Maritza Corrales Capestany
Julio 11, 2020
Intentaré darles un tour por aspectos que considero relevantes de la impronta judía en el país. Algunos muy visibles como las piedras, ese patrimonio tangible, que de seguro les es conocido. Otros, que quizás no lo sean tanto, como aquellos incluidos bajo el acápite de ideas y palabras.
El escudo que los inmigrantes sefaradíes diseñan como logotipo de su sinagoga, Chevet Ahím, en 1914, funciona como carta de presentación. En él, ambas identidades y estrellas (la cubana de 5 puntas y la judía de 6) se reconocen, pero aún aparecen dibujadas una frente a la otra.
La Carroza que ganó el premio en los carnavales de Camajuaní en 1929, La Reina de Turquía, constituye el mejor ejemplo de la vertiginosa adaptación de este grupo a nuestra sociedad. A solo 5 años de asentarse en el pueblo, esos hebreos ya están carnavaleando como cubanos. Resulta delicioso ver que, en un acto tan rellollo como un carnaval, aparezcan con fez turco y leyendo un periódico con caracteres hebreos, en lo que sin dudas sería el balbuceo inicial de ese peculiar arroz con mango judío-cubano.
La construcción del stadium del Cerro marca el momento en que los judíos se apropian de uno de nuestros mayores símbolos, la pelota, para redefinir su nueva identidad. La familia Maduro no sólo construye el Latinoamericano, sino que compra el Club Cienfuegos y funda los Cuban Sugar Kings, mientras que los Holtz hacen lo mismo con el de Santa Clara.
El árbol de la vida del gran artista de la plástica Sandú Darié toma la Janukía, el candelabro de 8 brazos con el que los hebreos festejan su victoria y el milagro del aceite, y lo convierte en una fuente, equiparando la Revolución cubana al milagro de la rebelión Macabea.
En la última imagen, el afiche dedicado a Saúl Yelín, uno de los fundadores del ICAIC, en el homenaje que se le hiciera cuando el 50 aniversario de dicha institución, ya vemos cómo ambas estrellas-identidades del escudo inicial se imbrican y se fusionan cerrando el ciclo.
No olviden que estamos hablando de un conglomerado humano que sólo se hace visible en Cuba en la década del 20 del pasado siglo, y que realiza su asentamiento y todo su proceso de inserción socio-político-económico en nuestra sociedad en menos de 40 años.
Cómo entender entonces que, en ese brevísimo lapso de tiempo, históricamente un suspiro, los judíos recién llegados a Cuba y representando sólo el 0.1% de la población del país, fueran el 31% de los fundadores del Partido Comunista. Y que Mella solicitara en esa reunión fundacional de agosto de 1925: que “el Congreso declare su simpatía a los compañeros hebreos y reconozca todo el mérito de su labor”.
Que hayan modernizado los anticuados métodos comerciales vigentes en la isla, introduciendo el sistema de crédito y creando nuevos segmentos de mercado. Que Chajowicz en 1941 fundara nuestro teatro universitario permitiéndonos disfrutar de la primera representación de un clásico griego.
Pero más interesante aún sería explicar cómo, después del desastre demográfico de 1959 cuando más del 93% de sus integrantes abandonó Cuba, de los 2 500 judíos que en una primera etapa quedaron en la isla salieran varios Ministros, miembros del Comité Central, Embajadores, el Vicepresidente de la Academia de Ciencias y Jefe del proyecto espacial con la URSS, el vicerrector de la Universidad de La Habana y el Director de Astronomía, varios premios nacionales de Literatura, Crítica y Música, el piloto de Fidel y hasta el Jefe de la Contrainteligencia del país.
Pienso que hay peculiaridades que los diferencian de los restantes grupos migratorios y que podrían ser -en primera instancia- las causas:
- Los judíos son hombres sin retorno. No emigran en busca de mejoría económica. Simplemente son expulsados de sus países de origen por políticas de extermino físico y de estrangulación económica hacia ellos como grupo, tras la destrucción de sus centros espirituales.
- Detentan un capital simbólico especial, ya que al ser percibidos como blancos y europeos no sufren las barreras discriminatorias aplicadas a negros y chinos.
- Son el único grupo étnico en el país que, a la vez, conforma un grupo religioso. Y esta última característica es la que los visibiliza. Su concepto de la muerte y su complejo ritual funerario, en tanto grupo religioso, determinará que su primera acción sea construir cementerios. Irónicamente, podría decirse que en Cuba la vida judía comenzó con la muerte.
Es de señalar que los hebreos no desarrollan en su arquitectura religiosa, monumentaria o habitacional, un estilo arquitectónico propio como árabes o chinos, sino que adoptan los códigos imperantes en el país y les adicionan algunos símbolos de su tradición que los identifique, como la Menorá o la Estrella de David.
En el campo de las ideas, pienso que las acciones que realizan casi al momento de llegar: auto-identificación de su historia de lucha en la Colonia y contra Machado, en la Guerra de España y contra el fascismo, la fundación del Partido y las organizaciones sindicales, va a permitirles insertarse en la historia general y conformar, gradualmente, su nueva identidad en una negociación simbólica como colectividad étnica vis a vis la identidad nacional.
Pero la más significativa, y la que les confiere su carta definitiva de naturalización, es la que realizan de José Martí. Los judíos adoraron a Martí con la misma intensidad y devoción que nosotros los cubanos. No sé de ninguna otra comunidad de inmigrantes que haya realizado un homenaje, tan profundo y extenso, a nuestro Héroe Nacional. Escribieron libros en ídish y español, trenzaron con flores las dos banderas, conminaron a Jefes de Estado, premios Nobeles y representantes de las más variadas religiones, incluyendo al Papa, a rendir homenaje con sus palabras al Apóstol en ese original libro que es Martí y la Comprensión Humana. Y aun consideraron que habían hecho poco y se fueron a Jerusalén a plantar un bosque en su memoria. Así, con esa impresionante devoción martiana, externaron nuestra cultura y trascendieron fronteras.
Termino con el más típico y apetecido plato cubano. Ahora no voy a utilizar palabras como inserción o integración. Prefiero emplear el término culinario de fusión. Estas deliciosas frituritas de malanga, en puridad, son sólo la cubanización de aquellos latkes que el pueblo judío, por siglos, comiera en Januka para celebrar la victoria Macabea.
La judía sin duda fue una comunidad pequeña, pero con mucho fijador. Me recuerdan aquel poema de César Vallejo: “como los golpes que nos da la vida, son pocos, pero son…” Tanto que literatos, historiadores y cineastas, cubanos y extranjeros, han sucumbido a su encanto y han escrito libros y realizado documentales que recogen y perpetúan esta presencia en la Isla.
Notas
* Conferencia presentada en el I Coloquio Presencias europeas en Cuba, 2017, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.
Dra. Maritza Corrales Capestany: Graduada de Historia del Arte, Gestión Comercial y Estudios Orientales (UNESCO). Ha cursado varios estudios de posgrado en historia económica y social de Cuba. Historiadora de la presencia hebrea en Cuba y colaboradora de instituciones académicas como la Facultad de Historia de la Universidad de La Habana y la Fundación Fernando Ortiz. Autora de varios libros y ensayos publicados por editoriales cubanas y extranjeras. Fue guionista de La Isla Elegida, primer documental sobre la presencia sefardí en Cuba.