Junio, 16 2023
La enseñanza en el siglo XIX contempló a la mujer en un papel secundario y le otorgó un rol funcional dentro de las labores domésticas. Eran el pilar fundamental y cohesionador dentro de la familia.
Sin embargo, con el paso del tiempo, la incorporación femenina a la educación fue un avance para las jóvenes que apostaban por superarse profesionalmente. Una de las mujeres que rompió con las barreras de la época fue Laura Martínez de Carvajal, quien con solo 14 años de edad matriculó en las facultades de Ciencias Físico-Matemáticas y de Medicina de la Universidad de La Habana entre 1883 y 1889. Para la fecha, era inusual y poco admisible que una señorita se decantara por las ciencias, pues era un oficio atribuido a los hombres.
Para la época, estudiar una carrera universitaria era una decisión muy difícil debido a los prejuicios y estereotipos sociales existentes. No obstante, Laura se mostró deseosa y durante los años de estudio, se sobrepuso a comentarios adversos, prejuicios y burlas por ser la única mujer en un grupo de hombres.
Una vez graduada, contrajo nupcias con el Doctor en Medicina Enrique López Veitía, a quien conoció durante su período estudiantil universitario. Juntos fundaron un centro médico y en el cual, el matrimonio, trabajó durante años. Fue en este lugar donde Laura Martínez de Carvajal se interesó por la oftalmología.
Con el paso del tiempo, el matrimonio se convirtió en pilares fundamentales de la medicina nacional, sobre todo ella. De los primeros años del siglo XX destacaron publicaciones como son: los tres volúmenes del Manual de Oftalmología, las Notas fisiológicas, las Observaciones clínicas y Ocular leprosy.
Pese a su intachable trayectoria profesional, Laura Martínez de Carvajal dejó de laborar como médico a los 41 años. Afirman que esta decisión fue a raíz de la muerte de su esposo en 1910. Luego, se retiró en conjunto con sus siete hijos hacia las afueras de La Habana. En sus últimos años de vida se dedicó a alfabetizar a niños pobres en una escuela gratuita que fundó.
Esta ilustre de las ciencias médica cubanas falleció el 24 de enero de 1941 de tuberculosis, la misma enfermedad de la que murió su esposo Enrique López Veitía. Aunque estuvo en el anonimato durante su fructífera etapa de doctora, su quehacer fue exaltado muchos años después, cuando los historiadores le dieron el verdadero valor e importancia a sus méritos e investigaciones.