Emilia Teurbe Tolón

A Emilia Teurbe Tolón

Emilia Teurbe Tolón

Eusebio Leal Spengler

Abril 1, 2022

Discurso pronunciado durante el acto de inhumación de los restos de Emilia Teurbe Tolón en la Necrópolis de Colón, el 23 de agosto de 2010.

 

Traer sus restos ha sido un empeño por largo tiempo acariciado. Desde su sepulcro en este jardín surgirá, quizás, un ramo de rosas con los tres colores: rojo, azul y blanco, con los cuales bordó la primera bandera de Cuba, en 1850.

 

Con estos honores -reservados a los que son más útiles, a los que han ofrendado los mayores sacrificios, a quienes han dejado una huella indeleble en la historia de nuestra patria- depositamos hoy los restos de Emilia Teurbe Tolón, aquella muchacha que, nacida en 1828, expiró en Madrid, España, un día como hoy, 23 de agosto, hace 108 años, lejos de su tierra amada, Cuba.

Traer los restos de Emilia ha sido un empeño por largo tiempo acariciado. Debemos agradecer a su biógrafa Clara Enma Chávez y, muy especialmente, a su entrañable admirador Ernesto Martínez por haber buscado incansablemente en los archivos de las diversas necrópolis de la capital española el sepulcro ya olvidado de Emilia.

Agradecemos profundamente a la embajada de Cuba y a los funcionarios de la sección consular quienes, un día invernal, acompañaron a Ernesto al acto de la exhumación; también a la Compañía Cubana de Aviación, que trasladó a la patria no solamente los restos de Emilia, sino también el panteón que en su día le ofreció la Sociedad Económica de Amigos del País, como su benefactora.

¿Quién fue Emilia? Cuando depositamos hoy esta semilla, el día en que celebramos el 50 aniversario de la Federación de Mujeres Cubanas, nos parece escuchar todavía la voz de su fundadora, Vilma Espín de Castro; ella reclamaba siempre, con intensidad y con firmeza, que se rindiese culto y se abriese un espacio en nuestra memoria y vida cotidiana a las grandes mujeres, a aquellas que habían marcado no solamente un camino para todo pueblo en lucha, sino también para las grandes vindicadoras de las batallas de género. Emilia fue lo uno y lo otro. Por eso, desde su sepulcro en este jardín surgirá, quizás, un ramo de rosas con los tres colores: rojo, azul y blanco, con los cuajes bordó la primera bandera de Cuba, en 1850.

Recuerdo con emoción los versos de Carilda [Oliver Labra] cuando se refiere a Emilia y evoca con qué puntadas de amor bordó aquel lienzo, aquellas sedas preciosas que aún se conservan. Pienso en los años difíciles que le tocó vivir a esa cubanita casada a los 16 años con su primo hermano, el insigne poeta matancero Miguel Teurbe Tolón: orador, escritor, dibujante… pero sobre todo poeta. Poeta integrante, junto a los también matanceros José Jacinto Milanés y Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), de una pléyade que vinculó indisolublemente la poesía con la historia de nuestra patria. Como también lo hizo José María Heredia, quien sembró el culto a la estrella solitaria, a la bandera cubana, tal como lo recuerda José Martí, nuestro Apóstol.

La figura de Emilia hace que evoquemos a todos ellos, así como a la eximia poeta Gertrudis Gómez de Avellaneda, quien, al despedirse de Cuba con dolor profundo, canta a la tierra que la vio nacer, a su natal Camagüey, que también es la cuna de Ana Betancourt y Ana de Quesada. Emilia fue la primera mujer cubana deportada por insurgencia política. Durante un proceso abierto por la comisión ejecutiva y permanente, es expulsada de Cuba en 1850, cuando tiene solamente 22 años. Es precisamente durante los primeros meses de ese año que madura una idea llegada a Cuba -como dice Martí- de dos fuentes: una ingenua, que aspiraba a una patria que no se podría sacudir del yugo opresor sin el concurso del vecino poderoso; y una segunda, peligrosa y temible, cuya aspiración era la anexión descarnada.

Se dice que en 1849 -el año previo a la confección de la bandera-, en un día estival, en el cielo de un atardecer de Nueva York, el ex general Narciso López vio los colores de la enseña nacional, así como aquel triángulo equilátero, símbolo de fraternidad masónica. Esos elementos encarnaban los pensamientos más puros de la revolución que recorría el mundo: libertad, igualdad y fraternidad; cinco franjas en el centro del triángulo, como un rayo de luz en el cielo que se abría, la estrella marcando el porvenir de Cuba. Triángulo que debía ser rojo y no azul, aunque desafiara las leyes de la heráldica.

Al subir al cadalso, el primero de septiembre de 1851, y pronunciar las que muchos creen fueron sus últimas palabras: «Mi muerte no cambiará los destinos de Cuba», el general Narciso López auguraba el porvenir. ¿Cómo interpretarían ese destino muchos de quienes lo siguieron en la lucha? Esa frase podría significar la independencia o la anexión. La verdad la hallaríamos en nuestra propia historia: la independencia y la plena soberanía popular como único destino.

En 1868 Emilia está ya lejos de esa batalla política que hizo nacer, quizás en un espacio algo extraviado, lo que luego la solemne Asamblea de Guáimaro, iniciada el 10 de abril de 1869, reconocería como la bandera de Cuba, sin agravio de la insignia presentada por Carlos Manuel de Céspedes, la cual sería colocada en la sala donde quiera que los diputados estuviesen reunidos, hecho que sería consagrado años después al constituirse la Asamblea Nacional del Poder Popular. Fue así como el nombre de Emilia, aunque asumido en la penumbra por explicables razones familiares y personales, quedó unido para siempre a nuestra historia patria, sin que nunca dejase de palpitar en su corazón el secreto intenso, ardiente… de su amor por Cuba.

Cuando el General Presidente Raúl Castro Ruz escogió el 23 de agosto para realizar esta inhumación en suelo de Cuba, por lo que esta jornada significa para la mujer cubana, no sabía -pues yo no se lo dije- que sobre la tapa del panteón que cubría en Madrid los restos de Emilia también estaba escrita esa misma fecha, día en que murió la patriota en la capital de España. Ahora, 108 años después, aquella bandera bordada por Emilia -cuyo original felizmente se conserva- y que, multiplicada, ondeara por vez primera vez en Cárdenas en 1850, es el más hermoso homenaje para flotar sobre su tumba, redimida ya de todo compromiso que no fuera luchar por la libertad absoluta en el combate, bandera que guio y guía al pueblo en sus conquistas.

Descanse en paz en suelo cubano, heroína, mujer altiva, mujer hermosa de alma y de espíritu, mujer que -cuando ya su vida concluía- supo dedicar sus bienes a Cuba. Entregó el dinero que tenía a las escuelas que estaban al cuidado de la Sociedad Económica de Amigos del País, una de las instituciones más progresistas de la época y que, junto al seminario de San Carlos y San Ambrosio y la Universidad de La Habana, fue uno de los tres pilares en la forja de la intelectualidad, del pensamiento y de la rebeldía cubanos.

Que este día, cuando el cielo se cubre suavemente de gris para amparar el acto que celebramos a primera hora de la mañana, estos honores militares, estas flores y estas ofrendas lleguen hasta Emilia en cualquier lugar del éter, en cualquier espacio del universo donde se escuche su voz y su nombre para siempre.

 

[Leal Spengler, E. (2017): “A Emilia Teurbe Tolón”, en Hijo de mi tiempo. Ediciones Boloña, La Habana, pp. 64-67.]

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