Tatiana Guerra Hernández
Junio 16, 2020
La influencia portuguesa no se vio solo a través de los primeros inmigrantes llegados a la isla para trabajar en la rama del azúcar, sino también en la lengua española. Matías Pérez no fue lo único portugués que logró colarse en nuestra lengua sino que ya lo habían hecho antes, de manera más silenciosa, taimada o escurridiza, ciertos vocablos llegados desde el lenguaje propio de los marineros que en alta concentración de tripulaciones intercambiaron con la población. Con el uso y el tiempo, muchas de estas primeras palabras socializadas ampliaron sus significados. Algunos de los ejemplos hallados por los especialistas en esta materia son: aboyar, baldear, bodega, cabilla, estante, fletar, garrote, halar, manguera, pacotilla, rasqueta, socucho, tumbar, trinquete, varar, varadero, zafar, zafarrancho entre otras muchas que pueblan nuestro idioma cuyo origen se han rastreado en la lengua portuguesa[1].
El desafiante Matías Pérez entra en la historia y se convierte en mito. ¡Voló como Matías Pérez!
Matías Pérez era un piloto de timón y brújula portugués, que luego se convirtió en toldero. El “rey de los toldos”, como se le reconoció, fue el mejor de La Habana, pues las calles Mercaderes, Muralla y Obispo, las tres principales de su época, lucían sus toldos.
Gracias a la impronta que dejó en la memoria colectiva de los habitantes de la Isla y lo insólito de su desaparición quedó su destino recordado en el refranero popular como aprendizaje constante de los peligros que acarrea la intrepidez humana y para designar aquello que desaparece sin dejar rastro. “Voló como Matías Pérez”, frase acuñada desde el siglo XIX, sumamente cubana pero protagonizada por un portugués, se arraigó en nuestra lengua como un ejemplo más del ingenio de un pueblo que, para esa época, estaba en la búsqueda y conformación de su identidad nacional.
Desde fechas tempranas se puso de moda en La Habana celebrar importantes acontecimientos o fiestas lanzando un globo sin pasajeros desde alguna renombrada casa de familia ilustre de la sociedad. Sin embargo, en 1828, en el segundo día de las fiestas con motivo de la inauguración de El Templete, el intrépido francés Eugenio Robertson se elevó en un globo, sobre la Plaza de Toros por 25 minutos, saludando tranquilamente al público y agitando un pañuelo de colores.
A partir de este momento se llevaron a cabo en La Habana otros muchos espectáculos de este tipo que combinaron las acrobacias y ejercicios de gimnasia en el aire al mismo tiempo que se tomaba altura. De esta manera, se demostraba el espíritu desafiante y científico, pero a la vez, romántico y soñador de la época. La moda de estos espectáculos cobró fuerza, desatándose una verdadera fiebre por estos aparatos voladores, sin que todas las ascensiones tuvieran feliz término. En algunas de ellas se presenciaron accidentes desagradables como el ocurrido al señor Mr. J. Johnson, quien ascendió en un globo, desde el circo de Pubillones, instalado detrás del Payret, apenas se elevó el aeróstato, se enredó en el alumbrado y cayó desde doce o catorce metros de altura, estrellándose contra los adoquines de la calle en presencia de su esposa e hijo pequeño de 6 años[2].
A pesar de los lamentables accidentes, Matías Pérez se entusiasma por los adelantos de la aeronáutica y pide al francés Godard, maestro teórico y práctico en esas lides, que le admitiese como auxiliar en sus ascensiones. Matías Pérez llega a desarrollar tal maestría, tino y seguridad en esos asuntos, que desde el primer día queda adscrito a la tripulación de La ville de Paris. El hábil ayudante se movía con gran agilidad, registrando el tubo del gas o colocando en orden cables y redes.
Ya tenía vasta experiencia en las ascensiones cuando anunció una por cuenta propia. Para ello le compró a Godard La ville de Paris por el precio de mil doscientos cincuenta pesos fuertes. Los inquietos y curiosos habaneros, después de abonar el precio de la entrada, ofrecida en la imprenta de la viuda de Barcina en la calle Reina número 6, a razón de 4 reales fuertes los adultos, 2 reales los niños, soldados y gente de color y 4 duros el palco, accedieron al parque entre cuyas verjas se colocaba una tela para tapar la escena con una gran cortina. Los espectadores presenciaron la primera subida del portugués desde el Campo de Marte al cielo de La Habana. Esta subida por poco terminó en desgracia, al quedársele abierto al piloto una válvula de inflación que hacía descender el artefacto demasiado rápido.
La segunda y definitiva salida del toldero no fue menos célebre e infortunada, Aproximadamente en junio de 1856 (la fecha exacta aún se discute), con salida desde el mismo lugar Campo de Marte, a las 4 de la tarde, se elevó, esta vez con el viento soplando muy fuerte desde el sudeste en gran vendaval y cielo encapotado, dirigiéndose peligrosamente hacia el mar. Pasó por la Chorrera, en donde unos pescadores le gritaron que bajase, para luego auxiliarlo con sus botes a lo que el portugués les contestó arrojando varios saquillos de arena e internándose rápidamente en el mar, pues al parecer no los vio, ni oyó. Fue ese el último avistamiento del aeronauta de quien no se supo nada más. A pesar de infructuosas búsquedas realizadas por las autoridades no se halló ni rastro de su aerostato. Así Matías Pérez desapareció para siempre de forma trágica y sin dejar huella.
Tras su salida inesperada, comenzaron los rumores por la inquietante ciudad. Se dijo que el hombre pudo ser fulminado por un rayo, tragado por los tiburones, despedazado entre feroces indios de cualquier isla del Caribe, erigido cacique de alguna tribu en Yucatán e incluso se habló hasta de un posible suicidio por amor, pues el supuesto despechado no querría volver a encontrarse con su amada después de sentirse rechazado. Lo cierto es que nunca más se supo del infortunado portugués quien fue sin dudas una de las primeras víctimas de la aeronáutica en Cuba[3].
Matías Pérez quedó como parte indisoluble de la idiosincrasia del cubano y de su identidad cuando el misterio de su final se transformó en “choteo” y su trágica desaparición quedó en nuestra memoria colectiva mal parada a pesar de ser uno de los pioneros de la aviación cubana, pues vino a simbolizar la brevedad de nuestros entusiasmos, junto con la presteza con lo que enfrentamos cualquier tipo de empresas incluso las más difíciles y arriesgadas. Fue un soñador necesitado de los fuertes placeres del peligro, que tal vez encontró una horrible muerte en pleno mar, náufrago y solitario.
Su trágica desaparición fue tan impactante que Don Joaquín Robreño escribió una obra bufa titulada Matías Pérez, la que luego adaptó para el teatro Alhambra, con el título de La Isla de la Burundanga. Con el tiempo, hasta le dedicaron unos versos:
En una tarde serena subió en su globo Matías,
Y a poco con alegría asomó la luna llena.
Desde entonces, con gran pena,
De él no se ve huella alguna:
Y ante la incierta fortuna
Del aeronauta infelice,
Hay quien asegura y dice
Que se lo tragó la luna.
Notas
* Conferencia presentada en el III Coloquio Presencias europeas en Cuba, 2019, del Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo.
[1] Cárdenas Molina, Gisela: “Portugal estudios lingüísticos cubanos II: Homenaje a Leandro Caballero”, editado por Milagros Aleza Izquierdo, Universidad de Valencia. Pp. 55-60. www.play.google.com. 2017.
[2] Villoch, Federico. “Viejas postales descoloridas. Matías Pérez”. Colección facticia nº44.
[3] Terry, Tomás. “Primeras publicaciones sobre aeronáutica en Cuba”. En Revista de la Biblioteca Nacional. Abril-junio, 1953, P30.
Tatiana Guerra Hernández: Licenciada en Español-Literatura en 1995, ha trabajado durante 15 años dentro de la Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana principalmente como investigadora histórica de inmuebles para la restauración, labor que realiza para la Empresa Restaura subordinada a esta institución. Ha realizado conferencias y recorridos especializados en arquitectura en distintos eventos desarrollados en el Centro Histórico de la Ciudad de La Habana, así como para la agencia de viajes San Cristóbal. Colabora con el proyecto cultural Rutas y Andares desde 2010.