña. El reconocimiento de Macià y Gassol, de los resultados alcanzados en la magna reunión, demostraba, por tanto, un nuevo tipo de compromiso entre el núcleo del movimiento nacionalista, que laboraba desde el exilio en el Viejo Continente, y la emigración políticamente activa radicada en Ultramar. Este compromiso entre los dos grupos implicaba un tipo de relación que ampliaba el modelo de colaboración que había primado entre ellos hasta ese momento, en el cual las asociaciones de emigrados básicamente solo tenían la función de brindar apoyo económico.
Sin embargo, la luna de miel entre estas asociaciones y Macià no sobrevivirá mucho tiempo después de su regreso a Europa. En primer lugar, en los próximos dos años y ante la situación revolucionaria que se estaba gestando en Cataluña, como consecuencia del enorme desgaste del régimen de Primo de Rivera, la estrategia de acción del dirigente catalán pasaría de priorizar los contactos con la emigración a centrarse en consolidar la base de apoyo de su partido entre las fuerzas internas contrarias al directorio militar, a la vez que estrechará los vínculos del Estat Català con otras organizaciones separatistas de izquierda, lo que condujo, en marzo de 1931, ya en el umbral de la Segunda República, a la creación de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC).
Por otra parte, y ante la resistencia del Comité del Estat Català, el cambio de nombre de la entidad por el de PSRC nunca llegó a materializarse, tampoco tendría mucho éxito el reconocimiento de una comisión constituida desde Cuba por miembros del nuevo partido. A pesar de esto, las distintas sociedades catalanas que desde Cuba se habían involucrado en el proyecto independentista continuaron reclamándole al caudillo catalán que cumpliera con los compromisos que había forjado durante su estancia en la isla. El Centre Català fue la institución que durante más tiempo persistió en este esfuerzo; Las cartas y cablegramas que se preservan de esta correspondencia, demuestran la insistencia del Centre en temas como el destino del PSRC, la posible aplicación de la Constitución redactada en La Habana y el reconocimiento del papel desempeñado por las asociaciones de emigrados en la consecución de la independencia.
Macià contestará con demora, a veces con meses de diferencia, pero fuera de una misiva circular a todas las organizaciones americanas, en la que expresaba su agradecimiento por la labor y los sacrificios realizados por estas, poco será lo que adelante respecto a los otros temas. Cuando en abril de 1931 el dirigente nacionalista declaraba el establecimiento de la República Catalana –después de ganar con su partido Esquerra Republicana de Catalunya las elecciones municipales–, la comunicación entre este y las asociaciones en Cuba había disminuido drásticamente. A partir de esa fecha, la dura realidad política que tendrá que enfrentar en España, le obligará a atemperar sus aspiraciones para el futuro de Cataluña. Solo unos días después de la proclamación de soberanía desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona, se vería obligado a renegociar el estatus de la región, ante la tenaz resistencia del gobierno provisional de la Segunda República española a consentir la independencia catalana. El resultado sería la obtención de un estatuto de autonomía que servirá de base a la formación del gobierno de la Generalitat de Catalunya, mucho más amplio en poder de lo que había tenido nunca el país, pero muy inferior al de concepción federalista presentado por Macià en las Cortes [6].
Ante estos hechos, las reacciones de las organizaciones catalanistas de la Isla irán desde el desencanto hasta la incomprensión y el enojo. Las más radicales le tildarán de traidor; este es el caso del Group Nacionalista Radical Catalunya de Santiago de Cuba, cuyo presidente Salvador Carbonell sacaría adelante una resolución en la que además de definir la total separación del caudillaje de Macià, le despojaba de su nombramiento de presidente de honor y le solicitaba la devolución de la estelada confeccionada por las mujeres de la sociedad y que se le había entregado durante su visita a la sede de la asociación. También el Block Nacionalista Cathalonia de Guantánamo le notificará a Macià la decepción que les había causado la aprobación del Estatuto, su ruptura con ERC y su intención de seguir con el ideal independentista de Cataluña. El Centre Català será mucho más comedido, aunque expresará por escrito su desaprobación ante la desaparición del principio de autodeterminación que estaba presente en la primera propuesta de estatuto, mantendrá abierta la puerta a la colaboración con la Generalitat.
A pesar de todas estas críticas, la nueva institución fue el mejor resultado posible al que en ese momento podía aspirar el catalanismo independentista. Al margen del holgado triunfo de ERC en las elecciones de 1931, existían marcadas divergencias hacia el interior de la coalición sobre el camino a seguir, además, no todas las fuerzas políticas en Cataluña estaban a favor de una solución tan radical; a esto hay que añadir que las agrupaciones nacionalistas en el poder no tenían la capacidad militar para enfrentarse a los efectivos con los que contaba el gobierno de la Segunda República, lo que quedaría demostrado en 1934, cuando el ejército republicano derrocaría al gobierno de Lluís Companys i Jover y pondría fin al estatuto de autonomía.
El 25 de diciembre de 1933, algo más de un año después de creada la Generalitat, su primer presidente, Francesc Macià i Llussà fallecía a la avanzada edad de 75 años. La labor que desarrolló, tanto en España como en el exilio, fue esencial para la coordinación y avance de un movimiento nacionalista de izquierda en Cataluña; la combinación de figura política con la de hombre de acción, sumado a su carisma natural, le permitieron atraer a las filas del independentismo a sectores populares y de la clase obrera que, hasta ese momento, habían encausado sus demandas sociales ajenos a la militancia nacionalista. Su recorrido por América, independientemente de las polémicas posteriores, tuvo un efecto positivo en el trabajo de las sociedades catalanas de ideología separatista, las que incrementaron su acción pública y redefinieron el alcance de sus programas políticos.
Notas
* Conferencia presentada en el II Coloquio Presencias Europeas en Cuba, 2018, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.
[1] Albert Balcells: Historia del nacionalisme català, dels orígens al nostre temps, Generalitat de Catalunya, Barcelona, 1992.
[2] Marcela Lucci: “La colectividad catalana en Buenos Aires en el siglo XX, una visión a través de los catalanes de América”, tesis Doctoral inédita, Universitat Autònoma de Barcelona, 2009.
[3] Joan M. Ferran: La Constitució catalana de L`Havana. Lleida, Pagès Editors, 2005.
[4] Josep Conangla I Fontanilles: La Constitució catalana de L`Havana i altres escrit, edició a cura de Joaquim Roy, Edicions de la Magrana, S. A., Barcelona, 1986.
[5] Sergio Ruiz García: “El asociacionismo español en Cuba. Un encuentro de identidades: el caso catalán (1840-1940)”, tesis Doctoral inédita, Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, 2015.
[6] Josep M. Roig Rosich: “Segona República I guerra civil”, en Manel Risques (dir): História de la Catalunya contemporània, de la guerra del Francès al nou Estatut, segona edició actualizada, Pòrtic, Barcelona, 2006.
Rubén Darío Lahuiller Chaviano: Licenciado en Historia por la Universidad de La Habana. Desde el 2015 es Doctorante y su tesis de investigación es “Las sociedades regionales españolas en Cuba: presencia, adaptación y crecimiento (1899-1930)”. Entre 2001 y 2015 fue profesor del Departamento de Historia de Cuba de la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de La Habana. Desde 2016 trabaja como investigador en el Instituto de Historia de Cuba.