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La Habana: imaginario y sentimiento

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Onedys Calvo Noya

Noviembre 16, 2020

 

De una ciudad no disfrutas sus 7 ó 77 maravillas, sino las respuestas que da a una pregunta tuya

Ítalo Calvino

 

La Habana arribó a su 501 aniversario y los ojos del mundo la miran expectantes porque esta es, y ha sido una gran ciudad, tanto en su entramado urbano, como en su despliegue arquitectónico, en su rol de conexión intercontinental y en su perpetua vocación cultural. Cosmopolita, abierta, refinada en su criollez, alegre y evocadora de todo tipo de nostalgia; ensalzada en su herencia patrimonial y urgida de futuro, para muchos La Habana es su aura: ese espíritu peculiar y ecléctico, en el que todo confluye y armoniza en singular ritmo de contrastes, con una particularidad -si no definida, auténtica e inconfundible- que ha sido constante y versátilmente releída por artistas y escritores.

En el siglo XVIII, cuando el retrato era el tema preponderante en nuestra denominada “pintura preacadémica”, ya La Habana se insinuaba en los fondos, como reclamo creciente de la necesidad de contextualización del retratado. Y de sugerirse a través de edificaciones específicas que la representaban desde las ventanas, ya en el siglo XIX sus paseos, plazas y vistas urbanas ganaron protagonismo pleno en una amplia producción de grabados, que además de sus valores artísticos y técnicos -por lo complejo del tema urbano para la gráfica-, son portadores de un invaluable testimonio visual.

Esta mirada provenía básicamente desde la perspectiva del otro, del europeo, que a veces se apegaba a la realidad, pero otras, deliraba con fantasías como la de la cúpula bizantina del Morro en uno de los grabados primigenios. La bahía de la ciudad fue protagonista en este momento, pues no sólo configura un accidente geográfico distinguido, sino porque era un punto estratégico en el diálogo entre ambos lados del Atlántico, espacio de confluencia de todo lo que iba y venía: la bahía hizo de La Habana, además de la capital de Cuba, una ciudad marinera, de paso, de libertades, pero también de asentamientos que configuraron diferencias entre el fuerte influjo de Europa, y de lo que se devolvía de América; y que por supuesto, cada vez incrementaba la influencia de África debido al establecimiento de un sistema esclavista que acudió al africano. Así la identidad cubana, tal y como la fue reconociendo el foráneo, cayó en estereotipos y clichés de los cuales también el grabado y fundamentalmente toda la producción asociada a ala vitolfilia tuviera un marcado acento folclórico, donde elementos como la mulata, la picaresca, el tabaco, los vicios, la fiesta, el escudo de la ciudad, el morro y otros elementos identificativos se hicieran recurrente.

Desde ese ángulo es la mirada de Víctor Patricio Landaluze, la del europeo que llega y se impacta con lo que es diferente, llamativo, con lo que puede parecer exótico, pero que definitivamente se hace medular en la formación de la identidad criolla en una tierra donde todo llega a destiempo y todo funciona de manera diferente que en la Metrópolis. Landaluze nos muestra La Habana de la sensualidad y la seducción mestiza; la de las calles populares, modestas, esa ciudad otra más allá de la excelsa y monumental.

 

La Habana es su cielo, y éste no parece parte del cielo común a toda la tierra, sino proyección del alma de la ciudad, afirmación soberana de ser lo que ella es.

Luis Cernuda

 

Aunque entornos y edificaciones habaneras siempre sedujeron a pintores cubanos y foráneos, no es hasta la primera mitad del siglo XX cuando este tema conquista a la pintura con una atención sistemática y un diálogo que se desmarca de la representación más o menos mimética.

El color, el calor y el abigarramiento de la ciudad, expresados a través de elementos de la arquitectura, la presentaron no solo como pretexto de inspiración, sino como una de las principales fuentes de la identidad, como uno de los temas paradigmas para la articulación de los presupuestos estéticos de las Vanguardias. La Habana se sintetizó en vitrales de austero enmarcado negro y resplandecientes colores planos donde debía traslucirse la luz, en mamparas, columnas y detalles amarillos y azules de ventanales y paredes mustias de barrios periféricos: en interiores criollos, tanto en las obras de Amelia, como de Portocarrero, quien tradujo el espíritu intenso y abigarrado del entramado arquitectónico de la Habana y de la vida que contiene.

En tanto urbe, La Habana es contenedora de complejas interacciones socioculturales: escenario de una relación dialéctica entre ciudad y ciudadano en el que cada uno es causa y efecto del otro. Han sido múltiples los discursos desarrollados por el arte cubano de las últimas décadas, desde una gran variedad de procedimientos creativos y posturas indagatorias diversas: políticas, filosóficas, antropológicas y culturales en sentido general.

Cuando arribó la llevada y traída década del noventa, La Habana fue muy elocuente ya no solo de lo cubano, sino, sobre todo, a lo que se enfrentaba lo cubano. Más que un pretexto temático prolífero, devino un asunto elocuente de urgencias sociales y conceptuales que abordar con agudeza desde el arte.

Artistas como Carlos Garaicoa se interesaron en la memoria, y en el estado físico de la ciudad enfrentada a un deterioro expandido y a opacadas esperanzas de resurgimiento, especialmente en la parte más antigua de la ciudad, en aquel momento a la espera de una restauración capital. Afortunadamente hoy el panorama cambió mucho; es otro el espíritu y la constitución del Centro Histórico que volvió a convertirse en el núcleo de la vida cultural, patrimonial y turística de la ciudad gracias a la gestión de la Oficina del Historiador de la ciudad. Sin embargo, los inicios de los noventa fueron muy críticos para la sociedad por el desacierto, la frustración, la pérdida de referentes y la crisis económica. Hacer una lectura desde el espacio físico, permitió visualizar esencias, como las que propone Acerca de esos incansables atlantes que sostienen día a día nuestro presente. Una obra que, desde la evocación a la restauración física de lo material, reflexiona sobre lo subjetivo, la responsabilidad, a la necesidad de la solidez, y también sobre el rol trascendente de lo anónimo. Esta época produjo un arte crítico, sugerente, conceptual, con planteamientos concretos sobre la cultura y la sociedad toda. Polisémico, pero que subraya cómo existía una conciencia sobre la relevancia de la ciudad, y cómo ésta representa lo que somos, lo que sentimos y de lo que adolecemos. Sus estrategias formales y discursivas fueron variadísimas. Y fragmentos de su arquitectura, monumentos icónicos, escenas urbanas y propuestas utópicas releyeron la ciudad.

Desde La Habana contenida en los espacios de silencio, seducción, recogimiento y espera que sintetizaba un nuevo tipo de naturaleza muerta o bodegón, propuesto por Arturo Montoto, con un lenguaje neohistoricista en la pintura; pasando por las escenas urbanas en las que Luis Enrique Camejo capta la fugacidad de cada momento, la luz, el reflejo, en un ejercicio fotográfico desde el lenguaje pictórico; hasta llegar al cinismo de propuestas como las de Kadir López, en la que los iconos de la ciudad, como el Capitolio y la Catedral, dialogan con la publicidad y el turismo: se prostituyen, mientras los cines caen en la nostalgia.

 

La Habana es un estado de ánimo, un sentimiento, una emoción.

Eusebio Leal

 

La Habana no es solo el espacio arquitectónico, urbanístico, físico. Es efectivamente un sentimiento, una espiritualidad y una dinámica bulliciosa e intensa que se expresa en las calles.

La fotografía, manifestación que ha tenido una fuerza visceral en las artes visuales contemporáneas, ha sido una expresión fundamental en captar e interpelar La Habana en todos sus estratos. Hay un gran número de fotógrafos que se han regodeado en la solemnidad del monumento, o en el concierto de refinada criollez de esta urbe; otros han abordado hasta el abuso la estética de lo roído, de la ruina, el desamparo y la persistencia desde lo precario; y otro grupo documenta las dinámicas urbanas: su gente de pueblo, sus expresiones dilógicas, la paradojas visuales que confluyen en cada ambiente, arbitrario y ecléctico; el trasiego constante de una ciudad que habita en el exterior del hogar; la convivencia armónica de creencias antagónicas…

Y en las dinámicas urbanas el transporte público es esencial. Ya apenas recordamos los “camellos” porque la memoria es selectiva, pero en el Período Especial resolvieron la urgencia del transporte, marcando incisivamente la vida de los que hasta hace poco más de una década debíamos transportarnos en él. La sabia popular lo describió como “la película del sábado” –  por su contenido de sexo, violencia y lenguaje de adultos -, lo cual verifica la sátira y la ironía que caracterizan la sicología del cubano como estrategia de resistencia. Durante la Novena Bienal de La Habana, Guillermo Ramírez Malberti, intervino pictóricamente, con iconografía egipcia, la ruta que se dirigía hacia El Calvario, redondeando esa capacidad del cubano para parodiar, ironizar y subvertir.

Y gracias a ese cierto estado de estatismo temporal al que asistimos, hoy también exhibimos otros de nuestros devenidos iconos de representatividad: los almendrones. Quizá no seamos lo suficientemente consientes de cuánto nos identifican estos carros antiguos ante la mirada del extranjero. No existe una publicidad que nos promueva al que el carro antiguo no asista, ni tampoco, testimonio turístico a nuestra ciudad que lo eluda, sin contar las dinámicas particulares de su uso. Sobre ese impacto Guillermo Martínez Malberti tambén reflexionó al configurar en una gran instalación de almendrones estacionados en el parque del Capitolio, hasta hace muy poco nodo por excelencia de su circulación, la imagen de la Isla. 

Y antológico en el imaginario de escritores y artistas plásticos es el malecón: arteria que nos narra la evolución arquitectónica de la ciudad, su eclecticismo, su modernidad; espacio de socialización por excelencia y vía rápida de comunicación; límite entre la tierra y el mar, entre el empuje del hombre y el poder de la naturaleza, el malecón posee para el arte y la poesía una potencialidad excepcional. Más allá de su fisonomía, está su proyección espiritual y su vocación al desafío.

El proyecto Detrás del muro ha incluido en sus dos primeras ediciones dos instalaciones de Arlés del Río, que dialogan coherentemente con las connotaciones del lugar de emplazamiento. En la Oncena Bienal su instalación fue una provocación a la trascendencia, a la violación del límite, una propuesta semiótica sobre la frontera que para los cubanos constituye el mar, y una representación de la obsesión que por décadas constituyó la posibilidad del viaje, la necesidad de volar; en la segunda edición de Detrás del muro, del Río transformó la fisonomía del malecón al instalar una orilla con arena de playa que en lugar de mirar al mar miraba a la ciudad. Además de estas connotaciones, y otras que motivaron la pieza, la obra también ha resultado una proposición de posibilidades de transformación urbana, en espacios que parecen inamovibles, a menos que se le antoje al mar.

 

La Habana se fundó para esperar (…) ¿Qué? Todo. Nada. Cualquier cosa. La verdadera ocupación es esperar.

Abilio Estévez

 

Hay una perspectiva sociológica en el trabajo de artistas pertenecientes a generaciones activas en el último decenio. Su sensibilidad es crítica, por supuesto, y los distingue un carácter procesual que por lo general prescinde de lo icónico. Su pretensión indagatoria los remite fundamentalmente a lo que la gente hace, piensa o desea.

Así ha ocurrido con la documentación que durante 5 años Grethell Rasua hizo para su proyecto Cubiertas de deseo para señalar la persistencia de algunos, aún desde la limitación, por embellecer su pedacito. Desde el aspecto de parches de los edificios multifamiliares se enfrenta el interés individual a la visualidad urbana y a la acción colectiva, pero también se persiste en una voluntad y un accionar de mejoramiento. Desde esta acción aparentemente poco problemática, se subrayan la contradicción y la tensión, en lo referido a qué se debe y/o se puede hacer: “Si no puedo resolverlo todo al menos resuelvo lo mío”. Cuando la respuesta no está definida, o no es contundente, el problema suele ser más aguzado, rico y seductor.

Otra indagación puntual fue la que realizara Nestor Siré con la pieza Se vende esta casa. Después que en 2011 se permitió la compraventa de viviendas, aparecieron numerosos carteles a todo lo largo de la Isla con tal proposición. La pieza, que se configura con una recolección de carteles de los anuncios emergentes, la acompaña un video que indaga en las causas por las cuales se vende cada casa y cuál es la finalidad. Al margen que anteriormente esa práctica estaba prohibida, aparece una incógnita más perspicaz: ¿Si vendes tu casa, para dónde vas, para qué será utilizado el dinero?

Hipnosis de Marianela Orozco es una obra desoladora. El video está dividido en 2 pantallas, una parte que documenta, o expía, a una señora de la tercera edad, que desde su ventana pasa horas contemplando su entorno; la otra enfoca el punto de mira de la protagonista. El video redunda en un estado de desmotivación, resignación, inmutabilidad…, una suerte que corren no pocas personas de la tercera edad, y no pocos barrios de la ciudad.

En Colonias epífitas, Celia y Yunior investigaron una serie de casas señoriales de barrios residenciales de las décadas del 40 y el 50. Sus propietarios las mandaron a construir para un uso doméstico, hoy todas son utilizadas para funciones estatales. Las colonias epífitas son una especie de plantas que se hospedan en una infraestructura ya creada, aunque como se alimentan del ambiente no son propiamente parásitas.

La Habana, en tanto capital, es el sitio de recepción de la migración interna, y por tanto de la asunción de prácticas que no le son afines, para las cuales no se ha diseñado una acertada estrategia de regulación. Tampoco para las respuestas emergentes a múltiples necesidades, como las de los micro-agros, o las trasformaciones en las fachadas y portales para establecer pequeños negocios minoristas. A la ruralidad que lamentablemente ha invadido la capital, al estado de descuido y desidia provocado también y, además, por la falta de identificación con el contexto y de educación cívica, se remite la video- instalación con mapping de Luis Gárciga, en una pieza de 2013. En su título ya se resume la esencia de la ironía: Si aprovecháramos la creciente ruralidad de esta ciudad, y utilizáramos el modelo de finca en abandono como un paso intermedio, pudiéramos aspirar a vivir en 2019, en la séptima reserva de la biósfera del país

Lo interesante de todos estos acercamientos radica en cuán conscientes están los artistas sobre el estado de la ciudad en la que viven, y cómo articulan una posición desde su quehacer artístico.

A pesar de su paciente espera, de sus espacios de ruinas, de todo lo que le queda por recibir y merecer, La Habana es una ciudad que más que propiciar el infinito disfrute advertido por Ítalo Calvino, seduce, enrola, conmueve; tiene la capacidad de hacernos sentir y reflexionar.

En el imaginario de los artistas de la plástica, su espacio físico, aún desde la época colonial, trasciende la noción de lo bello para indagar sobre todo en la estrecha relación del individuo en su contexto, y dejar ver varias instancias de vulnerabilidad en la Cuba de cada momento.  Más que deleitarse en lo excepcional, lo patrimonial, lo que la configura como espacio urbano, lo interesante del tratamiento sobre la ciudad está en cómo se ha interpelado su capacidad de elocuencia.  Siempre la asumimos básicamente como un espacio físico que se define por una arquitectura y un urbanismo particular, con iconos que la singularizan, que la representan, pero, sin embargo, es también ese espacio del recuerdo y del afecto, de las ansias personales y colectivas. 

Como colofón de esta reflexión sobre qué nos dice la ciudad desde las propuestas de los artistas plásticos, pienso en otra obra de Detrás del Muro, que se instaló en el andamiaje de una fachada en restauración: Fe, de Adonis Flores; porque la fe es el sentimiento y la actitud que debemos tener para con nuestra ciudad, para con nuestro país, para con nuestra vida. Fe que no significa espera, sino enfoque en la certeza, en la certeza de lo que se espera, y en que La Habana seguirá siendo un prolífero ideal estético y un intenso centro de atención para el cuestionamiento, en la afirmación soberana de lo que ella es y debe ser.

 

Notas

Este texto fue publicado en la revista Arte Cubano No. 1, 2019, La Habana.

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