Lourdes M. Méndez Vargas
Octubre 9, 2020
Una Isla larga y relativamente bien poblada; una geopolítica de sobra comprometida con grandes intereses foráneos; un clima y una feracidad como garantías de bienestar permanente; unos elementos sociales y culturales, atractivos lo suficiente, como para convidar al más desdeñoso de los prohombres de época cualquiera; un país, a la altura del siglo XIX, en vías de convertirse ya en nación perteneciente al transitado mundo occidental; todo ello, y mucho más, parece estar condicionando un trasiego permanente de personalidades extranjeras por toda Cuba. Ajetreo este que, a saberse, se había iniciado desde el minuto mismo de aquel choque cultural imponente comenzado a producirse a partir de los meses finales de 1492. La existencia en el ámbito decimonónico de la Isla de un anuario denominado guía de forasteros es prueba de la necesidad de registrar tantas idas y venidas de gente ilustre de afuera a través de toda la geografía nuestro territorio insular.
La procedencia de los célebres arribados a Cuba no podía ser en su mayoría otra que Europa –así como se habrá argumentado y seguirá argumentándose cumplidamente en este Coloquio– debido al vínculo cultural primigenio del viejo continente con nuestro país, entre otras razones, seguramente. Y resulta ser que, esas visitas y hasta largas permanencias de connotadas personalidades europeas y norteamericanas –pero mayormente europeas– no se ha limitado nunca a esta siempre atrayente ciudad capital de La Habana. Si no que, por el contrario, ellas pueden encontrarse lo mismo en cualquiera de las relativamente grandes ciudades llamadas del interior, y como es el caso del contenido de esta charla, en un intrincado y apenas conocido pueblo del Centro del país.
En 1868, como es sabido, un acontecimiento enorme, una poderosa circunstancia convulsiva, llegaría para hacer noticia a Cuba y condicionar a partir de entonces todo el acontecer de la Isla, hasta su final confuso en el célebre verano de 1898: nuestras esforzadas guerras por la independencia nacional. Durante aquellas tres décadas fundamentales, por lo atractivo de tal enfrentamiento anticolonial americano, y por lo tardío que este resultó con relación al resto del continente, vale decir por ello en momento de mayor facilidad de comunicación y desplazamiento interoceánico, infinidad de personalidades extranjeras estuvieron presentes en Cuba, y muy especialmente, en los territorios orientales y centrales en los que tuvo lugar la contienda entre cubanos y españoles la mayor parte del tiempo.
En medio de aquella circunstancia, la guerra, y a causa de ella, en Arroyo Blanco, un pueblo espirituano [1], ocurren hechos sumamente curiosos, relacionados con la presencia de personalidades europeas. Al menos dos altísimas figuras, que lo serían sin dudas, posteriormente, durante el siglo XX, vivieron incluso allí verdaderos dramas que estuvieron a punto de quitarles la vida, en momentos de la juventud de ambos. Ocupado el lugar por el Ejército de Operaciones español durante casi todo el tiempo de la contienda, conteniendo ese poblado a su interior, y en sus alrededores, importantes instalaciones militares coloniales, especialmente durante la última guerra, nuestra Guerra del 95, Arroyo Blanco atesora hoy para su historia local la visita, en similares edades juveniles, del célebre británico Winston Churchill, y del reconocido italiano –napolitano– Orestes Ferrara y Marino.
Churchill, llegó al poblado, para pernoctar varios días en él, formando parte como observador en una columna española en plenas operaciones de campaña, en los tiempos iniciales de la guerra, momento preciso en que en la propia zona tenía lugar la constitución definitiva del Ejército Invasor cubano, dispuesto a llevar la guerra rebelde hacia el occidente de la Isla. Ferrara, en cambio, llegaría a Arroyo Blanco en el instante final de la contienda, en el verano de 1898, con veintidós años de edad. El joven italiano formaba parte del Estado Mayor del Mayor General José Miguel Gómez, Jefe de la Primera División del Cuarto Cuerpo –Las Villas–, y estaba a cargo de asuntos jurídicos de la División.
Veamos el caso del joven subteniente de caballería británico Winston Churchill, a partir de la contratapa del libro Arroyo Blanco: La Ruta Cubana de Churchill, Un episodio de la Guerra del 95, de Ediciones Luminaria, Sancti Spíritus, 2013, de la autora de esta propia ponencia:
El 30 de noviembre de 1895, Winston Churchill cumple 21 años en el poblado cubano de Arroyo Blanco. Allí le acontecen eventos de especial importancia: su bautismo de fuego y la inserción en una de las coyunturas más peligrosas de la guerra. La columna española que le alberga se acerca a la mayor reunión de las armas cubanas hasta esa fecha: casi 5000 hombres listos a defender el despegue de la Invasión a Occidente. La interacción entre el Ejército Invasor y la fuerza española no puede ser más comprometida: incluye tres jornadas y un combate dirigido por Antonio Maceo. Este libro rinde homenaje a Churchill y a los fundadores de nuestra nación que coinciden con él en La Reforma, el 2 de diciembre de 1895.
El hombre que capitaneó con desvelo contra Hitler toda la descomunal conflagración armada que sería luego la II Guerra Mundial, tuvo, según sus propias palabras, su “bautismo de fuego” a los 21 años de edad, a la salida de este pueblo cubano casi desconocido. La presencia de Churchill en la guerra de Cuba, en territorios del Centro de la Isla, entre noviembre y diciembre de 1895, trajo consigo la escritura desde varios puntos de nuestro país de cinco cartas o artículos suyos para ser publicadas por el periódico británico Daily Graphic. Estos documentos constituyen los primeros escritos publicados de quien fuera luego Premio Nobel de literatura muchos años después. Una de esas cartas al periódico inglés fue escrita y fechada en Arroyo, Blanco el 27 de noviembre de 1895. Y numerosas, y muy valiosas, son las noticias que nos deja sobre nuestro propio país y nuestra propia guerra, en 1895, el sagaz joven político en ciernes.
Celia Sandys, nieta de Churchill, al visitar Arroyo Blanco en febrero de 2015, una vez que hubo de conocer de este trabajo de investigación y de ese libro cubano, expresó sobre el recuerdo que su abuelo pudo haber guardado del poblado cubano el resto de su vida: “lo tuvo siempre en su corazón”.
El caso de la permanencia del joven napolitano Orestes Ferrara y Marino en Arroyo Blanco resulta similar al de Churchill, pero ubicado en la posición inversa: Ferrara llega al poblado no al inicio de la guerra en 1895, sino exactamente a su final, en 1898. Llega, por el contrario, formando parte del Ejército Libertador Cubano, para participar en la acción que arrancaría de manos españolas al viejo y bien fortificado pueblo [2]: la toma de Arroyo Blanco.
Tanto su biografía, Una Mirada sobre Tres siglos, Memorias, como su Capítulo “La Toma de Arroyo Blanco”, de su libro Mis Relaciones con Máximo Gómez, incluyen elementos sobre la presencia de Ferrara en Arroyo Blanco y la importancia de lo acontecido en este poblado para su futura vida pública durante el siglo XX. Especialmente el capítulo mencionado anteriormente, contiene, en sus 15 páginas, un recuento detallado de la que fue quizás la última acción armada de envergadura de nuestra Guerra del 95.
Se sabe que la presencia de extranjeros en nuestros Ejército Libertador fue cuantiosa, y de enorme trascendencia para cada una de las tres guerras. Incluye una considerable cantidad de generales y de altos oficiales, entre ellos incluso el propio General en Jefe Máximo Gómez. Sin embargo, de todos ellos, de entre los de la Guerra del 95, pocos transitaron luego el siglo XX con la celebridad del italiano y cubano Orestes Ferrara y Marino. Habiendo llegado a Arroyo Blanco como Teniente Coronel, el 26 de julio de 1898, salió de ese poblado seis días después, en virtud del esforzado combate que tuvo lugar en él, llevándose los grados de Coronel y una aureola de prestigio que él mismo se encargaría luego y siempre de recordar y reconocer. Y más curioso aún, dejando hasta hoy su recuerdo entre los pobladores que de generación en generación se trasmiten, entre las memorias de aquel cruento combate de casi nueve horas de cañonazos y gloriosos asaltos a resguardados fuertes y fortines, la osadía del combatiente italiano que subiera al árbol para permitir al artillero la correcta ubicación de los disparos de su cañón sobre uno de los dos fuertes principales.
Conocida resulta la ubicación de Ferrara dentro de la vida pública y política cubana durante las tres primeras décadas de la joven y tormentosa república mediatizada. Cuestionado su acontecer incluso en muchos de sus actos: como parlamentario, diplomático, ministro. No obstante, en planos más amplios, es incontestable el reconocimiento internacional a su valía intelectual, tanto en círculos europeos como norteamericanos: por su valiosa producción literaria, y por sus aportes extraordinarios como académico, jurista, sobre todo al dominio del derecho internacional público. Sobre Enrique IV, Isabel la Católica, El Papa Borgia, Maquiavelo, José Martí, son algunos de sus libros, biografías en su mayoría, de altísimo vuelo literario y reconocimiento mundial. Encumbrados reconocimientos de universidades de Argentina, República Dominicana; de la Liga de Las Naciones; de Academias de España, Cuba, México, Francia, quedaron en manos de Orestes Ferrara y Marino: el valeroso italiano de la mata que, entre una lluvia de balas españolas, a riesgo de su vida, colimara, el cañón en la batalla por la toma de Arroyo Blanco.
Sobre Winston Churchill, un dato más de su actualidad en el poblado que nos ocupa: el museo de Arroyo Blanco exhibe hoy, entre otros materiales referentes a su permanencia allí, un dibujo que el futuro Primer Ministro inglés realizó, en su sitio, de su total autoría, al entonces poblado de Arroyo Blanco.
Notas
* Conferencia presentada en el III Coloquio Presencias europeas en Cuba, 2018, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.
[1] Poblado perteneciente a la provincia de Sancti Spíritus, en el Centro del país.
[2] Arroyo Blanco fue fundado a mediados del siglo XVIII, dos kilómetros al norte de su ubicación actual, por un grupo de propietarios de fincas ganaderas de origen espirituano. Entre los pobladores establecidos en el siglo XX, en momento del desplazamiento de la Parroquia San José de Arroyo Blanco hacia el sitio actual, se encontraba el matrimonio Sánchez Valdivia, padres del mayor General y prócer espirituano Serafín Sánchez Valdivia. José Joaquín Sánchez Marín, el padre de la valerosa familia de varios altos oficiales del Ejército Libertador, además de ganadero, agrimensor, había sido incluso quien trazara las calles del actual poblado. Algo debió quedar del señorío sus casonas, cuando tanto en 1895, como en 1898, a pesar de los destrozos de la guerra –incluida la reconcentración de Weyler– dos jóvenes europeos, de origen aristocrático, Churchill y Ferrara, en sus respectivas memorias, usaran para Arroyo Blanco el apelativo de ciudad.
Lourdes M. Méndez Vargas: Licenciada por el Instituto Superior de Relaciones Internacionales. Entre 1982 y 1989 trabajó como Funcionaria de la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina y de 1989 a 1996 en el Servicio Diplomático. Desde 2012 es Miembro de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba. Es autora del libro Arroyo Blanco, la ruta cubana de Churchill y en proceso de edición se encuentra Arroyo Blanco 1898: el otro final de la guerra. Ha escrito varios artículos y ensayos en publicaciones periódicas sobre temas históricos, mayormente sobre Sudamérica, región donde ejerció sus funciones diplomáticas.