La humildad como sacerdocio...

La humildad como sacerdocio para el gran hacer

La humildad como sacerdocio...

Onedys Calvo Noya y Marjorie Peregrín Avalo

Septiembre 29, 2022

 

Carlos Velázquez, quien es graduado de la Escuela de Museología, especialidad que ya no existe por nuestros predios de estudio, y también es director del espacio Barcelona – Habana, se incorporó a la Oficina desde 1986 ¿cómo fue tu llegada a la Oficina del Historiador?

Yo tenía la ubicación formal para empezar a trabajar en el Museo de la Ciudad de La Habana, que pertenecía a la unidad presupuestada de la Dirección de Cultura del Poder Popular. Tenía la plaza, pero no existía el dinero. Entonces, yo me comprometí a trabajar gratuitamente hasta que existiera el fondo para pagar. Ellos lo permitieron porque, aquí se entraba en una época, pero te lo tenías que ganar. Y para mí esa etapa fue una prueba de fuego. Y así estuve aproximadamente casi un año hasta 1987.

Entré a trabajar en la Casa de África. Pero eso también fue una prueba de fuego. Quienes me ubicaban sabían que mi fundamento, que mi sustancia espiritual, era España. Y yo creo que ellos me pusieron a prueba, vamos a decir verdad, y aguanté. Aguanté hasta un día cuando escuché decir a Leal en la antigua Unión Latina de La Habana: “la sangre llama, pero la cultura es la que determina”. Evidentemente yo soy una persona muy mezclada, pero lógicamente mi vida se desenvolvió siempre en la colectividad hispana.

 

Después estuviste mucho tiempo en la Casa de los Árabes, que estaba más vinculado porque en ese mestizaje cultural pues también pasa todo lo relacionado con España.

Un día hablo con Leal y la primera directora de la Casa de África, Claudia Mola, y explico la situación tormentosa en la que ya yo estaba. Recuerdo que estábamos en la Semana Santa de ese año y él me dijo: “ese tema se resuelve ya. El lunes nos vemos y usted comienza en la Casa de los Árabes. Es la otra España”.

 

¿Qué cualidad apuntarías como la más significativa del Historiador? ¿Cuál fue el mayor reto que has asumido al trabajar en la Oficina? 

Fue y es: mantener un valor esencial en Leal, que lo encontré en parte de mi familia, lo encontré en mi pensamiento religioso, en mis buenas profesoras y, finalmente, en el modelo que es mantener la humildad con distinción. Mantenerla, enriquecerla y poder transmitirla. Ese es el reto.

 

¿Hay alguna anécdota que haya marcado tu trabajo con el Historiador?

Recuerdo en la Casa de los Árabes el recibimiento a una delegación yemenita. Y en uno de los encuentros que él tuvo con nosotros, nos explicó sus experiencias allá y todo el tema de la mujer y los ritos o el protocolo en el mundo árabe-musulmán. Nosotros, en el Museo de la Ciudad y posteriormente en la Oficina no tenemos una escuela de formación en protocolo ni occidental, ni asiático, ni en nada. Había que aprender, había que estudiar, había que buscarlo y a partir de las relaciones y las experiencias era, y es, como se aprendía aquí. Por eso siempre tienes que estar.

Entonces recuerdo que entró la delegación. Una persona que al parecer no estaba bien informada, iba a hacer un regalo al representante del Yemen [que eran muy ortodoxos en su pensamiento]. Yo me atreví a irrumpir en el proceso de entrega de un arma que un artesano cubano había realizado. Era una réplica del original que nosotros tenemos acá. Yo tenía, o tengo algunas dotes histriónicas, y entré como si hubiera estado ya planificado. Le hice una señal como de reverencia a la persona, a la dama, que traía el arma que se iba a entregar, le presioné las manos, se la quité y entonces yo entregué, saludé y dije unas palabras.

Después Leal me dice “has evitado una conflagración mundial”, porque él sabía precisamente lo que significaba que una mujer le entregara un arma a un hombre.

 

Carlitos ¿cómo honrar al Historiador? ¿Cómo hacer para continuar su obra?

Hay algo fundamental: trabajar en el alma de la población de esta ciudad y de toda Cuba, que es el fin, en resumen, de todos los caminos trazados. Un edificio se puede restaurar mil cuatrocientas veces, las luces se pueden volver a colocar con el bombillo que ve no sé quién. La planta y el árbol se pueden sembrar, pero lo que se lleva en el corazón, eso hay que regarlo continuamente. Creo que Leal lo hizo en todos nosotros. Somos sus frutos y lo que nosotros seamos capaces, también, de ir formando. Me preocupan mucho los jóvenes, hay que seguir enamorándolos. Los medios tienen que seguir enamorándonos para que continúen la obra. Y esa es mi convocatoria, enriquecer el alma.

 

[Tomado de Habana Radio]

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