Coloquio científico “Punta del Este, centenario de un singular hallazgo”

Coloquio científico “Punta del Este, centenario de un singular hallazgo”

Coloquio científico “Punta del Este, centenario de un singular hallazgo”

Francisco Delgado

Mayo 11, 2022

 

En la sala polivalente en la Sala Polivalente de nuestro Centro sesionó en la mañana de este miércoles el Coloquio Científico Punta del Este, centenario de un singular hallazgo. Participaron investigadores y especialistas de la Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana y otras instituciones que dan cuenta de la autenticidad y valor patrimonial de este hallazgo arqueológico, que hasta la actualidad continúa revelando la significación de su existencia en los hitos de la memoria histórica.

Los trabajos expuestos presentan las notables evidencias arqueológicas de las pictografías aborígenes, restos de materiales y de fauna hallados en las cuevas 1, 2 y 3 de este espacio de la geografía nacional en Punta del Este, que fuese dado a conocer por Fernando Ortiz a la Academia de Historia, y en el cual el Dr. Antonio Núñez Jiménez se encargara de velar por las acciones de protección y estudio de este observatorio nacional de la arqueología.

Asimismo, se mostraron imágenes por primera vez como pruebas documentales de la importancia de este sitio de Punta del Este que forman parte de los documentos archivados en el Gabinete de Arqueología. Se comentó también sobre varios reportes periodísticos de Orfilio Peláez, quien se encargó de referenciar las alertas del peligro en el que se encontraba este lugar de la Isla de la Juventud, cuando se exponía a la visita de las personas, muchas de ellas, sin el juicio consciente del valor patrimonial que representa esta área para el país y las Antillas.

El propio antropólogo cubano Fernando Ortiz refería que este sitio venía a ser como la “Capilla Sixtina en el Caribe y las Antillas de la Pictografia”.

Este evento teórico forma parte de la Jornada Conmemorativa Nacional del Centenario del singular hallazgo de Punta del Este en la Isla de la Juventud, dedicada en esta ocasión al Centenario del natalicio del Dr. Antonio Núñez Jiménez y el aniversario 80 del natalicio del Dr. Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad de La Habana.

Por otra parte, se exponen las acciones propuestas por el Instituto Cubano de la Antropología, para salvaguardar este sitio Patrimonio Nacional que describe en su interior una parte consustancial de la narratología de las cuevas, flora, fauna y pictografía, así como el análisis del coeficiente de personas reales que pueden visitar este lugar, para que el patrimonio continúe existiendo y conservándose en la huella del recorrido de nuestra historiografía nacional.

 

[Tomado de Habana Radio: http://www.habanaradio.cu/culturales/coloquio-cientifico-punta-del-este-centenario-de-un-singular-hallazgo/]

Fornet-FIL-2022-1

Homenaje a Ambrosio Fornet en Feria del Libro: Magisterio y huella profunda en la cultura cubana

Fornet-FIL-2022-1

Dinella García Acosta y Darío A. Extremera Peregrín

Abril 29, 2022

 

La narradora, ensayista, guionista de cine y crítica Aida Bahr calificó a Ambrosio Fornet, Premio Nacional de Literatura y de Edición, como “un hombre excepcional” durante un conversatorio celebrado este lunes 25 de abril en nuestro Centro para homenajear al destacado intelectual y escritor que falleció el pasado 5 de abril. El panel -compuesto por Norberto Codina, Arturo Arango, Manuel Pérez Paredes, Aida Bahr y Mercy Ruiz, y moderado por Cira Romero- evocó en anécdotas personales y valoraciones distintas facetas de la vida del autor de El libro en Cuba y Memorias recobradas.

Codina, poeta, editor, director de La Gaceta de Cuba durante más de 30 años y Premio Nacional de Edición 2021, recordó el vínculo de Fornet con la revista y la importancia de sus contribuciones, que empezaron con el cuento Yo no vi ná, publicado en 1962.

El magisterio de Ambrosio Fornet y las lecciones que dejó fueron el tema de las palabras de Arturo Arango, ensayista y guionista de cine. Siendo estudiante universitario, Arango conoció a Fornet y advirtió la humildad y el respeto con que trataba a los colaboradores de la revista Universidad de La Habana, de la que fue jefe de redacción:

El respeto también se expresaba en su manera de opinar sobre los textos, y luego comprendí que así era cómo Pocho se relacionaba con las personas. Ante él, ante su sabiduría, jamás me sentí disminuido o aplastado. Nunca lo vi encima del púlpito magisterial, porque esencialmente dialogaba, lo cual no excluía de sus criterios el comentario mordaz, punzante, irónico. Le bastaba con ser convincente, y por eso también fue respetado.

En otro momento de su intervención, Arango recordó sus experiencias en el taller de guiones cinematográficos que convocó e impartió Fornet en el Icaic a finales de los ochenta.

Sobre la inquietud de sus alumnos sobre qué podían escribir o no, cuáles eran los límites que debían enfrentar, Fornet les aconsejó: “Hagan la mejor obra posible, mientras más profunda y compleja es la obra, más difícil es ejercer sobre ella la censura”.

Ante un auditorio repleto de editores, escritores y familiares y amigos de Fornet, Manuel Pérez Paredes, director de El hombre de Maisinicú y Premio Nacional de Cine, comentó que Pocho también dejó su huella en la cinematografía nacional.

Ambrosio Fornet llegó al Icaic a finales de los setenta y escribió guiones de películas como Retrato de Teresa (en coautoría con Pastor Vega). Pero su mayor relevancia en el cine cubano la alcanzó por sus aportes como asesor dramatúrgico y organizador y profesor de talleres de guion, explicó Pérez Paredes.

En 1991, se planteó la posibilidad de disolver el Icaic y fusionarlo con el ICRT y con los estudios de cine de las FAR para crear una sola entidad cinematográfica. El Premio Nacional de Cine explica que fue un año complicado para Cuba y el mundo, y que coincidió con la proyección de Alicia en el Pueblo de Maravillas y las críticas posteriores a la película y al Icaic. Fornet formó parte de un grupo que representó a los cineastas y trabajadores de ese organismo que no estaba de acuerdo con la decisión –relató Manuel Pérez Paredes–, y tuvo un rol destacado en los debates con la comisión gubernamental designada para escuchar y analizar esas inquietudes. “Pocho fue muy hábil, inteligente, muy cuidadoso y muy firme en sus convicciones”, aseguró.

Una gran amistad unió a Aida Bahr y Ambrosio Fornet. La guionista aceveró que se quedó deslumbrada por la agudeza, el nivel de claridad con que explicaba y la comunicación que lograba establecer Fornet con las personas cuando lo conoció en un taller literario a principios de los ochenta.

Para la coautora del guion de En el aire, Pocho era capaz de enfocarse en lo particular, pero sin dejar de relacionar el contexto, algo de lo que pocas personas son capaces. Bahr aseguró que “eso le permitió ser, para mí, dentro de la narrativa, el crítico más grande de Cuba en el siglo XX”. También afirmó:

El libro en Cuba me enseñó que yo no sabía nada de la historia de Cuba. ¿Tú quieres conocer la historia de Cuba? Lee El libro en Cuba. Porque desgraciadamente padecemos mucho de convertir la historia cubana en la historia de los hechos bélicos, de la independencia, del movimiento social, y se nos olvida que la cultura forma a esta nación. Y El libro en Cuba es para mí uno de los textos más reveladores sobre la forja de la nación cubana. Es un gran regalo que nos hizo Ambrosio.

Bahr añadió que “hay personas que son muy inteligentes, hay personas que son muy cultas, hay quienes son muy buenos comunicadores. Yo diría que Pocho tenía todo eso, pero, además, era sabio”.

“Era un hombre excepcional, y lo extrañaremos”, concluyó.

 

[Tomado de Habana Radio: http://www.habanaradio.cu/culturales/homenaje-a-ambrosio-fornet-en-feria-del-libro-magisterio-y-huella-profunda-en-la-cultura-cubana/]

qué sentido tiene la bandera...

¿Qué sentido tiene la bandera de una nación?

qué sentido tiene la bandera...

Eusebio Leal Spengler

Abril 29, 2022

Artículo publicado en el periódico Granma, el 8 de septiembre de 2016.

 

Con profunda pena hemos venido observando que la enseña nacional, la gloriosa bandera de la estrella solitaria que no ha sido jamás mercenaria, está a la venta entre otros productos de la artesanía como si se tratara de una de ellas o de un objeto común.

Ante esto debemos meditar: ¿Qué sentido tiene la bandera de una nación? Asociada al Himno, a los actos cívicos, a la representación de todo un pueblo en conmemoraciones, festividades patrias o a media asta en ceremonias de duelo; protagonista cuando nuestros deportistas alcanzan la gloria olímpica y observan en silencio como asciende a lo alto del mástil; cuando se encuentran los jefes de estado o cuando ondea simbolizando a la patria al lado de otros pabellones. ¡Cuánta sangre y sacrificios, cuántos murieron abrasados a ella, cuántos la soñaron en tierra extraña!

Fue creada en los Estados Unidos por el ex general al servicio de España Narciso López, nacido en Venezuela, cuya carrera política no puede opacar el mérito de haberla imaginado en compañía de Miguel Teurbe Tolón y de su esposa y prima hermana Emilia, quien fue la primera en bordarla, y de su secretario, el novelista cubano Cirilo Villaverde, autor de Cecilia Valdés y testigo presencial de los hechos.

Se dice que en 1849 –año previo a la confección de la bandera-, en un día estival, en el cielo de un estandarte de Nueva York, López vio los colores de la enseña nacional, así como aquel triángulo equilátero, símbolo de la fraternidad masónica. Esos elementos encarnaban los pensamientos más puros de la revolución que recorría el mundo: libertad, igualdad y fraternidad; cinco franjas, y en el centro del triángulo, como un rayo de luz en el cielo que se abría, la estrella marcaba el porvenir de Cuba. Triángulo que debía ser rojo y no azul, aunque desafiara las leyes de la heráldica.

Ostentaba los colores republicanos de Norteamérica inspirados en los de la Revolución Francesa de 1789; colores que hoy son también los de otras naciones del mundo. Al unísono, con la enseña de los cubanos surgiría la de Puerto Rico, cuyas aspiraciones independentistas quedaron frustradas hasta hoy.

Enarbolada en años difíciles, cuando aún las supremas aspiraciones de las vanguardias políticas del pueblo cubano no habían alcanzado su plenitud y no pocos se inclinaban porque la estrella solitaria fuese una más en la constelación americana, resultaría necesario recorrer un árido sendero y derramar la sangre de los precursores que se apresuraron al acto magnífico del 10 de octubre de 1868 en Demajagua o la solemne celebración de la Asamblea de Constituyente de Guáimaro en abril de 1869.

También surgió de esos anhelos libertarios el escudo sostenido en la unión de bastos donde reposa el gorro frigio con idéntica estrella solitaria. No era otro que el tocado que llevaban los cargadores en los barrios periféricos de París y Marsella; la palma real y la isla de Cuba representada entre los peñones de Cabo de San Antonio y la península de Yucatán, y la llave como símbolo de la libertad prometida, y tras ella el sol naciente.

A su alrededor hijas de Laurel y acanto en ramas símbolos de la gloria combativa y del mérito alcanzado en el campo de batalla.

¡Cuántos cadalsos, cuántas lágrimas, cuántos exilios, cuánta tristeza! para que ahora la estampen en un delantal para la cocina, en una ridícula camiseta y en otras incalificables y vulgares formas.

En nombre de todo ello hago un patriótico y ardoroso llamamiento a nuestros conciudadanos para que al menos aquí en el Centro Histórico de La Habana, Patrimonio Mundial, se apeguen a las costumbres públicas a las leyes vigentes y no se pisotee ni se ponga precio.

Recordad las emotivas palabras del insigne poeta que al regresar a la patria evoca el valor de la bandera cuando aún podían verse a la entrada del puerto de las canteras y la vieja cárcel y el pedazo de pared donde fueron ejecutados los estudiantes de 1871:

 

Si desecha en menudos pedazos

Llega a ser mi bandera algún día…

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!

 

[Leal Spengler, E. (1995): “¿Qué sentido tiene la bandera de una nación?”, en Cuba, prendida del alma. Ediciones Boloña, La Habana, pp. 156-158]      

Para hacer realidad los sueños

Para hacer realidad los sueños

Para hacer realidad los sueños

Eusebio Leal Spengler

Abril 15, 2022

Artículo publicado en Revolución y Cultura, La Habana, No. 107, 1981

 

La salvación de La Habana monumental atrae de manera creciente el interés de nuestro pueblo. Las informaciones periódicas en torno al tema, a través de los órganos de difusión masiva, se hacen más frecuentes.

Los museos y exposiciones en el área intramural comienzan a ser virtualmente invadidos no solo los fines de cada semana, sino todos los días. Tal circunstancia es más alentadora en la medida en que valoramos que el núcleo fundamental está integrado en su mayoría por jóvenes, para quienes las obras admirables de la arquitectura y el revivir los acontecimientos de nuestra historia suponen un nuevo y tentador descubrimiento. ¿Qué debemos hacer? A nuestro juicio, las condiciones se han tornado propicias para estructurar una activa participación de las masas, no solo como espectadores de una u otra actividad recreativa, sino como fuerza actuante y decisiva en lo que ha de acontecer de ahora en adelante.

Toda esta experiencia acumulada, los estudios realizados, el proyecto global para la restauración del Centro Histórico, resultarían una empresa costosísima, inalcanzable en su total magnitud, si no logramos que los jóvenes participen en esta batalla, si no conseguimos que surja en las fábricas y talleres todo un fuerte movimiento y que cualitativamente arquitectos, ingenieros, herreros, fundidores, estudiantes de arte y de historia, círculos de estudios, impidan con su acción decidida, generosa, entusiasta y culta, que las aguas de los veranos venideros no cobren con el desplome de muchas casas y antiguos palacios el precio perder con ellas el retrato material de nuestra identidad ciudadana.

La reanimación cultural desempeñará un papel decisivo; la prueba irrebatible está dada por la felicitación de miles y miles de personas en la celebración restituida de la fiesta de La Habana junto a la ceiba de El Templete, cada 15 de noviembre; en los sábados de la Plaza de la Catedral, que reúnen cada semana, en el regazo acogedor de aquel sitio, no solo a quienes desean comprar un regalo original, sino a los amigos que se encuentran o a los que quieren presenciar la tirada de un grabado en el Taller de Gráfica, un fragmento de una obra de teatro cubano, o ver de cerca el rostro de un artista popular, o escuchar el impresionante tañer de la gran campana de la iglesia.

Y el sábado se ha extendido a la Plaza de Armas y cuando cae la tarde sobre la Calle de Madera hay mercado de flores, y un domingo de cada mes de pajaritos, y lo habrá de papalotes y cometas para conmemorar los vientos de abril que hinchaban las velas de las flotas, y hay como una fiebre en quienes observan al renacer de las casas de la calle Obispo entre Mercaderes y Oficios.

Debemos hacer más, no podemos ni debemos esperar. Esta ciudad se salvará si nosotros somos capaces de hacerlo. Esta es nuestra tarea, la tarea de todos, la parte que nos corresponde en el sostenimiento victorioso de la Patria. Que cada día nos encuentre más esperanzados, más batalladores, más dispuestos a hacer realidad los sueños. Ahora, es lícito discrepar con el clásico, pues estos sueños serán algo más que sueños: serán nuestra realidad.

 

[Leal Spengler, E. (1995): “Para hacer realidad los sueños”, en Regresar en el tiempo. Publicaciones IMAGO, La Habana, pp. 29-31]

La atracción de una ciudad...

Presentado libro “La atracción de una ciudad cosmopolita”

La atracción de una ciudad...

Daniel Benítez Pérez

Abril 7, 2022

 

Como toda promesa que se cumple tras sortear numerosas dificultades, la presentación del libro La atracción de una ciudad cosmopolita. Castellanos y Leoneses en La Habana, de Juan Andrés Blanco Rodríguez, fue a la vez un triunfo de los presentes y un homenaje a los que ya no se encontraban para celebrarlo.

La cita se dio a la víspera del mediodía en el Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa: Palacio del Segundo Cabo. Onedys Calvo Noya, directora del Centro, dijo que la existencia de su institución siempre había sido un sueño de Eusebio Leal y de muchos amigos en Europa.

El antiguo Palacio del Segundo Cabo, que antes fuera el espacio desde donde se enviaba y recibía la controversia que viajaba de Cuba a España y de la península a la isla, ahora conserva la misión de mantener los vínculos de más de cinco siglos entre ambas naciones. “Este centro ha sido con esa voluntad. Que siempre desde la contemporaneidad seamos el puente de ida y vuelta”, afirmó Onedys, y aseguró que estos vínculos se mantienen vigentes.

Dentro de las personalidades a las que saludó en su intervención la directora Onedys Calvo, se encontraban el Excelentísimo Señor Francisco Requejo, presidente de la Diputación Provincial de Zamora, ubicada en Castilla-León, España, quien dirigió unas palabras de agradecimiento a la Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana y al pueblo cubano. También fueron saludados en su intervención, María Antonia Rabanillo, presidenta de la Colonia Zamorana en Cuba, y el Excelentísimo Señor, Dr. Marco Antonio Peñín Toledano, cónsul de la Embajada de España en La Habana.

La presentación estuvo dedicada a la memoria de Eusebio Leal, del que se reprodujo una breve entrevista. “Somos una parte de la España americana porque, entre otras cosas nos une el idioma, que es la patria común de todos nosotros”.

El autor de La atracción de una ciudad cosmopolita, Juan Andrés Blanco Rodríguez, es catedrático de la Universidad de Salamanca y fungió como director de la Universidad Nacional de la Educación a Distancia (UNED) de Zamora. El estudioso, quien es reconocido por los zamoranos como el Maestro de la Emigración, habló de cómo la simple sensación de hojear el libro de firmas de la Colonia Zamorana en Cuba lo transportaba a un lugar que, sin ser España, se sentía como transportado su hogar. También comentó sobre cómo el flujo de castellanos y leoneses a Cuba fue decisivo en los primeros años de la colonización y cómo se mantuvo con cantidades importantes, aún después de las Guerras Independentistas hasta bien entrado el siglo XX.

Su propia historia familiar, reconoció el catedrático Andrés Blanco, tiene un vínculo fuerte con nuestro país y así lo refleja su libro con la historia de uno de sus tíos abuelos que murió en combate, sirviendo como soldado de las fuerzas expedicionarias españolas durante las Guerras Independentistas cubanas. Su padre, rememoró, realizó negocios en Cuba, y una de sus tías en Cuba, pagó para que estudiara en España a través de una de las organizaciones cubano-españolas que continúan hasta hoy.

La constancia de las relaciones entre los migrantes y sus descendientes en Cuba con España es un fenómeno hermoso al que su libro está dedicado. Su constancia a lo largo de los años, sin importar las dificultades económicas o la inestabilidad de las relaciones políticas, son una prueba de la fortaleza y la transcendencia de estos vínculos, de la misma manera que la obra del profesor Juan Andrés Blanco Rodríguez es un fiel testimonio de este medio milenio de conmovedoras y extraordinarias relaciones humanas.

 

 [Tomado de Habana Radio]

Emilia Teurbe Tolón

A Emilia Teurbe Tolón

Emilia Teurbe Tolón

Eusebio Leal Spengler

Abril 1, 2022

Discurso pronunciado durante el acto de inhumación de los restos de Emilia Teurbe Tolón en la Necrópolis de Colón, el 23 de agosto de 2010.

 

Traer sus restos ha sido un empeño por largo tiempo acariciado. Desde su sepulcro en este jardín surgirá, quizás, un ramo de rosas con los tres colores: rojo, azul y blanco, con los cuales bordó la primera bandera de Cuba, en 1850.

 

Con estos honores -reservados a los que son más útiles, a los que han ofrendado los mayores sacrificios, a quienes han dejado una huella indeleble en la historia de nuestra patria- depositamos hoy los restos de Emilia Teurbe Tolón, aquella muchacha que, nacida en 1828, expiró en Madrid, España, un día como hoy, 23 de agosto, hace 108 años, lejos de su tierra amada, Cuba.

Traer los restos de Emilia ha sido un empeño por largo tiempo acariciado. Debemos agradecer a su biógrafa Clara Enma Chávez y, muy especialmente, a su entrañable admirador Ernesto Martínez por haber buscado incansablemente en los archivos de las diversas necrópolis de la capital española el sepulcro ya olvidado de Emilia.

Agradecemos profundamente a la embajada de Cuba y a los funcionarios de la sección consular quienes, un día invernal, acompañaron a Ernesto al acto de la exhumación; también a la Compañía Cubana de Aviación, que trasladó a la patria no solamente los restos de Emilia, sino también el panteón que en su día le ofreció la Sociedad Económica de Amigos del País, como su benefactora.

¿Quién fue Emilia? Cuando depositamos hoy esta semilla, el día en que celebramos el 50 aniversario de la Federación de Mujeres Cubanas, nos parece escuchar todavía la voz de su fundadora, Vilma Espín de Castro; ella reclamaba siempre, con intensidad y con firmeza, que se rindiese culto y se abriese un espacio en nuestra memoria y vida cotidiana a las grandes mujeres, a aquellas que habían marcado no solamente un camino para todo pueblo en lucha, sino también para las grandes vindicadoras de las batallas de género. Emilia fue lo uno y lo otro. Por eso, desde su sepulcro en este jardín surgirá, quizás, un ramo de rosas con los tres colores: rojo, azul y blanco, con los cuajes bordó la primera bandera de Cuba, en 1850.

Recuerdo con emoción los versos de Carilda [Oliver Labra] cuando se refiere a Emilia y evoca con qué puntadas de amor bordó aquel lienzo, aquellas sedas preciosas que aún se conservan. Pienso en los años difíciles que le tocó vivir a esa cubanita casada a los 16 años con su primo hermano, el insigne poeta matancero Miguel Teurbe Tolón: orador, escritor, dibujante… pero sobre todo poeta. Poeta integrante, junto a los también matanceros José Jacinto Milanés y Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), de una pléyade que vinculó indisolublemente la poesía con la historia de nuestra patria. Como también lo hizo José María Heredia, quien sembró el culto a la estrella solitaria, a la bandera cubana, tal como lo recuerda José Martí, nuestro Apóstol.

La figura de Emilia hace que evoquemos a todos ellos, así como a la eximia poeta Gertrudis Gómez de Avellaneda, quien, al despedirse de Cuba con dolor profundo, canta a la tierra que la vio nacer, a su natal Camagüey, que también es la cuna de Ana Betancourt y Ana de Quesada. Emilia fue la primera mujer cubana deportada por insurgencia política. Durante un proceso abierto por la comisión ejecutiva y permanente, es expulsada de Cuba en 1850, cuando tiene solamente 22 años. Es precisamente durante los primeros meses de ese año que madura una idea llegada a Cuba -como dice Martí- de dos fuentes: una ingenua, que aspiraba a una patria que no se podría sacudir del yugo opresor sin el concurso del vecino poderoso; y una segunda, peligrosa y temible, cuya aspiración era la anexión descarnada.

Se dice que en 1849 -el año previo a la confección de la bandera-, en un día estival, en el cielo de un atardecer de Nueva York, el ex general Narciso López vio los colores de la enseña nacional, así como aquel triángulo equilátero, símbolo de fraternidad masónica. Esos elementos encarnaban los pensamientos más puros de la revolución que recorría el mundo: libertad, igualdad y fraternidad; cinco franjas en el centro del triángulo, como un rayo de luz en el cielo que se abría, la estrella marcando el porvenir de Cuba. Triángulo que debía ser rojo y no azul, aunque desafiara las leyes de la heráldica.

Al subir al cadalso, el primero de septiembre de 1851, y pronunciar las que muchos creen fueron sus últimas palabras: «Mi muerte no cambiará los destinos de Cuba», el general Narciso López auguraba el porvenir. ¿Cómo interpretarían ese destino muchos de quienes lo siguieron en la lucha? Esa frase podría significar la independencia o la anexión. La verdad la hallaríamos en nuestra propia historia: la independencia y la plena soberanía popular como único destino.

En 1868 Emilia está ya lejos de esa batalla política que hizo nacer, quizás en un espacio algo extraviado, lo que luego la solemne Asamblea de Guáimaro, iniciada el 10 de abril de 1869, reconocería como la bandera de Cuba, sin agravio de la insignia presentada por Carlos Manuel de Céspedes, la cual sería colocada en la sala donde quiera que los diputados estuviesen reunidos, hecho que sería consagrado años después al constituirse la Asamblea Nacional del Poder Popular. Fue así como el nombre de Emilia, aunque asumido en la penumbra por explicables razones familiares y personales, quedó unido para siempre a nuestra historia patria, sin que nunca dejase de palpitar en su corazón el secreto intenso, ardiente… de su amor por Cuba.

Cuando el General Presidente Raúl Castro Ruz escogió el 23 de agosto para realizar esta inhumación en suelo de Cuba, por lo que esta jornada significa para la mujer cubana, no sabía -pues yo no se lo dije- que sobre la tapa del panteón que cubría en Madrid los restos de Emilia también estaba escrita esa misma fecha, día en que murió la patriota en la capital de España. Ahora, 108 años después, aquella bandera bordada por Emilia -cuyo original felizmente se conserva- y que, multiplicada, ondeara por vez primera vez en Cárdenas en 1850, es el más hermoso homenaje para flotar sobre su tumba, redimida ya de todo compromiso que no fuera luchar por la libertad absoluta en el combate, bandera que guio y guía al pueblo en sus conquistas.

Descanse en paz en suelo cubano, heroína, mujer altiva, mujer hermosa de alma y de espíritu, mujer que -cuando ya su vida concluía- supo dedicar sus bienes a Cuba. Entregó el dinero que tenía a las escuelas que estaban al cuidado de la Sociedad Económica de Amigos del País, una de las instituciones más progresistas de la época y que, junto al seminario de San Carlos y San Ambrosio y la Universidad de La Habana, fue uno de los tres pilares en la forja de la intelectualidad, del pensamiento y de la rebeldía cubanos.

Que este día, cuando el cielo se cubre suavemente de gris para amparar el acto que celebramos a primera hora de la mañana, estos honores militares, estas flores y estas ofrendas lleguen hasta Emilia en cualquier lugar del éter, en cualquier espacio del universo donde se escuche su voz y su nombre para siempre.

 

[Leal Spengler, E. (2017): “A Emilia Teurbe Tolón”, en Hijo de mi tiempo. Ediciones Boloña, La Habana, pp. 64-67.]

Mercurio. Lonja del Comercio

Cuba y Grecia

Mercurio. Lonja del Comercio

Eusebio Leal Spengler

Marzo 18, 2022

Conferencia pronunciada el 10 de noviembre de 2003 en la Universidad Nacional Capodistria de Atenas, en vísperas de la consagración de la Catedral Ortodoxa de San Nicolás de Mira, en La Habana Vieja.

 

Hace exactamente 91 años que un ilustre profesor de la Universidad de La Habana tuvo la honrosa oportunidad de exponer aquí, en la Universidad Nacional Capodistria de Atenas, las dificultades que había en Cuba para los estudios del idioma griego. Se trataba del doctor Juan Miguel Dihigo y Mestre, catedrático de Lingüística y Filología, quien había sido invitado al septuagésimo quinto aniversario de esta casa de altos estudios. Dihigo y Mestre fue el redactor de un libro para la enseñanza de esa lengua, el primero que habría de publicarse en nuestra isla usando los tipos propios del alfabeto griego. Salvando las distancias del tiempo y de su infinito talento, sería ese sabio cubano mi precedente más honroso al evocar el culto que sentimos los cubanos hacia las letras de Grecia, hacia su civilización y el inmenso legado que este país ha dejado a la Humanidad.

Y es que la piedra filosofal del ser occidental se formó en ese glorioso período en que las artes y las ciencias griegas se abrazaron, creando símbolos y fijando hitos que buscaban plasmar la esencia e intemporalidad de las cosas por encima de lo superficial y transitorio.

Para el helenismo, el centro de preocupación fue el hombre y su ubicación en la vida y el Universo. Desde los orígenes del pensamiento griego, filósofos como Anaximandro, Anaxímenes, Heráclito de Éfeso, Tales de Mileto (…) intentaron buscar una explicación al surgimiento del cosmos y de la existencia humana, basándose en las combinaciones casuales de las cuatro sustancias primarias: fuego, aire, tierra y agua.

Esta pasión cognitiva alcanzaría su máxima expresión en el pensamiento de Sócrates, Platón y Aristóteles, quienes incitaban con sus ideas a la búsqueda de la perfección. 

Ese ideal se alcanzaría en el dominio del Arte, en las esculturas -por ejemplo- de Prexíteles y Fidias, cuyo sentido de la belleza otorga un valor al cuerpo humano que va más allá del carácter efímero de la vida terrena. Sus obras imprimieron un sello de dignidad al hombre, elevándolo en el infinito hasta entablar un diálogo con los dioses del Olimpo, en los que vieron un espejo de la tragedia humana.

Bajo el gobierno de Pericles, en Atenas se gestó la más intensa utopía nunca imaginada, proyecto de un orden, de un experimento de gobernabilidad que cobró vida para ya nunca apagarse, como la mítica llama del Olimpo. Es cierto que, en esa utopía, unos hombres estaban sometidos a otros en irredimible condena.

Desde entonces, el ansia de justicia que inspiró al lúcido estadista ha tenido que esperar en las tinieblas de los tiempos en un proceso todavía inacabado. Así, cual Diógenes caminando por Atenas con una lámpara encendida en busca de un «hombre honesto» a la luz del día, anda hoy la Humanidad en pos de la verdad, portando su lámpara desnuda en la noche oscura.

Del cansado andar del griego Eneas y su unión con Lavinia, hija de Latino, nacería Roma, y de este modo el acervo helenístico estaría en la savia misma de la futura latinidad, entendida esta como categoría en el plano estético, humanista y literario. Pero sería con la expansión hacia el sur de Italia, que los romanos harían suya la cultura griega, «cautivados por aquellos que habían conquistado», al decir del poeta Horacio.

Prendida la latinidad por el helenismo, aquella se inclinó reverente ante las ciudades de la Magna Grecia: en las rosadas piedras de Paestum, en los templos de Agrigento (…). Coleccionar obras de arte griegas o imitarlas fue un delirio compartido por los romanos, y prueba de ello son las maravillosas esculturas que adornaron el teatro de Pompeya para más tarde ser colocadas en la suntuosa escalinata que conduce a la plaza del Campidogli.

Nueva vida cobraron los caballos de la cuadra de la Catedral de San Marcos, al recuperar su verdadera identidad, luego de revelarse el secreto de su origen. Y aún guardo en lo más íntimo de mi espíritu el brillo conservado en los ojos vidriados de los bronces de Riace, el regalo más espléndido que nos ha entregado el dios Poseidón desde las profundidades del mar.

Los cubanos debemos a don Joaquín Gumá Herrera, conde de Lagunillas, la impresionante muestra de arte griego que se atesora en la sala universal del renovado Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana.

Teniendo en el centro la formidable y perfecta Ánfora Panatenaica de los hoplitodromos, su colección de 142 vasos fue considerada en 1956 «la mayor al sur del Trópico de Cáncer y una de las más ricas del Hemisferio Occidental».

Además de esa cerámica, se muestra un repertorio de obras griegas de pequeño, mediano y gran formato, entre ellas una formidable Cabeza de Alejandro Magno, copia romana del original helenístico y que debió pertenecer a una escultura de gran talla.

Es La Habana, exteriormente, una ciudad colmada de alusiones a la arquitectura grecolatina; de ahí que el gran escritor Alejo Carpentier la definiera en su magistral ensayo como «la ciudad de las columnas», pues ellas se repiten tanto y de manera tan diversa, reinterpretando con ingenuidad tropical los órdenes griegos dórico, jónico y corintio.

Muchos edificios habaneros tienen cariátides en su fachada; un Mercurio corona la Lonja del Comercio; una estatua de Neptuno escolta el Malecón, y en el pórtico de la Universidad de La Habana en el centro del frontispicio, resplandece la cabeza coronada de Palas Atenea con el búho encima, ave que -como la diosa- posee grandes ojos siempre abiertos y que representa a la sabiduría.

En el Teatro Universitario se representaron las obras que inspiraron mi adolescencia y primera juventud: el drama de Electra, los desvaríos del joven Orestes, la tragedia de Edipo (…).

Ese recinto recibió su acta de nacimiento en 1941 con la puesta de la Antígona de Sófocles, que fuera traducida al español por el nunca olvidado Dihigo y Mestre, quien -además de catedrático eminente- realizó una notable labor de difusión cultural. No en balde hoy la Facultad de Artes y Letras lleva su nombre, en tanto su magisterio fue continuado por Juan Francisco Albear, Juan José Maza y Artola, Manuel Bisbé Albertini, Elena Calduch, Elina Miranda Cancela y María Castro Miranda (…) sin olvidar tampoco a esa gran latinista que fue Vicentina Antuña.

A propósito, el propio Carpentier hace referencia a ese escenario en su novela La consagración de la primavera, cuando narra cómo en los edificios y columnatas de porte neoclásico -que ya desde la década del 20 servían de aulas universitarias- resonaban los versos de las tragedias griegas presentadas por el Teatro Universitario en alarde de voluntad y vocación, dadas las precarias condiciones de ensayo y estreno.

Años después, cerca de Nápoles, quise visitar el antro de las sibilas, en Cumas, luego de haber viajado a Delfos para sentir la íntima vibración en las gradas del teatro de Epidauro. En la madurez de mi propia vida, ansié volver a iluminar mi alma con la visión de la Acrópolis, justo ahora que se aproxima el año en que nuestro más caro deseo es que la Olimpiada devuelva la paz entre los pueblos y las naciones del planeta.

Isla mágica, isla misteriosa es la nuestra, donde pueden hallarse ciudades como Matanzas, reconocida como la Atenas de Cuba por el mérito singular de sus poetas. Nuestro territorio está regado a lo largo y ancho por pueblos con nombres tales como Rodas, Palmira, Artemisa (…) y hasta un perdido batey de un pueblo azucarero, en la zona Oriental, lleva el nombre de Troya.

Y es que, cuando la isla todavía estaba bajo el dominio español, la cultura grecolatina tuvo un especial significado en la literatura cubana del siglo XIX al ser evocada en citas y referencias que identificaban nuestros ideales y aspiraciones independentistas con aquella fuente de belleza, armonía y justeza.

En los liceos de La Habana se estudiaba a Anacreonte y Hornero, de ahí posiblemente el auge que tuvieron las anacreónticas durante todo el siglo XIX entre los escritores de Cuba: desde Manuel de Zequeira, iniciador de la lírica a principios de aquella centuria, pasando por Manuel Justo de Rubalcaba, José María Heredia, Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido) (…) hasta Joaquín Lorenzo Luaces.

Tampoco escaparon del embrujo el reconocido pensador y maestro Enrique José Varona y hasta nuestro Apóstol José Martí. Todos, de una manera u otra, en mayor o menor cuantía, tradujeron o se apropiaron del tipo de poema que diera la fama al nombre de Anacreonte y rindieron culto a Homero, Píndaro (…) y al destino de Safo que, como una estrella luminosa, cruzó sobre ese exótico parnaso.

Esa fascinación por la literatura grecolatina se mantendría en posteriores generaciones de escritores cubanos: el ya mencionado Carpentier, que en su novela Los pasos perdidos hace un contrapunteo con la Odisea, sin olvidar las alusiones a Sísifo y Prometeo, y el gran poeta José Lezama Lima, cuyo primer libro tituló Muerte de Narciso (…), por sólo citar dos ejemplos.

Por mi parte, al dedicarme a las humanidades y -en especial- a la restauración de mi ciudad natal, he tenido como uno de los principales referentes a El Templete: ese modelo virtual de una nueva e intensa corriente neoclásica que, inaugurado en 1828 por el obispo Espada para rendir culto eterno a los orígenes de la villa de San Cristóbal de La Habana, adoptó precisamente la forma de un pequeño templo votivo griego.

Quiso el destino que, evocando en la distancia a aquel y otros fundadores, me tocase a mí el privilegio de colocar hace apenas dos años la primera piedra -como fundamento- de la pequeña catedral que, en honor a san Nicolás de Mira, se erige actualmente en el Centro Histórico. Para consagrarla vendrá a La Habana su Toda Santidad, Bartolomeo I, Patriarca Ecuménico de Constantinopla y Nueva Roma.

Será un homenaje a la cristiandad griega, cuya fe se remonta a los primeros años de la iglesia primitiva, como demuestran los Hechos de los Apóstoles y las Cartas de San Pablo. Incluidas en el Nuevo Testamento, que fuera redactado completamente en griego, esas narraciones hacen alusión a las primeras congregaciones y al famoso discurso del apóstol Pablo en el Areópago de Atenas, considerado uno de los más elocuentes en la historia de la oratoria.

Quizás con el mismo poder de convencimiento, al recordar al poeta José María Heredia en el discurso pronunciado el 30 de noviembre de 1889 en el Hardman Hall, en Nueva York, José Martí preguntó enfáticamente: «¿Y la América libre y toda Europa coronándose de libertad, y Grecia como resucitando, y Cuba, tan bella como Grecia, tendida así entre hierros, mancha del mundo, presidio rodeado de agua, rémora de América?»

Más de medio siglo antes, en su poema «A la resurrección de Grecia en 1820», Heredia había tomado como pretexto la insurrección griega contra los otomanos para hacer alusión directa al problema de la independencia de Cuba del colonialismo español, con estas estrofas:

Por la alma libertad miro a mi patria,

A la risueña Cuba, que la frente

Eleva al mar de palmas coronada,

Por los mares de la América tendiendo

Su gloria y su poder: miro a la Grecia

Lanzar a sus tiranos indignada.

Y a la alma Libertad servir de templo,

Y al Orbe escucho que gozoso aplaude

Victoria tal y tan glorioso ejemplo.

Al comparar en su arenga libertaria a Cuba con Grecia, tanto Heredia como Martí nos legaban un símil de amor filio entre dos naciones lejanas que, unidas en su vocación redentora, se cobijarán pronto bajo el techo del primer templo ortodoxo en tierra cubana como expresión más alta de un sentimiento ecuménico.

 

[Leal Spengler, E. (2018): “Cuba y Grecia”, en Patria Amada. Ediciones Boloña, La Habana, pp. 69-75]

Pablo de la Torriente Brau feb 4, 2022

Pablo en el recuerdo

Pablo de la Torriente Brau feb 4, 2022

Eusebio Leal Spengler

Marzo 4, 2022

 

Con admirable devoción, Víctor Casaus ha abierto un espacio en la cultura cubana, dejando los merecidos lauros que tanto tiempo acumuló en su obra personal como intelectual y poniéndolos al servicio de una memoria, con la cual se ha identificado tanto, que si hoy podemos decir que Pablo de la Torriente Brau continúa presente en el pensamiento cubano, lo debemos -esencialmente- a dos cubanos: a Raúl Roa, que cultivó a lo largo de los años la inconsolable tristeza por la temprana partida de su amigo , y que lo honró en sus escritos, en la amistad y en la vida diaria; y a Víctor, que desde ese centro ha logrado convocarnos a todos para que esa llama de amor no se extinga.

A la luz de ella, arribamos en 2001 al centenario de Pablo, con la presencia y la tutela de Ruth, que, a lo largo de toda la vida, junto a su hermana -a quien recuerdo perfectamente en tantísimas oportunidades-, ha sido la fiel custodia de una memoria familiar que trasciende a Cuba, tejiendo un lazo fiel con Puerto Rico, y que nos acerca por la sangre derramada a la España irredenta de 1936.

La Guerra Civil era como el prólogo, el primer acto de un debate mayor que arrastró hacia los campos de batalla a un grupo numerosísimo de jóvenes que demostraron en aquellas viriles acciones que la gran España, la España de los pensadores y de los atrevidos luchadores por la libertad, había hallado eco en sus corazones.

No habían decursado cuatro décadas de la Guerra de Independencia de Cuba contra España cuando, por encima de la aparente paradoja, ese contingente fue a luchar en el suelo español por una causa española, pues era también una causa de humanidad. Hay esta tarde en la sala, en el patio gentil de esta casa, mujeres y hombres que participaron en la Guerra Civil Española. Cubanos, norteamericanos, españoles (…) que se han reunido para celebrar el primer centenario de Pablo.

Y ha comenzado este acto con esa maravillosa canción trovadoresca de Silvio Rodríguez que da cuerpo sonoro a los inmortales versos que están en la esencia de la despedida del duelo de Pablo, pronunciada por Miguel Hernández, el pastorcito de Orihuela; los versos apasionados que retratan el dolor de los compañeros que ve derrumbarse al primero de aquellos grandes soldados de la libertad que integraron el contingente de Cuba.

Un contingente que se unió a gente de otras naciones hispanoamericanas, a norteamericanos, a italianos, a húngaros (…) que se abrazaron en el sueño español por la República y por la libertad.

Las estrofas de Miguel Hernández son el más hermoso homenaje al que dejó sus huesos en Majadahonda, pero cuyo espíritu -como el del gran Capitán- saltó por encima de su tumba, proclamando que en la tierra de España quedaban sus restos, pero su gloria no.

De regreso, su gloria atravesaría, una vez más el océano para volver a este que fuera su mundo, su ámbito, el teatro de sus primeros y más grandes sueños. Era el sol de Cuba el que calentaba sus huesos, independientemente de que, en la hora postrera, fuese el de España el que iluminase sus ojos.

A Pablo debemos no solo ese ejemplo, sino su extraordinaria originalidad. Tan grande como su figura, que Raúl Roa describió en tantas ocasiones; aquella figura que sorprendió a los compañeros del presidio, en la cárcel terrible de la Isla de la Juventud -Isla de Pinos, entonces-, con sus ocurrencias, palabrotas, chistes (…), con sus retratos hablados de los compañeros y con aquellas cartas  que leí en mi primera juventud en el archivo de Emilio Roig -también amigo suyo-, a quien, a dos tenores como Juan Marinello y con el propio Raúl, escribió esas maravillosas cartas que han llegado hasta hoy.

El centro Pablo ha promovido esas conmemoraciones ardorosamente. Víctor las ha propiciado anticipadamente, utilizando para ello, como ha dicho, todos los medios a su alcance.

(…)

Tenemos la suerte de hoy tener entre nosotros aquí a uno de los símbolos vivientes de la amistad del pueblo norteamericano con la España republicana y con Cuba.

A uno de aquellos hombres que lucharon en el contingente Abraham Lincoln y que hasta hoy defienden las causas más justas y más nobles, entre ellas la causa de pueblo cubano.

Al comenzar esta jornada por Pablo, considero indispensable decir esto, porque sin ello sería imposible explicar por qué se fue a derramar tan tempranamente aquella sangre en tierra española cuando todavía vivían los que habían sido en Cuba  cautivos de las cárceles, cuando aún vivían los que volvieron del exilio en Chafarinas y en Fernando Poo, cuando aún vivía una buena parte de los que habían combatido en suelo cubano por la libertad.

Y es que en esa batalla se unieron cubanos y españoles, renunciando a todas las confrontaciones, abrazados por amor aunque alguna vez se hubiese servido a España por deber.

Para todos aquellos amigos de Pablo caídos en España junto a él, para los que lloraron su muerte en Majadahonda, para los que le acompañaron a la tumba secreta donde permanecen ocultos sus restos, nuestro pensamiento y nuestra gratitud. Y que aquellas lágrimas y aquellos cantos luctuosos entonados sobre su tumba, nos permitan hoy el sentimiento profundo de gratitud por todos los que de una parte u otra de la tierra han servido y amado a la causa de nuestro pueblo.

Y a Pablo, puertorriqueño, que soñaba continuamente en que Puerto Rico fuese también, como lo soñó Martí, una parte de la América Libre, nuestra memoria  y nuestro tributo. A un Pablo que no ha muerto y no se ha ido, sino que vive entre nosotros.

Consideramos y creemos que esa trascendencia es cierta. No es solamente un ardid literario ni una ficción de la palabra, sino una gran verdad.

Cuando se deja en la obra una parte de la vida, cuando se deja en actos o en poesía un sueño, se vive más allá de la muerte, y esa es, como dijo Martí, un carro de gloria, un carro de hojas verdes, en que a morir nos han de llevar.

Para Pablo, nuestro recuerdo emocionado; para Pablo, nuestras flores; para Pablo, nuestros cantos; para Pablo, nuestros poemas y, desde luego, esta reunión de amigos que es, en realidad una multitud.

Porque a nuestra convocatoria, a estas cabezas canas y a estas otras cabezas jóvenes, se unen la de una miríada de compañeros que acuden hoy colmando el patio y colmado La Habana Vieja.

Por estos caminos que recorrió Pablo muchas veces para ir al despacho de don Fernando Ortiz, de la mano de Rubén Martínez Villena, de la mano de Raúl Roa, de la mano de los compañeros que formaron el primor de su generación (…).

Para Pablo, nuestros cantos y nuestra inacabable gratitud.

 

[Leal Spengler, E. (2005): “Pablo en el recuerdo”, en Patria Amada. Ediciones Boloña, La Habana, pp. 103-106]

El 24 de febrero

El 24 de febrero

El 24 de febrero

El 24 de febrero

Febrero 18, 2021

Eusebio Leal Spengler

Fragmento de la intervención especial en la sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional por el centenario del inicio de la Guerra de Independencia. La Habana, 24 de febrero de 1995.

 

Con la visible dificultad con que asciende quien ha de encender la llama en lo alto de la montaña para rendir tributo, me corresponde (…) dirigir unas breves palabras en homenaje al 24 de febrero de 1895, la fecha excepcional que nos convoca, en el día feliz en que las generaciones aquí reunidas hemos podido estar presentes para celebrarlas, bajo el cielo y sobre el suelo de nuestra patria. Y es también homenaje justo y necesario al hombre grande y sobresaliente, José Martí, a quien ningún superlativo puede alcanzar en los méritos excepcionales que contrajo ante Cuba, América y el mundo por organizar al pueblo cubano, dentro y fuera del país, para conducirlo a la que él llamó la Guerra Necesaria, luego de haberla considerado inevitable.

Pensar en el 24 de febrero es imposible sin buscar sus antecedentes en la historia fecunda y hermosa de nuestro pueblo. Tendríamos que sentirnos, y nos sentimos, profundamente orgullosos de esa historia. En la medida en que estamos orgullosos de ella, se nos respeta y estima; en la medida que la desoímos o la olvidamos nos hacemos pobres, con una pobreza superior a la carencia de todo bien material: la pobreza del espíritu. (…).

Mucho más de cien años atrás, los cubanos comenzaron a luchar por su independencia con gran denuedo y sacrificio. Imposible sería mencionar en el día de hoy a todos los que se inmolaron por esa causa justísima; imposible sería recordar, uno a uno, a las mujeres y a los hombres que, en gesto magnífico dejaron toda la expectativa personal, todo deseo humano, y se consagraron con alegría, con pasión y con dedicación a servir a una, madre superior, a una amada superior, como aquella a la que cantaba en sus versos conmovidos el insigne poeta de Oriente, José María Heredia. Él nos ha enseñado con sus versos excelentes y nos ha imbuido ese extraño amor. El propio Martí, si acaso no fue él precisamente, le atribuye a Heredia haber llenado nuestro espíritu y sembrado en nuestra alma ese amor conmovido por Cuba.

Fue también el dolor solitario de la masa enorme, inmersa, silenciosa e ignota de los esclavos que vinieron a Cuba, desde los confines de África, para colmar las plantaciones azucareras o el silencio de los cafetales; que trabajaron de sol a sol y dejaron con sus lágrimas y con su sangre, pero también con su rebeldía y con su esperanza, una cuenta que saldar, una epopeya venidera que libar para que otros hombres no fuesen a su vez esclavos. Por tanto allá, en el horizonte de los tiempos, cuando se empezó a pensar en Cuba como algo diferente y como algo que existía y que latía, en las circunstancias de ser nosotros parte de imperio colonial distante, comenzaron muchos a pensar en la posibilidad de la independencia, de la libertad futura. Y en el esfuerzo de aquellos dolorosos esclavos, arrebatados a la naturaleza, a su tierra africana, se unió en muchas ocasiones a los cubanos criollos que, como Román de la Luz y Frasquito Agüero, estuvieron entre los primeros en levantar su voz, en conspirar bajo el silencio de las logias y en soñar con ese futuro promisorio.

La lucha de los esclavos, que es enunciadora de un futuro de grandes convulsiones para Cuba, tiene y tendrá como paradigma a José Antonio Aponte, de quien se sabe poco y, sin embargo, con su valor personal y con su capacidad (que en el tiempo la entendemos mucho más amplia de lo que la propia historia la ha concedido) fue de gran significación para sus contemporáneos, allá por el año 1812, antes de que su cabeza se exhibiera públicamente como escarnio para todos aquellos que soñasen con la libertad. Pero fueron muchas e incontables las conspiraciones. Cuando América fue independiente y en algún confín del continente alguien pensó generosamente en Cuba, surgieron entonces las conspiraciones o las logias secretas Gran Legión del Águila Negra, Soles y Rayos de Bolívar, La Cadena Triangular y La Mina de la Rosa Cubana, por solo evocar algunas.

(…)

Durante todos estos tiempos, en el carro de la ciencia y de la cultura, en las artes del trabajo, en la misma fusión natural del pueblo, de las etnias distintas de la hispanidad (negros africanos y otros grupos humanos que convergieron en la isla), se fue amalgamando y reuniendo un criollato ávido de cambio y transformaciones, que dividido por la brutalidad de las relaciones sociales imperantes se escindía, eso sí, en poseedores y desposeídos, en ricos y pobres, en libres (supuestamente) y en esclavos. Pero en la medida en que se levanta el siglo, mientras los filósofos en el siglo de sus cátedras, las maestras y maestros en el aula, y en los demás pensadores sociales van diseñando cual podría ser el futuro, la salida para el inmenso dilema que parecía apuntar al porvenir, también avizora una división, se avizora una interpretación disímil de como hallarle solución a la cuestión cubana.

A fines del siglo XVIII ya era evidente la presencia de una escuela del pensamiento. No es extraño que el insigne presbítero Félix Varela y aun Agustín Caballero, gran filósofo y sacerdote como aquel, pensaran necesariamente en la patria y que en sus expresiones apareciesen ya, con brillo propio, la palabra patria y el nombre de Cuba, unidos a manifestaciones de criollez y cubanía que iban desde mencionar la naturaleza o la poesía hasta las relaciones humanas y efectivas.

Todo parecía inclinar a la comprensión de que en medio de esta masa heterogénea se estaba produciendo en el Caribe, se estaba acuñando en condiciones muy difíciles, un pueblo. Y en circunstancias geográficas angustiosas: demasiado cerca del sur norteamericano y demasiado distante, a pesar de la proximidad, a los pueblos latinoamericanos que ya habían alcanzado su independencia y comenzaba la aventura republicana.

Cuba comenzaba a engendrar su esperanza. No existía en nuestra tierra, como en otros pueblos del continente, la masa indígena mayoritaria con sus culturas, con sus cantos, con sus lenguas, con sus curiosos vestuarios, con sus tradiciones, milenarias, con sus conocimientos de astronomía y de ciencias exactas de observación del mundo y la naturaleza, con sus teologías propias. No habíamos asistido, de hecho, a la forja de una identidad tan compleja y rica como la que se vio en México colonial o virreinal, en el Perú, en Centroamérica o en otras posesiones españolas. La cultura de las islas se levantaba sobre la huella perdida y extraviada del indio, sobre el infinito dolor de los esclavos inmigrantes, sobre la pugna de los conquistadores europeos por alcanzar riqueza y fortuna, salir adelante y, muchas veces, regresar a la patria distante.

En el siglo XIX se hizo aún más explosiva la situación social. Hechos continentales y europeos infundieron nuevas razones al sentimiento cubano; acontecimientos de carácter planetario que marcaron una transformación en la interpretación de la historia, influyeron también en Cuba: la gloriosa Revolución Francesa, la propia rebeldía de las colonias norteamericanas contra su metrópoli inglesa y la insurrección de los esclavos en Haití, que se proyecta sobre Cuba. Todo ello, unido a la poderosa Revolución Industrial y sus reflejos sobre la producción azucarera y su industria, trajeron para Cuba pasiones aún más enconadas y más lúcidas reflexiones en cuanto al futuro. El pensamiento cubano se escindió y apareció con toda nitidez una escuela, o un grupo, que soñó con que la salvación de sus intereses de clase estaba en poner a Cuba como una estrella más de la constelación del sur norteamericano (…).

Otro grupo más valeroso y más definido en su pensamiento, sabiendo el precio que pagaría por sus ideas, tuvo como mentor al padre Varela, (…) aquel que había bebido de las fuentes mismas de la filosofía y del pensamiento cubano; el hombre de la esperanza, el hombre sonriente, el orador conmovido, el representante de Cuba en aquellas cortes memorables de 1823 reunidas en España.

Más allá de Varela, más allá de su expulsión de España luego de restaurarse el absolutismo, más allá de su proscripción, sobreviene en Cuba el nacimiento, en cuna ignota, de un niño que nace en casa de inmigrantes, en un hogar modesto y pequeño pegado a las murallas, apenas un mes antes de la muerte de Varela. Cuando este cerraba los ojos en San Agustín de la Florida, el 18 de febrero de 1853, no podía saber, claro está, que en La Habana, en la populosa y grande Habana, había nacido el poderoso continuador de sus ideas (…).

Vivía los años de su último esplendor el Seminario de San Carlos y allí, en la casa de los filósofos, brillaban hombres tan sobresalientes como Escobedo, orador; Rafael María de Mendive, maestro de José Martí adolescente; el propio Domingo del Monte, que ahora se iba de nosotros como José Antonio Saco en su día, cuando un representante del poder, tintineando sus espuelas y sus armas, entró en el aula de clases a comunicarle su expulsión de Cuba. Todos estos talentos brillaban, pero brillaba uno por sobre todas las cosas, (…) aquel que al despedirse del mundo en 1862, sostenido por sus alumnos, renovaba su fe en el futuro; aquel que cada sábado y cada fin de curso formaba con su magisterio una escuela de pensamiento cubano, de lealtad; aquel que había puesto como divisa suprema para los jóvenes que educaba, la fidelidad a lo que él llamaba ese sol del mundo moral: José de la Luz y Caballero, don Pepe.

Por tanto, vemos cómo las tradiciones cubanas: la que busca la anexión, la que busca la independencia y la que busca reformas políticas, porque no se atreve a pagar el inmenso precio con que ha de conquistarse la libertad verdadera, convergen en el momento que viene al mudo Martí, en el momento de la crisis suprema del sistema, en el momento que el mundo también estaba cambiando, en el momento que las repúblicas de América sentían que con la indecencia primera no habían alcanzado todavía la plenitud del ejercicio de la soberanía soñada, del Estado de Derecho, de la riqueza materia , porque habían quedado intactos en muchas ocasiones, los privilegios del tono y del altar.

(…) En Cuba, mientras tanto, asciende la época con dureza, asciende la época con contradicciones, asciende la época demostrando la inviabilidad de que continúen las cosas tal y como están en el sistema político, gubernativo y social. Las ideas morales y aun los sentimientos más puros del alma nacional contradicen la tragedia que se vive: la esclavitud es como una lacra que corroe y quema el alma cubana.

Y por eso en 1868, cuando una campana convoca al pueblo cubano en el patio de un ingenio, ¿dónde sino allí podía ventilarse el primer pugilato por la libertad de Cuba?

En un ingenio levantaría por primera vez su voz el amo para mandar en nombre de sus derechos y por primera vez un libertador convocaría a los hombres blancos a unirse con los hombres negros, a los cuales, de una sola fuerza de su decisión, arrebataría no ya la cadena de sumisión, sino que les entregaría virtualmente, con su libertad, el derecho a combatir por ella. Y ese día, el 10 de octubre, el día miliar, el día clave, el día que se colocó la piedra fundamental del arco, un hombre grande, un hombre cuya magnitud humana los cubanos debemos aquilatar en su justo mérito, aquel que tuvo el derecho de precedencia, aquel que se atrevió al desafío, aquel conspirador que se había formado como muchos de sus contemporáneos en la escuela de la fe y de la confianza en el futuro, de esa manera tenaz y al precio de los más altos sacrificios, como padres de una patria nueva.

Qué decir de aquellas pruebas, de aquellos dolores de la familia cubana, de los macheteos sigilosos a los campamentos; de los hombres, mujeres y niños que fueron ahorcados, como ejemplo aleccionador, en las vueltas de los caminos. Qué decir de aquel Céspedes tremendo, ya no presidente, pero siempre, siempre héroe, que antes de renunciar a sus ideas y sus principios  acepta, sin vacilar, la decisión del adversario de fusilar a su hijo Oscar; aquel Céspedes que ahora asciende vigoroso, con la última luz de la vida, revólver en mano, el peñón de San Lorenzo, para descender por el farallón el 27 de febrero de 1874 con sus ideas, intacto en sentimientos, con los ojos grandes y abiertos.

Todo esto y más fue la guerra de Cuba; esta es su leyenda, esta su historia, estos sus héroes. Y al final, al final de tanta batalla, de tanta lucha, como ha ocurrido no solo con nosotros, sino en la historia de tantos pueblos de este continente y del mundo, la victoria no fue nuestra. Pero hubo algo superior a la victoria misma: la tradición que había nacido, el espíritu nacional que se había formado, la poesía interna que los cubanos tenían como leyenda futura, como canto de gesta, como necesaria historia de contar (…). Precisamente ante lo imposible, ante el quebranto y la decepción, sobre la base de los sólidos valores morales, un hombre de apenas 33 años (…), sería quien bajo los mangos de Baraguá pronuncia ese ¡No! determinante, que excedía las posibilidades militares y, sin embargo, estaba apuntando a los más altos valores de la dignidad cubana (…).

En ese acto de Maceo en Baraguá, que Martí leería años después y diría, al recorrer esos apuntes, que estaba ante la más hermosas de todas las páginas de la historia de Cuba, podemos hallar, junto a los hechos anteriores, el fundamento del 24 de febrero de 1895. Sin esa historia previa, sin esas contradicciones, sin esos enormes sacrificios, la historia de Cuba no sería la que es. Y sobre esa base, sometido a análisis, punto a punto, lo que había significado la Guerra de los Diez Años, valorando el sentido de la nación y su enlace verdadero, Martí edificó su obra, su poética, su labor tremenda.

No insistiré en detalles de su biografía; diré solamente que estamos ante un hombre excepcional, ante un dirigente que en plena juventud es capaz de consagrarse con la más hermosa, con la más confiada y con la más absoluta fidelidad al destino que parecía ser en él predestinación. Y este Martí que no había combatido en guerra grande, pero que había sufrido los dolores del presidio; (…) este Martí, que se convertirá en España, desde lo alto de las gradas del parlamento, en el que escuche después de haber inflamado el corazón de muchos de aquellos ponentes de las cortes con sus palabras y con sus testimonios, en verdad desgarradores, este Martí será el que expulsado, el que deportado de Cuba, tras aquella prisión dura y tremenda sufrida en los primeros años de adolescencia, se convertirá más tarde, precisamente, en ese dirigente, en ese conductor.

No era un hombre fornido, no era un hombre de gran estatura, no era un hombre que sobresaliese por nada externo. Había en él luz misteriosa, había en él una vocación, había en él una voluntad. Y por tanto, superando el dolor de sus heridas físicas, no acepta el odio para edificar sobre él sus ideas, sino que se consagra a una obra, de análisis primero y de unidad y preparación después, en consecuencia de la cual celebramos el día de hoy (…).

Martí adquiere prestigio, pasa a ser de último al primer orador en las conmemoraciones cubanas (..). Ese hombre elaboró lo que parecía imposible: la unidad de los cubanos, la perla más preciosa, la rosa de Elil, la que nos mantiene esta noche en esta sala, la unidad de la nación cubana. Él fue el autor; él pasó por encima de las discrepancias, de los personalismos, de las visiones locales, de los héroes de la patria chica, para unir amando, para unir levantando, para unir exaltando los valores raigales y profundos de Cuba.

(…) Cuba era entonces Martí. Él logró unir a Gómez y a Maceo; él logró restablecer la fe en el futuro predecible; él logró reanimar el sueño de la utopía; él se apoyó en el 10 de octubre de 1868 y en el 27 de febrero de 1874, así como en el campo sagrado y distante de Jimaguayú; él analizó el drama de Guáimaro; él restituyó los valores cubanos sin tan solo dejar un cabo. Todo lo que fue salvable, digno e importante para la historia de Cuba, lo mostró en sus páginas, lo dio en sus versos, lo escribió en sus discursos políticos y en sus trabajos admirables, lo entregó como lectura a los niños de América en las máximas, sentencias y pensamientos reunidos para su primorosa revista La Edad de Oro.

Ese Martí hombre, ese Martí político es también el Martí conspirador y organizador que prepara sigilosamente, ordena el exilio, ordena dentro de Cuba y funda un partido político con el cual la lucha cubana asciende a una etapa superior. Se da cuenta de que las revoluciones no pueden surgir del voluntarismo, ni siquiera de una dirigencia brillante, de que para una idea revolucionaria es indispensable tener una base, una estructura necesaria. Y de esa pasión creadora surgirá la obra más hermosa: el Partido Revolucionario Cubano, un partido de la nación, (…) un partido de la unión en un país otrora dividido (…).

(…) Entonces, cuando todo estuvo listo y preparado, cuando la crisis en el interior de Cuba fue evidente, cuando la situación política internacional pareció mejor recomendarlo, desencadena su proyecto. Supera aún el revés de Fernandina, cuando todo parece perdido, y toma la opción que todo hombre de revolución tiene, que todo dirigente verdadero prevé: usar un plan alternativo.

Y detona en Cuba la lucha armada que el 24 de febrero de 1895 florece como reguero de estrellas de Oriente a Occidente, en la legal acción de su amigo, el joven letrado Juan Gualberto (…).

Juan Gualberto Gómez va a Ibarra con Antonio López Coloma para levantarse en armas, pero a esa misma hora en que estamos aquí reunidos, allá en Santiago de Cuba, el grande Guillermo Moncada cumple su palabra y sale también con sus huestes; otros salen a El Cristo, otros suben a El Cobre, otros tantos se alzan en Bayate y Baire. También en Guantánamo se levanta Periquito Pérez. ¡Qué sería de esta historia sin ese héroe, que rescata a los extraviados, que sostiene la fe! ¡Qué seríamos sin Jesús Rabí! ¡Qué seríamos sin Bartolomé Masó!

Estos son los hombres de este día y estas son las sombras que nos acompañan esta noche, sombras luminosas a las cuales apelamos en esta hora difícil en Cuba (…) Ahora que la nación cubana está unida en esta sala, ahora que el pueblo cubano escucha, ahora que los cubanos escuchas en todas las latitudes del planeta las palabras que esta noche han de decirse, suene de nuevo con su eco poderoso esta campana, vuelva a sentirse en Alcancía, en Triunvirato y en los viejos cafetales solitarios a la voz de los negros que se levantan para decir: ¡Esta patria en nuestra!

¡Que vuelvan a sentirse los brazos de los macheteros detenerse en su faena para ser convocados a convertirse en solados de la libertad!

¡Levántense de su tumba, generales!

(…)

¡Vuelvan a hacer sonar sus cítaras los poetas de la patria!

¡Vuelvan las mujeres a bordar sus banderas!

(…) Si fuese posible meditar en los símbolos y en los nombres por los cuales hemos luchado por más de un siglo, recordemos que los cubanos han luchado con cuatro consignas unitarias y definitivas: Patria y Libertad, Libertad o Muerte, Patria o Muerte y Socialismo o Muerte. Quitemos por un instante la alternativa de la muerte, que es compañera necesaria y amiga de la vida, y quedarán solos, vitales y luminosos, los tres valores por los cuales estamos dispuestos a vivir: ¡Patria, Libertad y Socialismo!

 

[Tomado de Leal Spengler, L. (1996): “El 24 de febrero”, en La luz sobre el espejo. Ediciones Boloña, La Habana, pp. 9-23]

Patria Amada feb 4, 2021

Patria Amada

Patria Amada feb 4, 2021

Febrero 4, 2022

 

[Discurso pronunciado por el Dr. Eusebio Leal Spengler, historiador de La Habana, el 17 de junio de 2005, en el centenario de la muerte del general Máximo Gómez Báez.]

 

El 17 de junio de 1905, a la caída de la tarde, se extinguió la vida del mayor general del Ejército Libertador de Cuba, Máximo Gómez Báez. Quien había luchado con tanto encono y desafiado al enemigo en las más rudas y temerarias acciones, cedía a una enfermedad imposible de superar. En su casa de El Vedado, frente a un parque y plaza inundados de pueblo y admiradores, moría rodeado por sus familiares: su esposa amantísima e hijos, a los que sumaban aquellos que habían respetado sus grandes virtudes como militar, pensador y ser humano.

Viéndolo en el tiempo, nos asombra que haya declinado tan joven aquella fuerte naturaleza, pues aún el generalísimo no había cumplido sus 70 años. De ellos, la parte más lúcida, más poderosa, más enérgica de su existencia, la dedicó con consagración y perseverancia a batallar por la causa de Cuba, y no solo por ella. En memorable sentencia, motivada quizás por el ríspido dolor de la injusticia, exclamó una vez: “Cuando vine a Cuba no lo hice solo por este pueblo minúsculo, sino porque creí que sufría y luchaba por la Humanidad”.

Hijo de la República Dominicana, fue su cuna un pueblecito llamado Baní (…). El joven Gómez, (…) con apenas 19 años de edad, se incorpora a las milicias para defender la joven República Dominicana de la invasión haitiana. (…) En efecto, como garantía de una posibilidad de paz futura, algunos líderes dominicanos habían tomado como remedio la protección económico-militar de la potencia colonial. Pero una parte del pueblo no aceptó el compromiso y, desde el primer día, pulularon las guerrillas. (…) De aquí, de nuestra isla, partieron y volvieron –derrotadas– las fuerzas españolas, trayendo en sus filas a aquellos dominicanos que, en su momento de obnubilación y error, siguieron una bandera equivocada.

Pasaron los años y aquellos dominicanos radicados en Cuba sintieron también sobre sus espaldas el peso ignominioso de una esclavitud que no era solo de los hombres negros. (…) Sería de ellos solo Máximo Gómez quien recorrería el largo camino de casi 30 años de bregar revolucionario.

Según él mismo relataría, fue en casa del hacendado bayamés Eduardo Bertot y Minet, donde por primera vez escuchó sobre los planes de una vertebrada conspiración contra el dominio de España. Fascinado y dispuesto a secundar los planes del patriota, cumpliría su palabra cuando, el 10 de octubre de 1868, Carlos Manuel de Céspedes lanza su grito de independencia en La Damajagua.

(…) Al frente de un puñado de valientes, tocó a Máximo Gómez disputar otro paso del Cauto –las cuchillas de Palma Soriano– a las tropas enemigas comandadas por el general Campillo. Gracias al dominicano, en ese combate –conocido como Ventas de Casanova– los cubanos levantarían por primera vez la guámpara acerada para descargar con fuerza sobre los bravos soldados coloniales. Había nacido la carga al machete, ese procedimiento bélico que, empleado en la vecina Santo Domingo en la lucha contra los invasores de Haití, primeramente, y después durante la Restauración dominicana, alcanzó en nuestras tierras una dimensión mayor en la combinación del binomio machete-caballería.

(…) Ante la pérdida del paladín de la vergüenza, del pensador inmenso, del legislador de Guáimaro, del solado afortunado del Cocal del Olimpo y de la Torre de Colón, el presidente de la República en Armas lo había convocado para que tomara el mando en el Ejército del Centro, afianzado en esa provincia. Con doce hombres, a los que llamó Los Apóstoles, Gómez acude desde las montañas orientales al llamado de Carlos Manuel de Céspedes y superando el posible resentimiento de un anterior malentendido responde: “Aquí tiene, Presidente, a su viejo soldado”.

Atraviesa las líneas cubanas, remontando el río Jobabo, cuando salen las tropas camagüeyanas con el dolor infinito de la pérdida de su ídolo, a quien llamaban El Bayardo. Y cuando dan el: Quien vive y el jefe de la división responde: el Mayor, corrige Gómez con voz altanera: “No, el Mayor fue uno solo y murió en Jimaguayú”. Luego, aprendería a mandar a los camagüeyanos, en aquellas bastas latitudes y montes donde la guerra y el incendio venían reduciendo a pavesas la riqueza de otrora.

Enhiesto al frente de la caballería, que se abre en dos alas, lo vemos derrochar cautela para aniquilar sorpresivamente a un contingente enemigo mucho más poderoso en Palo Seco. Silencioso, ordena para lanzar la acometida en el justo momento: “¡Ahí vienen!”

“Eso de atacar a la desbandada y triunfar, es privilegio exclusivo del cubano”, escribiría luego en sus memorias de aquel combate, uno de los más importantes de la Guerra de los Diez Años, apoyándose en las anotaciones de su Diario de Campaña.

 (…) Antonio Maceo –entonces, coronel– militaba a sus órdenes. En el ocaso de aquella gesta, se habían encontrado cuando ya era firme el convenio del Zanjón, que daba por concluida las hostilidades, pero alejaba el sueño de la independencia. Juntos pasaron la noche de despedida con sus familias respectivas (…). El general Gómez cree que ha llegado su hora de partir. (…) Fuera del país, ambos combatientes compartieron un plan de reiniciar la lucha armada.

Desde el año anterior, los cubanos emigrados desde Centroamérica y las Antillas habían tratado de convencer al antiguo jefe de la invasión para que encabezara una nueva etapa (…). En Nueva York tendría lugar el primer encuentro de Gómez con esa estrella súbita que era José Martí, pero no les fue posible entenderse; hoy diríamos que no existían las condiciones objetivas para la pretendida unidad. Cuando un proceso político de aquella magnitud se pierde, los hombres se acusan unos a los otros y hay terribles contradicciones. Solo un genio podía repararlas y ese genio era Martí, a quien un maestro cubano negro llamó Apóstol.  

Así se le vio marchar por Estados Unidos, por Centro América y por las islas caribeñas, en busca de esa unidad perdida para restaurarla. La Revolución necesita un primigenio partido político que dirigiera una guerra de liberación nacional que no debía hacerse solo con proclamas y llamamientos, sino con bases, propósitos y expectativas.

Pequeño de estatura, frágil por naturaleza, Martí llegaba al corazón de todos. Su poder de convencimiento, junto al respeto de que disfrutaba en la emigración, le permitió ejercer una influencia creciente en los líderes militares. De modo que, cuando en 1892, viaja a Santo Domingo y en la hacienda La Reforma le ofrece a Gómez la dirección de la Revolución, este último ya acepta sin titubeos lo que constituye para él un honor. Sería un momento capital dentro de la tan ansiada unidad. Este trabajo de unificación se consolidaría aún más cuando, al año siguiente, Martí visita en Costa Rica a Antonio Maceo en la casa que reproduce las delicias soñadas del San Luis oriental, donde este y la mayoría de sus hermanos vinieron al mundo.

Hacia Santo Domingo se traslada el joven Orestes, seudónimo de Martí, para reunirse con Gómez. Y desde allí parten juntos a la bartola, a la incertidumbre del mar, desde el amado peñón de Montecristi, donde firmaron el manifiesto que dio a conocer al mundo el destino verdadero y la profecía de la Revolución cubana.

Salen en la noche oscura, traicionados, superando dificultades, despojados prácticamente de nada que no fuese su valentía y sus armas personales. Las lacónicas palabras del Diario de Martí así lo atestiguan: “Izamos velas. Bote (…) Movimiento al agua. Capitán conmovido”.

El duro corazón de un hombre de mar, nacido en las gélidas tierras alemanas, se conmueve cuando aquellos hombres, dominicanos y cubanos, se aventuran en la barca.

Gómez exclama que nunca había imaginado lo que ocurre cuando un barco grande en la noche oscura deja un bote a la deriva. Perdido el timón, tomado un remo, tocan tierra cuando se abre la noche y la luna centellea sobre las montañas orientales.

“Como Colón una vez, me tiré y besé el suelo de Cuba”, recordaría el dominicano. Ansiaba volver a subir las ríspidas montañas orientales y, al abrirse ante sus ojos el caudal inefable de El Cauto, una exclamación ronca sale de lo profundo de su alma: “Cauto, Cauto, qué tiempo hace que no te veía”.

Era como si volviera a revivir el pasado, el momento en que, pasando la trocha militar inexpugnable de Júcaro a Morón, es herido en el cuello. El general español Martínez Campos, el supremo, el principal, el que tenía ideas políticas, el que trajo un proyecto de restauración para la isla insubordinada, le había pedido como recuerdo el pañuelo que usaba desde aquella herida terrible. Y Gómez le dice: “tome usted; es poco, pero es lo único que tengo”.

Con esa pobreza y humildad vivió y murió, asistió al dolor infinito de la caída del Apóstol, y con rabia y dolor escribe sobre su soledad en aquel momento trágico, cuando puso en riesgo su vida para buscar al amigo en medio del combate.

Apenas habían desembarcado, a Martí le otorgaron unánimemente el grado de mayor general del Ejército Libertador para que tuviese voto y voz en el consenso de los generales. Gómez describe su muerte con palabras duras, porque estamos hablando de hombres, sobre lo que significó aquella pérdida de amigo del compañero a quien trató de proteger, pero no le había obedecido.

Ahora debe continuar solo la organización y desarrollo de la Revolución, para lo cual se traslada inmediatamente a Camagüey tras ponerse de acuerdo con Antonio Maceo. Pero antes, ambos líderes son ratificados por el Gobierno de la República en Armas como general en jefe del Ejército Libertador y lugarteniente general, respectivamente.

Cruzan la trocha de Júcaro a Morón, primero un contingente, después el otro, y será ya casi en territorio villareño donde vencido cualquier distanciamiento, se abracen los dos colosos; ahora rodeados ya de fuerzas organizadas y disciplinadas, reparados los malos entendidos.

Están allí los generales, y cuando las jóvenes bellas traen la bandera bordada al lugarteniente general, las palabras de Maceo son conmovedoras. Besa la enseña con emoción y dice: “Yo llevaré esa bandera hacia Occidente o volveré envuelto entre sus pliegues”.

Momentos después la tropa está formada y Gómez dice con voz clara y firme la más gloriosa proclama nunca antes escuchada:

Soldados, la guerra empieza ahora. La guerra dura y despiadada (…) En esas filas que ahora veo tan nutridas, la muerte abrirá grandes claros (…) ¡Soldados! no os espante la destrucción del país, ni os espante la muerte en el campo de batalla. Espantaos, sí, ante la idea horrible del porvenir de Cuba, si por nuestra debilidad España llegara a vencer esta contienda.

En lo adelante, marchando bajo constante asedio en movimientos zigzagueantes, las dos columnas invasoras se aproximarán cada vez más a las grandes planicies occidentales.

Así pasan Aguada de Pasajeros y se acercan a Jovellanos, donde el mando español pensaba detener su avance, pues allí se habían situado las alambradas de púas, los reflectores, los cañones de tiro rápido. Penetran las tropas mambisas en esa extensísima zona que, poblada de ingenios azucareros, se encontraban surcadas por una red de líneas férreas y cuajada de tropas españolas.

Aplican la tea incendiaria los insurgentes cubanos por doquier, al punto que el humo producido por los cañaverales incendiados por Gómez, sirven de guía a Maceo para indicarle la ruta que seguía aquel, y viceversa: los quemados por el lugarteniente general avisan al general en jefe el derrotero que habrá de seguirse.

Alguna vez reflexionó Gómez hasta qué punto justificaba moralmente ese proceder bélico: “cuando la tea empezó su infernal tarea y todos aquellos valles hermosísimos se convirtieron en una horrible hoguera, cuando ocupamos a viva fuerza aquellos bateyes ocupados por los españoles (…)”.

Pero su duda quedó despejada cuando, en contraste con “aquellas casas palacios, con aquel tanto portentoso laberinto de maquinarias (…)”, conoció la terrible discriminación, la terrible pobreza del campesino sin escuelas, sin médicos. Entonces, a la vista de tan marcado como triste y doloroso desequilibrio, exclamó: “¡Bendita sea la tea!”

Hay un momento en que las tropas cubanas retroceden y todo parece perdido. Nadie sabe qué está ocurriendo: si renuncian a continuar la marcha y se repliegan, desorganizadas, hacia sus lugares de origen, o si se trata de una maniobra para desembarazarse de heridos y enfermos, que ya son una impedimenta. Unos dicen con certeza que bajan hacia la ciénaga; otros, que buscan un camino hacia la llanura provisoria escapando del cerco y de la confrontación definitiva.

Lo cierto es que esa marcha estratégica confunde al enemigo, incluso al astuto general Martínez Campos, quien resulta sorprendido cuando las tropas cubanas reaparecen en su propósito de invadir las provincias occidentales. Pasan Matanzas y, tras cruzar el río Hanábana, de ahí en lo adelante su avance resulta imparable hasta penetrar en las comarcas de La Habana.

Aquí se reunieron una vez más Maceo y Gómez, tras lo cual deciden separar sus fuerzas. El primero avanza hacia Pinar del Río hasta conseguir en Mantua el fin de la invasión a Occidente, mientras que el segundo continúa sus acciones en territorio habanero hasta que se traslada a Oriente y Camagüey, donde su presencia resulta imperiosa.

Es acampado en esa última provincia, donde Gómez recibe la noticia aciaga de que, el 7 de diciembre de 1896, Antonio Maceo ha muerto gloriosamente sobre los campos de batalla.

A esa pena se une su hijo Panchito Gómez Toro –“haya caído junto al cadáver del heroico guerrero y sepultado con él, en una misma fosa como si la Providencia hubiera querido con este hecho conceder a mi desgracia el triste consuelo de ver unidos en la tumba a dos seres cuyos nombres vivieron eternamente unidos en el fondo de mi corazón”–, escribe el Generalísimo en la ya mencionada carta a María Cabrales, viuda de Maceo.

No es necesario contar toda la historia a partir de ese momento. Al final de ella emerge un nuevo y dramático peligro: los Estados Unidos, con el pretexto de una acción humanitaria –que muchos aprueban en la ingenuidad de sus conocimientos políticos– amenazan con intervenir en Cuba.

En un acto inesperado, en Santa Clara, Las Villas, el mando español ofrece alianza a Gómez para enfrentar al nuevo y amenazante enemigo. Pero él no acepta, ahora que –muertos Maceo y Martí– solo queda Calixto García allá en Oriente, tomando ciudades y empleando con acierto el arma de artillería.

No en balde, en anotación del 8 de enero de 1899, dejó escrita en su diario, esta esclarecedora cita:

Tristes se han ido ellos y tristes nos hemos quedado nosotros; porque un poder extranjero los ha sustituido. Yo soñaba con la paz en España, yo esperaba despedir con respeto a los valientes soldados españoles, con los cuales nos encontramos siempre frente a frente en los campos de batalla (…) pero los americanos han amargado con su tutela impuesta por la fuerza, la alegría de los cubanos vencedores y no supieron endulzar la pena de los vencidos.

La situación, pues, que se le ha creado a este pueblo; de miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en todos sus actos de soberanía, es cada día más aflictiva, y el día que termine tan extraña situación, es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatía.

(…) Te saludamos, Generalísimo, glorioso soldado, maestro generoso que soñaste con escuelas, con maestros, con médicos, con agricultores, con jóvenes llenos de esperanza y de ilusión. (…) Así acudimos a depositar ante tu tumba y ante tu espíritu, las flores, las llamas, las lágrimas y las canciones de tu también patria amada.